jueves, 14 de diciembre de 2006

EL OJO ROJO. Joel-Peter Witkin (NY, 1938).



La exposición individual que el Centro de Arte Reina Sofía de Madrid dedicó a la obra de Witkin hace ahora cerca de veinte años tuvo para algunos la magnitud de una revelación o de una epifanía, o de algo así. Bien es verdad que salíamos a pasos apresurados de la adolescencia y aún manteníamos cierta capacidad de asombro, pero de todos modos... Recuerdo que la sala o una de las salas que acogía la exposición estaba dominada por un enorme crucificado de color limoso y con un aparato genital demasiado humano; a su alrededor, la galería witkiniana de monstruos: enanos, travestidos, cabezas parlantes, venus descomunales, cadáveres posando muy solemnes para la cámara..., todos como esculpidos sobre el negativo en unas fotografías que tenían el tono añejo e inquietante del daguerrotipo. Witkin tenía otra forma de mirar; era capaz de crear ¿belleza? a partir de los desechos, de atrapar el instante previo a la descomposición, en el que las formas -ya vagamente- humanas aún son reconocibles; su obra le dió un tajo a nuestra educación visual. Un poco como la navaja barbera de Buñuel tantas veces evocada en estas páginas.

















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