miércoles, 23 de agosto de 2023

8 x 11 Sueños. Una entrevista con Esther Peñas

 


«En la plaza mayor de un pueblo están celebrando algo así como una corrida de toros. Pero consiste en lo siguiente: una muchacha martiriza al toro, que se muestra incapaz de defenderse, y le corta la piel a largas tiras, le arranca la lengua y le hiere en los ojos». Este es uno de los pasajes que encontramos en 88 sueños, el libro que publicó el poeta Juan Eduardo Cirlot en 1988. Treinta y cinco años después, un ramillete de escritores homenajea al catalán con la edición de 8 x II Sueños (Ediciones Fantasmas). Junto al prólogo de Julio Monteverde, Raúl Herrero, Rodrigo Martín, Ana Gorría, José Óscar López, Ángel Zapata, Iván Humanes, Fernando López y el coordinador onírico, Diego Luis Sanromán, con quien conversamos, nos comparten algunas de sus vivencias por dentro de los párpados.

¿Cómo surge la idea de hacer un homenaje a los 88 sueños de Cirlot?

De forma azarosa, por pura casualidad, como suele ocurrir con los proyectos más locos y más estimulantes. Hace más o menos un año, releyendo el librito de Cirlot, caí en la cuenta de que se acercaban un par de efemérides: la de la publicación de los sueños en su edición definitiva y la de la muerte del propio Cirlot. Acaba de cumplirse el cincuentenario de ambos acontecimientos, con unos seis meses de diferencia: 88 sueños se publicó en 1972, y su autor murió en mayo del año siguiente. Se me ocurrió que podría ser una buena excusa para volver a juntar a un puñado de escritores que ya participamos, allá por 2015, en otro proyecto colectivo: Extraño Oeste, un libro de relatos western completamente delirante y lisérgico. Me lo pasé tan bien entonces que quería repetir, y sabía que el amor por la obra de Cirlot también era algo que compartíamos quienes participamos en aquel otro libro.

*LEER ENTREVISTA COMPLETA EN SOLIDARIDAD DIGITAL.

Guy Debord o la insumisión de las palabras. Entrevista con Oliver Mancebo

 


El expunk-rocker, working class, neoísta, activista, escritor de culto, karateca y experto en vanguardias culturales —entre un porrón de cosas más— Stewart Home, publicó en su día un artículo en el que analizaba las necrológicas aparecidas tras del suicidio de Guy Debord (París 1931- Bellevue-la-Montagne 1994), un aciago 30 de noviembre. En el ‘Review of the Year 1994’ del Guardianel nombre del situacionista aparecía junto a otros dos suicidas ilustres: el músico Kurt Cobain y el ladrón de trenes, boxeador y florista Buster Edwards. Según Home, “si Debord se hubiera matado a principios de año, los grandes medios de comunicación se habrían olvidado de él.”

Antes de eso, en 1993 —a tiempo de que Debord la leyera y validara— Anselm Jappe publicó Guy Debord, una monografía pionera sobre el autor de La sociedad del espectáculo. En sus páginas, Jappe analiza la contribución teórica de Debord en diferentes etapas —desde los inicios de la Internacional Letrista hasta sus últimos y certeros dardos sobre la sociedad del espectáculo, pasando por la tan larga como fecunda época de la Internacional Situacionista—, a la vez que rehúye hablar de su vida personal más allá de lo estrictamente necesario. Un lustro más tarde, Anagrama trajo este libro a nuestro país, convirtiéndolo en el primer lugar del mundo donde se publicaba en una editorial de amplia difusión. A propósito de esto, Jappe especulaba en el prólogo: “Quizás se pueda deducir de ello que España está hoy más dispuesta que otros países a reconocer el valor de una persona como Debord.”

Han pasado 25 años y la nueva edición revisada, corregida y actualizada del libro más importante sobre la obra de Guy Debord llega a cargo de Pepitas de calabaza, una editorial, en palabras de los propios editores, “con menos proyección que un Cinexín”. ¿Habría que deducir, pues, que el genio y figura de Debord ha perdido fuelle? Puede que sí, en el sentido puramente mercantil del asunto, pero su pensamiento está —o debería estar— hoy en día más vigente que nunca. Y ello a pesar de las múltiples operaciones políticas, mediáticas o policíacas que han tratado de desactivarlo. Nos lo explica Diego Luis Sanromán, encargado la nueva edición y uno de los traductores fetiche de la casa:


*LEER ENTREVISTA COMPLETA EN EL NACIONAL.

miércoles, 22 de junio de 2022

"¡Oh, hijos enfermos del mundo!". Philip K. Dick y los androides que sueñan (Tercera parte)

 


En 1975 Dick recibió una invitación para dar una conferencia en el Instituto de Arte Contemporáneo de Londres. No pudo viajar por motivos de salud, pero sí enviar un texto al que daría el título de Man, Android and Machine y en el que desarrollaba temas que ya había tratado en otra ponencia en Vancouver tres años antes. Al comienzo de su disertación, Dick nos advierte de que en el universo existen cosas frías y feroces [fierce cold things] cuyo comportamiento hiela la sangre, “especialmente si imitan la conducta humana tan bien que tenemos la incómoda sensación de que tales cosas están intentado hacerse pasar por humanas, pero no lo son”. Es a esas cosas a las que Dick da el nombre de “máquinas” o, aun mejor, de “androides”. Porque el “androide” no es una máquina cualquiera. Es –continúa Dick- “una cosa generada para engañarnos de forma cruel, para inducirnos a pensar que es uno de nosotros”, del mismo modo –podríamos añadir- que la muñeca Olimpia lograba engañar al estudiante Nathanael en El hombre de arena de E.T.A. Hoffmann, un relato que –como es bien conocido- Freud convertiría en expresión privilegiada de su concepto de lo Unheimliche. Como Olimpia, el androide despierta en nosotros esa inquietante extrañeza que en ocasiones nos inspiran ciertos seres dotados de una aparente familiaridad. Cuando nos estrechan la mano, podemos presentir el tacto metálico de lo muerto, y su sonrisa –completa Dick- “tiene la frialdad de la tumba”. 

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sábado, 23 de abril de 2022

Un par de recomendaciones para el Día del Libro


 

Lo que este año me gustaría recomendar no son dos libros, sino dos acontecimientos mayúsculos que implican a dos escritores para mí esenciales: Georges Bataille y Louis-Ferdinand Céline. Ambos son franceses, tant pis!

Acontencimiento nº 1. Del primer autor, la editorial Arena Libros publicó a finales del año pasado (es decir, que aún pertenece a la categoría de “novedades”) La soberanía, un texto que había aparecido por primera vez en francés en 1976, en edición de Thadée Klossowski (hijo de Balthus y, en consecuencia, sobrino de Pierre Klossowski), pero que hasta ahora no se había publicado en castellano. Se trata de un texto tardío (escrito entre 1953 y 1954), al que Bataille en ocasiones se refería con el título de Nietzsche y el comunismo, que planeaba sacar como tercer volumen de La parte maldita y que finalmente dejó inacabado e inédito. “La soberanía de la que hablo tiene poca cosa que ver con la de los Estados […]. Hablo en general de un aspecto opuesto, en la vida humana, al aspecto servil o subordinado”. No está mal como incipit, ¿eh?

ACONTECIMIENTO nº 2. Durante el verano de 2021 en Francia saltó la noticia de que se habían recuperado varios millares de páginas de Céline que se habían dado por perdidas tras la Liberación. Poco tiempo después, la editorial Gallimard anunciaba la publicación de tres de esas obras inéditas a lo largo del año siguiente. La primera, Guerre, de cuya edición se ha encargado Pascal Fouché (historiador, editor y experto en la obra de Céline), saldrá a la calle el día cinco del mes próximo, y llegará acompañada de una exposición de los manuscritos precisamente en la Galerie Gallimard de París. Según puede leerse en el portal de la editorial, Guerre es un texto escrito un par de años después de la aparición de Viaje al fin de la noche, y en él Céline narra las desventuras del cabo Ferdinand desde el instante en que, gravemente herido, recupera la consciencia en pleno frente de Flandes hasta el momento en que abandona Francia con destino a Londres. Yo ya tengo encargada la versión francesa. Ignoro si alguien ha adquirido los derechos para publicarla en España.

* VER EL RESTO DE RECOMENDACIONES EN DÉTOUR.

sábado, 12 de marzo de 2022

"El tiempo destruye la pureza". Pier Paolo Pasolini entrevista a Pierre Clémenti

 


Estoy en el Edna. Llueve, nieva, pasa la niebla, luce el sol. Vuelve a llover, vuelve a nevar, vuelve a pasar la niebla, vuelve a lucir el sol. Con tres de los protagonistas de la película [Porcile] que debo empezar a rodar mantengo los siguientes dialoguillos. [...]

Yo: Eres terriblemente igual en la realidad y en el cine. Y al mismo tiempo, eres terriblemente distinto. ¿Cómo lo explicas?

Pierre Clémenti: Porque cuanto más entro en mí mismo, más cosas encuentro que no conozco. Por eso, cuando estoy delante de la cámara, soy "yo mismo a la búsqueda". Por otro lado, hay mucha diferencia entre la realidad y el cine, porque el cine es un medio entre muchos otros para representar la realidad. Con una película se puede reconstruir un mundo; en la realidad es más difícil. Sin embargo, el cine es uno de los instrumentos que pueden reconducir a los hombres a la realidad.

Yo. Porque tú piensas que los hombres no viven en la realidad...

Pierre Clémenti: Sí, sí... Pero pienso que la televisión y todas las demás instituciones (digamos, los mass-media) alejan al hombre de la realidad...

Yo: Franco Citti dice que la realidad es pureza.

Pierre Clémenti: Sí, es verdad, pero el tiempo destruye la pureza. El cine cumple múltiples funciones... Para que una película cumpla la función de la pureza... Para hacer cine puro, hace falta contar con gente pura. Algo que, desde luego, no hace el cine comercial...

Yo: ¿Y qué representa, entonces, el cine comercial?

Pierre Clémenti: Es un somnífero. Está hecho para una sociedad ocupada en digerir. Está hecho por hombres vulgares que creen que los demás son vulgares.

Yo: ¿Cuál sería tu forma ideal de hacer cine?

Pierre Clémenti: Hacer un viaje que en el fondo tenga la vida y la muerte. Por ejemplo, partir con un equipo de personas que tengan las mismas necesidades, las mismas aspiraciones, etc., y llegar a realizar una creación tan fuerte que supere a la vida...

Yo: ¿Hacia dónde?

Pierre Clémenti: Bueno. El hombre hace su viaje solo, y eso es la realidad. Dios, patria, familia, etc., es decir, las costumbres, son culpa de esa soledad. Quedan, pues, dos soluciones: o tomar un fusil y disparar o tomar una cámara y hacer cine. Así vamos más allá de la soledad. 

Tempo, nº 48, 23 de noviembre de 1968.

[Traducción de Diego Luis Sanromán]

sábado, 5 de febrero de 2022

A Stanislav Lem (1921-2021), conquistador del vacío cósmico

I’ve seen the future, brother:
It is murder

(Leonard Cohen)




A Stanisław Lem le gustaban los aparatos mecánicos, montarlos, desmontarlos y volverlos a montar, sacarles las entrañas y hurgar en ellas en busca de su misterio. En El castillo alto (1966), una obra en la que levanta acta de sus recuerdos infantiles, cita a su admirado Norbert Wiener, uno de los padres fundadores de la cibernética: “Yo fui un niño prodigio”, dice Wiener. “Yo fui un monstruo”, replica Lem: un asesino de artefactos. El castillo alto es como Les choses de Perec, pero a la manera de Lem. En el libro no se habla exactamente de las relaciones con otros sujetos, sino más bien de los lazos establecidos con ciertos objetos singulares: de su fragilidad, de su magia, de su “aura”. Por eso, de Los viajes de Gulliver a Lem no le interesan tanto sus quiméricas aventuras como el inventario de cosas que los liliputienses encuentran en los bolsillos del descomunal cirujano (y más tarde capitán de diversos barcos). Incluso las relaciones familiares del pequeño Lem están mediadas por los objetos: el padre, por ejemplo, está simbolizado por la biblioteca paterna, una biblioteca marcada además por el interdicto y gracias a la cual el niño entra por primera vez en contacto con la medicina y el erotismo, y también con las heridas y secuelas de la Grande Guerre.


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martes, 25 de enero de 2022

"¡Oh, hijos enfermos del mundo!". Philip K. Dick y los androides que sueñan (Segunda parte)


Tres de enero de 1992, futuro anterior. Nos encontramos no en Los Ángeles, sino en una San Francisco mutada y degradada. La Guerra Mundial Terminal [World War Terminus, GMT] ya ha tenido lugar, pero en esta forma de bautizar al último conflicto hay algo de oscura ironía. No acertaríamos a decir si se trata de un final de línea, de la última de las guerras posibles –algo difícil de sostener cuando hay implicados seres humanos-, o bien de aquella contienda que habrá de acabar con cualquier forma de vida conocida sobre la tierra: terminal, pues, de la misma manera que lo son ciertas enfermedades letales. Ambas posibilidades, por lo demás, no son contradictorias sino complementarias. A estas alturas ya nadie se acuerda, en cualquier caso, de por qué estalló la guerra ni de quién la ganó, si es que hubo algún vencedor. La Tierra se ha vuelto prácticamente inhabitable, eso sí parece claro, y los escasos pobladores que aún quedan en ella están continuamente sometidos a mensajes que los conminan a escapar. “¡Emigra o degenera!” es el lema.

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sábado, 27 de noviembre de 2021

"¡Oh, hijos enfermos del mundo!". Philip K. Dick y los androides que sueñan (Primera parte)

 


And it is his dreams which will transform him

from a mere machine into an authentic human.

Philip K. Dick

Gurú involuntario de la psicodelia, referente a su pesar de la contracultura californiana de los años sesenta, esquizofrénico y/o místico, filósofo gnóstico, loco y lisérgico, Philip K. Dick (1928-1982) fue uno de los autores más descollantes de la Nueva Ola de la ciencia ficción de la segunda mitad del siglo pasado. Su obra, sin embargo, ha trascendido al fin los estrechos límites del subgénero literario al que dedicó casi toda su existencia, algo por lo que siempre luchó pero nunca consiguió mientras estuvo vivo.  

En 1968 Dick entregaba a la imprenta una novela a la que, después de barajar varias otras opciones, daría el dilatado y desconcertante título de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Para entonces Dick ya había publicado decenas y decenas de relatos y de novelas y era un autor consagrado, al menos hasta el punto en el que podía considerarse consagrado un escritor de ciencia ficción en los Estados Unidos de la época [1]. El libro se adelantaba en algunos años a lo que después se conocería como ciberpunk y, como todos los suyos, constituía el soporte literario de las preocupaciones teológicas y existenciales que lo inquietaban en aquellas fechas. En este caso, se trataba de una trágica indagación sobre la esencia de lo humano. ¿Qué significa ser humano?, tal era la cuestión que se planteaba Dick en la novela. ¿No seremos acaso sino androides que sueñan?

El mundo del cine se interesó pronto por el texto, pero su plasmación en forma de película no llegaría hasta 1982, el año precisamente en el que el escritor moría de un ataque cardíaco sin haber aún cumplido los cincuenta y cuatro. Cuando Blade Runner se estrenó en salas, Dick ya no estaba allí para verlo. Ni tampoco para asistir a todo lo que vendría después: una veintena de películas, entre cortos, largometrajes y series de televisión, más o menos inspiradas, basadas en obras de su autoría, y el reconocimiento unánime de la película de Ridley Scott como una de las grandes obras maestras del cine de ciencia ficción de todos los tiempos. La aparición, en suma, de un mundo cada vez más philipdicksiano

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