miércoles, 9 de julio de 2008

VOCES / EL OJO ROJO. “Sólo las putas follan en silencio”. El otro Gainsbourg



Je fais du cinéma parce que ça rassemble
Toutes les disciplines
Que j’ai abordées

Serge Gainsbourg

here’s a cock
and here’s a cunt
and here’s trouble
.”
Charles Bukowski


Serge Gainsbourg escribió centenares de canciones, y entre ellas algunas de las piezas más hermosas de la lírica francesa, pero siempre consideró que el de componer tonadas era un arte menor. Hubiera querido ser un pintor de talento y éxito como Evguénie Sokolov, el protagonista de su única novela publicada, pero, al igual que su padre, acabó trocando los pinceles y la paleta por las teclas en blanco y negro del piano. Con trece años, se incorporó a la Academia Montmartre, que a la sazón dirigía Fernand Léger, y después de la Guerra continuó su preparación en la sección de arquitectura de la Escuela de Bellas Artes de París. Aunque dotado para el dibujo, sus cuadros carecían, al parecer, del nervio y de la entraña que él hubiera deseado, y en 1952 decidió abandonar y destruir casi toda su producción pictórica. Siempre amenazó, sin embargo, con volver a pintar y sorprender al mundo con lo que llamaba su “último cuadro”.

Es difícil, si no imposible, encontrar el otro de una figura tan esquizofrénicamente poliédrica como la de Gainsbourg. Sería necesario encontrar una identidad previa a la que pudiéramos enfrentarle esa alteridad real o supuesta. Pero tal identidad no la hay. El otro Gainsbourg podría ser entonces ese pintor genial siempre pospuesto o el actor de ocasión, la pop-star que se acostaba cada día cuando los demás salían para el curro, el chaval tímido que tocaba el piano por cuatro duros en los cafés del viejo París, el Ginsburg de la Estrella de David cosida a la chaqueta o el Gainsbarre que quería follarse a Whitney Houston, e incluso el Serge que dirigía anuncios publicitarios y escribía canciones de apariencia inocente para Lolitas un poco gilipollas. Todos esos personajes y algunos otros compartían, sin embargo, nombre en el registro civil y un gusto común por los Gitanes, la botella y los amores desgraciados.

¿Por qué entonces el subtítulo? Bien, partimos aquí del supuesto de que el Gainsbourg uno, aquel que haría de Serge una figura pública y que le granjeó el reconocimiento que no le concedieron otras artes, es el Gainsbourg cantante y compositor de canciones; el Gainsbourg versificador, por decirlo con una sola palabra. El otro, a los efectos de lo que aquí nos interesa, sería, entonces, el Gainsbourg fabulador y narrador o, si se prefiere, el Gainsbourg novelista y cineasta. Un Gainsbourg tardío y de carrera breve y menos afortunada que la del cantautor, en la que, además y acaso porque no tuvo el tiempo suficiente para aprender bien el oficio, jamás alcanzó la maestría que marcó su obra musical. Cuando rodó su primer largometraje, Gainsbourg ya tenía 47 años y cuando se estreno en París Stan the Flasher, el cuarto en su trayectoria de director, apenas le quedaban unos meses de vida. El Serge cineasta murió, pues, de forma prematura y nació con vocación de póstumo. Veamos.


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Je t’aime, moi non plus (1976). Guión y dirección: Serge Gainsbourg. Productores: Jacques-Eric Strauss y Claude Berri. Director de Fotografía: Willy Kurant. Montaje: Kenout Peltier. Música: Serge Gainsbourg. Reparto: Jane Birkin, Joe Dallesandro, Hugues Quester, Reinhard Kolldehoff y Gérard Depardieu.

A Gainsbourg le salió una película extrañamente poética en la que hay un perro que parece un cerdo y una muchacha sin tetas que parece un adolescente. Un bar de carretera perdido en el culo del mundo, un hangar, el desierto, cuartos en moteles cochambrosos y tres personajes devorados por una pasión rara y suicida, son los escasos elementos con los que Serge construye una película francesa que parece un film underground americano.

Pasado el tiempo, de Je t’aime… queda sobre todo en el espectador el recuerdo de ciertas sensaciones primarias: el calor, el color rojizo de la tierra, los aullidos de Johnny / Jane sodomizado / a e incluso el hedor de la basura y de los pedos de Reinhard Kolldehoff. Queda un paisaje polvoriento, herrumbroso, primitivo y el traqueteo de un viejo camión amarillo por carreteras sin asfaltar.

Concebida en Aix-en-Provence en el año 1974 durante el rodaje de la enésima comedia boba de Jane Birkin en tierras francesas, Je t’aime… acaso sea un pequeño acto de venganza contra la actriz. Serge transforma a su andrógina esposa en el tercer vértice de un tormentoso triángulo homoerótico, y así le fue. Jane, que aceptó el papel en contra de los consejos de su agente, no volvió trabajar en el cine hasta 1978.

Las críticas en Francia fueron unánimes. Le Figaro dijo de ella que era una obra “vergonzosa” y otros medios la calificaron de ordure (basura). En el Reino Unido sólo pudo verse en un cine porno del barrio londinense del Soho. La película se estrenó a la par que El Último Tango en París y hubo algún crítico británico que se preguntó, en un alarde de ingenio e ironía, si Gainsbourg no sabía de la existencia de la mantequilla.


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Entre Je t’aime… y Equateur, su siguiente película, Serge tuvo tiempo de publicar no sólo algunos de sus mejores discos, sino además el guión de un tebeo y su primera y única novela, Evguénie Sokolov. Al tebeo le puso imágenes el dibujante Jacques Armand y se publicó en las páginas de la revista Métal Hurlant en el año 1983, aunque se trataba de un proyecto más antiguo que Gainsbourg no había conseguido llevar al cine. La novela la editó Gallimard en 1980, aprovechando el escándalo de Aux Armes et caetera, y acaba de aparecer en español en la magnífica traducción de Guillermo López Gallego.

Evguénie Sokolov es una novelita desopilante y más o menos autobiográfica escrita en un estilo y con una sintaxis alambicados que recuerdan a los textos de Huysmans. Serge dirá en alguna ocasión que “se trata de una autobiografía con distorsiones… distorsiones atroces que recuerdan el estilo de Francis Bacon”. Como el Boris de Je t’aime, Sokolov es un pedorro irreprimible. Avanza en la vida propulsado por una flatulencia ininterrumpida, desde sus peditos de bebé espolvoreados de talco hasta el cuesco final y definitivo que provoca que la tapa de su ataúd salga volando por los aires. La única diferencia radica en que el último aspira a la genialidad artística. Sokolov quiere ser pintor, así que sigue la vía tradicional: asiste a clases en la Academia, frecuenta a los clásicos, pinta sin parar. Pero los resultados son más bien pobres hasta que, un día, un pedo estremecedor hace que el pincel se desplace de forma azarosa sobre el lienzo en blanco. Nace así el gasograma, la pintura hiperabstracta, llamada a revolucionar el arte pictórica.

Autobiografía distorsionada y gamberra, con cierto tono surrealista que debe mucho a Dalí o Picabia, Evguénie Sokolov puede leerse también como una parábola sobre la condición del artista: el arte –vendría a decir Gainsbourg- se hace literalmente con las tripas; o es un seísmo gástrico o no es nada. A lo que podría añadirse un advertencia: conviene tener cuidado con el éxito, pues hay rebaños de críticos obsequiosos que están dispuestos a tomar la última deposición del artista consagrado como la obra maestra del siglo. Punto.

No fue, desde luego, el caso de Gainsbourg, que esta vez ni siquiera podrá jactarse de que le lluevan las hostias. Todas las críticas son malas, pero muy escasas. Annette Colin-Simard, una de las pocas que reseñó la obra, afirmó: “Se trata de la primera novela de Gainsbourg, y esperemos que sea la última. El tema sobre el que versa es de una grosería que escapa a toda imaginación. Y por lo que respecta a su talento literario, es completamente nulo”.


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Équateur (1983). Guión y dirección: Serge Gainsbourg (basado en Le coup de lune de Georges Simenon). Producción: Corso, TF1, Gaumont. Director de Fotografía: Willy Kurant. Montaje: Babeth Si Randane. Música: Serge Gainsbourg. Reparto: Barbara Sukowa, Francis Huster, Reinhard Kolldehoff y François Dyrek.

He de confesar que no me gusta demasiado Équateur. Me parece una muy torpe adaptación del texto de Simenon. Gainsbourg hizo, a mi parecer, dos películas memorables y dos películas prescindibles, y Équateur es una de éstas últimas. Probablemente, Serge sentía sobre todo la atracción abismática y conradiana de África, ese continente que, como repite el protagonista, está llamado a ser “le tombeau du blanc”, pero no consiguió darle una forma apropiada. Équateur es mucho sudor y poco más, blancos sudorosos entre negros sudorosos y alguna escena de cama velada por el mosquitero. Hasta la denuncia del racismo y de la brutalidad colonial queda difuminada entre tanta gasa y vapor corporal.

Hay que decir, con todo, que en este caso la hostilidad de los elementos hizo mucho por el fracaso de la película. La desgracia persiguió a Équateur antes incluso de que empezase a andar. Patrick Dewaere, al que Serge había elegido para interpretar el papel de Timar, se suicidó pocos días después de recibir su llamada. Las enfermedades tropicales hicieron presa en el equipo de rodaje, Gainsbourg incluido, y, para colmo de males, la financiación se agotó antes de lo previsto. Lo mejor es tal vez la música para la banda sonora, en la que Gainsbourg continúa la exploración de los sonidos africanos que ya había avanzado en L’homme de la tête à chou.


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Charlotte for Ever (1986). Guión y dirección: Serge Gainsbourg. Director de Fotografía: Willy Kurant. Montaje: Babeth Si Randane. Música: Serge Gainsbourg. Reparto: Serge, Charlotte Gainsbourg, Rolland Dubillard, Roland Bertin y Anne Zamberlan.

Dos películas buenas, dos películas malas. Una proporción del cincuenta por ciento no está nada mal; ya lo quisieran para sí algunos de los cineastas mimados por la crítica y / o el público. Charlotte for Ever forma junto a Je t’aime… el primer par, y yo diría que incluso supera a esta última con creces. Por visceral, por loca, por cruel. Aquí Gainsbourg se deja literalmente las tripas, aúlla, vomita sobre la cámara. Y, a pesar de todo, hay algunos hallazgos visuales soberbios en esta película. Para empezar, la fotografía de Kurant contribuye notablemente a crear esa atmósfera luctuosa y claustrofóbica que envuelve cada secuencia. Pero no se debe olvidar tampoco a esa puta descomunal que trota por el pasillo haciendo temblar los cimientos de la casa, o a las niñas que juegan a los bolos con cascos de moto (haciendo las veces de bolas) y cascos de botella (en lugar de boliches), o la mano enguantada en negro hundiéndose en la garganta de Serge. Obscena, enfermiza y de muy mal gusto. Esta vez podemos estar de acuerdo con la crítica, aunque con una salvedad: tales adjetivos no tienen nada de peyorativo; es más, conforman el trípode sobre el que se asienta la poética del film.


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Stan the Flasher (1990). Guión y dirección: Serge Gainsbourg. Productor: François Ravard. Director de fotografía: Olivier Guéneau. Montaje: Babeth Si Randane. Música: Serge Gainsbourg. Reparto: Claude Berri, Aurora Clément, Richard Bohringer, Elodie Bouchez y Lucie Chabanis.

Gainsbourg escribió el guión de Stan the Flasher en el bar del Hotel Raphael de París, entre el humo perenne de sus Gitanes. Es una película rápida y breve –apenas supera la hora de metraje- en la que Serge pasa lista a sus obsesiones y vuelve sobre la temática recurrente en su filmografía anterior y en sus canciones. En cierto modo, es una variación sobre el tema de la nínfula que ya había tratado en Charlotte for Ever y de los amores inevitables pero imposibles que habían aparecido en sus otras películas. Claude Berri encarna aquí la figura del perverso patético, del viejo perdedor aniquilado por la Lolita de turno: una Élodie Bouchez adolescente que se estrenaba en el cine con esta película. La arrebatadora Aurora Clément es la tercera en discordia. El film se deja ver, y tiene algunos momentos rescatables de humor negro, pero carece de la intensidad y el corazón de su antecesora.



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Screaming Jay Hawkins & Serge Gainsbourg - Constipation Blues


2 comentarios:

Alfonso Rodríguez dijo...

Grande entre los grandes este Gainsbarre!!!

Suyas son algunas de las mejores melodías del pop de todos los tiempos. Como cineasta me gusta menos, aunque reconozco que es posible encontrar en sus películas algunos momentos de genialidad.

Buenísimo el post del maestro Devos, e impagable la portada del Métal Hurlant con el careto de Gainsbourg.

Bravo por Amputaciones, y ánimo con el blog. Es un placer poder leerte.

Un admirador

Amputaciones dijo...

Por fin alguien que se asoma y se manifiesta. Empezaba a sentirme muy solo.

Gracias, como siempre, por los elogios.

Por cierto, te recomiendo 'Evguénie Sokolov', la novelita de Gainsbourg que acaba de publicarse en castellano.

Salud.