Para entonces la oleada punk estaba en cierto modo replegándose. Nancy Spungen había aparecido desangrada en el cuarto de baño de una habitación del Hotel Chelsea; Sid Vicious, entre otras cosas su compañero de cuarto y de jeringa y más que probable asesino, la seguiría un año después. Muchos anduvieron sus mismos pasos; otros se domesticaron, incidieron en lo musical, se volvieron hacía la electrónica, parieron la New Wave. Otros, en fin, siguieron profundizando en la veta agresiva y contestaria del movimiento, la hicieron más densa en términos artísticos e ideológicos. Ahí están los Clash para demostrarlo. Pero, en todo caso, hubo algo del punk que prendió con fuerza en eso que los sociólogos llaman subcultura juvenil, una especie de legado más o menos perenne: la idea de que cualquiera, aunque uno no sepa distinguir una Gibson Les Paul de medio kilo de tocino rancio, puede hacer música; de que el rockanrol es algo más que una variante de la música popular, de que se trata –disculpad el tópico- de una forma de vida e, idealmente, de una forma de vida radicalmente a la contra.
El punk era además una de esas reacciones cíclicas que animan de vez en cuando el vaivén dialéctico de los movimientos artísticos. Más que una forma musical definida era una respuesta a la babosería hippie, a la rebeldía blanda y bienintencionada del rock que le había precedido, a los arabescos barrocos del progresivo y la psicodelia. Brutalmente nihilista, pero también terriblemente creativa. Por eso los grupos punk podían beber de muchas fuentes, y de la manera más desprejuiciada. Los Ramones flipaban con la bronceada ñoñería del surf de los sesenta y a los Clash, del otro lado del Atlántico, les molaban, entre otras, las cosas que hacían los rudies jamaicanos. En esto –y en otros muchos aspectos- el grupo de Joe Strummer y Mick Jones se adelantaría al ska revival que las islas británicas conocerían a finales de la década.
Desde luego Coventry había vivido -y vivía aún- la movida punk con intensidad. Bandas como The Squad, The Flys, The Urge, The Vietnamese Babys, Gods Toys, The Pink Umbrellas, Roddy Radiation and the Wild Boys o The Automatics eran grupos punk bien conocidos en la escena del clubbing local. Pues bien, la última de estas bandas tiene un especial interés para nuestra historia. El grupo en cuestión era fundamentalmente el resultado de las inquietudes artísticas de dos buenas piezas de la ciudad: Jerry Dammers, hijo de clérigo, skinhead que solía reventar fiestas hippies a golpe de discos de Prince Buster y ocasional versioneador de Small Faces con la banda Sissy Stone; y Horace Panter, compañero del anterior en la Lanchester Polytechnic y bajista en una humilde agrupación de soul. A ellos se unieron Tim Strickland (vocalista), Silverton Hutchinson (batería, de Barbados) y Lynval Golding (guitarristas jamaicano). A Strickland los sustituiría pronto Terry Hall, el antiguo cantante adolescente de los Squad. Resultado: The Coventry Automatics, antecedente directo de The Specials.
Durante algún tiempo el grupo estuvo actuando en el pub Mr. Georges como telonero de grupos punkies de más renombre. Ya bajo el nombre de The Special AKA, uno de sus conciertos tuvo como asistente de honor al bueno de Joe Strummer, que, fascinado por el modo en que sonaban en directo, los invitó a acompañar a los Clash en su On Parole UK Tour. La gira por las islas provocó que el grupo ganase en visibilidad y que, poco a poco, se fuese haciendo conocido fuera de su ciudad natal. A mediados de 1979 y después de haber sufrido el rechazo de varias compañías, Dammers consideró que era hora de ponerse a trabajar en serio para sacar adelante una idea que hacía tiempo le bullía en la sesera: poner en marcha un sello discográfico, lejanamente inspirado en Tamla o Stax, que diese cobertura a la nueva escena skatalítica y, sobre todo, que permitiese publicar a su propia banda. El sello sería bautizado como 2 Tone Records.
El nombre hacía referencia, por un lado, a una cuestión puramente indumentaria. Los dos tonos o colores eran el blanco y el negro del atuendo de los hard mods o lemonheads, que los skins de la segunda mitad de los setenta habían asimilado como propio. Americana y corbata negras y estrechas, pantalones ajustados, también negros, y con las perneras por encima de los tobillos, dejando a la vista una pequeña franja de los calcetines blancos, zapatos igualmente oscuros y, en la cabeza, un menudo pork pie hat; de tal guisa iba precisamente vestido Walt Jabsco, la imagen de marca de 2 Tone y, por extensión, emblema de la Nueva Ola de ska británico. Pero el nombre hacía alusión además a un problema de mayor calado: el de la cuestión racial. En este sentido, 2 Tone era un equivalente del lema ‘blacks & whites united’ contra el racismo, el renacer del fascismo y la xenofobia, y la apropiación por la extrema derecha de los modos y símbolos del proletariado skinhead.
El sello estaría activo desde 1979 hasta 1985 y se encargaría de producir la obra de una quincena de grupos, entre ellos los que podéis ver y escuchar más abajo. Muchos de ellos –Madness o Bad Manners- no grabaron con la compañía más que algún single, pues una muy generosa cláusula general los liberaba después de haber registrado un solo sencillo. Sin embargo, todos ellos fueron incluidos en el movimiento 2 Tone, pues, con el tiempo, el nombre de la compañía vino a designar metonímicamente a todos los grupos encuadrados dentro de la segunda generación del ska, hubiesen grabado mucho, poco o nada con el sello de Jerry Dammers.
Más sobre el 2 Tone en la Red:
- El portal de 2 Tone Records.
- El libro de Pete Chambers sobre el movimiento.
- Homenaje de la BBC al ska revival.
- Sitio de Tony Tye (autora de las fotografías que ilustran el texto).
Y a continuación:
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1 comentario:
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