HACIA LA LUCHA GENERAL:
LUCHEMOS PARA VIVIR.
Introducción.
A finales de año concluye el contrato para tres millones de trabajadores. Pero ya en los meses próximos habrá de producirse un gran desarrollo de las luchas en las fábricas, en las plazas, en el campo, en la escuela. La crisis unifica las condiciones de vida de todos los proletarios, y la represión que el patrón desencadena contra éstos hace necesario responder con una lucha cada vez más general. Por otro lado, ya hoy en las luchas en curso, los trabajadores y los proletarios ven claro que los problemas con que nos encontramos no pueden ser resueltos, ni siquiera afrontados, con una lucha particular, de una sola fábrica, de un solo barrio, de una sola escuela, aunque tal lucha sea muy dura. La respuesta justa al ataque del patrón es siempre la extensión y la generalización de la lucha, y hoy esto resulta tanto más urgente cuanto más duras y generales son la crisis y la represión. Prepararse para los contratos quiere decir organizarse con vistas a una lucha general que implica a todo el proletariado: los trabajadores, los desocupados, los jornaleros, los estudiantes y las mujeres proletarias, la masa explotada del norte y del sur. En las luchas particulares de hoy y en las de los próximos meses, debemos saber individuar y proponer objetivos de carácter general, que ya desde ahora deben orientar todo nuestro trabajo de propaganda, de agitación y de organización de las masas. Dichos objetivos no deben caer desde las alturas, como una hermosa plataforma lista ya para servir, sino que deben demostrar que son, en todo momento, la respuesta justa a los problemas que las masas se encuentran de frente y por los cuales luchan ya hoy en día. Dichos objetivos, pues, no tienen sentido sin la perspectiva de una lucha general, pero deben orientar todas las luchas particulares que existen hoy. Una vez más, nuestro punto de referencia son las grandes fábricas del norte, los obreros que durante estos años han estado a la cabeza de la rebelión proletaria. Porque el modo en el cual los problemas (es decir, la crisis y el ataque de los patrones y del Estado) se presentan en tales situaciones nos indica ya el camino para afrontarlas de manera general: contando con las fuerzas de todo el proletariado, pero utilizando a fondo la fuerza y la experiencia que los trabajadores han conquistado en los tres últimos años.
Con o sin trabajo, salario garantizado.
En otoño del 69, incapaz ya de mantener bajo control la lucha obrera, Agnelli comenzó a suspender de empleo y mandar a casa a millares de obreros: prefería que no trabajasen antes que correr el riesgo de que fuesen a la fábrica sólo para luchar y organizarse en su contra. Los sindicatos vinieron en su auxilio firmando un acuerdo sobre las “horas de deslizamiento” conforme al cual, después de que una línea quedase detenida durante una hora a causa de la huelga en cualquier otro lugar de la fábrica, el patrón podía mandar a casa a los trabajadores “inactivos” sin pagarles. Tal acuerdo se convirtió en la más formidable arma del patrón contra las huelgas autónomas de los trabajadores (esto es, decididas sin los sindicatos) y contra las formas más incisivas de lucha, aquellas precisamente que cuestan poco a los trabajadores y bloquean toda la producción. Desde entonces, no pasa una semana en la FIAT sin que millares de trabajadores sean mandados a casa por Agnelli, sin ser pagados, para impedir que una lucha que parte de un equipo o de una sección se generalice a toda la fábrica. Los demás patrones han aprendido de Agnelli: el año pasado, Pirelli intentó castigar a los obreros que luchaban autónomamente recortando el salario a aquellos que “bajaban los puntos”, o lo que es lo mismo, autolimitaban su producción; pero le salió mal: los trabajadores emprendieron un proceso contra el patrón, lo ganaron e hicieron que les restituyesen todo el dinero que el patrón quería robarles. Ahora Pirelli ha adoptado los mismos métodos que Agnelli: cuando hay una sección en lucha, el patrón manda a casa a los trabajadores de otra sección sin pagarles, o mejor dicho, no les deja siquiera entrar en la fábrica. Lo mismo empiezan a hacer los de la Alfa y pronto lo harán todos los patrones. Esta auténtica maniobra anti-huelga, que patrones y sindicatos, en su lenguaje de bribones, llaman “puesta en libertad”, no es muy diferente de lo que millares de patrones y patroncillos están haciendo en toda Italia con el “fondo de desempleo”. Las horas del fondo de desempleo aumentan vertiginosamente, pero las estadísticas nos dicen poco al respecto: los patrones reducen el horario de los trabajadores muy a menudo, pero no siempre el fondo de desempleo interviene para “reintegrar” el salario de los obreros que trabajan en horario reducido. La caja paga además con mucho retraso y muy a menudo los trabajadores incluidos en su bolsa, cada vez más ligera y cada vez más llena de cálculos y “recálculos” incompresibles, no consiguen saber si tales horas les han sido pagadas o no. Los patrones utilizan el fondo de desempleo, como utilizan en general toda la crisis: se desembarazan de unos pocos trabajadores para poder explotar más y mejor a los que quedan, y esperan que los trabajadores bajen la cabeza para volver a producir a todo ritmo. Los patrones quieren transformar las fábricas en lo que son las plazas del sur: un lugar en el que, por la mañana, los trabajadores van para saber si el patrón los quiere, si hay o no trabajo para ellos; si no lo hay, se marchan sin más a casa, y si lo hay, tienen que aceptar las condiciones del patrón. Para esto les sirve la crisis, el fondo de desempleo, el “deslizamiento”. Pero los trabajadores no se han quedado mirando. Si en las fábricas pequeñas es por ahora difícil luchar contra los licenciamientos, contra el fondo de desempleo, contra los robos en el salario, porque las fuerzas son pocas y están divididas, en las grandes fábricas, la respuesta ha sido y es durísima. En la FIAT ya hace más de un año que los trabajadores luchan para que se les paguen las horas de deslizamiento y Agnelli, con su “puesta en libertad” no ha conseguido impedir que dejen de parar y continúen luchando. Para que se les paguen esas horas, los trabajadores deben estar organizados de tal modo que, cuando el patrón pretenda mandar a casa a los trabajadores de una línea, paren también los trabajadores de todas las demás; así Agnelli se lo pensará dos veces antes de mandar a alguien a casa. Para conseguir esto se precisan vínculos muy sólidos entre los trabajadores de todas las líneas, que son millares, decenas de millares: se trata de un trabajo inmenso, pero en la lucha contra el “deslizamiento” crece una organización interna que, cuando tenga fuerza para imponerse, pondrá a los trabajadores en condiciones de dirigir completamente sus luchas dentro y fuera de la fábrica. En la Pirelli de Settimo, los trabajadores, a través de una lucha durísima y completamente autónoma, han vencido, han conseguido que les pagasen el salario entero, aun cuando se mantuvieran “inactivos”. También en la Alfa Romeo de Milán los trabajadores entraron en los despachos y dijeron a los dirigentes: o nos pagáis las horas de “deslizamiento” u os tiramos por la ventana. Y les pagaron. Los sindicalistas, y también muchos delegados con un pie en cada lado, pretenden colarse en estas luchas para engañar a los trabajadores: no piden que se pague lo mismo a todos, sino que todos puedan trabajar lo mismo; de este modo pretenden poner a los trabajadores “inactivos” a causa de una huelga arriba o abajo contra los trabajadores que, con su lucha, lo han bloqueado todo. Es ésta una línea fracasada y derrotada desde el principio: si los trabajadores consiguen “trabajar todos lo mismo”, significa que el orden del patrón ha vuelto a la fábrica, que ya no están permitidas las huelgas autónomas, y que deberán impedirlas precisamente aquellos trabajadores a los que el patrón quiere mandar a casa. El objetivo justo es hacerse pagar el salario completo de todos modos y llegar a una lucha general para imponer la “abrogación” de ese acuerdo-estafa sobre el “impago de las horas de deslizamiento” que firmaron los sindicatos. Porque dicho objetivo, el salario garantizado, no afecta sólo a las grandes fábricas: es el mismo objetivo por el que lucha, o están dispuestos a luchar, los millares y millares de trabajadores a los que el patrón, por un motivo o por otro, ha reducido el horario o sometido al fondo de desempleo; es el objetivo de todos los trabajadores, los obreros de la construcción, los jornaleros, que han sido licenciados en los últimos tiempos y que están preparados para batirse, desde luego no para que los exploten como antes, sino para poder vivir, para tener un salario como los trabajadores que todavía tienen un empleo sometido al patrón. Es el objetivo por el que ya hoy luchan los desocupados y los proletarios, que la crisis ha reducido al hambre en las plazas de pueblos del sur como Castellammare; los proletarios que hacen cola ante las oficinas de empleo o que malgastan su vida en los “talleres escuela” y otros timos del mismo tipo a cambio de una miseria. Es el objetivo de millares de jóvenes –y no sólo de jóvenes proletarios- que ya no quieren emigrar, o que están obligados a estudiar a cambio de un diploma inútil porque no hay trabajo para ellos. Son éstos los proletarios a los que los trabajadores de las grandes fábricas deben saber decir con palabras claras: CON O SIN TRABAJO, QUEREMOS COMER, QUEREMOS VIVIR, QUEREMOS QUE SE NOS PAGUE.
Queremos trabajar menos, no queremos quitar el trabajo a otros proletarios.
Para qué sirve la desocupación es algo que hemos comprendido en estos años: para hacer trabajar más a aquellos que siguen sometidos al patrón con la amenaza de perder su puesto de trabajo. En las grandes fábricas la amenaza de verse despedido ya comienza a hacerse sentir, pero hace tres años no era así: los trabajadores decían “A mí, si la FIAT me despide, me hace un favor”. Ahora, sin embargo, encontrar otro trabajo resulta cada vez más difícil, sobre todo porque la FIAT, y todas las otras fábricas, en cuanto despiden a alguien envían su nombre a la comisaría y, en pocos días, todos los patrones están enterados. Luego, en las fábricas pequeñas, cuando se monta jaleo, el patrón amenaza incluso con echar el cierre al garito. Porque vemos claro lo que la crisis significa para los patrones: licencian a un buen puñado de trabajadores, pero luego no se produce mucho menos; de la producción tiene que encargarse la parte de los trabajadores que se han quedado: recortan los tiempos, te imponen horas extraordinarias, te quitan el tiempo para ir a mear y hasta te timan en la nómina. Y si protestas, te contestan que también puedes largarte. Trabajar menos redunda en interés del trabajador: antes que nada, porque cada hora que se pasa bajo el patrón es un poco de salud que se va, y cuanto más trabajas, peor te sientes. En segundo lugar, porque la producción es la fuerza del patrón, pues de la explotación de la clase obrera los patrones extraen toda la riqueza que les permite dominar al proletariado por medio del Estado. Si hoy los patrones están en crisis es porque los trabajadores les han golpeado en la producción. En tercer lugar, porque cuanto más trabaja el obrero, más puede permitirse el patrón reducir el personal, licenciando a los trabajadores y no contratando a otros nuevos, y continuar así usando a los desocupados para chantajear a los que están en la fábrica. De esta manera, la crisis, en lugar de suponer un perjuicio para el patrón, empieza a convertirse en un elemento de debilidad para la clase obrera. Sólo con las horas extraordinarias que se hacen cada día en Milán se lleva a cabo el trabajo que, de otra manera, requeriría 100000 ocupados más. Por este motivo, la lucha contra la producción, contra la intensificación de la explotación, contra el recorte de los tiempos, contra las horas extraordinarias, por una reducción efectiva de la jornada de trabajo, continúa siendo la principal arma en manos de la clase obrera para combatir al patrón, incluso en los períodos de crisis. Por eso, la manera en que acabe esta crisis, ya sea que los patrones salgan de ella reforzados, tras haber hecho hincar la rodilla a la clase obrera, o que, por el contrario, sea precisamente el inicio del fin para todos los patrones y para su sistema de explotación, depende en gran parte de cómo los trabajadores sepan continuar su lucha contra la producción. Hasta con la mutualidad nos han engañado patrones y sindicatos. Los trabajadores han luchado para tener la mutua igual que los empleados, es decir, para poder quedarse en casa cuando no se encuentran en condiciones de trabajar y que se les pague el cien por cien del salario. Durante el otoño caliente, los sindicatos nos dijeron que lo habíamos conseguido, y ahora resulta que el cien por cien de la mutua lo tenemos sólo los primeros dos meses y después nos pagan sólo la mitad, o lo que es lo mismo, menos que antes. Se trata, pues, de una medida patronal contra el absentismo, de manera que también la mutua se convierte un enredo para hacernos trabajar más y recortar nuestra libertad. Por eso, la lucha contra la producción, contra la intensificación de la explotación, contra la tentativa de hacer trabajar más a los que se quedan en la fábrica para despedir a los otros, debe tener objetivos precisos: NO AL AUMENTO DE LA PRODUCCIÓN, NO A LAS HORAS EXTRAORDINARIAS, REDUCCIÓN DEL HORARIO Y PARIDAD DE SALARIOS PARA TODOS (Y, SOBRE TODO, EN LAS FÁBRICAS EN LAS QUE LOS TRABAJADORES QUEDAN SOMETIDOS AL FONDO DE DESEMPLEO), EL CIEN POR CIEN DE LA MUTUA PAGADO TODO EL AÑO. Despiden a la gente y la meten en el fondo de desempleo porque dicen que no hay trabajo para todos: muchos padres de familia tienen que quedarse en casa mientras mandan a sus mujeres, a sus hijos, a currar por una miseria porque, para quienes no reclaman ningún derecho, los patrones siempre encuentran algún trabajo. En Italia hay más de un millón de desocupados, más de un millón de niños de menos de 14 años que trabajan y más de un millón de mujeres que trabajan a domicilio, y ningún proletario anciano consigue sobrevivir sin trabajar si tiene que contar sólo con su pensión. A partir de ahora, ningún patrón debe explotar a los niños o a los ancianos y utilizarlos para crear desempleo entre los proletarios que tienen familia.
Queremos un aumento salarial para todos, y que sea grande.
El costo de la vida aumenta continuamente. No nos liberaremos de la esclavitud del salario -esto es, del trabajo bajo el patrón- mientras luchemos tan sólo por aumentar nuestra paga. Pues apenas se ven obligados por nuestras luchas a concedernos alguna cosa con una mano, los patrones lo recuperan enseguida con la otra. Nos aumentan un poco la paga y ya lo han recuperado con intereses, subiendo los precios. Esto no quiere decir, sin embargo, que debamos renunciar a los aumentos salariales, porque los precios aumentan continuamente; y si no suben las pagas, ¡acabaremos por trabajar gratis! Cuando los trabajadores comenzaron esta oleada de luchas autónomas que ha hecho temblar el sistema de los patrones en los últimos años, lo que más pedíamos era dinero, porque el dinero es lo que sirve para continuar viviendo en esta sociedad de mierda. Después los patrones comenzaron a cerrar la bolsa: continuaban las luchas, pero los patrones ya no aflojaban; es decir que liberados, comités y engañifas del mismo tipo seguían concediéndolos, pero dinero, cada vez menos. Los trabajadores se dieron cuenta de que para conseguir un aumento, un aumento que de verdad sirva para mantener a raya el costo de la vida, se requiere fuerza: una fuerza que los trabajadores de una sola fábrica, por muy grande que sea, incluso de la FIAT, no pueden tener; que sólo pueden tener los trabajadores de todas las fábricas cuando luchan juntos; es decir, toda la clase obrera unida en la dura lucha. Los sindicatos son los siervos de los patrones. Cuando los patrones celebran su banquete porque “florece la economía”, o lo que es lo mismo, cuando la explotación va a toda vela, los sindicatos se ocupan de que alguna migaja del festín vaya a parar a los trabajadores. Pero cuando la economía va mal, cuando los patrones están “en crisis”, lo primero que piensan los sindicatos es que, para apretarse el cinturón, los trabajadores van delante. Es esto exactamente lo que los sindicatos hicieron en el 66/67. También entonces había “coyuntura” y los patrones lloraban desconsolados. A los sindicatos entonces no se les ocurrió nada mejor que renunciar a pedir aumentos salariales, y de hecho los contratos del 66/67 fueron un auténtico timo, en el que no se obtuvo nada y se perdió mucho. Este año los sindicatos se han inventado un nuevo truco para que no se pidan aumentos de salario. “Hagamos que los patrones ganen un poco de dinero –vienen a decir- y luego obliguémoslos a emplearlo para industrializar el área meridional”. Con tales argumentos ya justificaron hace un año y medio la derogación del horario de trabajo en la FIAT, a cambio de la promesa de construir fabricas en el sur. Como si el dinero que los patrones rapiñan con la explotación de la clase obrera acabase en los bolsillos de los proletarios del meridiano. En realidad, el dinero lo usan los patrones para una sola cosa: organizar mejor la explotación de la clase obrera en el norte y deportar nuevos proletarios del sur a sus fábricas y a sus asquerosas ciudades; es decir, para una mayor explotación de los proletarios tanto en el norte como en el sur. No tenemos intención alguna de dejar carta blanca a los patrones. A nosotros no nos causa tristeza arruinar a los patrones: su muerte es nuestra vida. Queremos aumentos salariales, y que sean grandes. No sólo las cinco o diez mil liras que nos devuelven de lo que han robado a lo largo de estos años. Queremos treinta, cuarenta mil liras para coger de nuevo aliento. Así que está claro que, si continuamos luchando sólo fábrica por fábrica, jamás tendremos fuerza suficiente para arrancar un auténtico aumento salarial. Pero si la clase obrera lucha toda junta, entonces sí que tendremos fuerza para conseguirlo. ¡Y cómo!
Queremos la categoría única.
En la primavera del 69, los trabajadores de la FIAT dieron inicio a una serie de luchas autónomas que dura todavía hoy. La segunda categoría para todos fue el objetivo principal por el que se lanzaron a la lucha. De entonces para acá y en cada nueva lucha, no sólo en la FIAT, sino en todas las fábricas, los trabajadores no han renunciado a dicho objetivo, que es fundamental porque representa el principio según el cual, frente al patrón, los trabajadores son todos iguales, que tienen todos las mismas necesidades, que no quieren hacerse dividir por el patrón por las diferencias en la paga, que no están dispuestos a lamer culos para ganar más o hacer carrera. Los trabajadores no quieren que se les pague por el trabajo que hacen, tanto más cuanto que el trabajo bajo el patrón es igualmente asqueroso y fatigoso en todas partes; quieren que se les pague en función de las necesidades que tienen y de la fuerza que poseen para arrancar más dinero al patrón. Muchos de los objetivos que los trabajadores eligieron autónomamente, como los aumentos salariales iguales para todos, fueron impuestos después a los sindicatos, que, aun contra su voluntad, y solamente para “enjaular” la lucha obrera, han tenido que incluirlos en su plataforma. La segunda categoría para todos, esto es, la igualdad salarial para todos los trabajadores, no. Los sindicatos ni la han aceptado ni la aceptarán jamás. Desde entonces, los sindicatos se las han ingeniado de todas las maneras imaginables para intentar eliminar este objetivo de la cabeza de los trabajadores, para distorsionarlo y transformarlo en el objetivo, tan querido por el patrón, de introducir, también entre los trabajadores, una “carrera” con sus escalafones y promociones como la que existe para los empleados. Si patrones y sindicatos tuviesen las manos libres, hoy en las fábricas ya no habría ningún trabajador que cobrase lo mismo que el otro, como sucedió durante tantos años en la Intersind, donde había 26000 niveles salariales distintos gracias al sistema de las “pagas de puesto”, que durante muchos años los sindicatos han exaltado como una gran conquista de la clase obrera. En la FIAT y mientras han podido, los sindicatos han fingido que el objetivo de la segunda para todos ni siquiera existía. Cuando esto ya no les fue posible, concluyeron un acuerdo con Agnelli para distribuir 16000 segundas categorías entre todos los trabajadores de la FIAT, que son 140000, de modo que los trabajadores tendrían que degollarse para obtenerla. Para engañar mejor a los trabajadores, formaron “comités” con la tarea de distribuir dichas categorías, de modo que un cierto número de trabajadores deberían especializarse en hacer la “selección” entre sus compañeros con el fin de escoger a aquellos que el patrón quisiera promocionar. El acuerdo que acaba apenas de firmarse en la Ansaldo es aún peor: trata de establecer una auténtica “carrera” obrera, con seis niveles de paga, de manera que el trabajador se tiene que pasar toda la vida peloteando al patrón –o a los sindicatos, que son la misma cosa- para pasar de un nivel a otro y recorrer todas las escalas de retribución. Es lo mismo que piden los sindicatos en la Alfa Romeo. Podemos prever que, en los próximos contratos, la parte más importante de la plataforma sindical estará dedicada a pedir tal “carrera”. Pero si vemos las cosas como son, nos daremos cuenta de que los operarios no la quieren y no están dispuestos a perder ni siquiera un minuto de huelga para conseguirla. En la FIAT, un equipo tras otro sigue parando para obtener la segunda para todos. En la Alfa Romeo, los trabajadores no luchan ciertamente por la “carrera”, sino para golpear al patrón y organizarse con vistas a las próximas luchas generales. Y lo mismo en la Ansaldo y todas las otras fábricas. El objetivo de la categoría única, de la paridad salarial para todos los trabajadores, es fundamental no sólo para truncar las tentativas que patrones y sindicatos, en comandita, están poniendo en marcha. Es también un objetivo fundamental porque hace saltar todos los enredos que hay tras el problema de los “contratos”. Y éste consiste en que, para los sindicatos, los metalmecánicos deben tener un contrato, los trabajadores de la construcción otro, los de la industria química otro distinto y así sucesivamente. Un contrato quiere decir una paga, y así sucede que cada trabajador recibe una paga distinta del otro, como si no comiésemos todos igual, no tuviésemos todos mujer e hijos que mantener, alquiler que pagar, como si los precios no subiesen para todos del mismo modo. Así éste es un objetivo fundamental de las próximas luchas: categoría única, contrato único, todos los trabajadores unidos para luchar por las mismas cosas.
Queremos casa para todos.
Los patrones se han quedado con las casas. Nos han hecho abandonar a millares las nuestras para venir a trabajar a sus fábricas. Han destruido las casas, las ciudades, los pueblos en los que vivimos con la especulación, con el tráfico, con el humo y la porquería de las fábricas. A nosotros nos mandan a vivir amontonados en las buhardillas de las pensiones, en colmenas sin zonas verdes ni comodidades. El objetivo de vivienda para todos quiere decir, pues, muchas cosas: antes que nada, tener una casa sana, limpia, habitable, sin vivir como las sardinas. Después, no perder la mitad del salario o tener que hacer dos trabajos para pagarla. Tener zonas verdes, tiendas, escuelas, guarderías y entretenimientos cercanos. Tener transportes cómodos para llevarnos al trabajo. Tener una vida que vivir que no esté solamente hecha de trabajo. Luchar por la vivienda quiere decir revolucionar completamente nuestro modo de vivir. Por eso, de las luchas por la vivienda que se han llevado a cabo hasta ahora, podemos decir que no están más que en sus inicios. Con la vivienda especulan todos nuestros enemigos: los patrones, que nos rapiñan el salario con el alquiler. El gobierno, que se hace pagar dos veces el alquiler con las retenciones. Los especuladores inmobiliarios, que hacen las ciudades inhabitables y explotan a los trabajadores durante dieciséis horas en las obras en los periodos de boom para después echarlos a la calle cuando llega la crisis. Los partidos y los diputados, que compran votos con la promesa de viviendas de protección oficial. Los sindicatos, que nos han hecho hacer jornadas de huelga por una reforma de la vivienda que deja las cosas como están. No debemos esperar viviendas de nuestros explotadores, como no debemos esperar tampoco la salud y el bienestar. Esto es algo que los trabajadores y los proletarios han comprendido siempre y, dondequiera que han tenido fuerza y organización, las viviendas las han tomado. Hay barrios enteros en los que han rebajado los costes por su cuenta, o donde ya no se paga la calefacción o los gastos, y la policía no tiene fuerza para desahuciarlos porque están todos unidos. Las ocupaciones de casas vacías, sobre todo de casas de protección, tanto en las ciudades del norte como en la zona meridional, son luchas cada vez más comunes. Pero, de momento, es algo reducido, porque tales luchas comienzan aisladas y todavía no ha habido la capacidad de unir bajo el mismo objetivo a todos los proletarios que están verdaderamente dispuestos a ocupar viviendas. Cuando la lucha por la vivienda sea organizada directamente por la clase obrera, por los trabajadores que hoy se encuentran unidos en la lucha contra el patrón dentro de las fábricas, la vivienda podrá convertirse en el objetivo de una lucha verdaderamente general. Un objetivo al alcance de todos los trabajadores y de todos los proletarios, como, durante el otoño caliente, estaba al alcance de todos los trabajadores la posibilidad de cazar esquiroles o de echar a patadas de las oficinas a un jefe o a un empleado. “Ocupar casas no resuelve el problema, porque significa quitárselas a otros proletarios que también las necesitan”, dicen los sindicatos y los siervos de los patrones para convencer a los trabajadores de que deben tener confianza en las reformas patronales en lugar de en sus propias fuerzas. Esto por el momento es falso, pues para las casas de protección oficial quienes tienen preferencia son los pelotas. Pero, sobre todo, porque cuando los proletarios sientan que de verdad tienen fuerza para tomar casas, no se detendrán ciertamente en las de protección. En cada ciudad hay millares de apartamentos privados desocupados, y luego están los hoteles, las oficinas, las villas y los apartamentos de los patrones que tienen tantas habitaciones inutilizadas y hasta doble o triple servicio. ¡Es hora de que los patrones se aprieten un poco, porque los proletarios no pueden esperar más!
Queremos una reducción en los precios de todos los productos de primera necesidad: alimentos, alquileres, ropa.
El costo de la vida aumenta continuamente y la crisis no hace más que acelerar dicho aumento. El salario de los trabajadores no consigue siquiera mantener a raya las subidas: ¡esto sí que es “bienestar”! Porque para los desocupados, para los trabajadores despedidos, para los proletarios que se las apañan con mil oficios, por no hablar de los pensionistas, el aumento de los precios significa el hambre. Lo cual, sobre todo en el área meridional, es como una lenta condena a muerte. Los trabajadores dicen: “pedir aumentos de salario no basta, así no se da un paso adelante. Aquello por lo que debemos luchar verdaderamente es por la reducción general de los precios”. ¡Y es verdad! Para imponer un objetivo de este tipo no bastan, sin duda, las fuerzas de los trabajadores de una fábrica, ni tampoco las de todos los metalmecánicos puestos juntos (que, sin embargo, son más de un millón). Por eso, los sindicatos nos hacen luchar siempre divididos, fábrica por fábrica, y han dividido a toda la clase obrera en tantos sectores (metalurgia, química, textil, construcción), para que no nos juntemos todos y luchemos por las mismas cosas. Pero esto es exactamente servir a los intereses de los patrones, y no a los nuestros. Aquello por lo que nosotros trabajamos, sin embargo, aquello que quieren los trabajadores de todas las fábricas en lucha, aquello que es preciso lograr entre los desocupados y los proletarios del sur, que se ven obligados a rebelarse para sobrevivir, es conectar todas estas luchas, prepararnos para una lucha general, poner a todos los proletarios en condiciones de contar hasta el fondo con las propias fuerzas. De ahí que un objetivo como la reducción de los precios no sea ya un sueño, sino algo real, o mejor dicho, el objetivo más justo, más concreto, más realista, porque es lo que verdaderamente quieren las masas explotadas en cualquier lugar. En otros tiempos, sobre todo en periodos de crisis como los años de la posguerra, las masas lucharon por este objetivo y, en muchos casos, obtuvieron victorias. Porque era un período en el que, cuando la clase obrera luchaba, arrastraba a toda la ciudad. Y no para quedarse en casa haciendo las huelgas-vacaciones que nos han enseñado a hacer los sindicatos en favor de las “reformas”, sino para echarse a la calle, para hacer temblar a las “autoridades”, para decir a las claras que o se le daban las cosas o las tomaría por su cuenta. Se han necesitado más de veinte años de traiciones de los sindicatos y de los dirigentes del Partido Comunista para acostumbrar a la clase obrera a luchar dividida, ahora en una fábrica, ahora en la otra, hoy los de la metalurgia y mañana los de la química, y siempre por objetivos que ni siquiera resarcen de los costos de la huelga. Pero ahora esta historia debe terminar, y está terminando. La mayor conquista de los últimos tres años de lucha que los trabajadores y todos los proletarios deben saber aprovechar es haber comprendido que la lucha es necesario hacerla todos juntos, que nuestra fuerza es la unidad y la voluntad de organizarse para llegar a una lucha general, porque éste es el único modo para alcanzar aquello por lo que hemos luchado durante todos estos años. Algunos compañeros dicen: “Este objetivo, la reducción general de los precios, es algo demasiado gordo. Los patrones no pueden dárnoslo, así que no querrán dárnoslo jamás”. Esto no es una objeción, sino una tontería. Pues es un objetivo que los proletarios quieren y estarán dispuestos a luchar por él cuando sientan que tienen la fuerza para hacerlo. Y el motivo por el cual luchamos contra los patrones es que, aquello que los proletarios quieren, los patrones no pueden ni quieren dárselo. Y si se ven obligados a concederlo, enseguida intentarán desdecirse, como han hecho y siguen haciendo con todos los demás objetivos. Por eso, ninguna de las conquistas de los proletarios será jamás segura hasta que nosotros seamos los patrones. Pero es también por eso por lo que cada una de tales conquistas puede ser un paso adelante hacia la destrucción del poder de los patrones y de la explotación, si continuamos luchando por defenderlas y por seguir avanzando. Otros compañeros hacen la objeción opuesta: “Se trata de un objetivo reformista. Los proletarios deben tomar las cosas, no pedirlas”. También éste es un discurso equivocado. Lo que los proletarios quieren –y quieren, desde luego, la reducción general de precios- no es ni “reformista” ni “revolucionario”. Reformista o revolucionario es el modo en el que dichos objetivos se llevan adelante y el modo conforme al cual se organiza la lucha para obtenerlos. Nosotros no iremos al parlamento a pedir la reducción general de los precios, pero trabajaremos para organizar la lucha en las fábricas, en los barrios y en las plazas. Y mucho menos nos preocuparemos por explicar a los patrones cómo nadar y guardar la ropa: es decir, cómo conceder la reducción de precios sin arruinarse ni renunciar a explotar a los proletarios, como hacen, por su parte, los sindicatos cuando proponen sus “reformas”. En fin, hay compañeros que dicen: “Ya se han dado casos en los que las masas han luchado por una reducción de precios y han obtenido la victoria. Sobre el papel. Pero después no ha habido un solo comerciante dispuesto a aplicar los nuevos precios y todo ha seguido como antes. También ahora existe una ley que impone vender el pan a 100 liras el kilo, pero ¿quién la aplica?” Éste es un discurso más serio, porque finalmente centra el problema. Lo que hay que dejar claro es que no hay objetivo de lucha que tenga sentido, o que tenga valor, sin organización. Un objetivo general como la reducción de los precios es importante porque une a todos los proletarios, porque hace comprender la importancia de llegar a una lucha general, porque explica muy bien cómo se utilizan aquellas fuerzas que los sindicatos intentan continuamente derrochar en luchas erradas por objetivos errados. Pero un objetivo semejante no tiene ningún sentido si no comenzamos a organizarnos desde ahora mismo para alcanzarlo. Y esto quiere decir trabajar para unir las luchas. Para conectar entre sí las distintas fábricas, las fábricas con los barrios, los obreros con los estudiantes, los ocupados con los desocupados, el norte con el sur. Pero, sobre todo, quiere decir trabajar para que en los barrios y en los pueblos, en toda la ciudad, los trabajadores y los proletarios dispuestos a luchar sepan reconocer a los propios amigos y a los propios enemigos, tengan no sólo la fuerza, sino también la capacidad y la organización para hacerse con las cosas por las cuales están luchando. Y esto en el caso de los precios, como en el caso de todos otros objetivos por los que luchan los proletarios, responde a un discurso muy preciso: Hay millares de tenderos y pequeños comerciantes que son explotados como nosotros, que están listos para luchar, y que tienen necesidad de hacerlo, por las mismas cosas por las que luchan los proletarios: por la vivienda, contra el alquiler, por la seguridad de la vida, contra las tasas, contra los abusos de las autoridades, contra los tiburones y los especuladores. A todos ellos hay que ofrecerles discursos claros: que la lucha podemos y debemos hacerla juntos, por los mismos objetivos. Hay otros miles que están hasta demasiado bien y van subidos en el carro de la explotación porque viven de la explotación. Contra éstos debemos luchar desde ahora mismo, comenzando a desenmascararlos, porque son patrones y siempre estarán al lado de los patrones. “Tomemos la ciudad” quiere decir sobre todo esto: que, en los barrios y en los pueblos en los que vivimos, no debemos ser extranjeros, debemos conocernos todos, separar a los amigos de los enemigos y saber cómo tratar a cada uno. Y entonces sí que tendremos verdaderamente la fuerza para imponer la reducción general de precios. Siempre hay revueltas de ciudades enteras como Avola, Battipaglia, Caserta, por no hablar de Reggio, y también en el norte, como Porto Marghera o Turín, donde tuvo lugar lo de Corso Traiano y donde los proletarios demostraron tener una fuerza inmensa. Pero al final no quedó nada; es más, los enemigos del pueblo, los patrones, los politicastros, los especuladores e incluso los fascistas se aprovecharon de la agitación. ¿Por qué? Porque faltaban objetivos claros, pero, sobre todo, faltaba la organización, la capacidad de usar toda la fuerza de que se disponía, para tomar nuestros derechos y golpear a nuestros enemigos. La próxima vez no debe suceder.
Queremos escuela, transportes y asistencia gratuitos.
Por lo que se refiere a autobuses y trenes, los proletarios empezaron a luchar ya hace algunos años: no queremos solamente viajar gratis o que dejen de robarnos con la subida del billete, queremos viajar más cómodos y, sobre todo, no perder la mitad de nuestra jornada en medios lentos y ruinosos, cuando los patrones disponen de todas las comodidades para viajar. Y no es casualidad que la lucha contra el alto coste de la vida y contra la rapiña de los salarios haya comenzado precisamente por los transportes. Porque, en este caso, es más fácil, para los trabajadores de una fábrica, para los estudiantes de una escuela, para los proletarios de un barrio o de un pueblo, usar la organización y la unidad que tienen en la fábrica y en la escuela para llevar también la lucha fuera de ellas. La lucha es una cuestión de organización. Mientras en las fábricas y en las escuelas hay unidad, y tres años de lucha nos han enseñado a conocernos y a confiar los unos en los otros, en los barrios todavía estamos muy divididos, nos conocemos poco y, entre nosotros, todavía hay demasiadas personas de las que no te puedes fiar y, sin embargo, aún no han sido desenmascaradas. Pero, a medida que la lucha y la organización crecen en las fábricas, en las obras, en las escuelas e incluso en las plazas, los proletarios adquieren confianza en las propias fuerzas y aprenden a reconocer a los enemigos también fuera, en todos los campos de su vida. La lucha por el transporte es precisamente la señal de que dicha organización está creciendo y extendiéndose. Pero está claro que no nos conformamos con los transportes: nuestra vida está llena de cosas que no tenemos, que tenemos que pagar a un alto precio, pero que podemos tomar con facilidad si estamos todos unidos y luchamos todos juntos: las tasas y los libros escolares, las guarderías, la asistencia médica y todo lo demás…
Queremos que la policía y los fascistas se mantengan bien lejos de las fábricas, de las escuelas, de nuestros barrios.
Queremos nuestros derechos: ninguna de las cosas por las que luchamos está fuera de la ley. Pues no hay constitución alguna en el mundo que niegue a los hombres el derecho a la vida. Pero apenas nos movemos para hacernos con nuestros derechos, los patrones lanzan todas sus armas contra nosotros, desde las multas en la fábrica hasta el chantaje del despido, desde la policía a los tribunales, desde las cárceles hasta los escuadrones fascistas, e incluso hasta llegar a exterminar a un pueblo entero, como están intentando hacer en Vietnam. Porque, para los patrones, fuera de la ley no están las cosas que queremos (ellos las tienen todas y además muchas otras); fuera de la ley estamos nosotros, los proletarios. De hecho, han organizado nuestra vida como una prisión. Lo que queremos debemos tomarlo, y si no tenemos fuerza para defendernos por nuestra cuenta, siempre habrá alguien dispuesto a hacérnoslo pagar caro. Es ésta una verdad que los proletarios la pagan de sus propios bolsillos desde la cuna y que continúan aprendiendo a lo largo de toda la vida, pues sabemos mejor que bien que, basta con dar un paso en falso, en la escuela o en la fábrica, en la familia o en el cuartel, para que los patrones no te lo perdonen. Los patrones se perdonan sólo entre sí. Lo hacen todos los días, muchas veces al día: en esto consiste su solidaridad de clase. En cada fase de la lucha de clases, los patrones tienen medios para hacernos recordar que debemos mantenernos “en nuestro puesto”, el puesto que ellos nos han asignado. Hace algunos años, se veía poca policía por ahí y con algún poli hasta se podía trabar amistad. Aún había pocas luchas en marcha. Ahora tenemos la crisis: las luchas son cada vez más duras y continuas. La policía está por todos lados ante las fábricas, en las escuelas, en nuestros barrios, en nuestras manifestaciones. Y estos polis no vienen a “hacer amigos”. Vienen vestidos de marcianos y dispuestos a disparar. Y no es sólo la policía. Los fascistas vuelven a corretear por toda Italia. Y también ellos disparan. Las cárceles se llenan de proletarios. Mañana, si la lucha de masas continúa como en los últimos años, será aún peor: los patrones pasarán a la ocupación militar de las ciudades y de los pueblos; ya comienzan a hacerlo. Y los fascistas nos esperarán a la puerta de casa, como ya están empezando a hacer. En la Italia de hace cincuenta años era lo mismo. Había una crisis aún más grave que la de ahora; la clase obrera y las masas explotadas luchaban aún más que hoy. Después, los fascistas y la policía, los patrones y el Estado, tomaron sus “medidas”: llegó el fascismo, es decir, la contrarrevolución de los patrones. Los trabajadores y los explotados no se habían organizado con tiempo para pararles el golpe. No debemos cometer el mismo error. No debemos esperar de los patrones y de su estado que nos protejan de la violencia que ellos mismos desencadenan contra nosotros. No debemos esperar a que la policía, los jueces, nuestros gobernantes se declaren abiertamente fascistas para comprender que lo son de verdad. En 1922, cuando los auténticos fascistas, aquellos que, en los tres años precedentes, habían financiado, protegido y abierto la calle a los fascistas en camisa negra, y eso llevando todavía la camisa blanca, el uniforme y la toga, se quitaron la máscara, ya era demasiado tarde. Defendernos es nuestro derecho y debemos aprender a ejercitarlo desde ahora mismo. Nada de lo que queremos nos va a ser regalado, ni siquiera el derecho de no acabar en prisión, o de no palmarla bajo los golpes de algún fascista o de algún policía. También este derecho debemos saber tomarlo con nuestras propias fuerzas. Por eso, la policía y los fascistas deben mantenerse lejos de nosotros. Y debemos tener la fuerza de imponerlo. Liquidar el fascismo quiere decir liquidar a los fascistas y prepararnos para liquidar a todos los patrones.
Lotta Continua, Año IV, Número 2, 2 febrero de 1972.
Fotografías 1, 2, 4 y 5: Uliano Lucas.
Fotografía 6: Ugo Mulas.
3 comentarios:
Excelente, espero con ganas la edición completa. Una pregunta: ¿las fotos que ilustran el post son googleadas? De ser así me gustaría saber la página. Gracias.
Con las prisas, olvide añadir esa información.
Salvo tres, las fotografías son de Uliano Lucas y Ugo Mulas. Puedes encontrar sendos vínculos a sus sitios web al final del texto.
Salud y gracias por tu visita.
Tiene muy buena pinta el librillo.
Mientras lo leia me acordaba de Delphi. Tanto ruido para que al final gracias a los sindicatos neofranquistas se vayan todos a la puta calle.
Yo me quedo con esta frase sacada de este texto: "A nosotros no nos causa tristeza arruinar a los patrones: su muerte es nuestra vida".
O como cantaban en el Mayo francés: "La humanidad no será feliz hasta el dia que el último burócrata sea ahorcado con las tripas del último capitalista"
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