“Y desde lejos te llegaba el ruido de Estados Unidos, resquebrajándose por la mitad y hundiéndose estrepitosamente en el mar.”
Allá por los años setenta, en Luna Halcón (1981).
Los beatniks nos fascinaban. Queríamos ser beatniks. Pero los beatniks estaban muertos hacía tiempo. Engullidos por la banalidad hippie, integrados en el orden académico. Kerouac terminó creyéndose víctima de una conspiración afro-semítica y convirtiéndose al KKK. Al final, el alcohol le reventó el estómago. On the Road, transformada en guía de viajes para turistas. On the Road, en edición escolar. Empezó como papel para limpiarse el culo y acabó igual. Ginsberg adornaba su melena rala con flores muertas y danzaba desnudo entre niñas bien pasadas de ácido. Burroughs se bajaba al moro a encular muchachos árabes de mirada extraviada. El sol mediterráneo amarilleando su viejo sombrero stetson. A Cassady lo había matado una noche de frío y lluvia de Guanajuato en el 68, cuando todavía no había cumplido los cuarenta y dos. Etcétera, etcétera, etcétera.
Recuerdo que durante algún tiempo estuvimos planeando hacer un viaje inspirado en las escapadas beatniks. Si no me equivoco, se trataba de hacer lo que Kerouac y sus colegas habían hecho en los USA, sólo que en el más reducido territorio español. Navegar a la deriva por el páramo castellano, como los beats navegaban a la deriva entre los limoneros californianos. La idea era sustituir las caves de Frisco y de Nueva York, en las que se cultivaba el be-bop, por las cavas de vino de la Península Ibérica. Debíamos detenernos en todos los pueblos que nos fuésemos encontrando por el camino y, en cada uno de ellos, probar los caldos del lugar. Había tajo para meses, pero la cosa no pasó de ahí: delirios de adolescentes borrachos. En realidad, no sabíamos conducir, no teníamos pasta ni coche, y es probable que tampoco muchas ganas de convertirnos en vagabundos. Habíamos llegado demasiado tarde para ser beatniks.
Recuerdo que durante algún tiempo estuvimos planeando hacer un viaje inspirado en las escapadas beatniks. Si no me equivoco, se trataba de hacer lo que Kerouac y sus colegas habían hecho en los USA, sólo que en el más reducido territorio español. Navegar a la deriva por el páramo castellano, como los beats navegaban a la deriva entre los limoneros californianos. La idea era sustituir las caves de Frisco y de Nueva York, en las que se cultivaba el be-bop, por las cavas de vino de la Península Ibérica. Debíamos detenernos en todos los pueblos que nos fuésemos encontrando por el camino y, en cada uno de ellos, probar los caldos del lugar. Había tajo para meses, pero la cosa no pasó de ahí: delirios de adolescentes borrachos. En realidad, no sabíamos conducir, no teníamos pasta ni coche, y es probable que tampoco muchas ganas de convertirnos en vagabundos. Habíamos llegado demasiado tarde para ser beatniks.
Quedaban sólo las ensoñaciones onanistas de una imaginación enferma de libros y andar a la caza de todo lo que oliese al movimiento beat en la literatura y el cine. Creo que al Shepard escritor lo descubrí así. Acaso lo había visto en alguna película y hasta es posible que ya por entonces conociese París, Texas, pero, en principio, de su condición de literato no sabía nada. En algún momento, sin embargo, me llegó a las manos la traducción al castellano de uno de sus primeros libros, en cuya contraportada se le presentaba como sucesor legítimo de Kerouac, Corso, Ferlinghetti y los demás. Pero lo cierto es que también Shepard había llegado demasiado tarde. Demasiado tarde para incorporarse al olimpo beatnik, aunque lo bastante temprano como para levantar acta de la corrosión de sus ilusiones y del reverso tenebroso de esa América beatífica a la que había cantado la generación anterior.
El siete es un número mágico, un texto incluido en Luna Halcón, por ejemplo, tiene un comienzo que evoca de alguna manera la belleza sencilla y candorosa de los poemas de un William Carlos Williams. Es de noche. Siete enfermeras aún vestidas de uniforme esperan en la mediana de una carretera a que el tráfico se amanse y les permita cruzar la calle. Despreocupadas y alegres en sus pulcros vestiditos blancos. “No hay ningún peligro en el ambiente –escribe Shepard-, sólo la simple diversión de la noche, la juventud, la libertad después de muchas horas de trabajo”. Sin embargo, el espacio que media entre el primer y el segundo párrafo es una brecha por la que penetran fuerzas infernales. Apenas un par de líneas y el sueño ya está roto: la ausencia de peligro era un espejismo, una mentira tranquilizadora. Siete chicos de doce años en siete bicicletas robadas rodean a las enfermeras con actitud amenazante. Blanden plateadas antenas de coche como si fueran espadas o látigos. Una “enfermera cae derribada como una res y un chico salta al suelo, saca una navaja automática y le corta la oreja izquierda. Después se da media vuelta y levanta el brazo para enseñarles la oreja a sus camaradas, pinchada en la punta de la navaja, goteando sangre. Ellos gritan ¡Olé!”
El siete es un número mágico, un texto incluido en Luna Halcón, por ejemplo, tiene un comienzo que evoca de alguna manera la belleza sencilla y candorosa de los poemas de un William Carlos Williams. Es de noche. Siete enfermeras aún vestidas de uniforme esperan en la mediana de una carretera a que el tráfico se amanse y les permita cruzar la calle. Despreocupadas y alegres en sus pulcros vestiditos blancos. “No hay ningún peligro en el ambiente –escribe Shepard-, sólo la simple diversión de la noche, la juventud, la libertad después de muchas horas de trabajo”. Sin embargo, el espacio que media entre el primer y el segundo párrafo es una brecha por la que penetran fuerzas infernales. Apenas un par de líneas y el sueño ya está roto: la ausencia de peligro era un espejismo, una mentira tranquilizadora. Siete chicos de doce años en siete bicicletas robadas rodean a las enfermeras con actitud amenazante. Blanden plateadas antenas de coche como si fueran espadas o látigos. Una “enfermera cae derribada como una res y un chico salta al suelo, saca una navaja automática y le corta la oreja izquierda. Después se da media vuelta y levanta el brazo para enseñarles la oreja a sus camaradas, pinchada en la punta de la navaja, goteando sangre. Ellos gritan ¡Olé!”
Sin embargo y a pesar de todo, los beatniks y Shepard comparten una misma poética, una misma concepción mitológica del espacio americano. Incluso una misma mística, una misma visión del viaje a través del semicontinente semidesértico. “He aprendido a sentirme feliz conduciendo- escribe Shepard en los noventa-. Me encantan los trayectos de largo recorrido. Cuanto más lejos, mejor. Me encanta cubrir grandes distancias de una tirada: de Memphis a Nueva York; de Gallup a Los Ángeles; de Saint Paul a Richmond; de Lexinton a Baton Rouge; de Bismarck a Cody. Distancias así. Sin acompañante. Completamente solo. Conducir sin cesar. Conducir hasta que dejas de sentir el cuerpo, las piernas se te desmoronan, los ojos se te inyectan en sangre, las manos se te entumecen, tu mente deja de pensar, y entonces, de pronto, algo nuevo empieza a surgir”. Hombres y mujeres solos que atraviesan los desiertos del Sur en viejos Chevrolets. Fundidos con la máquina como si fuesen modernos centauros. Su lema: viajar es necesario; vivir no lo es.
En los relatos, poemas o lo que sean de Shepard abundan los personajes solitarios y desorientados. Han perdido a su mujer o a su hombre. O los han abandonado, o huyen de ellos a través de la inmensidad americana. El desierto no se acaba nunca, y la carretera tampoco. Aquí y allá hay vetustas gasolineras con surtidores de los años cincuenta o aún más viejos y moteles ruinosos en cuyas piscinas muchachas de cabellos oscuros como el plumaje de un cuervo se bañan a horas intempestivas. Coyotes, lobos y halcones tratan de sobrevivir a la expansión civilizatoria. La América de Shepard es la otra América. Ésa que el tópico y las guías turísticas adjetivan como ‘profunda’, queriendo significar: misteriosa, salvaje, peligrosa. La América que no ha sabido disfrutar de la Modernidad; sólo sufrirla. Una tierra dura poblada por gente curtida como el cuero viejo, en la que el hombre blanco aún sigue siendo un extraño. Cowboys de los auténticos, sobrevivientes del genocidio indio, mejicanos siempre a caballo de la frontera en un territorio que antaño fuese suyo. Éstos son los personajes del ‘verdadero Oeste’, éstos son los pobladores de los textos de Shepard.
En los relatos, poemas o lo que sean de Shepard abundan los personajes solitarios y desorientados. Han perdido a su mujer o a su hombre. O los han abandonado, o huyen de ellos a través de la inmensidad americana. El desierto no se acaba nunca, y la carretera tampoco. Aquí y allá hay vetustas gasolineras con surtidores de los años cincuenta o aún más viejos y moteles ruinosos en cuyas piscinas muchachas de cabellos oscuros como el plumaje de un cuervo se bañan a horas intempestivas. Coyotes, lobos y halcones tratan de sobrevivir a la expansión civilizatoria. La América de Shepard es la otra América. Ésa que el tópico y las guías turísticas adjetivan como ‘profunda’, queriendo significar: misteriosa, salvaje, peligrosa. La América que no ha sabido disfrutar de la Modernidad; sólo sufrirla. Una tierra dura poblada por gente curtida como el cuero viejo, en la que el hombre blanco aún sigue siendo un extraño. Cowboys de los auténticos, sobrevivientes del genocidio indio, mejicanos siempre a caballo de la frontera en un territorio que antaño fuese suyo. Éstos son los personajes del ‘verdadero Oeste’, éstos son los pobladores de los textos de Shepard.
Shepard es, pues, un primitivo, un campesino. Pero no sólo. La mitología de la otra América convive, en los textos de Shepard, con las aportaciones de la contracultura yanqui de los años sesenta y setenta. Sobre todo, en sus prosas primerizas. Ranchero, puede ser. Pero Shepard, como a todos los chavales de su generación, y de la inmediatamente anterior, y de las décadas siguientes, lo que de verdad le atraía era el Rock’n’Roll. Por eso, se hizo batería de los Holy Modal Rounders y escribió para Dylan. Pero es que además todos sus primeros textos parecen escritos al ritmo trepidante del mejor Rock. En Wipe Out, un músico flipado se folla a su guitarra Gibson; en Montana, el asesino utiliza como banda sonora de su extraño ritual homicida nada menos que el Sticky Fingers de los Rolling Stones; en Vamos a romperlo todo, el propio Shepard aúlla: “El Rock and Roll es más revolucionario que la revolución que le den por el culo a James Taylor y a todos los tontitos de la guitarra enamorada y la balada boba lo que yo quiero es música dura”. Y así sucesivamente.
Shepard es, por otro lado, un personaje poliédrico e inabarcable. Y no únicamente porque sea dramaturgo, actor, músico, guionista y mil cosas más. También el Shepard prosista, que es el que aquí nos ocupa, es múltiple. Creo que no hay ningún texto suyo que me disguste, pero si he de quedarme con alguno, elegiría los de los años setenta y ochenta. Es decir, los incluidos en Luna Halcón y Crónicas de Motel. Se trata de una obra fragmentaria, compuesta de apuntes apresurados sobre el terreno, a la manera de los impresionistas, en los que la tradicional división en géneros recibe una formidable patada en el culo. Son delirantes y violentos, un poco rudos, como las tallas de madera de un viejo granjero tejano. Es un Shepard furioso, el que aquí escribe. Después, sin embargo, irá calmándose. Los relatos de Cruzando el paraíso o de Great Dream of Heaven son más fácilmente reconocibles como precisamente eso: relatos, narraciones cortas. Con el paso de los años, la prosa se ha ido depurando, ganando en contención poética. En gran medida y según reconoce el propio Shepard, gracias al redescubrimiento del Chejov cuentista. En fin, además el tipo es guapo y está casado con Jessica Lange. ¿Qué más se puede pedir?
"Ahora se ve a sí mismo desde la distancia, como si estuviera mirando hacia abajo desde una gran altura, desde la perspectiva del halcón: un hombre diminuto en un espacio vastísimo, sujetando un pedazo de plástico negro. No puede oír su propia respiración de lo lejos que está. No puede oír su corazón".
Coalinga a medio camino, en El gran sueño del paraíso (Great Dream of Heaven, 2002).
Shepard es, por otro lado, un personaje poliédrico e inabarcable. Y no únicamente porque sea dramaturgo, actor, músico, guionista y mil cosas más. También el Shepard prosista, que es el que aquí nos ocupa, es múltiple. Creo que no hay ningún texto suyo que me disguste, pero si he de quedarme con alguno, elegiría los de los años setenta y ochenta. Es decir, los incluidos en Luna Halcón y Crónicas de Motel. Se trata de una obra fragmentaria, compuesta de apuntes apresurados sobre el terreno, a la manera de los impresionistas, en los que la tradicional división en géneros recibe una formidable patada en el culo. Son delirantes y violentos, un poco rudos, como las tallas de madera de un viejo granjero tejano. Es un Shepard furioso, el que aquí escribe. Después, sin embargo, irá calmándose. Los relatos de Cruzando el paraíso o de Great Dream of Heaven son más fácilmente reconocibles como precisamente eso: relatos, narraciones cortas. Con el paso de los años, la prosa se ha ido depurando, ganando en contención poética. En gran medida y según reconoce el propio Shepard, gracias al redescubrimiento del Chejov cuentista. En fin, además el tipo es guapo y está casado con Jessica Lange. ¿Qué más se puede pedir?
"Ahora se ve a sí mismo desde la distancia, como si estuviera mirando hacia abajo desde una gran altura, desde la perspectiva del halcón: un hombre diminuto en un espacio vastísimo, sujetando un pedazo de plástico negro. No puede oír su propia respiración de lo lejos que está. No puede oír su corazón".
Coalinga a medio camino, en El gran sueño del paraíso (Great Dream of Heaven, 2002).
[Las imágenes que ilustran el texto son obra del pintor estadounidense Andrew NEWELL WYETH]
*
Bibliografía del Shepard narrador en castellano:
*Luna Halcón (Anagrama, 1986).
*Crónicas de Motel (Anagrama, 1985).
*Cruzando el paraíso (Anagrama, 1997).
*El gran sueño del paraíso (Anagrama, 2002)
*
Sam Shepard en imágenes
The Holy Modal Rounders
Homenaje a Vallejo
París, Texas
*
Algunos vínculos de interés:
12 comentarios:
La verdad es que termina habiendo más sucesores de beatnicks que beatnicks.
Yo a Shepard le veo más metido en la orquilla de Richard Ford y un poco de lejos, un poco con calzador, en el mundo de Carver.
Lo que pasa es que los americanos no han tenido saltos muy bruscos en sus movimientos literarios. mantienen como pueden el raccord. Los propios beats no hacen más que alargar la tradición de Whitman y Thoreau. Solo lo ponen al día, vamos que son conscientes de las vanguardias de principio de siglo, con sus automatismos y los usos de las drogas.
No me dejaron mucha huella sus Cronicas de Motel. Esperaba más.
ahora escribiendo estas chorradas me ha saltado a la mente el nombre de Barry Gifford. Hoy totalmente olvidado, pero que recuerdo haber leido con empacho en la misma epoca que debi leer a Shepard) Lo que podría llamar la etapa anagrama.
Saludos.
non hai de qué... este enlace era preciso, o artigo é estupendo, moi personal, moi intuitivo co que Shepard escribe e viviu para contar todas esas historias das Crónicas de Motel e outras.
seguirei visitándote. saúde.
Olá!
Y no me puedes decir la cita con la que da comienzo el libro de relatos de shepard el gran sueño del paraiso ?
saludos
Espera que lo busco...
Aquí está:
"La gente decía que los bienaventurados "verían el cielo"; mi deseo sería ver la tierra siempre" PETER HANDKE.
Un saludo.
me gustaria saber si tienes una maravillosa funcion de teatro descatalogada de el llamada Verdadero Oeste. La estoy buscando
hola
me gustaria saber si tienes una obra de teatro suya llamada verdadero oeste, es maravillosa, pero esta agotada y la busco desesperadamente...
si sabes algo me puedes escribir un mail a paucolera@hotmail.com
un saludo
Pues sí, sí la tengo... En la versión de Enrique Llovet...
pues me gustaria saber si podriamos quedar y la fotocopio, esta agotadisssssssssima y la necesitaria pero no la encuentro. de donde eres?
No sabes la alegria que me has dado...
Hay otra opción: cuando saque un rato, te escaneo el libro -son pocas páginas- y te lo envío a tu correo-e...
te lo agradezco. Ya tienes mi mail.
un saludo
estoy buscando un texto / poesia de sheppard que habla de un lobo, lo tienes ? esta en luna halcon creo.
mi mail es cvergine@hotmail.com
He estado revisando los poemas de 'Luna Halcón' y no he encontrado ese al que te refieres. Tal vez se trate de un texto en prosa, más largo. Volveré a echar un vistazo. Espero que no se me olvide.
Publicar un comentario