La formación académica de Zverev quedó abortada muy pronto. En 1954 entró en la Escuela de Arte 1905, cuyo nombre hacía referencia a la primera intentona revolucionaria del siglo, pero fue expulsado poco después. Según parece, por su comportamiento rebelde y anárquico. Cambió entonces el pincel por la brocha y durante algún tiempo se dedicó a pintar vallas y anuncios en el Parque de Atracciones de Sokolniki, de donde también fue despedido por un uso indebido del material de faena: el director de las instalaciones lo cazó trabajando en uno de sus cuadros a golpe de fregona.
Lo más parecido a un éxito le llegó a Zverev tres años más tarde. Entonces se celebró en Moscú el Festival de la Juventud y Zverev participó en el concurso de pintura que se había convocado para la ocasión. Se dice que a Siqueiros, presidente del jurado, le bastó con ver tres o cuatro pinceladas del joven artista para reconocer en él al ganador. Poco antes había llamado también la atención de Alexander Rumnev, un actor del Teatro Tairov, que le puso en contacto con algunos galeristas moscovitas y, en particular, con el famoso coleccionista Georgy Kostaki, cuya mediación le abriría las puertas del occidente capitalista.
Tolerado dentro de un orden, el arte de los no-conformistas rusos fue perdiendo sus estrechos márgenes de libertad conforme la primera fase del Deshielo iba alejándose en el tiempo. A comienzos de la década de los sesenta, la revista Life publicó un autorretrato de Zverev junto a un retrato de Lenin obra de Vladimir Serov: el exsangüe realismo socialista frente al vitalismo expresionista, la forma más perversa de maridaje entre política y arte (ya se sabe: realismo en la forma y socialismo en el contenido) frente al individualismo anarcoide y libertario. Cuando Khrushev se enteró del asunto, montó en cólera y ordenó que se prohibiesen las exposiciones paralegales del underground soviético y también todo contacto entre los artistas y los visitantes extranjeros.
Zverev se las apañó, a pesar de Khrushev y de quienes le sucederían en el cargo, para hacerse más conocido fuera que dentro de su propio país. Instalado por un tiempo en casa de Kostaki, mientras producía dibujos y cuadros por millares –cuenta la leyenda que realizó en una sola noche un centenar de dibujos para ilustrar El asno de oro de Apuleyo- y engullía botellas de vodka casi en la misma proporción, Zverev trabó amistad con el famoso director de orquesta Igor Markevich. Burlando la vigilancia de las autoridades soviéticas, Markevich logró organizar una exposición individual del pintor nada menos que en la ciudad de París. Corría el año 1965.
El reconocimiento más o menos clandestino, sin embargo, no se tradujo nunca en una mejora en sus condiciones de vida. Su trabajo había ido ganando en renombre entre los corresponsales y diplomáticos extranjeros aficionados al arte, e incluso en los medios artísticos soviéticos y entre algunos miembros de la elite oficial. Llegó un momento en que todo el mundo quería tener un retrato pintado por Zverev, pero Zverev no obtuvo grandes beneficios de su reputación. Si uno lograba acceder al pintor, lo tenía fácil: bastaban tres o cuatro rublos o un par de botellas de vodka para que el interesado pudiera hacerse con un Zverev original.
Entretanto, el pintor llevaba la vida de un sin-techo, o cuando menos de alguien sin domicilio fijo. Para evitar dormir al riguroso raso moscovita, debía confiar en la generosidad de los amigos, y rara vez pasaba dos noches seguidas en un mismo apartamento. En ocasiones, Zverev desaparecía por algún tiempo, y entonces se extendía por los mentideros artísticos de Moscú el rumor de la muerte del pintor. Pero siempre, aunque tal vez algo más desgastado por el alcohol y la mala vida, volvía a aparecer. Siempre hasta el día 9 de diciembre de 1986, cuando se le halló muerto en un pequeño piso del distrito de Sviblovo.
A su funeral asistieron miles y miles de personas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario