“Vosotros, pueblos modernos, no tenéis esclavos, vosotros lo sois”
El debate sobre la democracia directa sin duda atestigua una profunda inquietud, una legítima sospecha con respecto a la evidencia democrática, a ese consenso del que hacen alarde y se enorgullecen los regímenes occidentales frente al resto del planeta, de esa forma política, en fin, que pretenden propagar e imponer universalmente.
Democracia es una bonita palabra, una palabra ineludible en su oposición al totalitarismo o a la dictadura. Pero ¿es algo aparte de una palabra? ¿Algo aparte de una consigna? Mucho más difícil resulta formar y formular un concepto claro. Un concepto en el centro del cual brille esa noción ambigua y –lo sabemos de sobra- falaz, de “directa”, que a menudo se ha vuelto contra la democracia misma.
Aunque no tengo la pretensión de que la problemática de la “democracia directa” esté ya presente toda entera en J. J. Rousseau, sí creo que el recurso al Contrato Social resulta particularmente esclarecedor si se quieren establecer sus bases conceptuales, deshacer el embrollo y llegar a comprender cuál es aquí, con exactitud, el problema.
Mi propuesta consiste, pues, en referirme enseguida al Contrato Social, apoyándome en sus puntos fuertes y destacados, que constituyen algo más que un trasfondo de interés exclusivamente erudito e histórico, pues siguen estructurando la reflexión actual. Estos puntos –no señalaré sino tres- son la representatividad parlamentaria, la relación de la soberanía popular con el gobierno y la soberanía popular en sí misma; es decir, la voluntad general y su expresión. En todos estos niveles, en torno a estos tres puntos, Rousseau resalta una dificultad inherente a la expresión democrática, una división y una separación que obstaculiza la transparencia de las relaciones; una pantalla que viene a interponerse en el camino de la expresión.
Al mismo tiempo que sitúa en el pueblo la condición misma de posibilidad de un estado racional y libre, Rousseau revela la existencia, en el propio corazón de la democracia, a poco que se quiera expresar ésta en su concepto y su perfección, de una imposibilidad. La democracia está presa en un juego de lo posible y lo imposible, que también puede interpretarse como abriendo y ocupando a su rededor un espacio utópico específico capaz de despertar y de dejar que se despliegue la reflexión.
* ENTREVISTA CON RENÉ SCHÉRER.
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