A woman’s voice close
to my ear
Said, “Why don’t you come in here?”
“You looked soaked to the skin”
Soaked to the skin
- Nick Cave.
Era un ruido lejano, difuso, que recordaba a un leve chapoteo. Marcel recorrió el breve trecho que separaba el dormitorio del salón y asomó la cabeza a través del vano de la puerta. En el centro de la estancia, un viejo ataviado con un impermeable de marino aplicaba un desatascador al suelo de parqué. Plop y plop y plop. Una y otra vez se afanaba por liberar una cañería fantasmal del obstáculo que bloqueaba el natural curso del agua. Marcel reparó entonces en algo que se le había escapado al principio: el salón estaba inundado, y pensó: “esto no puede ser bueno para la madera”. El viejo pareció oír sus pensamientos y se giró hacia él. Pero antes de que pudiera verle el rostro, se había volatilizado y, en su lugar, un decena de medusas traslúcidas saltaban de un lado a otro de la sala. Cuando despertó, la lluvia repiqueteaba sobre los cristales de las ventanas como dedos impacientes y el viento soplaba en rachas bruscas y desiguales.
Aún le llevó unos minutos salir de su ofuscación y volver a ubicarse en la familiaridad del cuarto en penumbra. En el despertador electrónico de la mesilla de noche constató que eran las 6:15 de la mañana: demasiado temprano para levantarse y demasiado tarde para reanudar el sueño. Finalmente, optó por lo primero. De una patada se quitó de encima el cobertor y enseguida se sentó al borde de la cama. Se quedó así durante unos minutos más, como si necesitase un tiempo para volver a acostumbrarse a la posición vertical. Bostezó, carraspeó, dejó escapar un pedo sibilante, se rascó la nariz con la palma de la mano y, a tientas, buscó con el pie el refugio de las zapatillas de paño. Lo que encontró, sin embargo, le hizo dudar de que en efecto hubiese regresado a este lado de la realidad.
Said, “Why don’t you come in here?”
“You looked soaked to the skin”
Soaked to the skin
- Nick Cave.
Era un ruido lejano, difuso, que recordaba a un leve chapoteo. Marcel recorrió el breve trecho que separaba el dormitorio del salón y asomó la cabeza a través del vano de la puerta. En el centro de la estancia, un viejo ataviado con un impermeable de marino aplicaba un desatascador al suelo de parqué. Plop y plop y plop. Una y otra vez se afanaba por liberar una cañería fantasmal del obstáculo que bloqueaba el natural curso del agua. Marcel reparó entonces en algo que se le había escapado al principio: el salón estaba inundado, y pensó: “esto no puede ser bueno para la madera”. El viejo pareció oír sus pensamientos y se giró hacia él. Pero antes de que pudiera verle el rostro, se había volatilizado y, en su lugar, un decena de medusas traslúcidas saltaban de un lado a otro de la sala. Cuando despertó, la lluvia repiqueteaba sobre los cristales de las ventanas como dedos impacientes y el viento soplaba en rachas bruscas y desiguales.
Aún le llevó unos minutos salir de su ofuscación y volver a ubicarse en la familiaridad del cuarto en penumbra. En el despertador electrónico de la mesilla de noche constató que eran las 6:15 de la mañana: demasiado temprano para levantarse y demasiado tarde para reanudar el sueño. Finalmente, optó por lo primero. De una patada se quitó de encima el cobertor y enseguida se sentó al borde de la cama. Se quedó así durante unos minutos más, como si necesitase un tiempo para volver a acostumbrarse a la posición vertical. Bostezó, carraspeó, dejó escapar un pedo sibilante, se rascó la nariz con la palma de la mano y, a tientas, buscó con el pie el refugio de las zapatillas de paño. Lo que encontró, sin embargo, le hizo dudar de que en efecto hubiese regresado a este lado de la realidad.
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1 comentario:
casi ganamos amigo.
salud.
gorka
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