miércoles, 22 de mayo de 2013

DIETARIO ONÍRICO. Burdeos.





Noche del 19 al 20 de mayo

MC y yo estamos en una ciudad que identifico con Burdeos, aunque al mismo tiempo soy consciente de que apenas se parece a la “Burdeos real”. Esta Burdeos soñada, por ejemplo, está emplazada en una pronunciada pendiente. Por lo visto, estamos alojados en la parte baja de la ciudad, así que decidimos ascender para dar un paseo. Caminamos por lo que se diría el casco antiguo, atravesamos algunas callejas llenas de tabernas y de tiendecitas de aspecto vetusto. En cierto momento, reparo en que caminamos por la rue Sainte Catherine, pero de nuevo tengo plena consciencia de que esa calle nada tiene que ver con la calle real que yo recuerdo. Corte. Ahora descendemos a través de un paso elevado que culmina en una rampa en espiral, a la manera de los que cruzan el Parque de la Arganzuela de Madrid. Desde allí puede avistarse toda la parte baja de "Burdeos". De repente, MC me invita a contemplar lo que nos espera más abajo: se ven casas, alquerías, zonas residenciales, algunos campos de labranza, y todo está completamente anegado. Continuamos el descenso y vamos a dar a un pequeño embarcadero a orillas de un estrecho canal. Enseguida pasa una barquichuela, cuyo único tripulante se ofrece a llevarnos hasta nuestro hotel. Una vez allí, nos embarga una sensación angustiosa. ¿Qué pasa? ¿Acaso no es allí donde nos alojamos? ¿Hemos extraviado la llave de nuestro cuarto? ¿Qué? Corte.

Estamos en el metro con AS, pero la identidad de la mujer que nos acompaña se ha vuelto ahora un tanto difusa. ¿Se trata todavía de MC? ¿O es ML? ¿O bien una extraña hibridación entre ambas? Sea como fuere, AS va cargado de maletas y, en cierto momento, nos dice que debe apearse para hacer unas compras: tiene que comprar un melón –concreta- antes de volver casa. Le pregunto dónde vive, aunque de inmediato me siento un tanto azorado porque –me digo- ya conozco la respuesta. “En Vallecas”, contestamos casi al unísono. Al salir del metro, AS se detiene en seco, pues al parecer ha olvidado algo, y vuelve a entrar en la estación. Regresa al poco tiempo, pero esta vez sin las maletas. Caminamos a través de algunas callejuelas que recuerdan a las mencionadas más arriba, pero tengo claro que se trata de una ciudad distinta. Entramos en un local comercial, algo a mitad de camino entre un viejo colmado y un pequeño supermercado de barrio, y AS selecciona un melón. Sin embargo, no parece estar muy satisfecho con su compra, por lo que entramos en otra tienda, que es algo así como una prolongación de la anterior. AS elige algunos melones más, y yo le hago ver que uno de los que ha cogido, no solo es menudo y amarillento como un pomelo, sino que además está podrido. Corte.     

Me encuentro en una casa de extraño trazado en compañía de esa misma mujer de identidad borrosa. La puerta de entrada va a dar directamente a un amplio dormitorio en cuyo centro se halla una vasta cama de matrimonio deshecha. La habitación produce, sin embargo, una sensación de angostura, tal vez debido a los muebles desvencijados y a las sábanas viejas y arrugadas que hay por todos lados. Además la humedad se me cuela hasta la caña de los huesos. Inesperadamente siento un deseo perentorio de masturbarme y la mujer, como si presintiera mi urgencia, abandona la casa por el mismo lugar por el que hemos entrado. Me desplazo como puedo hasta el extremo contrario de la estancia y me doy cuenta de que, al otro lado de la cama, hay un hombre tumbado en el suelo. Me acerco y le restriego el pene en erección por la cara. Entonces reparo en que se trata de AB, que está ausente, catatónico, muerto. O que duerme con los ojos abiertos, no sé bien. La pared que tengo a la derecha termina en un recodo que va a dar a otro cuarto, tan grande y de aspecto tan ruinoso como el anterior. La peculiaridad de este es que se trata de una mixtura de dormitorio y cuarto de baño: en el rincón de la izquierda, hay una ducha herrumbrosa y, más o menos en el centro, una ancha bañera ocupada por un colchón despanzurrado. Me tumbo en él y empiezo a masturbarme. Recorro mi pene con la mano y descubro sorprendido que ha aumentado dos, o incluso tres veces, su tamaño. Lo observo y me doy cuenta de que la base es inusualmente estrecha y de que, en cierto punto, no hay piel, ni venas ni músculo, sino una curiosa articulación de naturaleza incierta. Está hecha de hueso, pero también de madera y metal, o de un material desconocido que es esas tres cosas a la vez. 

*ANTES EN EL DIETARIO ONÍRICO.

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