Noche
del 19 al 20 de mayo
MC y
yo estamos en una ciudad que identifico con Burdeos, aunque al mismo tiempo soy
consciente de que apenas se parece a la “Burdeos real”. Esta Burdeos soñada,
por ejemplo, está emplazada en una pronunciada pendiente. Por lo visto, estamos
alojados en la parte baja de la ciudad, así que decidimos ascender para dar un
paseo. Caminamos por lo que se diría el casco antiguo, atravesamos algunas
callejas llenas de tabernas y de tiendecitas de aspecto vetusto. En cierto
momento, reparo en que caminamos por la rue Sainte Catherine, pero de
nuevo tengo plena consciencia de que esa calle nada tiene que ver con la calle
real que yo recuerdo. Corte. Ahora descendemos a través de un paso
elevado que culmina en una rampa en espiral, a la manera de los que cruzan el
Parque de la Arganzuela de Madrid. Desde allí puede avistarse toda la parte
baja de "Burdeos". De repente, MC me invita a contemplar lo que nos espera más
abajo: se ven casas, alquerías, zonas residenciales, algunos campos de
labranza, y todo está completamente anegado. Continuamos el descenso y vamos a
dar a un pequeño embarcadero a orillas de un estrecho canal. Enseguida pasa una
barquichuela, cuyo único tripulante se ofrece a llevarnos hasta nuestro hotel.
Una vez allí, nos embarga una sensación angustiosa. ¿Qué pasa? ¿Acaso no es
allí donde nos alojamos? ¿Hemos extraviado la llave de nuestro cuarto? ¿Qué? Corte.
Estamos
en el metro con AS, pero la identidad de la mujer que nos acompaña se ha vuelto
ahora un tanto difusa. ¿Se trata todavía de MC? ¿O es ML? ¿O bien una extraña
hibridación entre ambas? Sea como fuere, AS va cargado de maletas y, en cierto
momento, nos dice que debe apearse para hacer unas compras: tiene que comprar
un melón –concreta- antes de volver casa. Le pregunto dónde vive, aunque de
inmediato me siento un tanto azorado porque –me digo- ya conozco la respuesta.
“En Vallecas”, contestamos casi al unísono. Al salir del metro, AS se detiene
en seco, pues al parecer ha olvidado algo, y vuelve a entrar en la estación. Regresa
al poco tiempo, pero esta vez sin las maletas. Caminamos a través de algunas
callejuelas que recuerdan a las mencionadas más arriba, pero tengo claro que se
trata de una ciudad distinta. Entramos en un local comercial, algo a mitad de
camino entre un viejo colmado y un pequeño supermercado de barrio, y AS
selecciona un melón. Sin embargo, no parece estar muy satisfecho con su compra,
por lo que entramos en otra tienda, que es algo así como una prolongación de la
anterior. AS elige algunos melones más, y yo le hago ver que uno de los que ha
cogido, no solo es menudo y amarillento como un pomelo, sino que además está
podrido. Corte.
Me
encuentro en una casa de extraño trazado en compañía de esa misma mujer de
identidad borrosa. La puerta de entrada va a dar directamente a un amplio
dormitorio en cuyo centro se halla una vasta cama de matrimonio deshecha. La
habitación produce, sin embargo, una sensación de angostura, tal vez debido a
los muebles desvencijados y a las sábanas viejas y arrugadas que hay por todos
lados. Además la humedad se me cuela hasta la caña de los huesos.
Inesperadamente siento un deseo perentorio de masturbarme y la mujer, como si
presintiera mi urgencia, abandona la casa por el mismo lugar por el que hemos
entrado. Me desplazo como puedo hasta el extremo contrario de la estancia y me
doy cuenta de que, al otro lado de la cama, hay un hombre tumbado en el suelo.
Me acerco y le restriego el pene en erección por la cara. Entonces reparo en
que se trata de AB, que está ausente, catatónico, muerto. O que duerme con los
ojos abiertos, no sé bien. La pared que tengo a la derecha termina en un recodo
que va a dar a otro cuarto, tan grande y de aspecto tan ruinoso como el
anterior. La peculiaridad de este es que se trata de una mixtura de dormitorio
y cuarto de baño: en el rincón de la izquierda, hay una ducha herrumbrosa y,
más o menos en el centro, una ancha bañera ocupada por un colchón
despanzurrado. Me tumbo en él y empiezo a masturbarme. Recorro mi pene con la
mano y descubro sorprendido que ha aumentado dos, o incluso tres veces, su
tamaño. Lo observo y me doy cuenta de que la base es inusualmente estrecha y de
que, en cierto punto, no hay piel, ni venas ni músculo, sino una curiosa
articulación de naturaleza incierta. Está hecha de hueso, pero también de
madera y metal, o de un material desconocido que es esas tres cosas a la vez.
*ANTES EN EL DIETARIO ONÍRICO.
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