Noche
del 21 al 22 de noviembre de 2013
Estamos
en lo que supongo una estancia angosta, y digo “supongo” porque la oscuridad es
tan densa que casi tiene una consistencia de sólido. Quien me acompaña presenta
–de nuevo- una identidad difusa: no sé si es él o ella. Tampoco tengo claro que
no sea algo así como una réplica de mí mismo. Mi sombra especular, por decirlo
de este modo. Nos hemos reunido aquí para leer un texto sobre el
“individualismo anarquista”, pero con el mismo temor reverencial que si se
tratase de las Sagradas Escrituras. Somos dos judíos conversos celebrando un
viejo rito mistérico, o dos cristianos primitivos ocultos en las catacumbas.
Para hacer posible la lectura, me sirvo de una pequeña linterna de petaca.
Cuando alzo la luz con el fin de contemplar las reacciones de mi acompañante,
descubro que está temblando y que en su cara se perfila una mueca de pánico.
Detrás de él(la), en la circunferencia de luz que se recorta en lo oscuro, se
adivina una mano fantasmal, tal vez otro rostro. Vuelvo a dirigir el foco de la
linterna sobre las páginas del libro, pero enseguida siento la necesidad de
iluminar el rostro de mi compañero/a. Tras él se vislumbran formas semihumanas,
casi traslúcidas.
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