I
D’où vient la prison? Je répondrai :
« D’un peu partout ».
Michel Foucault
El
veinticuatro de julio de 1971 Roma amanece bajo un calor asfixiante. En pleno
corazón del verano, Italia bulle todavía sobre los rescoldos del autunno
caldo. Aún no se han enfriado los diecisiete cadáveres de Piazza Fontana,
Valpreda está en el trullo y a Pinelli la pasma le ha enseñado en qué consiste
practicar el vuelo sin motor. Una vez más el Estado italiano le ha declarado la
guerra abierta a su sociedad civil, y de momento parece ir ganando. Gladio hace
de las suyas y se encarga de aplastar a esas fuerzas subversivas que la
burocracia sindical y estalinista no consigue encauzar de manera eficaz. La
mafia, la extrema derecha y las fuerzas del orden oscilante, bajo la protección
de la CIA, llegan a donde no alcanzan los esfuerzos recuperadores de las viejas
organizaciones de la clase obrera. Las cárceles de toda la península empiezan a
llenarse de rebeldes, pero la ola represiva barre también con todo aquello que
pueda identificarse de lejos o de cerca con estas nuevas clases peligrosas.
Puede que los hippies, los fumetas, los capelloni no constituyan más que
la periferia lúdica del movimiento, pero su rechazo del trabajo y de las
instituciones tradicionales del viejo orden burgués los convierte cuando menos
en enemigos potenciales del Estado asediado. Carne de talego, pues.
Así que situémonos. Veinticuatro de
julio de 1971, primera hora de la mañana, Roma, número cuarenta y cuatro de la
via di Banchi Nuovi, el comienzo de lo que en otra época se conocía como “via
papalis”, un punto más o menos equidistante entre el lugar en el que el puente
del Príncipe Amadeo cruza el Tíber y la famosa Piazza Navona. El centro del
centro de un país que está viviendo los efectos de una contraofensiva
contrarrevolucionaria. Un coche se detiene ante el portal de este viejo
edificio renacentista ubicado entre los palacios Taverna y Farnèse: la guardia
di finanza, los estupas italianos, han recibido información de que en uno
de los apartamentos del inmueble se consumen sustancias estupefacientes
ilegales de forma regular. El piso en cuestión está a nombre de una tal Anna
Maria Lauricella, una joven a la que en las calles del Trastévere se conoce
como la Medusa, tal vez por esas guedejas de color escarlata que la mujer
acostumbra recoger en un moño vertical en lo alto de la cabeza. El teniente
Betti hace sonar el timbre y un chavalín de unos cinco o seis años abre la
puerta. El crío se llama Balthazar, como el burrito de la película de Bresson,
Balthazar Clémenti.
[Este prólogo corresponde al libro de próxima aparición de Pierre Clémenti, que publicará Pepitas de Calabaza].
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