Acabo de ver por vez primera La Constellation Jodorowsky de Louis Mouchet, y son éstos los recuerdos y éstas las palabras que se me cuelan en la cabeza. La película tiene por sí misma su gracia, Jodorowsky es un tipo cautivador, las entrevistas, las escenas de psico-magia y las otras están muy bien traídas y llevadas, etc., pero a mí lo que me enciende una chispa en la memoria es la presencia del viejo Moebius. Y es que me acuerdo de que hace no mucho en la esquina inferior izquierda del mapa de Europa se publicaba al menos una decena de revistas de cómic, me acuerdo de 1984, de Zona 84 –su sucesora-, de Cómix Internacional –¿era ése su título?-, de Cimoc, del Creepy, de Humor a tope, de un señor llamado Josep Toutain, que era una especie de Hearst catalán de la historieta, y, claro, de Makoki y de El Víbora antes de la invasión japonesa, y, en consecuencia, de Borrayo, Gallardo, Mediavilla, Max y sus secuaces; recuerdo que, aunque Madrid no era París ni Barcelona, también había espacio para los distribuidores y barrios como el de Lavapiés estaban infestados de mercaderes de la bande dessinée, barrios que eran como bazares del tebeo en los que uno podía perder la tarde con la nariz hundida en la concavidad de páginas que aún olían a tinta fresca y después echarse un par de cervezas en alguna de las tascas y bodegas de la zona. Me acuerdo, en fin, de la edición española de Metal Hurlant, de Bilal –que en paz descanse-, de Tardi y de la dichosa línea clara. Y jamás me olvidaré del Incal Luz ni del Incal Negro, ni de una historia que para mí era entonces críptica, hermética e hipnótica…
Convengo en que la nostalgia es una cosa indecorosa y sórdida, y en este punto venía un intento de justificación –entre lírico y patético- de mi salida de tono. Pero prefiero dejarlo y pedirles humildemente disculpas. A lo hecho…
La película que nunca se hizo
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