martes, 27 de febrero de 2007

EL OJO ROJO. Jean Giraud - Moebius

Me repugna hacer pequeñas confesiones personales. ¿No era Pascal quien decía que “le je est haïssible”? o algo así; pues bien, no se equivocaba. Sin embargo, hay algo que me da por el culo incluso más que la sonrosada sonrisa del ego; son las reglas, la sumisión a las reglas rectas, erguidas, inamovibles y fálicas, incluso la sumisión a las reglas auto-impuestas. Por eso no pierdo ocasión en la que pueda traicionarme. Y por eso traigo aquí ahora una miserable anécdota particular: durante algún tiempo, en ese lapso infernal y fascinante que la demoscopia llama adolescencia, fui un consumidor enfermizo de tebeos. Después vinieron las exigencias de la edad adulta, la falta de tiempo, de espacio, la responsabilidad y la vergüenza (que es lo primero que se le agarra a uno a las pelotas con la fiereza minúscula e inmisericorde de una ladilla cuando se hace -¿cómo se dice?- mayor), las mudanzas, etc. y hube de abandonar aquella bochornosa colección de viñetas a suerte más feliz que la propia. Joder, lo confieso: cuando tuve que deshacerme de mis cómics se me atravesaron la rabia y las lágrimas en la garganta.



Acabo de ver por vez primera La Constellation Jodorowsky de Louis Mouchet, y son éstos los recuerdos y éstas las palabras que se me cuelan en la cabeza. La película tiene por sí misma su gracia, Jodorowsky es un tipo cautivador, las entrevistas, las escenas de psico-magia y las otras están muy bien traídas y llevadas, etc., pero a mí lo que me enciende una chispa en la memoria es la presencia del viejo Moebius. Y es que me acuerdo de que hace no mucho en la esquina inferior izquierda del mapa de Europa se publicaba al menos una decena de revistas de cómic, me acuerdo de 1984, de Zona 84 –su sucesora-, de Cómix Internacional –¿era ése su título?-, de Cimoc, del Creepy, de Humor a tope, de un señor llamado Josep Toutain, que era una especie de Hearst catalán de la historieta, y, claro, de Makoki y de El Víbora antes de la invasión japonesa, y, en consecuencia, de Borrayo, Gallardo, Mediavilla, Max y sus secuaces; recuerdo que, aunque Madrid no era París ni Barcelona, también había espacio para los distribuidores y barrios como el de Lavapiés estaban infestados de mercaderes de la bande dessinée, barrios que eran como bazares del tebeo en los que uno podía perder la tarde con la nariz hundida en la concavidad de páginas que aún olían a tinta fresca y después echarse un par de cervezas en alguna de las tascas y bodegas de la zona. Me acuerdo, en fin, de la edición española de Metal Hurlant, de Bilal –que en paz descanse-, de Tardi y de la dichosa línea clara. Y jamás me olvidaré del Incal Luz ni del Incal Negro, ni de una historia que para mí era entonces críptica, hermética e hipnótica…


Convengo en que la nostalgia es una cosa indecorosa y sórdida, y en este punto venía un intento de justificación –entre lírico y patético- de mi salida de tono. Pero prefiero dejarlo y pedirles humildemente disculpas. A lo hecho…


La película que nunca se hizo

Más Moebius en la Red.

Antes en El Ojo Rojo.

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