“She’s very modern. She doesn’t give a fuck about nothin’, except for you-know-what…”
Demarkov entra en escena pisando la cara del espectador y sus primeras palabras son: ‘Shit’ y ‘Fuck you’. Aparentemente van dirigidas a los maderos que la escoltan, pero bien podría ser que las estuviese escupiendo a la cara de los mirones del otro lado de la pantalla. A nosotros, pobres voyeurs rijosos. En esos primeros planos, Demarkov es una abstracción, apenas un revuelo de pelo flamígero que ya hace sospechar, sin embargo, su condición incendiaria y aniquiladora. Después el monstruo toma poco a poco forma humana: bajo un ligero gabán negro de raya diplomática, una combinación blanquísima y, más al sur, unas medias negras que enfundan un par de piernas vertiginosas y concluyen en unos zapatos de tacón que de tan altos parecen coturnos. ‘It’s not polite to stare’, reconviene a un Jack Grimaldi (Gary Oldman) embobado, hipnotizado, enredado ya para siempre en la telaraña de la Viuda Negra. Demarkov es ahora la última encarnación de la femme fatale del cine negro de corte clásico, su reproducción número X, una más de una larga lista de chicas malas de celuloide. O en todo caso su perfección algo paródica. Pero nos engañamos. O mejor: Mona Demarkov nos engaña desde el principio, y eso que continuamente va dándonos pistas, dejando un rastro de miguitas de pan que nos ayudaría a escapar de la trampa si quisiésemos. El problema es que, para entonces, nos tiene tan cogidos por los huevos que ya no importa.
Demarkov es, pues, otra cosa, algo distinto de la ingenuidad perversa de los personajes de Bacall, Stanwick o Turner. La de mujer fatal es otra de sus máscaras. Por eso hay una disonancia chirriante entre el cuento que se nos cuenta en la película y este extraño ser que parece haberse colado por una oscura puerta trasera. La historia nos suena, nos resulta de hecho vieja y manida: un poli corrupto que juega a dos bandas o, mejor dicho, a cuatro: policía / mafia, esposa / amante. Grimaldi compensa una vida cómoda de barrio residencial con pequeñas travesuras amorosas y con la cercanía de un peligro hasta ese momento bajo control. La sal y la pimienta; lo necesario, en fin, para que la existencia no sea demasiado aburrida. Nada, en cualquier caso, que se salga de las convenciones del género. Salvo Demarkov. Mona es literalmente inconmensurable con los presupuestos del antiguo thriller y al final descompone el juego de oposiciones sobre el que se había asentado la tranquila vida del sargento de policía. Su violencia es de una pureza sin resquicios ni pliegues: devastadora. Esa risa caníbal, esa voz profunda proceden de lo más hondo: de la matriz, del fondo de la tierra, y anuncian la catástrofe. Demarkov es la personificación de lo terrible femenino, un cruce voraz y posmoderno entre Circe y Kali. O, como algo más prosaico sentencia Don Falcone (Roy Scheider): la avanzadilla de la ‘next generation of barbarians’.
Lena Olin es la menor de tres hermanos, su padre Stig Olin fue cantante, compositor y también actor, intervino en varias películas del aclamado director Ingmar Bergman. También su madre Britta Holmberg es actriz, y su hermano Mats Olin es un conocido cantante sueco. Después de realizar estudios de interpretación en la escuela del Teatro Real en Estocolmo, Olin comenzó a actuar en obras teatrales clásicas de Shakespeare e Ibsen, y apareció también en papeles menores de algunas películas suecas dirigidas por Bergman. Fue precisamente este director quien la seleccionó para su primer papel en el teatro después de no haber superado la prueba oficial de admisión a consecuencia de su timidez. Más adelante tuvo la ocasión de actuar en el Teatro Real bajo la dirección de Bergman. [CONTINUAR LEYENDO]"
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