En marzo de 1969, Louis Althusser, profesor de filosofía conocido por sus seminarios en torno a la obra de Marx en la ENS y militante del Partido Comunista Francés, publicaba en L’Huma una breve guía de lectura de El Capital en la que condensaba parcialmente sus propuestas hermenéuticas para acercarse al texto marxista. Su destinatario principal era el proletariado galo. Lo que viene a continuación es una traducción al castellano de dicho artículo.
El Capital apareció hace un siglo (1867). Todavía es joven, más actual que nunca y además de una actualidad candente.
Los ideólogos burgueses, por más que sean ‘economistas’, ‘historiadores’ o ‘filósofos’, han ocupado su tiempo, desde hace un siglo, en intentar ‘refutarlo’. Han declarado que las teorías del valor-trabajo, de la plusvalía y de la ley del valor son tesis ‘metafísicas’ que no tienen nada que ver con la ‘economía política’. Y efectivamente, nada tienen que ver con su ‘economía política’. El último en llegar, entre estos ideólogos, es el señor Aron. Repite antiguallas al pie de la letra cuando cree inventar novedades.
Los proletarios que leen El Capital pueden entenderlo más fácilmente que todos los especialistas burgueses, por muy ‘eruditos’ que sean. ¿Por qué? Porque El Capital habla sencillamente de la explotación de la que ellos son las víctimas. El Capital desmonta y demuestra [démonte et démontre] los mecanismos de esa explotación que los proletarios sufren todos los días, bajo todas las formas que la burguesía pone en funcionamiento: aumento de la duración del trabajo, intensificación de la productividad, de los ritmos, disminución del salario, desempleo, etc. El Capital es, sin duda, su libro de clase.
Aparte de los proletarios, hay otros lectores que se toman El Capital en serio: los trabajadores asalariados, empleados, cuadros y, de manera general, algunos de aquellos a los que se llama ‘trabajadores intelectuales’ (enseñantes, investigadores, ingenieros, técnicos, médicos, arquitectos, etc.), por no hablar de los jóvenes estudiantes de secundaria y universitarios. Todos estos lectores, ávidos de saber, quieren comprender los mecanismos de la sociedad capitalista para orientarse en la lucha de clases. Leen El Capital, que es la obra científica y revolucionaria que explica el mundo capitalista; leen a Lenin, que prolonga a Marx y explica que el capitalismo ha llegado a su estadio supremo y último: el imperialismo.
Dos dificultades
Dicho esto, no resulta fácil para todo el mundo leer y comprender El Capital.
Es preciso saber, en efecto, que dicha lectura presenta dos grandes dificultades: una primera dificultad, política, que es determinante; y una segunda, teórica, que le está subordinada.
La dificultad nº 1 es política. Para ‘comprender’ El Capital, es necesario o bien (como los obreros) tener la experiencia directa de la explotación capitalista, o bien (como los militantes revolucionarios, ya sean obreros o intelectuales) haber hecho el esfuerzo necesario para acercarse a ‘las posiciones de la clase obrera’. Quienes no son ni obreros ni militantes revolucionarios, incluso si son muy ‘eruditos’ (como los ‘economistas’, ‘historiadores’ y ‘filósofos’), deben saber que el precio que hay que pagar por tal comprensión es una revolución en sus consciencias, masivamente dominada por los prejuicios de la ideología burguesa.
La dificultad nº 2 es teórica. Es secundaria con respecto a la dificultad nº 1, pero es real. Quienes tienen la costumbre de trabajar en la teoría, ante todo los científicos, al menos los científicos de las verdaderas ciencias (las ciencias humanas son, en su 80%, falsas ciencias, construcciones de la ideología burguesa), pueden superar las dificultades provenientes del hecho de que El Capital es un libro de teoría pura. Los demás -por ejemplo, los obreros-, que no están acostumbrados a la teoría pura, deben realizar un esfuerzo sostenido, atento y paciente para avanzar en la teoría. Nosotros les ayudaremos, y verán que esa dificultad no está en absoluto por encima de sus fuerzas.
Que, por el momento, sepan lo siguiente:
1. Que El Capital es un libro de teoría pura: que desarrolla la teoría del “modo de producción capitalista, de las relaciones de intercambio que le son propias” (Marx); que El Capital tiene, pues, un objeto ‘abstracto’ (que no se puede ‘tocar con las manos’); que no es, pues, un libro de historia concreta o de economía empírica, como imaginan los ‘historiadores’ y los ‘economistas’.
2. Que toda teoría se caracteriza por la abstracción y por el sistema riguroso de sus conceptos; que es preciso, pues, aprender a practicar la abstracción y el rigor; conceptos abstractos y sistema riguroso no son fantasías de lujo, sino los instrumentos mismos de la producción de los conocimientos científicos, exactamente igual que los útiles, las máquinas y su reglaje de precisión son los instrumentos de la producción de los productos materiales (automóviles, aparatos transistores, etc.).
Tomadas estas precauciones, aquí van algunos consejos prácticos elementales para la lectura del Libro I de El Capital.
Las más grandes dificultades teóricas y de otro tipo que obstaculizan una lectura fácil del Libro I de El Capital están desgraciada (o felizmente) concentradas en el comienzo mismo del Libro I, y aún más precisamente, en su Sección I, que trata de La mercancía y el dinero.
Plusvalía y horas extraordinarias…
Para empezar, doy el siguiente consejo práctico: comenzar la lectura del Libro I por la Sección II, La transformación del dinero en capital.
No se puede, a mi entender, comenzar (y solamente comenzar) a comprender la Sección I salvo después de haber leído y releído todo el Libro I a partir de la Sección II.
Este consejo es más que un consejo: es una recomendación que me permito presentar como una recomendación imperativa.
Cualquiera puede hacer la prueba práctica.
Si se comienza a leer el Libro I por su inicio, es decir, por la Sección I, o bien se encenaga uno y abandona; o bien se cree comprender, lo que es incluso más grave, pues existen muchas posibilidades de haber comprendido algo completamente distinto de lo que hay que comprender.
A partir de la Sección II (La transformación del dinero en capital), las cosas resultan luminosas. Entonces penetra uno directamente en el corazón mismo del Libro I.
Ese corazón es la teoría de la plusvalía, que los proletarios pueden comprender sin ninguna dificultad porque se trata, simplemente, de la teoría científica de algo de lo que tienen experiencia cotidiana: la explotación de clase.
Vienen enseguida dos secciones muy densas, pero muy claras, y decisivas para la lucha de clases, incluso a día de hoy: la Sección III y la Sección IV. Dichas secciones tratan de las dos formas fundamentales de la plusvalía de las que dispone la clase capitalista para llevar al máximo la explotación de la clase obrera: lo que Marx llama la plusvalía absoluta y la plusvalía relativa.
La plusvalía absoluta (Sección III) se refiere a la duración de la jornada de trabajo. Marx explica que la clase capitalista impulsa inexorablemente el aumento de la duración de la jornada de trabajo y que la lucha de la clase obrera, más que centenaria, tiene como objetivo arrancar una disminución de la duración de la jornada de trabajo, luchando contra dicho aumento.
Conocemos, históricamente, las etapas de esta lucha encarnizada: jornada de 12 horas, de 10 horas, luego de 8 horas y, finalmente, bajo el Frente Popular, las 40 horas. Desgraciadamente también sabemos que la clase capitalista utiliza todas sus fuerzas y todos sus medios, legales y para-legales, para prolongar la jornada de trabajo real, incluso cuando está obligada a limitarla en el plano legal como consecuencia de leyes sociales conquistadas en dura lucha por la clase obrera (ejemplo: 1936).
Actualmente, la duración de la semana laboral varía entre 45 y 54 horas… y la patronal ha encontrado el truco de las ‘horas extra’. También está el ‘trabajo negro’, además del trabajo ‘regular’.
Unas palabras sobre las ‘horas extra’. Según los horarios, las ‘horas extra’ se pagan el 25%, el 50% e incluso el 100% por encima de la tarifa de las ‘horas normales’. Aparentemente se diría que ‘cuestan caras’ a la patronal. En realidad, le resultan ventajosas. Porque permiten a los capitalistas mantener en funcionamiento, 24 horas de cada 24, máquinas muy costosas que es preciso amortizar lo más rápidamente posible, antes de que sean superadas por nuevas máquinas, aun más eficaces, que la tecnología moderna arroja sin descanso al mercado. Para el proletariado, las ‘horas extra’ son todo lo contrario de un ‘regalo’ que le haría la patronal. Ofrecen, sin duda, un ingreso suplementario a los obreros que lo necesitan, pero arruinan su salud. Bajo su apariencia engañosa, las ‘horas extra’ no son más que una explotación extra de los obreros.
Pasemos ahora a la Sección IV (La producción de la plusvalía relativa). Es una cuestión candente.
La plusvalía relativa (Sección IV) es la forma nº 1 de la explotación contemporánea, y es mucho más sutil. Se refiere al incremento del equipamiento mecánico de la industria (y de la agricultura) y, en consecuencia, a la productividad que resulta de él. El crecimiento de la productividad (espectacular desde hace 10-15 años) se ejerce no sólo mediante la introducción de máquinas cada vez más perfeccionadas, que permiten producir la misma cantidad de productos en tiempos dos, tres o cuatro veces inferiores, sino también mediante la intensificación del ritmo de trabajo.
De todo esto se ocupa Marx en la Sección IV. Demuestra los mecanismos de explotación por el desarrollo de la productividad en sus formas concretas; y demuestra también que el desarrollo de la productividad nunca puede beneficiar espontáneamente a la clase obrera, puesto que está precisamente hecho para aumentar su explotación.
Lo que puede hacer la clase obrera, como en el caso de la duración del trabajo, es luchar contra las formas propias de la explotación mediante el desarrollo de la productividad, para limitar los efectos de tales formas (lucha contra los ritmos, contra su intensificación, contra la supresión de ciertos puestos de trabajo y, en consecuencia, contra el ‘paro de productividad’, etc.). Marx demuestra de manera absolutamente irrefutable que los trabajadores no pueden esperar beneficios duraderos del desarrollo de la productividad antes de la toma del poder por la clase obrera y sus aliados; que, hasta entonces, sólo pueden luchar por limitar sus efectos, y en consecuencia contra la explotación que es su fin, en una lucha de clase encarnizada.
El lector puede entonces, en última instancia, omitir provisionalmente la Sección V (La producción de la plusvalía absoluta y relativa), que es bastante técnica, y pasar directamente a la Sección VI sobre el salario.
Productividad y lucha de clases
También aquí, los obreros están literalmente en su propia casa, puesto que Marx examina, aparte de la mistificación burguesa que declara que el ‘trabajo’ del obrero se ‘paga conforme a su valor’, las diferentes formas del salario, el salario por tiempo, para empezar, y después, el salario a destajo; es decir, las diferentes trampas en las que la burguesía intenta atrapar a la clase obrera para destruir en ella toda voluntad de lucha de clases.
Aquí los proletarios reconocerán que la cuestión del salario o, como dicen los ideólogos de la burguesía, la cuestión del ‘nivel de vida’, es en última instancia una cuestión de lucha de clases (y no una cuestión de desarrollo de la ‘productividad’ de la que los obreros ‘deberían’ beneficiarse ‘naturalmente’).
Como conclusión de las Secciones II-VI, los proletarios reconocerán que su lucha de clase en el terreno económico no puede ser más que una lucha de clase contra las dos formas principales de la explotación, que son la tendencia ineluctable del sistema capitalista a:
1º Aumentar la duración de la jornada de trabajo;
2º Disminuir el salario.
Los dos objetivos (y consignas) fundamentales de la lucha económica de la clase proletaria contra la explotación capitalista son, pues, directamente antagonistas de los objetivos de la lucha de la clase capitalista:
1º Contra el aumento de la duración del trabajo;
2º Contra la disminución del salario.
Si hemos subrayado que la lucha de clases económica era una lucha contra el aumento de la jornada de trabajo y contra la disminución del salario, es para señalar con claridad estos tres principios fundamentales:
1. Es una ilusión mantenida por los reformistas el hacer creer que el salario puede aumentar bajo el régimen capitalista por el simple hecho de que aumente la productividad. Es enmascarar la tendencia ineluctable del capitalismo hacia la disminución del salario. Los comunistas deben recordar tal tendencia a sus camaradas de trabajo. Bajo el régimen capitalista, toda lucha en torno a los salarios es una lucha contra esa tendencia a la disminución. Desde luego, toda lucha contra la disminución del salario es, también y al mismo tiempo, una lucha por el aumento del salario.
2. Si los reformistas escamotean este hecho es porque escamotean la lucha de clases. La cuestión de la lucha contra el aumento de la duración de la jornada de trabajo y contra la disminución del salario es, no una cuestión de desarrollo de la productividad, sino una cuestión de lucha de clases: más precisamente, de lucha de clases económica.
3. La lucha de clases económica está limitada en sus efectos porque es una lucha defensiva contra la tendencia a la agravación de la explotación económica, que es la tendencia ineluctable del capitalismo. La única lucha de clases que puede transformar la lucha económica defensiva (contra los ritmos, contra la eliminación de puestos de trabajo, contra la disminución de los salarios, contra la arbitrariedad de las primas) en lucha ofensiva es la lucha de clases política. La lucha de clases política establece como su objetivo último la revolución socialista. La lucha de los comunistas es una lucha política que engloba la lucha económica, la lucha por la revolución socialista.
Todo esto está perfectamente claro en El Capital mismo, aunque la distinción entre la lucha de clases económica y la lucha de clases política no se encuentre desarrollada por sí misma. Se encuentra expuesta muy claramente en los continuadores de Marx, sobre todo en Lenin (¿Qué hacer?) y en todos los dirigentes revolucionarios (Maurice Thorez insistió mucho en ella).
Ninguna perspectiva revolucionaria es posible sin el primado de la lucha política sobre la simple lucha económica. La simple lucha económica ‘apolítica’ conduce al economismo, es decir, a la colaboración de clase. En cambio, el primado de una lucha política que despreciase la lucha económica y la descuidase conduciría al voluntarismo, es decir, al aventurerismo.
Tal lucha de clases debe llevarse a cabo en el ámbito nacional, teniendo en cuenta las particularidades de la situación nacional, pero como una parte de la lucha de clases internacional. No hay que olvidar que en 1864 –en consecuencia, tres años antes de El Capital-, Marx y los militantes revolucionarios de la época fundaron la Primera Internacional, réplica proletaria de la Internacional Capitalista de hecho, que dominaba el ‘mercado mundial’.
‘Bola de nieve’ y masacres
Después de la Sección VI sobre el salario, los lectores podrán pasar a la Sección VII (El proceso de acumulación del capital), que es muy clara. Marx explica aquí que la tendencia del capitalismo consiste en transformar sin cesar en capital la plusvalía arrebatada a los proletarios, en consecuencia, que el capital no deja de ‘hacer bola de nieve’ o, lo que es lo mismo, de reproducirse sobre una base cada vez más ampliada, con el fin de arrebatar cada vez más sobretrabajo (plusvalía) a los proletarios. Esta tesis queda ilustrada por el magnífico ejemplo concreto de la Inglaterra de 1846 a 1866. Sabemos, después de Lenin, que dicha reproducción del capitalismo ha adoptado, desde finales del siglo XIX, la forma del imperialismo: interpenetración del capital bancario y del capital industrial, formación del capital financiero y sobreexplotación directa del ‘resto del mundo’ bajo la forma de colonialismo, que acarrea las guerras coloniales, primero, y después las guerras inter-imperialistas, que mostraron a todos de manera explosiva que el imperialismo ha entrado ya en la fase de su agonía, puesto que las dos grandes guerras mundiales han traído, entre otras ‘consecuencias’, la Revolución rusa (1917), la instauración de las democracias populares y, más tarde, la Revolución china (1949).
En cuanto a la Sección VIII (La acumulación primitiva), que cierra el Libro I de El Capital, contiene un descubrimiento de muy grande importancia. Marx denuncia aquí la mistificación burguesa que explica tranquilamente el nacimiento capitalista por… ¡el ahorro del primer capitalista, que habría trabajado y puesto al margen su dinero para constituir el primer capital! Marx demuestra que, en realidad, el capitalismo no ha podido nacer en las sociedades occidentales más que después de una enorme ‘acumulación’ de dinero entre las manos de algunos ‘hombres con escudos’ y que tal acumulación fue el resultado brutal de siglos de bandolerismo, de expediciones, de robos, de rapiñas y de masacres de pueblos enteros (por ejemplo, de los descendientes de los incas y de otros habitantes del fabuloso Perú, rico en minas de oro).
Ahora bien, esta tesis marxista sobre los orígenes históricos del capitalismo sigue siendo de una candente actualidad. Pues si el capitalismo funciona hoy relativamente sin masacres en los países ‘metropolitanos’, practica todavía los mismos métodos de robo, de bandolerismo, de violencia y de masacres en lo que se llama sus ‘márgenes’, que son los países del ‘Tercer Mundo’: América Latina, África, Asia. Las masacres estadounidenses en Vietnam son hoy mismo la prueba de la verdad que Marx expone en la Sección VIII a propósito de los lejanos orígenes del capitalismo.
Pero la situación ha cambiado del todo. Los pueblos ya no se dejan masacrar: han aprendido a organizarse y a defenderse, entre otras cosas, porque Marx, Lenin y sus sucesores han educado a los militantes revolucionarios de la lucha de clases. Y ésta es la razón por la que el pueblo vietnamita está a punto de conseguir sobre el terreno la victoria contra la agresión de la más grande potencia militar del mundo, gracias a la guerra popular que lleva a cabo bajo la dirección de las organizaciones que se ha dado a sí mismo.
Si queremos leer El Capital, leer a Lenin (y, en particular, las ‘pocas conclusiones’ que cierran La enfermedad infantil, las cuales hablan directamente de las condiciones de la revolución socialista en los países capitalistas occidentales), sabremos sacar la lección y concluir que muchos entre nosotros verán triunfar, durante nuestra propia existencia, la Revolución en nuestro propio país.
Esa regla de oro…
Resumo, pues, mis consejos prácticos para leer El Capital de la siguiente manera:
1º Dejar a un lado sistemáticamente la Sección I;
2º Comenzar por la Sección II;
3º Leer muy atentamente las Secciones II, III, IV, VIII (dejar, pues, de lado la Sección V);
4º Tratar de leer, sólo después, la Sección I, sabiendo de todos modos que es extremadamente difícil y requiere explicaciones de detalle[1].
Dicho todo esto, puedo aconsejar también a los lectores de El Capital anteceder su estudio de la obra maestra de Marx con la lectura de los dos textos siguientes, que pueden servirles de excelente introducción:
1º Trabajo asalariado y Capital (1847) de Marx.
2º El Capital, artículo de Engels de 1868, reproducido en el Tomo III de El Capital de las Éditions Sociales (p. 219-225), admirable exposición de las tesis esenciales del Libro I.
Si quieren percibir, en un texto sencillo y claro, ciertas consecuencias importantes del Libro I, los lectores pueden, tras haber estudiado el Libro I, leer detenidamente Salario, Precio y Ganancia de Marx (1865), publicado por las Éditions Sociales en el mismo volumen que Trabajo asalariado y Capital. Debo señalar que estos dos textos son conferencias que fueron pronunciadas, unas muy pronto y otras más tarde, por Marx ante un público obrero (en el primer caso) y (en el segundo) ante el Consejo General de la Primera Internacional.
Durante su lectura, se podrá tomar la medida del lenguaje que Marx estimaba conveniente mantener ante los obreros y los militantes del movimiento obrero. Marx sabía utilizar un lenguaje sencillo, claro y directo, pero al mismo tiempo no hacía ninguna concesión en cuanto al contenido científico de sus teorías. Estimaba que los obreros tenían derecho a la ciencia y que podían superar perfectamente las dificultades propias de toda exposición verdaderamente científica. Esta regla de oro es y sigue siendo más que nunca una lección para nosotros.
Marzo de 1969.
[1] No puedo consagrar más que una breve nota a las dificultades teóricas que obstaculizan una lectura rápida del Libro I de El Capital (Marx, por otro lado, lo retomó una decena de veces antes de darle su forma definitiva; y no sólo por cuestiones de exposición).
Doy, en pocas palabras, un principio de solución:
1º La teoría del valor-trabajo no es inteligible más que como un caso particular de lo que Marx y Engels llamaron la ley del valor. Y esta denominación (ley del valor) supone en sí misma una dificultad en cuanto denominación.
2º La teoría de la plusvalía no es en sí misma más que un caso particular de una teoría más vasta: la teoría del sobretrabajo, que existe en todas las sociedades, pero que es arrebatado en las sociedades de clase. En su generalidad, esta teoría del sobretrabajo no es tratada por sí misma en el Libro I.
El Libro I presenta, pues, la particularidad específica de que contiene ciertas soluciones a problemas que no se plantean en los Libros II, III y IV y ciertos problemas cuyas soluciones no se ofrecen más que en los libros siguientes.
En lo esencial, es en este carácter de ‘suspense’ o de ‘anticipación’ en lo que consisten las dificultades objetivas del Libro I. Es preciso saberlo y sacar las consecuencias pertinentes, es decir, leer el Libro I teniendo en cuenta los Libros II, III y IV.
Secundariamente, y no es éste un asunto en absoluto despreciable, ciertas dificultades del Libro I, en particular, las que presenta el Capítulo I de la Sección I y la teoría del ‘fetichismo’, derivan de la terminología heredada de Hegel, con la cual, según su propia confesión, Marx tuvo la debilidad de ‘flirtear’ (kokettieren).
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3 comentarios:
Hola. Soy José Luis, del n-ésimo blog. No te lo tomes a mal, pero quién se va a leer todo el rollazo sobre Althusser. Me refiero no ya al Pueblo, sino a la Multitud.
Bueno, es fantástico, y cuando encuentre tiempo leeré el material que aportas, sin duda interesante, pero ¿No te parece que eso no se dirige a la Multitud, que, en general, dispone de muy poco tiempo?
Otra pregunta: ¿La gente que buscamos la forma de transformar, de cambiar las cosas, no deberíamos más bien pensar en cómo organizar la Multitud de una manera efectiva? Algunos amigos, se plantean crear un nuevo partido en Valencia, a la vista de la quiebra de Izquierda Unida, pero yo les digo que eso no sería más que repetir lo mismo. Pero ¿cómo crear algo, una organización a la altura de los tiempos? Creo que este es el problema que nos debería ocupar.
De todas formas tampoco me hagas mucho caso, quizá se tercia hacer lo que haces, pero yo creo que nuestros adversarios utilizan mensajes mucho más fáciles de asimilar por la mayoría social.
Bueno, ya me dices algo.
Saludos.
Recién llego del curro y ando con la sesera algo embotada. Probablemente tengas razón. Ya te daré una respuesta más elaborada en tu blog.
Leí tu propuesta sobre un Al-Qaeda DR y me dio que pensar.
Sin duda, el problema de la organización es una vez más EL problema. Y más en estos tiempos oscuros de derrota, repliegue y ¿reconstrucción?
Aquí, en Valencia, Izquierda Unida está en una grave crisis. Algunos compañeros de Espacio Alternativo están en estos momentos reflexionando sobre cómo se podría construir algo nuevo. Pensamos que se ha tocado fondo.
No sé si el concepto de Negri de Multitud es el adecuado, pero parece que no sería descabellado una unificación de ese tipo,¿pero cómo? ¿por dónde empezar de manera que no se repitan los mismos fracasos?
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