viernes, 21 de marzo de 2008

¡CORRE, CAMARADA, EL 68 TE PERSIGUE! ¿68 o años de plomo? La anomalía italiana - Cesare Battisti (2006)

Nacido en diciembre de 1954, Cesare Battisti abandona el instituto en la adolescencia y acaba en la cárcel en 1974 por delitos menores. Es allí cuando se convierte a la “lucha armada”. Procedente de una familia obrera que él presenta como “religiosamente comunista” y que venera a Stalin, Cesare, el último hijo nacido “por error”, mucho después de sus cinco hermanos y hermanas, se mantiene al margen de las Brigadas Rojas, especie de “PC armado” a sus ojos.

Pero gravita en la órbita más libertaria de Lotta Continua. A los 22 años, entra en la organización Proletarios armados para el comunismo (PAC): “Queríamos atacar los poderes establecidos con la ironía. Luego nos vimos abocados a la lucha armada. Era una trampa en la que caímos” dirá quince años más tarde, sin por ello renegar de su pasado.


Detenido en junio de 1979, en el marco de una investigación sobre el asesinato de un joyero de Milán que Battisti niega haber cometido, acaba en la sección de alta seguridad de la cárcel de Frosinone. Le condenan en mayo de 1981 a doce años de detención por “pertenencia a banda armada” y “tenencia de armas”.





No tengo en modo alguno la intención de ofrecer un enésimo análisis de los años de plomo. No podría. Porque soy parte implicada, porque no soy historiador y, sobre todo, porque me es objetivamente imposible catalogar una herida en el cuerpo social italiano que todavía no ha cicatrizado. Y si me aventuro en este terreno resbaladizo es porque, desde que huí de Italia en 1981, durante mis veinticuatro años de exilio político y con la actividad literaria que vino después, he tenido que responder sin cesar a las mismas preguntas: “¿Por qué eres refugiado? ¿Cómo es posible, treinta años más tarde? ¿Qué pasó en la Italia de 1968?” Al intentar responder, siempre he tenido la impresión de que no daba la explicación correcta. No me las apañaba bien y, ciertamente, mi condición de refugiado me impedía ser claro. Uno ve mal cuando se encuentra todavía en plena carrera.

Ahora, que ya no me queda nada que defender y que ya nadie me plantea tales preguntas, intento responderlas de nuevo, consciente de que la naturaleza de este pasado reciente es demasiado compleja para ser resumida en unos pocos puntos. Numerosos intelectuales y artistas han intentado comprender y dilucidar aquel periodo, pero todos han fracasado, a pesar de la ventaja de la perspectiva. Unos, extraviándose en contradicciones; otros, cediendo a la parcialidad. Películas, libros, documentales y debates múltiples… Ha habido de todo sobre esos incomprensibles años 70. Pero el ruido sordo de una pieza faltante nos conduce siempre a la primera pregunta: “¿Qué es esa anomalía italiana del 68, conflicto cuyas consecuencias se retrasan mientras la Historia debe esperar para conocer las razones que lo desencadenaron?” Hasta entonces, quienes quieran saber, se verán obligados a recurrir a los testimonios de quienes estuvieron allí y a creer que hacen esfuerzos sinceros por mirar las cosas con distancia. Es lo que yo voy a intentar. Pero no en solitario.

En este rápido examen del panorama político italiano que dio a luz, en el seno de la Europa post-sesentayocho, a esa anomalía que se llama “los años de plomo”, me apoyaré sobre tres puntos. Mi compromiso con el movimiento de los años 70 y el papel que mi entorno familiar (una familia comunista, militante de primera hora, y mi hermano elegido en las listas del PCI) desempeñó en él. Me aprovisionaré, ampliamente y sobre todo, de argumentos extraídos de autores que jamás ocultaron su rechazo claro y determinado a las elecciones políticas, armadas o no, de la rebelión que había estallado en las calles italianas. Entre otros, Pier Paolo Pasolini, Sandro Penna o Mario Tronti. Lamento no poder citar con precisión las fechas de aparición de sus artículos o de sus declaraciones, pero no estoy en condiciones de procurarme tales datos. Sólo puedo contar, pues, con mi memoria. Espero que los interesados sepan perdonarme. Si he elegido a estos autores es, ante todo, porque siempre he admirado su capacidad crítica, y también porque, de este modo y en virtud de sus posiciones francamente hostiles a nuestra aventura armada, me pongo al abrigo de toda tentación de parcialidad.

Lo repito: no estoy en condiciones de proporcionar todas las referencias bibliográficas. Para empezar porque soy un prófugo y los bibliotecarios tienen una excelente memoria visual. Y en segundo lugar, porque dudo de poder encontrar los documentos que me interesan en el lugar en el que me hallo. Pero, sobre todo, no quiero verme ante un estante consagrado a la muy rica producción de estos autores. Terminaría por perder de vista mis propósitos iniciales, yendo de título en título, siguiendo a los autores de una época a otra, de la palabra que dice a la reflexión que interroga. El placer de la relectura. Algo muy hermoso y de lo más interesante, pero que no me facilitaría la tarea de hablar sin temor y de contárselo todo a mis amigos lectores. Todos sabemos que es precisamente cuando uno no se toma en serio cuando uno habla de verdad para que todo el mundo lo entienda. Por esta razón, en lugar de sumergirme en la obra meditada, considero más eficaz quedarme con la expresión más directa de los artículos y de algunos discursos improvisados por esos mismos autores en aquella época. El análisis de los comportamientos no es mi dominio. Soy novelista y me limito a explorar los sentimientos. Soy consciente de que no es fácil para mí acometer los años 70 después de lo que acabo de escribir, pero me siento más libre que nunca para dirigirme a aquellos que quieren saber. No tendré miedo, en beneficio de la claridad, de recurrir a lo fácil, a lo superficial. Si se hace intencionadamente, puede ser un formidable medio de expresión cuando uno tiene cosas que decir. ¿De qué sirve llenar página tras página si una no es más que la explicación de la anterior? Si eso fuera literatura, escribiría una novela por día. Me gusta escribir, abandonarme a la perversión de la escritura, gozar del placer obsceno de atrapar por fin la palabra que pasa una y otra vez como una mosca, y arrancarle hábilmente las alas y todo aquello que sobrepasa su desnudez primaria. Así es como quiero abordar mi explicación de aquella época para compartirla con aquellos a los que quiero y a los que, en su mayoría, no he vuelto a encontrarme. No esperéis, pues, discursos elocuentes ni la Palabra Única. La verdad no tiene cabida aquí.

Dejemos que la verdad alimente la fuerza prodigiosa de la juventud o que aumente la ceguera de los mayores. Si exceptuamos a los exaltados, que la hacen oscilar en toda ocasión, y a los iluminados, que la niegan por principio, la verdad se va encontrar pronto en el paro. Francamente, me resulta difícil imaginar una sociedad sin verdad. La verdad es indispensable, y uno no puede arrojarla a la basura porque haya un montón de imbéciles que la desearían Una, Única, Absoluta y barbuda como Dios. Es muy posible que tres cuartos de la población mundial jamás hayan sido tocados por la bondad divina, pero ¿qué persona podría sinceramente decir que no ha tenido nunca su pequeño momento de verdad?
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