[Foto: Steve Bingham]
Las fauces amarillas del camión de Tom devoran kilómetros de asfalto y parten en dos el viento tórrido y sucio de la atardecida. Tom mordisquea un habano apagado con un anillo de sangre seca semejante a una mancha de carmín y canturrea “Keep your eyes on the road, your hands upon the wheel…”. Un sol como una naranja podrida oscila entre dos colinas puntiagudas y se refleja en sus gafas de espejo. Tom se inclina sobre el volante y apoya los antebrazos en el semicírculo superior. Una erección incipiente repta sobre el cuero desgastado del asiento. En el otro carril, una hilera interminable de vehículos sin conductor ni pasajeros se pierde en el horizonte entre reverberos oscilantes. Hay coches y camiones calcinados, algunos aún exhalan una débil hebra de humo oscuro. Tom tensa los músculos de la pierna derecha, pisa a fondo el acelerador, siente como su polla tumefacta palpita contra la tela de los vaqueros. A lo lejos divisa media docena de puntitos vacilantes que se desplazan lentamente hacia la puesta de sol. Entonces cambia de tonada: “Go east young man, go east young man...” Con la pierna izquierda marca el ritmo sobre el suelo del camión. Escupe el puro a través de la ventanilla abierta y alza la voz. “…You'll feel like a sheik, so rich and grand…” La carlinga del camión trepida, parece a punto de descomponerse y dispersarse entre el viento apestoso. La figura de los coches abandonados va difuminándose con la velocidad hasta quedar transformada en una sucesión informe de ráfagas de colores metálicos. Rojo, verde, azul, anaranjado desvaneciéndose en la luz moribunda y leve del fin de la tarde. Y Tom que canta: “…With dancing girls at your command...” y se acaricia el glande hinchado y cárdeno como el corazón de un ternero. Poco a poco los seis puntitos van acercándose a los hocicos dorados del camión. Tom clava la bota en el pedal, pero la máquina no da más de sí: 130 kilómetros por hora, de ahí no pasa. Con todo, cada vez los tiene más cerca. En pocos segundos, los puntos se transforman en seis llamas temblorosas de tonalidades diversas y, algo después, en seis fibrosos ciclistas a lomos de seis brillantes bicicletas de competición. El camión aúlla y Tom también. Por un momento se desvía de su trayectoria y el flanco de la caja araña los costados de los vehículos aparcados en el carril contrario. Chisporroteo de aceros en fricción. Por fin Tom consigue alcanzar al ciclista de cola y el impacto es como un estallido blando. El hombre salta por los aires girando como una rosa de los vientos y cae en la lejanía levantando un nubecilla de polvo color azafrán. Los tres siguientes caen juntos y quedan tendidos en el asfalto con los intestinos entrelazados, componiendo un retablo de geometría descoyuntada. El quinto sale despedido contra los coches aparcados en el otro carril, rebota y derriba al ciclista número seis. “...Go eat and drink and feast, go east young man...” Por un momento no hay rastro del último corredor. Tom lo busca a través de los retrovisores, sobre el asfalto, sobre los coches abandonados, hundido entre las piedras del erial. Pero nada. Al poco rato, una mano enguantada se arrastra sobre el capó del camión como una tarántula borracha.
[De Ars Combinatoria]
1 comentario:
¿lancémonos todos y todas a un road trip de ficción -postanarquista ahora!
Me estremecí al leer lo de la polla tumefacta...
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