sábado, 6 de junio de 2009

VOCES. 1909-2009: El Futurismo ya es historia. Valentine de Saint-Point (1912)




Manifiesto de la Mujer Futurista
Valentine de Saint-Point (1912)



Queremos glorificar la guerra –única higiene del mundo– el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los libertarios, las bellas ideas por las cuales se muere y el desprecio de la mujer.
F. T. Marinetti – Manifiesto futurista


La humanidad es mediocre. La mayoría de las mujeres no son ni superiores ni inferiores a la mayoría de los hombres. Son iguales. Todos merecen el mismo desprecio.

El conjunto de la humanidad no ha sido nunca otra cosa que el terreno de la cultura, fuente de genios y héroes de ambos sexos. Pero para la humanidad, como para la naturaleza, hay momentos que resultan más propicios al florecimiento. En los veranos de la humanidad, cuando el terreno arde bajo el sol, los genios y los héroes abundan.

Nos encontramos en el comienzo de una primavera; echamos en falta la profusión solar o, lo que es lo mismo, una buena cantidad de sangre derramada.

Las mujeres no son más responsables que los hombres del modo en que los verdaderamente jóvenes, ricos en savia y sangre, están siendo arrastrados por el fango.

Es absurdo dividir a la humanidad en hombres y mujeres. Se compone sólo de feminidad y masculinidad. Todo superhombre, todo héroe, no importa lo épico, genial o poderoso que sea, es la expresión prodigiosa de una raza y de una época sólo porque está compuesto, al mismo tiempo, de elementos masculinos y femeninos, de feminidad y masculinidad: es, en consecuencia, un ser completo.






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Valentine de Saint-Point: figura futurista, femenina y precursora del art-performance
Adrien Sina (2009)





Poetisa, novelista, autora de tragedias, especialista en Sófocles, teórica de la danza y del teatro, modelo y musa de Rodin y de Mucha, tataranieta de Lamartine, Valentine de Saint-Point es una de las escasas figuras femeninas del futurismo francés. Rodin la llamaba “la diosa de carne para mi inspiración de mármol”; tenían el proyecto común de un libro íntimo que jamás vio la luz, pero del cual pueden encontrarse fragmentos en textos como La doble personalidad de Auguste Rodin o El Pensador de Rodin. Esta época estará también marcada por los Salones Literarios o Poéticos que ella misma organiza en torno a sus propios textos o los de cómplices literarias como Rachilde, la condesa Anna de Noailles o Louise Labé (siglo XVI).

Sus primeras publicaciones poéticas a partir de 1905, Poemas de la mar y el sol, Poemas de Orgullo, La sed y los espejismos, que inauguran una voluntad de superación de sí, en la soledad y frente al destino y los elementos, se centran poco a poco en la exploración de la psicología femenina y su deseo (Una mujer y el deseo, 1910, y El orbe pálido, 1911). Al mismo tiempo, prepara un importante corpus de reflexión sobre el elemento trágico en sus componentes originales: el Eros, el Poder, la Muerte, la Guerra y la Política. El Discurso sobre la tragedia y el verso trágico, seguido de El alma imperial, o La agonía de Mesalina, escrito en 1907, serán publicados en 1929. Tales elementos serán también experimentados en la Trilogía del amor y de la muerte (1906-1909) y El teatro de la mujer, una trilogía dramática inconclusa de la misma época.

Desde los primeros años del futurismo, F. T. Marinetti la invita a unirse al movimiento para ofrecer una imagen más intensa y provocadora de la mujer que la que había idealizado D’Annunzio o la que habían sublimado los fetichismos estéticos de la historia del arte o los romanticismos en literatura. El 27 de junio de 1912, Marinetti dirige un debate en la Sala Gaveau en el que Valentine presenta su primer Manifiesto de la mujer futurista, que continuará con su Manifiesto futurista de la lujuria el día 11 de enero de 1913. Miembro de la Dirección del Movimiento Futurista desde 1912, encargada única de la Acción Femenina, entra por la puerta de la disidencia y de la crítica de los excesos y sale, en torno a 1915, por la puerta de la divergencia teórica.

Fue la única futurista invitada a aparecer sobre un escenario neoyorquino, el de la Metropolitan Opera (Festival de la Métachoire, 1917), en el que bailó casi desnuda, cubierta con recortes de seda transparente, en una actuación en la que la danza se mezclaba con proyecciones luminosas de fórmulas matemáticas, con la música de sus amigos Claude Debussy, Erik Satie y Dan Rudyar Chennevière, así como con las efusiones subliminales de mensajes olfativos y perfumados. Se trataba igualmente de la primera interpretación de música disonante y polifónica en los Estados Unidos.

En un periodo de exaltación de la máquina, de la velocidad y de la urbe, ella fue la única que se interrogó sobre el cuerpo carnal y el cuerpo colectivo que corresponderían a la nueva época que se anunciaba, que propuso un punto de vista no-ideológicamente-feminista sobre la identidad femenina y que impuso una imagen de la mujer arraigada en lo que ésta tiene de específico.

Sin embargo, su visión del mundo está impregnada de desilusión y hastío. La referencia marcial que Saint-Point manipula es una reminiscencia de la utopía extrema y abortada que Platón describe en el Critias y que, erróneamente, pasa por ser una descripción de la ciudad ideal. La historia no habría sido consciente así del peso de los sinsabores y las desilusiones, ni en Platón, encerrado en prisión para evitar su actividad política, ni en Valentine, en su ruptura con el materialismo occidental.

Después de haber elaborado, como artista, varios proyectos políticos desde Córcega –entre otros, los Estados Unidos del Mediterráneo- parte definitivamente para Egipto –tierra natal de Marinetti, patria espiritual de Lamartine- en diciembre de 1924, poco después de la muerte de su compañero, Ricciotto Canudo, fundador del Movimiento Cerebrista. Se comprometerá también en una acción política por la emancipación de la mujer musulmana, tanto contra la hegemonía colonialista occidental, y sus derivas destructoras e incontroladas, como contra los oscurantismos o integrismos locales. Y consagrará la segunda mitad de su vida a sus compromisos éticos, actuando, desde Egipto, por el acercamiento cultural entre Oriente y Occidente, por la ética y por la paz. Fundó y dirigió la revista mensual El Fénix (Revista del Renacimiento Oriental), editada en El Cairo de noviembre de 1925 a junio de 1927. Este espacio de reflexión y de propuestas políticas estará igualmente marcado por la publicación de La verdad sobre Siria por un testigo (1929, Cahiers de France).

Una dimensión anticipadora y premonitoria caracteriza su pensamiento y sus textos. Siempre estuvo fascinada por la idea de ser la voz que sintetizase a un pueblo. La guerra, poema heroico (1912), redactada en forma de un diálogo contradictorio casi socrático, explora la psicología de un pueblo que parte para la guerra, ese momento de deslumbramiento y ofuscación que, subrepticiamente, apoyándose en una idea heroica de la guerra, necesaria para todo sacrificio voluntario y consentido, abre el camino hacia la sangre y el horror, desconocidos e ignorados.

Otro texto, premonitorio de su propio destino, fue publicado en la Nouvelle Revue, en enero de 1905: Lamartine desconocido (cartas inéditas). Podría considerarse a posteriori un texto cuasi-autobiográfico sobre la autora y sus deseos, y sobre Lamartine, su ancestro, a la vez poeta y hombre de Estado, en las primeras filas de los promotores de la Revolución de 1848, uno de los principales fundadores de la República, ministro de Asuntos Exteriores. Su vida como diplomático en Oriente estuvo determinada por la instauración de una ética de respeto entre los pueblos y la resolución pacífica de los conflictos coloniales, lo mismo que Valentine intentará llevar a cabo un siglo después.

Ningún destino es, en su tristeza y belleza, comparable al de los hombres que, en la vida multiforme y tumultuosa de los pueblos, aparecen como una síntesis de voluntades y esfuerzos… Su suerte presenta siempre los caracteres de gracia y desgracia que, a lo largo de toda la historia, ha marcado la vida de los tribunos: tribunos intelectuales, hombres de genio, que fijan a través de una obra maestra las tendencias oscuras de una generación, o tribunos políticos, que por un momento personifican a todo un pueblo. Aquellos que, por una extraña complejidad de sus organismos, son a la vez lo uno y lo otro duplican la alegría y la amargura de la vida.

En Oriente, sobre un decorado divino, la vida de los pueblos, bárbaros o adormecidos sobre los dogmas cristalizados de viejas civilizaciones, le permitió saborear esa condición de guía del pueblo que debía llevarlo hasta la embriaguez del poder supremo y hasta la tristeza de todas las desilusiones.


Entre las mujeres con destinos paralelos y trágicos que transformaron la concepción del cuerpo durante el siglo XX a través del material coreográfico, como Isadora Duncan, a la que conoció entre 1912 y 1915, en casa de Rodin, o algo más tarde, Josephine Baker, Valentine de Saint-Point, pensadora de los equilibrios extremos, es la única que parte de una teoría y una dramaturgia trágicas para acercarse a una danza de las ideas, a una danza del pensamiento más allá de las expresiones codificadas. Tenía en gran aprecio una disciplina conceptual y geométrica de la danza en tanto que sólido basamento teórico de una expresión no arbitraria de la carne, el instinto y la intuición.

Los principios teóricos que la empujan a rechazar las convenciones de la danza y el teatro de la época en beneficio de la Métachorie son similares a los que llevaron a Yvonne Rainer y el Judson Dance Teather, en los años 60, a avanzar el término Performance. Su concepción de la autonomía de la música y de la danza no encontró continuación hasta años después, gracias a la complicidad entre Merce Cunningham y John Cage. Tal como subraya Giovanni Lista, “por su exaltación del deseo y su poder hipnótico, Valentine de Saint-Point anuncia igualmente el surrealismo, su búsqueda del andrógino y su visión de la mujer revolucionaria como liberadora del Eros”.




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