Alguien le puso al esqueleto dos pelotas de ping pong en las cuencas oculares. Alguien ilustró las pelotas con dos gruesos puntos negros a modo de pupilas. Alguien le arrancó un premolar y un canino y le incrustó en el hueco un enorme habano confeccionado con las páginas centrales de un periódico financiero: 17 de marzo de 1969. El esqueleto encara los pupitres vacíos y con un dedo amarillento señala la pizarra desconchada. En la pizarra pueden verse aún las sombras entrecruzadas y desvaídas de viejas lecciones de matemáticas, de gramática, de francés, etcétera, etcétera. La mayoría de los países que aparecen en el mapamundi político que se encuentra junto a la entrada al aula ya no existen o bien han cambiado de nombre o de dueño. Sobre el lugar en el que debería situarse Lima (Perú) hay ahora una quemadura de cigarrillo. A través de los cristales rotos de los ventanales que dan al patio de recreo ha ido penetrando la hojarasca de muchos otoños, y en los alfeizares se amontona la mierda de paloma. En el patio hay una canasta de baloncesto, de la que ya sólo queda un mástil herrumbroso y medio podrido. Hace calor, se escucha el rasgueo monocorde de las chicharras, por entre las briznas de hierba agostada discurren hileras de hormigas disciplinadas de gruesa cabeza cárdena. Cerca de los restos de la tapia del colegio reposa el tronco agujereado de una olma muerta; sobre una rama exangüe agoniza un polluelo abandonado. A su madre la devoró un gato rabón y medio ciego que ahora deambula por los pasillos de la escuela. En los pasillos de la escuela habitan los fantasmas de los niños a los que mató la terrible epidemia de gripe de finales del año 1978, o al menos eso se decía cuando todavía había por aquí quienes pudieran tener miedo de los fantasmas. Ahora es muy probable que la mayoría haya muerto, o bien haya cambiado de nombre o de dueño. En cualquier caso, el gato no teme a los espectros, acaso ni siquiera sepa distinguirlos de los vivos, y en ocasiones incluso se deja acariciar por algún crío traslúcido, de ojos lácteos y rodillas costrosas. El niño dice misimisimisi y le pasa su mano fantasmal y gélida por el lomo grisáceo y lleno de calvas, y el gato responde con un rrrrrrrrrrrrrrrrr zalamero y después se va con pasos de dama melindrosa, enarbolando su cola huesuda. Si utilizásemos esa cola como guía, llegaríamos hasta los lavabos de las niñas que hay en el primer piso, y si aguzáramos el oído podríamos escuchar a una pequeña que llora y luego vomita, llora y vomita, llora y vomita, y así por toda la eternidad. Los expertos llaman a este fenómeno Transcomunicación o Transcomunicación Instrumental. Si decidimos, por el contrario, volver a nuestra aula y recorremos las filas de pupitres, tal vez vayamos a dar con uno, al fondo de la clase, bajo el retrato en blanco y negro de Albert Einstein, en el que alguien grabó con la punta de un compás TOM LOVES MARTA, y también una pequeña
[De Ars Combinatoria]
2 comentarios:
La esvástica en señal de suscripción de un amor, lejos de la muerte.
Un beso Diego.
Buen blog. Enhorabuena.
Publicar un comentario