De ilusiones ya no podemos vivir. Reflexiones inactuales sobre el ciberactivismo y lo virtual
Internet ha
cambiado nuestras vidas. Tantas veces hemos escuchado esta frase que la
aceptamos como una verdad irrebatible, pero pocas veces nos paramos a pensar en
qué ha cambiado realmente nuestras vidas y, sobre todo, cuáles son las
consecuencias y cómo nos afectan, tanto en el plano individual como en el
colectivo, en la forma de sentir, pensar, relacionarnos y, también, en el caso
de algunos (¿cada vez menos?), en cómo combatimos el orden que nos gobierna.
Hace ya
muchos años que se dijo que internet abría un resquicio (al menos eso pensaron
muchos) en la maquinaria del capitalismo. A través de sus invisibles redes
podría cortocircuitarse el sistema, utilizar sus flujos de bytes para hacerlo
volar desde dentro. Asistimos así, en ciertos ambientes radicales,
contraculturales y/o contestatarios, a una tentativa de acción que pretende
reapropiarse del mundo partiendo de lo virtual (y a menudo quedándose allí).
Esto plantea algunos problemas que a menudo se pasan por alto, pues se generan
una serie de ilusiones que desvían la atención, las fuerzas y la lucha de una
realidad que, a pesar de todo y terca como es ella, sigue hundiendo sus raíces
en lo sensible, en lo material.
La mierdrificación
del mundo y de la vida avanza a pasos agigantados. Y hablo de mierdrificación
porque nada mejor que este término jarryano para describir la degradación de la
existencia que promueve el capitalismo al reducir la vida y su maravillosa
complejidad a los criterios de la economía (gestión de recursos, optimización
de resultados, rentabilidad, maximización de beneficios, etc) por medio de una serie
de mecanismos de control, intervención y modificación de lo existente
(organismos modificados genéticamente, patentes de vida, biotecnología,
bioingenería y otras mierdas parecidas) cuyas consecuencias pueden llegar a
convertirse en irrevocables de aquí a pocos años, transformando lo que aún
podemos denominar como naturaleza, ser vivo o ser humano de tal manera que no
lo reconozca ni la madre que los parió. La urgencia de parar esto mientras sea
posible se acrecienta día a día (y no es ninguna exageración). Y para pararlo
es necesario hundirse en la realidad, aunque nos llenemos de mierda hasta el
cuello (y es que el que quiere peces tiene que mojarse el culo). Sin embargo,
el ciberactivismo, esa nueva forma de lucha, cómoda, segura y profiláctica como
mandan los cánones de la época en la que vivimos, genera unas ilusiones que nos
alejan cada vez más de una realidad que se torna, paradójicamente, día a día
más opresiva y al mismo tiempo más esquiva, casi ausente.
¿Y qué
ilusiones son ésas?
Ilusión
de inmediatez.
Hoy todo se sucede a un ritmo vertiginoso, las noticias se dan en “tiempo real”
y el ciberactivista trata de acomodarse a ello, reaccionando antes de que su
reflexión se quede obsoleta, cuando lo que de verdad parece haberse quedado
obsoleto es el propio reflexionar, el pensar críticamente, pues para ello son
necesarias la paciencia, la indagación serena y la profundidad de la mirada. La
inmediatez impide que penetremos en la realidad, rozando sólo la superficie, so
pena de ir por detrás de los acontecimientos, pero lo que sucede es que con
ello nos ponemos a remolque de lo actual.
Ilusión
de comunicación. Es indudable que internet nos permite entrar en contacto con
personas e ideas con las que nos sería más difícil, lento y costoso contactar,
pero esta comunicación es también una ilusión, pues se queda en lo más
superficial de la comunicación, el intercambio de datos e informaciones, en la
mera comunicación verbal y visual. Una auténtica comunicación implica algo más:
el contacto físico, la convivencia, la complicidad, permitiendo la emergencia
de sentimientos, vivencias y experiencias compartidas sobre las que construir
una comunicación y, lo que es más importante, superar la comunicación y llegar
a la comunión.
Ilusión
de información.
A menudo cierta crítica ha puesto el énfasis en que la saturación de
información a que estamos sometido nos impide discernir lo banal de lo
trascendente, aturullándonos y desviando la atención cuando es preciso. Esto es
cierto, pero el problema no es tanto esto como el hecho de que el acceso
“democrático” a la información que permite internet genera una falsa sensación
de libertad, de conocimiento y de confianza. Pensamos que al contar con medios
contrainformativos ya está todo hecho, como si descifrásemos un jeroglífico que
permitiese abrir una nueva puerta a la liberación, cuando lo único que hacemos
es alejarnos de ella, pues nos conformamos, nos relajamos y hacemos una
dejación de responsabilidad al atenernos a una mera versión de la realidad, a
la seguridad de poseer una verdad que consideramos nuestra y propia,
abandonando la actitud crítica, la indagación, la investigación que son la base
de todo pensamiento crítico y de su correspondiente puesta en acción práctica.
Ilusión
de autonomía.
Frente a la pantalla del ordenador nos creemos rebeldes autosuficientes,
llaneros solitarios que se enfrentan a un poder que se niega al no estar
presente físicamente, sin ser conscientes (o siéndolo plenamente pero
negándonoslo a nosotros mismos) de nuestra dependencia y colaboración con ese
poder y su ordenamiento del mundo. Es la mayor de las contradicciones en una
época que ha hecho de la contradicción la norma; todo es lo mismo y su
contrario, así podemos sentirnos satisfechos afirmando nuestra soberanía,
nuestra individualidad y nuestra rebeldía al mismo tiempo que participamos,
según lo vamos escribiendo y querámoslo o no, en la continuación de lo
existente.
Ilusión
de acción.
La más feliz de las ilusiones. Con sólo darle a una tecla se tiene la impresión
de que estamos luchando por cambiar el mundo, pero esto es sólo un sucedáneo de
acción, como casi todo ya. La acción tiene su sentido y razón de ser en la
realidad y en el espacio de lo social, más allá se pierde en una entelequia que
quizás nos permita salvar la cara ante nuestra conciencia y frente a posibles
terceros (que en el fondo hacen seguramente lo mismo) pero que es poco útil
para transformar realmente el mundo y ni siquiera cambiar nuestras vidas, pues
esto sólo puede hacerse en ese espacio ajeno que llaman ciudad, junto a otros
parecidos pero distintos a nosotros.
Ilusión
de ilusiones.
El espejismo de la red de redes es sólo el reflejo de un mundo en el que lo
social y sus manifestaciones concretas en la experiencia diaria tienden a
desaparecer siendo sustituidos por sucedáneos. Y entre los diversos sucedáneos
(alimenticios, sentimentales, experienciales) podemos encontrar también el
sucedáneo de la crítica y de la lucha. El objetivo es hacer que aquellos que
aún desean algo más y se empeñan en buscarlo realicen su búsqueda allí donde no
existe peligro para el orden social, en el terreno baldío de lo virtual. Es por
ello que cualquier pequeño brote de subversión que nazca en el campo de lo
virtual suscita en los ciberadeptos un desbordante optimismo, propiciando la ilusión
de que se está ante una fértil pradera para disidencia. Pero la
desterritorialización voluntaria en lo virtual no es más que un cómodo exilio,
una ilusión de ilusiones.
Sin embargo
y a pesar de todo lo dicho, también los que criticamos estas ilusiones seguimos
escribiendo, conectándonos, moviéndonos por la red, tratando de sacudir
conciencias, de expresar lo que sentimos, de conmover, de impresionar, de
exaltar, de crear algo que perturbe y que genere movimiento. ¿Una
contradicción? Desde luego, pero ya dije que en este mundo la contradicción es
la norma y nadie se salva de esta regla. No hay por qué dejar de utilizar todas
las armas a nuestro alcance, pero hay que tener en cuenta cuáles son las
características del agua en el que nos movemos y, sobre todo, de aquello que
ansiamos. Cualquier tentativa de transformar el mundo ha de estar, por tanto,
profundamente enraizada en lo real, porque existe el peligro de que las
ilusiones se tornen espejismo y nos impidan ver que vivimos en un desierto, el
desierto de lo real.
23 de febrero de 2008
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