viernes, 2 de diciembre de 2011

ESPECIAL 5º ANIVERSARIO. De-blogging: Maese Huvi


De ilusiones ya no podemos vivir. Reflexiones inactuales sobre el ciberactivismo y lo virtual


Internet ha cambiado nuestras vidas. Tantas veces hemos escuchado esta frase que la aceptamos como una verdad irrebatible, pero pocas veces nos paramos a pensar en qué ha cambiado realmente nuestras vidas y, sobre todo, cuáles son las consecuencias y cómo nos afectan, tanto en el plano individual como en el colectivo, en la forma de sentir, pensar, relacionarnos y, también, en el caso de algunos (¿cada vez menos?), en cómo combatimos el orden que nos gobierna.
Hace ya muchos años que se dijo que internet abría un resquicio (al menos eso pensaron muchos) en la maquinaria del capitalismo. A través de sus invisibles redes podría cortocircuitarse el sistema, utilizar sus flujos de bytes para hacerlo volar desde dentro. Asistimos así, en ciertos ambientes radicales, contraculturales y/o contestatarios, a una tentativa de acción que pretende reapropiarse del mundo partiendo de lo virtual (y a menudo quedándose allí). Esto plantea algunos problemas que a menudo se pasan por alto, pues se generan una serie de ilusiones que desvían la atención, las fuerzas y la lucha de una realidad que, a pesar de todo y terca como es ella, sigue hundiendo sus raíces en lo sensible, en lo material.
La mierdrificación del mundo y de la vida avanza a pasos agigantados. Y hablo de mierdrificación porque nada mejor que este término jarryano para describir la degradación de la existencia que promueve el capitalismo al reducir la vida y su maravillosa complejidad a los criterios de la economía (gestión de recursos, optimización de resultados, rentabilidad, maximización de beneficios, etc) por medio de una serie de mecanismos de control, intervención y modificación de lo existente (organismos modificados genéticamente, patentes de vida, biotecnología, bioingenería y otras mierdas parecidas) cuyas consecuencias pueden llegar a convertirse en irrevocables de aquí a pocos años, transformando lo que aún podemos denominar como naturaleza, ser vivo o ser humano de tal manera que no lo reconozca ni la madre que los parió. La urgencia de parar esto mientras sea posible se acrecienta día a día (y no es ninguna exageración). Y para pararlo es necesario hundirse en la realidad, aunque nos llenemos de mierda hasta el cuello (y es que el que quiere peces tiene que mojarse el culo). Sin embargo, el ciberactivismo, esa nueva forma de lucha, cómoda, segura y profiláctica como mandan los cánones de la época en la que vivimos, genera unas ilusiones que nos alejan cada vez más de una realidad que se torna, paradójicamente, día a día más opresiva y al mismo tiempo más esquiva, casi ausente.
¿Y qué ilusiones son ésas?
Ilusión de inmediatez. Hoy todo se sucede a un ritmo vertiginoso, las noticias se dan en “tiempo real” y el ciberactivista trata de acomodarse a ello, reaccionando antes de que su reflexión se quede obsoleta, cuando lo que de verdad parece haberse quedado obsoleto es el propio reflexionar, el pensar críticamente, pues para ello son necesarias la paciencia, la indagación serena y la profundidad de la mirada. La inmediatez impide que penetremos en la realidad, rozando sólo la superficie, so pena de ir por detrás de los acontecimientos, pero lo que sucede es que con ello nos ponemos a remolque de lo actual.
Ilusión de comunicación. Es indudable que internet nos permite entrar en contacto con personas e ideas con las que nos sería más difícil, lento y costoso contactar, pero esta comunicación es también una ilusión, pues se queda en lo más superficial de la comunicación, el intercambio de datos e informaciones, en la mera comunicación verbal y visual. Una auténtica comunicación implica algo más: el contacto físico, la convivencia, la complicidad, permitiendo la emergencia de sentimientos, vivencias y experiencias compartidas sobre las que construir una comunicación y, lo que es más importante, superar la comunicación y llegar a la comunión.
Ilusión de información. A menudo cierta crítica ha puesto el énfasis en que la saturación de información a que estamos sometido nos impide discernir lo banal de lo trascendente, aturullándonos y desviando la atención cuando es preciso. Esto es cierto, pero el problema no es tanto esto como el hecho de que el acceso “democrático” a la información que permite internet genera una falsa sensación de libertad, de conocimiento y de confianza. Pensamos que al contar con medios contrainformativos ya está todo hecho, como si descifrásemos un jeroglífico que permitiese abrir una nueva puerta a la liberación, cuando lo único que hacemos es alejarnos de ella, pues nos conformamos, nos relajamos y hacemos una dejación de responsabilidad al atenernos a una mera versión de la realidad, a la seguridad de poseer una verdad que consideramos nuestra y propia, abandonando la actitud crítica, la indagación, la investigación que son la base de todo pensamiento crítico y de su correspondiente puesta en acción práctica.
Ilusión de autonomía. Frente a la pantalla del ordenador nos creemos rebeldes autosuficientes, llaneros solitarios que se enfrentan a un poder que se niega al no estar presente físicamente, sin ser conscientes (o siéndolo plenamente pero negándonoslo a nosotros mismos) de nuestra dependencia y colaboración con ese poder y su ordenamiento del mundo. Es la mayor de las contradicciones en una época que ha hecho de la contradicción la norma; todo es lo mismo y su contrario, así podemos sentirnos satisfechos afirmando nuestra soberanía, nuestra individualidad y nuestra rebeldía al mismo tiempo que participamos, según lo vamos escribiendo y querámoslo o no, en la continuación de lo existente.
Ilusión de acción. La más feliz de las ilusiones. Con sólo darle a una tecla se tiene la impresión de que estamos luchando por cambiar el mundo, pero esto es sólo un sucedáneo de acción, como casi todo ya. La acción tiene su sentido y razón de ser en la realidad y en el espacio de lo social, más allá se pierde en una entelequia que quizás nos permita salvar la cara ante nuestra conciencia y frente a posibles terceros (que en el fondo hacen seguramente lo mismo) pero que es poco útil para transformar realmente el mundo y ni siquiera cambiar nuestras vidas, pues esto sólo puede hacerse en ese espacio ajeno que llaman ciudad, junto a otros parecidos pero distintos a nosotros.
Ilusión de ilusiones. El espejismo de la red de redes es sólo el reflejo de un mundo en el que lo social y sus manifestaciones concretas en la experiencia diaria tienden a desaparecer siendo sustituidos por sucedáneos. Y entre los diversos sucedáneos (alimenticios, sentimentales, experienciales) podemos encontrar también el sucedáneo de la crítica y de la lucha. El objetivo es hacer que aquellos que aún desean algo más y se empeñan en buscarlo realicen su búsqueda allí donde no existe peligro para el orden social, en el terreno baldío de lo virtual. Es por ello que cualquier pequeño brote de subversión que nazca en el campo de lo virtual suscita en los ciberadeptos un desbordante optimismo, propiciando la ilusión de que se está ante una fértil pradera para disidencia. Pero la desterritorialización voluntaria en lo virtual no es más que un cómodo exilio, una ilusión de ilusiones.
Sin embargo y a pesar de todo lo dicho, también los que criticamos estas ilusiones seguimos escribiendo, conectándonos, moviéndonos por la red, tratando de sacudir conciencias, de expresar lo que sentimos, de conmover, de impresionar, de exaltar, de crear algo que perturbe y que genere movimiento. ¿Una contradicción? Desde luego, pero ya dije que en este mundo la contradicción es la norma y nadie se salva de esta regla. No hay por qué dejar de utilizar todas las armas a nuestro alcance, pero hay que tener en cuenta cuáles son las características del agua en el que nos movemos y, sobre todo, de aquello que ansiamos. Cualquier tentativa de transformar el mundo ha de estar, por tanto, profundamente enraizada en lo real, porque existe el peligro de que las ilusiones se tornen espejismo y nos impidan ver que vivimos en un desierto, el desierto de lo real.
23 de febrero de 2008


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