«De
Boris Vian a Raymond Queneau pasando por André Martel y Jacques
Prévert, no faltan los poetas que jugaron un rol principal en las
actividades del Colegio de Patafísica. Pero si hay que elegir un nombre
emblemático en nuestro Imperio, ése es el de Julien Torma, de quien, a
bote pronto, se puede decir que fue “el más grande de los patafísicos
del siglo XX”. “Nosotros estamos –escribió– en las connivencias
adivinadas y el secreto de Polichinela, en la negación de la risa,
aunque fingida, y en la seriedad animada a traición, en la degustación
del puro espectáculo de la imbecilidad, en su necesidad triunfal.”
Nuestros signos no son más que “el espíritu falso, la conveniencia de
los contratiempos, el raro placer, la gravedad cómplice, el calambur
lisiado, el mal gusto sutilmente espeso”. Pero cuidado con “tomarse en
serio esta broma, sobre todo para hacer risa”, conviene al contrario,
“desenmascararla también a ella y así sucesivamente”. La poesía
está dentro de este torbellino de signos. A imagen de Jarry, cuyos
poemas simbolistas son máquinas autodestructivas que minan y destruyen
el Simbolismo por el mero hecho de afirmarlo, Torma produce una
antipoesía, como hay antimateria o antinovela: La lámpara oscura no
funciona de otra manera, tanto, con terminología obsoleta pero útil, en
el fondo como en la forma. “Un hombre enteramente consciente de la
ambigüedad de las cosas y de las palabras debería llegar al menos
a confundirlas completamente. Igual que el mundo, la palabra brilla de
mil maneras. Se trata de ponerse en el centro del deslumbramiento donde
las propias correspondencias no tienen SENTIDO […] Y la contradicción
que irradia es a la vez lógica y ontológica”.» (Fragmento del artículo de Michel Décaudin, "De la poésie au Collège", publicado en Magazine littérarie nº 388 de junio de 2000, p. 45)
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