Wittgenstein:
Arte y filosofía tiene su origen en un encuentro internacional en torno al
tema de Wittgenstein y las artes que tuvo lugar en el mes de octubre de 2011 en
la Facultad de Filosofía de la Universidad de Valencia. Solo que a las voces de
quienes participaron en aquella ocasión, se unen también ahora las aportaciones
de especialistas en la obra del filósofo vienés de la envergadura de August
Sarnitz o Antoni Defez. El resultado es un hermoso libro coral, en el que se
entrecruzan distintos “juegos de lenguaje” y sensibilidades filosóficas
plurales y diversas, y que, por otro lado, nos invita a realizar un viaje que
va del Wittgenstein que nos exhortaba a guardar silencio sobre lo inefable y
rehusaba parlotear sobre la experiencia estética a otro Wittgenstein
transformado él mismo en artista de vanguardia, tal vez a su pesar. Ello
explica que puedan distinguirse dos grandes tendencias en la docena de textos
que componen este volumen: por un lado, lo que podríamos considerar posibles
desarrollos de una estética wittgensteiniana; y por otro, análisis de
expresiones artísticas concretas (como la música, la literatura, la
arquitectura e incluso el cine) que se inspiran de un modo u otro en las observaciones
de Wittgenstein acerca del ámbito de lo estético.
Tal
vez lo primero que llame la atención del lego sea el hermanamiento, ya en el
título mismo, de esos dos términos: ‘arte’ y ‘filosofía’, y precisamente en ese
orden. Tal vinculación resulta chocante, sobre todo, porque el Wittgenstein exotérico
y, en especial, esa versión desecada y escuálida que es el Wittgenstein de los
manuales de filosofía al uso nos presenta a un autor preocupado esencial, si no
exclusivamente, por cuestiones relacionadas con la lógica y con el lenguaje. Un
pensador un tanto peculiar, eso sí, por cuanto habría sabido bifurcarse en dos
figuras filosóficas muy distintas: el buscador de un lenguaje lógicamente
prístino del Tractatus y el teórico de los Sprachspiele de las Investigaciones.
Sin duda, tal caracterización no es poca cosa, pues hace de Wittgenstein uno de
los responsables máximos de aquello que Rorty llamó el “giro lingüístico” y lo
convierte en padre involuntario de algunas de las corrientes más potentes e
influyentes de la filosofía contemporánea, como el positivismo lógico del
Círculo de Viena o la llamada escuela de Oxford, pero en cualquier caso
no en un teórico del arte y mucho menos en un esteta. Y sin embargo… Sin
embargo, a poco que se indague en el producción intelectual de Wittgenstein –la
poca que hizo pública, sí, pero también aquella que reservaba para sí mismo o
para sus próximos-, es fácil reparar en que lo estético constituyó una
preocupación constante en su pensamiento. Entre 1914 y 1951, las observaciones
acerca del arte y de la estética son algo recurrente, y –como bien señala
Julián Marrades, editor del libro- esa recurrencia indica que Wittgenstein
“concedía importancia a la elucidación de tales problemas en el trabajo
sobre sí mismo que constituía para él la actividad filosófica” (p. 9).
Ahora bien, y en contrapartida, la dispersión de dichas observaciones muestra
que jamás abordó tales cuestiones desde una perspectiva más o menos sistemática.
El libro que tenemos entre manos replica felizmente esa misma
a-sistematicidad. [SEGUIR LEYENDO EN EL COLABORATORIO]
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