En memoria de Albert Cossery, en el quinto aniversario de su muerte.
[Traducción: Diego Luis Sanromán]
A
Absurdo: Resulta tentador (y se ha intentado) asociar ciertos aspectos
de la obra de Cossery con las concepciones de Camus (ambos hombres se
frecuentaron y, sin duda, se toparon con ideas compartidas), en especial por el
modo en que cada uno de ellos hace evolucionar a sus personajes en un mundo que
ignora todo lo que sirve de base a la sociabilidad, un mundo “extranjero”,
y en consecuencia, por la denuncia que
subyace a sus ficciones. Es posible que la reivindicación de partida, o de
llegada, sea la misma en el caso de Cossery y en el de Camus: una rebelión
contra una sociedad descarnada que finge su orden y que finge atender a las
reivindicaciones individuales. Sin embargo, hay que entender que los medios
utilizados por uno y otro son diferentes en su conjunto y esto hace que sus
mensajes diverjan.
Ejemplo:
A semejanza de Meursault, que asesina a un árabe en un estado de
semiconsciencia, Gohar, el profesor universitario convertido en mendigo, mata a
una joven prostituta durante el delirio provocado por la falta de droga (1). Se
trata de actos cometidos en ambos casos sin una auténtica razón. Pero la suerte
que sufre a continuación cada actor no es la misma: Meursault es condenado,
mientras que Gohar sobrevive impunemente y sin remordimientos. Y lo que es más,
consigue convertir al atormentado comisario encargado de la investigación a una
saludable mendicidad.
De
hecho, en el primer caso asistimos a un alegato ciceroniano contra una sociedad
y su moral, pero cuya eficacia ignoramos; en tanto que, en el segundo, se trata
de una jovial inversión de valores que adquiere el valor de una victoria
simbólica para las generaciones futuras. Dicho de otro modo –y esto es algo que
queda verdaderamente claro después de su tercera novela, Los haraganes del
valle fértil-, Cossery se niega a convertir a sus personajes en mártires,
pues probablemente supone que esto sería de nuevo una forma de someterlos al
inmenso complot de los poderes contra el pueblo.
E
Estilo (ver Relato): Cossery se concibe más como un escritor que
como un novelista, lo que significa que siempre ha privilegiado el trabajo sobre
el lenguaje. Es probablemente uno de los autores menos prolíficos (pero de los
más exigentes) de su tiempo, pues en medio siglo no ha publicado más que ocho
obras (si incluimos su primera recopilación de poemas). A este respecto, hay
razones para que su estilo resulte sorprendente, aunque sin llegar a ser
desconcertante: el discurso de los personajes interfiere en los momentos de
prosa “pura” (descripciones), lo que produce la sensación de estar leyendo un
texto sin “fricciones”, contenido y pensado durante largo tiempo. El resultado
ofrecido no tiene una apariencia sofisticada, de suerte que no supone ningún
reto: no hay trampas ni bombas escondidas entre las páginas. Habría, pues, que
leer tres versos de los poemas de juventud de Cossery para valorar el esfuerzo.
A la edad de dieciocho años, Cossery intenta rescribir a Baudelaire, poniendo
todo su virtuosismo al servicio de cada hemistiquio: adopta un tono estilizado,
artificioso, deslumbrante; dicho brevemente, un tono estrictamente opuesto al
que admiramos en él y que abandonó definitivamente en cuanto se decidió por la
prosa. ¿Debemos entender que Cossery pone un cuidado extremo en rechazar lo
doctrinario en beneficio de lo natural? Sin duda de ningún género. En cualquier
caso, con lo que hay que quedarse es con que Cossery siempre se ha negado a que
hasta sus frases más humildes se dejasen corromper por las modas literarias o
por todas esas pequeñas rebeliones demasiado estridentes para resultar
creíbles.
H
Humor: El humor, apremiante respuesta al absurdo (y más eficaz que
los gritos), designa esa actitud de desapego con respecto al mundo tan propia
de Cossery. Hay que distinguir ese humor, que planea por encima de toda su
obra, de la ironía, pues la ironía es, para empezar, una figura retórica y, en
consecuencia, producto de un trabajo realizado en un terreno forzosamente
señalizado. En segundo lugar, la ironía agrede; al bies, sin duda, pero agrede.
En consecuencia, constituye un truco expresivo fácilmente descifrable
(demasiado consciente), sobre todo porque desea ser identificada como una
amenaza por el interlocutor. Podría augurarse, pues, que Cossery emplea la
ironía con parsimonia. El humor, al ser más una actitud general que un “golpe”
puntual, al ser capaz de examinarse a sí mismo y suponer una mirada tierna, es
la marca de una imperceptible ligereza que produce sus efectos insidiosamente.
M
Mendicidad, miseria: Mientras que en los primeros escritos de
Cossery se describe la miseria como una fatalidad programada por los poderosos,
en el resto de su obra se convierte en una de las formas más logradas de
rebelión. Encarnada por Gohar el mendigo, la miseria es un lujo intelectual que
permite asumir la ociosidad con sabiduría y alegría y no someterse a la
arbitrariedad de las sociedades. O como declara Gohar, que conserva la
elocuencia de un orador, ante su amigo El Kordi (2): “Cuando tengamos un país
en el que el pueblo esté únicamente compuesto por mendigos, verás lo que pasa
con esa soberbia dominación. Quedará reducida a polvo”. Lo que aquí se
preconiza no es la rebelión de Los hombres olvidados de Dios ni de La
casa de la muerte segura. Estas dos obras, admirables en muchos aspectos
por los temas y los procedimientos que aparecen en estado germinal, tal vez
adolezcan de ser verdaderamente “serias” y de denunciar demasiado abiertamente
el absurdo de los mecanismos sociales. Demasiado abiertamente o demasiado
conforme a lo que las instituciones esperan como medio de rebelión. Gohar, por
su parte, incita a no hacer nada. Tal cual. Lo que de nuevo parece ser la mejor
forma de actuar.
P
Palabra(s): Comúnmente se admite que, en un relato, los diálogos
representan el tipo de discurso (el discurso directo) más fiel a la realidad.
Cossery les da importancia porque, gracias a ellos, sus personajes se
convierten en mediadores de su filosofía: “Los personajes están ahí para
expresar mis ideas. Es gente a la que he conocido y que piensan como yo sobre
el mundo, sobre la vida” (3). Esta cita, que presenta las ventajas y los
inconvenientes de la simplicidad, es digna de ser tenida en cuenta. De hecho,
Cossery nos brinda implícitamente una pista para comprender su escritura. El
uso de los diálogos encierra un peligro: quebrar la unidad de acción y la
unidad de estilo. Cossery salva el escollo practicando con habilidad el
discurso indirecto libre (un ejemplo entre otros: “El Kordi se avergonzó de su
falta de perspicacia. ¡Qué triste papel debía de haber desempeñado en aquella
escena de vil seducción!”), lo que le permite homogeneizar eficazmente su
narración y crear al mismo tiempo la ilusión de una comunidad de ideas entre
sus personajes y él mismo.
R
Relato (ver Estilo): Como era de esperar, los dos tipos de discurso
mencionados dejan poco espacio a la descripción y a los sucesos. De hecho, el
lector se sumerge en las novelas de Cossery como en un agua a buena
temperatura, un poco turbia, que le reconforta sin hacer que se sienta
verdaderamente a gusto. No se busquen referencias espaciales (uno sabe que está
en la ciudad o en el campo) y menos aún referencias temporales (uno sabe que es
de día, cuál es la estación del año). Ni tampoco las vueltas y revueltas de una
trama barroca: la intriga generalmente se reduce a poca cosa. Cossery, sin
embargo, no nos pierde ni nos suelta jamás. Y su talento debería empezar a
calibrarse aquí, en esa capacidad suya para mantener el desenlace en suspenso
por medio de discusiones, de encuentros, de visiones que destacan aún más por
el hecho de ser furtivas. Su talento y su carácter subversivo se burlan de los
relumbrones y las zalamerías.
Notas
(1) Mendigos y orgullosos. Pepitas de Calabaza Ed., Logroño, 2011.
Traducción de Mauricio Wazquez.
(2)
Magazine littéraire nº 325 (Oct. 1994), entrevista con Aliette Armel.
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