lunes, 3 de febrero de 2014

FICCIONES. Candy Barr ya no escribirá más poemas


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La luz nos da calor, ese foco nos da calor. Afuera también hace un calor infernal. Según dicen, el calor de California es así. El sol de Call'n'Fornicate, como dice Franco. No entiendo muy bien por qué han colocado el foco tan bajo. Se lo he preguntado al chico que se ocupa de la cámara, pero él me ha escupido a la cara: “tú ocúpate de lo tuyo y deja que yo me encargué de lo mío. Pon el coño a funcionar y cállate la boca, ¿vale?”, o algo parecido. El calor, el foco, la bebida: me siento un poco mareada. Tengo la impresión de que han debido de echarme algo en la copa, porque después de todo tampoco he bebido tanto. Dos o tres vasos, a lo sumo. Afuera, en la piscina, se estaba algo mejor. Allí al menos se puede contrarrestar el castigo del sol con la frescura del agua clorada –con demasiado cloro, de hecho-, pero aquí… Antes, cuando Franco me ha agarrado por detrás y me ha lanzado a la piscina, me ha dado un susto de muerte. Entonces he empezado a sospechar que algo ocurría, aunque ni siquiera me he dado cuenta de que ya habían puesto la cámara en marcha. Él, sentado en la orilla, me salpicaba con el pie. Ahora pasea desnudo de un lado a otro en la habitación del motel, estirándose la polla para mantener la erección. El cuarto es demasiado pequeño para tanta gente, las persianas están bajadas hasta el final y no hay otra luz que la de ese foco que nos está consumiendo poco a poco como si fuéramos figuritas de chocolate. La luz proyecta nuestras sombras desde abajo contra la pared del fondo y parecemos seres extraños, monstruos venidos del espacio exterior, personajes de una película de miedo de las malas. Más que una peli porno, esto es una peli de terror –pienso para mí-. La sombra de la polla de Franco, por ejemplo, tienen cinco veces el tamaño de la polla de Franco. Visto así recuerda a un vampiro al que hubieran clavado una enorme estaca. Eso sí: el puto Van Helsing debía de estar borracho como una cuba cuando lo hizo, ¿sabes lo que quiero decir? El director tuerce un poco el gesto cuando me ve sonreír abstraída, así que me acerco a Franco y continuamos la función. También yo me siento un poco mareada. Mientras nos besamos, me viene a la mente la siguiente imagen: una sala de cine vacía y sobre la pantalla dos cabezas gigantescas, en un blanco y negro muy sucio y con mucho contraste, que intentan devorarse la una a la otra. En el cine todo es silencio, porque la película no tiene sonido, pero aquí la habitación se ha llenado de un ruido como de chapoteo, como de cosas pringosas que chocaran entre sí. Me imagino que Franco y yo somos dos babosas que se retuercen mientras se van cociendo al calor de ese foco maldito. Ahora el director dice que nos echemos sobre la cama, que nos enzarcemos en una pelea fingida, y nosotros forcejeamos, nos buscamos los labios, nos lamemos, nos chupeteamos el uno al otro, y al final Franco improvisa y me la mete sin avisar. Pasados un par de minutos, el director nos ordena: “cambiad de puesto”, y yo me pongo sobre Franco y empiezo a cabalgarlo al trote lento hasta que el director dice basta. Franco, sin embargo, parece no haber tenido suficiente, así que se sienta a horcajadas sobre mi pecho e intenta meterme su fea polla en la boca. Yo me resisto, corcoveo como una yegua sin domar, pateó con furia el colchón, que despide una nube de polvo gris sobre el haz de luz cruda que nos ilumina, y el director sentencia al fin: “¡Llamad a Felicia la Felatriz!”. 

[Fragmento inspirado en la película Smart Alec, de 1951]



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