martes, 12 de mayo de 2020

EL MIEDO: Postales para un álbum

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“O poeta é um fingidor.
Finge tão completamente
 que chega a fingir que é dor
 a dor que deveras sente”

RDF me invita a escribir algo para el  monográfico de Excodra dedicado al miedo y ya de entrada la propuesta me produce pánico. Me pasa siempre. Por un lado, es temor a la infertilidad, al “silencio eterno del espacio infinito” de la página en blanco y a que las voces que continuamente me rondan la cabeza callen justo en el momento en que comparezco ante el teclado. Luego está el pavor anticipatorio ante las indudables deformidades que aquejarán al texto en gestación,  la certeza de que una vez lo haya parido me producirá tanto asco como al protagonista de Eraserhead le producía el fruto de su propia semilla. Escribir es sin duda un juego insensato y, aunque no lo parezca, el tiempo es poco propicio para juegos y para insensateces.  

Mi primera intención, no obstante, es ceder a una inclinación natural en mí. Si la cosa va de miedo, lo suyo sería escribir un cuento de miedo, está claro. Lo he hecho otras veces. Quizá sea uno de los pocos palos literarios en los que pueda demostrar cierta soltura. Un relato de miedo que no lo parezca, oscuro, absurdo, atravesado por un humor cruel y delirante. Al fin y al cabo es lo mío, cuando lo intento y me sale. La situación está preñada de posibilidades, ¿no te das cuenta? –me digo-. El poeta es un fingidor, así que ¡finge, cabrón, finge! ¿No era Lobo Antunes, otro portugués, el que decía que para un escritor toda experiencia es material literario, y fundamental y casi exclusivamente eso? Tal vez, pero ahora se me antoja que la experiencia del miedo, si es algo, es paralizante y castradora, y que difícilmente puede convertirse en catalizadora inmediata del proceso de escritura. No invita a la locuacidad, el miedo.

El encierro, por cierto, me pilla en plena lectura de la biografía de Roland Barthes escrita por Tiphaine Samoyault[1]. Las últimas páginas del libro recogen, como es obvio, los últimos años de la vida de Barthes y hacen referencia a su proyecto, nunca llevado a cabo, de escribir una novela. Conforme al proyecto original, la novela debía ser una obra monumental al menos en un doble sentido: primero, porque Barthes entendía por novela una obra al estilo de En busca del tiempo perdido o de Guerra y paz, “a la vez cosmogonía, obra iniciática y suma de sabiduría”; y en segundo lugar, porque él la imaginaba ligada como por un cordón umbilical invisible a la figura de su madre, fallecida poco antes, y en cuya memoria deseaba construir una especie de monumento fúnebre literario. 

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[1] Recuerdo que compré el libro en el verano de 2015 en La Machine à Lire de Burdeos, una de mis librerías más queridas. En 2015 se cumplía el centenario de quien había decretado “la muerte del autor”, como otros antes habían levantado acta de la muerte de Dios o de la muerte del hombre. Ahora temo no poder volver a Burdeos o que La Machine à Lire desaparezca, o ambas cosas.

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