Julio Torri (Saltillo, Coahuila, 27 de junio de 1889 - ciudad de México, 11 de mayo de 1970). Maestro, cuentista y escritor mexicano.
En 1909, con un grupo de escritores y pensadores -entre los que figuraban el dominicano Pedro Henríquez Ureña, José Vasconcelos, Antonio Caso, Alfonso Reyes y otros- fundó el Ateneo de la Juventud. Fue fundador y jefe del Departamento de Bibliotecas de la SEP, y después director del Departamento Editorial. También fue profesor, principalmente de literatura española, en la Escuela Nacional Preparatoria (durante 36 años) y en la Facultad de Filosofía y Letras hasta 1964. En 1933 se doctoró en Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México. En reconocimiento a su alta calidad literaria, la librería del Centro Cultural Universitario de la UNAM lleva su nombre, así como el Premio Nacional (México) de Cuento Joven, organizado por el Conaculta y el Instituto Coahuilense de Cultura.
En 1909, con un grupo de escritores y pensadores -entre los que figuraban el dominicano Pedro Henríquez Ureña, José Vasconcelos, Antonio Caso, Alfonso Reyes y otros- fundó el Ateneo de la Juventud. Fue fundador y jefe del Departamento de Bibliotecas de la SEP, y después director del Departamento Editorial. También fue profesor, principalmente de literatura española, en la Escuela Nacional Preparatoria (durante 36 años) y en la Facultad de Filosofía y Letras hasta 1964. En 1933 se doctoró en Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México. En reconocimiento a su alta calidad literaria, la librería del Centro Cultural Universitario de la UNAM lleva su nombre, así como el Premio Nacional (México) de Cuento Joven, organizado por el Conaculta y el Instituto Coahuilense de Cultura.
[Extraído de Wikipedia]
DE LA NOBLE ESTERILIDAD DE LOS INGENIOS
...et néanmoins il n'a jamais réussi a rien,
parce qu'il croyait trop a l'impossible.
Baudelaire
Para el vulgo sólo se es autor de los libros que aparecen en la edición definitiva. Pero hay otras obras, más numerosas siempre que las que vende el librero, las que se proyectaron y no se ejecutaron; las que nacieron en una noche de insomnio y murieron al día siguiente con el primer albor.
El crítico de los ingenios estériles -ilustre profesión, a fe mía- debe evocar estas mariposas negras del espíritu y representarnos su efímera existencia. Tienen para nosotros el prestigio de lo fugaz, el refinado atractivo de lo que no se realiza, de lo que vive sólo en el encantado ambiente de nuestro huerto interior.
Los escritores que no escriben -Rémy de Gourmont ensalzó esta noble casta- se llevan a la penumbra de la muerte las mejores obras, las que están impregnadas de tan agudo sentido de la belleza que no las hubiera estimado tal vez la opinión, ni entendido acaso los devotos mismos.
Se escribe por diversos motivos; con frecuencia, por escapar a las formas tristes de una vida vulgar y monótona. El mundo ideal que entonces creamos para regalo de la inteligencia, carece de leyes naturales, y las montañas se deslizan por el agua de los ríos, o éstos prenden su corriente de las altas copas de los árboles. Las estrellas se pasean por el cielo en la más loca confusión y de verlas tan atolondradas y alegres los hombres han dejado de colgar de ellas sus destinos.
Evadirnos de la fealdad cotidiana por la puerta de lo absurdo he aquí el mejor empleo de nuestra facultad creadora. Los que no podemos inventar asuntos, nos encaramamos en los zancos de la ideología estéril y forjando teorías sobre la forma de las nubes o enumerando las falacias populares que contiene la cabeza de un periodista, empleamos la vida que no consumió la acción.
¡Si fuéramos por ventura de la primera generación literaria de hombres, cuando florecían en toda su irresistible virginidad aun los lugares comunes más triviales!
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