jueves, 21 de junio de 2007

VOCES. A. M. HOMES: DE LA EXTRAÑEZA DEL MUNDO Y DE LOS SERES QUE LO HABITAN.


Instead of fucking we fight. It’s the same sort of thing, dramatic, draining. When we’re done, I roll over and sleep in a tight knot on my side of the bed”.
Do not Disturb (2000).

Una anciana china transformada en un robot manejado por control remoto deambula por el desierto nocturno de un barrio residencial californiano. Un adolescente en la flor de la libido vive una intensa historia de amor sadomasoquista con la Barbie de su hermanita. Una pareja de burgueses -¿o se dice clase media?- volados de crack hace travesuras cuando sus vástagos no están en casa. El ex presidente Ronald Reagan arrasado por el Alzheimer. Una joven espía a los que se aman en la playa, después pesca los condones usados, después el esperma en los condones, al final se auto-insemina. El padre de Jack confiesa su homosexualidad. Juegos especulares, sólo que aquí los espejos carecen de la tersura y claridad del modelo stendhaliano: una joven que toma como ideal a un pederasta refinado, en el fondo víctima patética de su propio deseo desbocado y de la crueldad de una niñata caprichosa; madres que buscan a sus niñas perdidas, niñas extraviadas que añoran el útero que las rechazó. Mucho más en el interior… Lo que precede bien podría ser una ristra de titulares del News of the World, pero en realidad se trata de cosas que deberías saber: el fantástico y terrible mundo de A. M. Homes.


La literatura de A. M. Homes se mueve así entre el realismo mágico y el sucio, y tal vez sea su cultivo de lo absurdo el que permita el tránsito sin violencias entre uno y otro polo, si es que en efecto se trata de propuestas estéticas polarizadas. Desde luego etiquetas de este género cumplen como mucho una función biblioteconómica y poco más; las utilizo aquí sólo por comodidad y pereza. Lo que quiero decir, en cualquier caso, es que Homes es una de esas raras escritoras que tiene la capacidad de transformar en algo extraordinario la banalidad de la vida cotidiana, de sacar a la luz el reverso del relato tranquilizador que la mujer / el hombre normales se cuentan a sí mismos antes de irse a dormir: la media estadística y la clase media, formas conjugadas de mediocridad –se viene a decir-, son construcciones fantasmales y mentirosas, pantallas tras las cuales se ocultan a menudo el dolor y la miseria de existencias derruidas. Y luego tenemos una ironía atroz. Algo que Homes comparte con buena parte de sus colegas de la misma generación es ese uso recurrente de la ironía como un arma eficaz para desestabilizar la iconografía y la semiótica dominantes; se trata de una ironía basada en una suerte de principio de la crueldad, violenta y fría a la vez, que sólo una cierta compasión por los personajes consigue a duras penas atemperar.

Homes ha tenido la discreción y el acierto de esconderse siempre detrás de sus libros, así que es poco lo que los media han podido rebañar de su vida real en esos atentados contra el pudor que suelen ser las semblanzas biográficas. Hasta su nombre de pila ha quedado reducido al ApuntoMpunto que figura en las portadas. Al parecer nació en California en el año 1961 y tuvo como maestras a Grace Paley y Angela Carter, aquella que habló de la mujer sadiana y que transformaba los cuentos infantiles en relatos muy poco candorosos. Baste con esto. Yo añadiría tal vez que pelea mejor en las distancias cortas y que pierde a menudo el aliento cuando el combate se prolonga. Pero es sólo una opinión.

* * *



“Es tu clienta.”
“Es una de los nuestros, como una hija más.”
“Sólo que yo no la conozco.”
“No te pido un análisis” –dijo Claire, apartándose-. “Sólo quiero saber si te parece bien que se quede con nosotros.”
“Tú eres la comecocos, yo sólo el abogado” –dijo Sam rascándose-. “Que me llame si decide presentar una demanda.”
“Puedes ser tan gilipollas” –replicó Claire.
Él rodó hacia su lado y apuntó al televisor con el mando a distancia. “Jodida puta” –dijo.
“Saco de mierda”-exclamó Claire-. “Apestoso.”
Jake entró sin llamar. “¿Podéis dejar de pelear? Me distraéis”. Se dio la vuelta y salió de nuevo, dejando la puerta abierta tras de sí.
“Un día –murmuró Claire- voy a matarlo. Ya no puedo vivir así. No tenemos privacidad.”
“Ahora que sale el tema –dijo Sam-, me he enterado de que estás enseñando el apartamento.”
Claire no respondió.
“¿Es algo de lo que deberíamos hablar o sencillamente estás planeando hacer las maletas, escabullirte y dejarme sin hogar?”
“Estoy en ello”-dijo Claire.
“Hay decisiones que la gente toma junta. No estoy muy seguro de quiera mudarme.”
“Estupendo. Entonces podemos divorciarnos, y tú te quedas con el apartamento. Pero entonces tendrás que comprarnos una casa a los niños y a mí.”
“No necesariamente.”
“¿Tiene que ser todo tan puñeteramente difícil?”-preguntó mientras se levantaba de la cama, doblaba ropa, la ponía a un lado y cerraba de golpe los cajones del tocador. “¿Por qué tiene que ser todo una lucha? ¿Por qué no…?”
“¿Por qué no hago sencillamente lo que quieres que haga?” –dijo Sam. “Porque soy una persona, Claire. Porque tengo ideas que no te pertenecen. Esto es un matrimonio, no una monarquía.”
El teléfono sonó y Claire corrió a contestar. “¿Hola?”

In a Country of Mothers (1993). Traducción propia.





Te es pronombre reflexivo. Corres es un verbo. Consulta a Lenny Bruce la continuación de esta gramática.
Te corres y luego te asquea, estás horrorizado, no hay razón para inquietarse, a mí me ocurre continuamente. Que mis palabras te pongan cachondo, que se te empine la verga, no significa que vayas a volverte tan retorcido como yo; todos tenemos nuestras fantasías. Pero si he tocado una fibra más profunda y he provocado que tu acceso rijoso resurja y se remueva y hormiguee, te aconsejaría que en lo posible evites la tensión. Y si una gran conmoción agita tu vida – es en tales momentos cuando un hombre podría reaccionar sentando a su hija, sin quererlo, encima de sus rodillas-, te sugiero que para aplacar tus temerarios impulsos lo hables con tu mujer, en la medida de lo posible, y tal vez que dejes la luz encendida cuando estás acostado.
Asegúrate, con todo, de que cuando te dispongas a meterte en la cama, dejas el libro abierto en estas páginas para que el fantasmal aire vespertino seque su humedad mágicamente, tornando lo liento e inmundo en fresco, limpio y crujiente para cuando volvamos a cogerlo.

The End of Alice (1996). Traducción de Jaime Zulaika.



Es un sueño fosforescente. Todo lo que se oculta bajo el manto de la noche se vuelve extraordinariamente claro, luminiscente.
Escondida en las dunas es un soldado de infantería, una espía, una intrusa libidinosa. La arena cede a su alrededor, como la piel sedosa de otro planeta.
Todo aquello que nos es tan familiar durante el día está ahora invertido, como un rayo X grabado en la memoria. Las arenas de la playa principal son costas desconocidas. Examina el horizonte con sus binoculares infrarrojos, rastreando. Al principio sólo se ve la luna sobre el agua, la blanca cresta de las olas, el brillo de la caseta de los vigilantes, el aura desteñida del estacionamiento. Más lejos, en la playa, antorchas polinesias iluminan figuras que bailan, antiguas apariciones en una ceremonia tribal. Más cerca se ve un destello, un fósforo que se enciende, un padre y su hija que salen de la oscuridad sosteniendo bengalas.
Han venido al mar para encender el mundo; miles de miniexplosiones estallan como fuego antiaéreo.
– ¡Más! –grita la niña cuando se apaga la bengala.
– ¿Crees que ya estará mami en casa? –le pregunta su padre mientras enciende otra.
Mira el reloj y siente la presión del tiempo; el espacio del que dispone es corto, de doce a veinticuatro horas. Está lista y a la espera; lleva sus provisiones en un talego atado a la cintura, y su automóvil está aparcado bajo un árbol en el extremo más alejado del estacionamiento.
Los ha estado vigilando durante semanas sin darse cuenta realmente de que lo hacía; los ha estado mirando hipnotizada, sin pensar que podían significar algo para ella, que podían serle útiles. Son altos, delgados, con torsos de músculos lisos, caderas estrechas y hombros cuadrados; están creciendo, endureciéndose, ensanchándose. Ágiles y flexibles, se mueven con la despreocupación de los jóvenes, con la gracia que proviene de ser objeto de atención, de ser observados. Son chicos que trabajan mucho, chicos con empleos de verano, chicos con becas, chicos guapos, chicos buenos, chicos asombrosamente juveniles, chicos del verano, chicos que cada mañana izan la bandera americana y cada tarde la bajan y la doblan cuidadosamente, chicos hermosos. Chicos dorados. Le recuerdan el pan de molde tostado: se los imagina cálidos y crujientes al tacto.
LEER COMPLETO AQUÍ.

Georgica (2002). Traducción de Javier Martínez de Pisón.

- ANTES EN VOCES.

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