martes, 3 de abril de 2007

VOCES / AGITPROV. Nizan, de nuevo desenterrado.

Nizan era un aguafiestas. Llamaba a las armas, al odio: clase contra clase; con un enemigo paciente y mortal no puede haber contemplaciones; matar o hacerse matar: no hay término medio. Y no dormir jamás.
Jean-Paul Sartre (1960).




A Paul Nizan una bala -perdida, como casi todas- le impidió descubrir si existen edades más felices que los veinte años. Apenas atravesaba entonces el meridiano de la treintena y lo habían enviado al frente de Dunkerque a sacrificar las tripas en defensa de la Patria. Él, que no tenía patria. Se cuenta que en su macuto de soldado -desconocido, como todos- llevaba el manuscrito tal vez inconcluso de la que iba ser su cuarta novela, La Soirée à Somosierra. El guripa británico que se tropezó con el cadáver decidió enterrarla y nuca más se supo.

Su familia era de origen bretón. El abuelo paterno, un campesino proletarizado que había arrastrado a los suyos por media Francia siguiendo el paso marcado por la construcción de la red de ferrocarriles, puso al padre de Nizan en suerte para medrar algo en la profesión. Paul nacería en la ciudad de Tours el 7 de febrero de 1905.

En 1916 ingresa en el Liceo Henry IV de París, donde tiene lugar su encuentro con Jean-Paul Sartre. Cinco años después ambos entran en el Louys-le-Grand con el fin de preparar las pruebas de acceso para la École Normale Supérieure (ENS). Son finalmente admitidos en 1924. Por esa época, publica en La Revue sans titre Hécate ou la méprise sentimentale y Complainte du carabin qui disséqua sa petite amie en fumant deux paquets de Maryland, un texto de marcada inspiración surrealista del que se puede leer un fragmento más adelante.

El interés por la acción política es también temprano en Nizan. Su primer compromiso apunta, curiosamente, muy hacia la derecha. En 1925, aunque sólo durante unos tres meses, participa en las actividades de Le Faisceau de Georges Valois. El partido había sido fundado ese mismo año y conseguido atraer a militantes procedentes del sindicalismo revolucionario y del nacionalismo maurrasiano, en una síntesis semejante a la de las organizaciones fascistas italianas.

Un año después ya está harto de todo. Asqueado, resuelve escapar. Antonin Besse, un rico comerciante inglés residente en Adén, lo contrata como preceptor. Nizan sueña tal vez con abandonar una Europa burguesa y decadente. No es el único, desde luego. Pero lo que se encuentra en el Yemen no es sino la prolongación colonial del continente europeo. Lo mismo, pero peor. La experiencia, que dura apenas un año, lo deja bien marcado.




El retorno a París es también el reencuentro con la ENS y con los viejos camaradas. Como consigna Sartre, la rebeldía de Nizan no se ha entibiecido en absoluto: “un furioso que se nos lanzaba a la garganta”, escribirá más de treinta años después. Es también el momento de las decisiones importantes. En 1927 se inscribe en el Partido Comunista Francés y, a finales del mismo año, se casa con Henriette Alphen (alias Rirette). Los normaliens Jean-Paul Sartre y Raymond Aron sirven de testigos a la pareja.

En 1929 obtiene su título de filosofía y en el 31 es nombrado profesor en Bourg-en-Bresse, a sesenta kilómetros de Lyon. Como filósofo, Nizan defiende la tesis leninista de la lucha de clases en la teoría, que más tarde será cultivada y desarrollada por Althusser y sus seguidores, también residentes del 46 de la calle Ulm. Aunque seguramente éstos habrían considerado excesivamente historicistas sus propuestas teóricas. En sus Notes-programme sur la philosophie (ver fragmento más abajo), publicadas en la revista Bifur en diciembre de 1930, Nizan reconoce: “Vuelvo una y otra vez sobre los explotadores y los explotados. Kant es un explotador. Spinoza no pertenece al partido de los explotadores”.

Un año después publica Aden Arabie (puede leerse el arranque del libro un poco más adelante). La obra es una novela, un ensayo, una diatriba, un panfleto y, sobre todo, el ajuste de cuentas de un joven airado con un mundo que le parece irrespirable y asesino. En algunos aspectos recuerda al Voyage de Céline, al que Nizan se adelanta en un par de años, pero la perspectiva y la apuesta vital de uno y otro son completamente diferentes: “Celine no halla en esta novela de la desesperación otra salida que la muerte- comenta para L’Humanité- : apenas si se vislumbran los reflejos de una esperanza que puede crecer. Céline no está con nosotros: es imposible aceptar su profunda anarquía, su desprecio, su repulsión general que no exceptúa tampoco al proletariado.”

Sus colaboraciones van apareciendo además en la prensa militante: la ya citada Bifur, Europe, la Revue Marxiste, Europe o L’Huma, donde se ocupa de literatura y política internacional, acogen sus textos. En el 33 funda y dirige, junto a Louis Aragon, la revista Commune. Un año antes había dado a la estampa Les Chiens de Garde, un ataque inmisericorde contra la intelectualidad de la época: los filósofos –sentencia- son “los perros guardianes del orden establecido”.

Le sigue Antoine Bloyé, su primera novela propiamente dicha. El personaje que da nombre al título está en gran parte inspirado en la figura del padre de Nizan: Antoine, hijo de obreros, se convierte en ingeniero y traiciona a su propia clase en beneficio de la burguesía. Como advierte Jean Guiloineau, la obra es una perfecta ilustración literaria de una de las tesis fundamentales del marxismo: “No es la conciencia de los hombres la que determina su existencia, sino, al contrario, su existencia social la que determina su conciencia”.

En 1934, Nizan participa precisamente en la edición en Gallimard de unos Fragmentos Escogidos de Karl Marx y en el Congreso de Escritores de Moscú. Y un año más tarde presenta Le Cheval de Troie, donde se narran las vicisitudes de una célula provincial del PCF en la semana que precede a una contra-manifestación anti-fascista. Los enfrentamientos durante la concentración se convierten en una alegoría de la revolución que se avecina.




En el 36 sale para España, desde donde envía crónicas y reportajes que serán publicados por La Correspondance Internationale. “El nuevo rostro de Madrid –escribe a su llegada a la capital- acaso no se encuentre en las avenidas llenas de bancos, ni en las calles tranquilas del Ateneo, ni de las Cortes, ni en esos bulevares admirables en los que pasan las tardes grandes bandadas de jovencitas resplandecientes, sino en los barrios obreros y sórdidos de Cuatro Caminos, de Tetuán de las Victorias, de la Carretera de Toledo. Allí todos los muros hablan de revolución”.

Antes de que la guerra brinque sobre los Pirineos, Nizan aún tiene ocasión de publicar un ensayo sobre Los Materialistas de la Antigüedad y una nueva novela, La Conspiration, en la que se tratan las dificultades –finalmente insuperables- en las que se encuentra un grupo de jóvenes normaliens para transformarse en una pequeña fuerza de combate revolucionario. Uno de los personajes acaba, por cierto, transformado en confidente de la policía.

El 24 de agosto de 1939 Stalin y Hitler firman el Pacto Germano-Soviético. Cuando las tropas alemanas entran en suelo polaco, Nizan rompe con la filial del stalinismo en Francia. En marzo de 1940, un par de meses antes de que caiga en el frente de Dunkerque, Maurice Thorez, Secretario General del PCF entre 1930 y 1964, publica un artículo en el que se acusa a Nizan de ser un confidente de la policía. Acabada la guerra, Louis Aragon y Henri Lefevbre se encargarán de apuntalar una imputación de la que nunca hubo pruebas por la sencilla razón de que era completamente falsa. De no haber tenido consecuencias terribles, la argumentación de Lefevbre movería a risa: puesto que la traición era un tema recurrente en su narrativa, el propio Nizan debía necesariamente ser un traidor.

La rehabilitación tendrá que hacerse esperar veinte años. Entonces Sartre encabeza la edición que Maspero está preparando de Aden Arabie con un prólogo de casi 50 páginas en las que el autor de Les Mots elogia el valor y la rebeldía incorregible del que había sido su compañero en la ENS. “Los comunistas no creen en el Infierno –afirma al comienzo-; creen en la nada. Se había decidido la aniquilación del camarada Nizan. Entretanto, una bala explosiva le había golpeado en la nuca, pero era una liquidación que no satisfacía a nadie: no bastaba con que hubiese cesado de vivir, era necesario que no hubiese existido en absoluto”.


“En 1960, los estudiantes y la juventud de izquierdas se apretujaban en la librería de las Ediciones Maspero, La Joie de Lire, para comprar (o robar) Aden Arabie, que comenzaba con esa frase que se ha hecho célebre y que ellos arrojaban a la cara de sus padres o sus profesores: “Yo tenía veinte años. No permitiré que nadie diga que es la edad más hermosa de la vida”. Lo que Paul Nizan denunciaba en Aden Arabie sigue hoy de actualidad. Aún se siente la cólera que lo animaba cuando escribía a propósito de la ENS, “esa institución que las naciones envidian a la República”, y de la que él fue, junto a Sarte, uno de los alumnos más brillantes: “Se adiestra a una parte de esta tropa orgullosa de magos, que aquellos que pagan para formarla denominan “la elite”, y que tiene por misión mantener al pueblo en el camino de la complacencia y del respeto, virtudes que constituyen el Bien”.
Régine Deforges, L’Humanité, 19 de febrero de 2005



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En el hospital, vio cómo se abría la sala de disección, tan blanca, tan requetepulcra, tan irónicamente salón de otoño de 1922, o dormitorio de soltera educada a la inglesa, puntuada por las altas ventanas a las que se pegaba el rostro transparente de la noche y que descubrían los vagos y bucólicos paisajes del parque en el que enfermeros de elegía sacaban a pastar a la indigente sombra de las cinco de la madrugada a viejos azules y aborregados. No había perros. Ya no llovía. Franqueó el umbral de las condolencias, la crueldad inconsciente de los “¿Cómo se encuentra?”. Su amigo ya no estaba allí. Buscó angustiado con la mirada aquella cosa que lo aguardaba, y ese punto de honor para no mostrar ninguna emoción. El humo de los cigarrillos ascendía hacía el techo en repliegues meditabundos. El olor, apenas sentido la víspera por la gracia de la costumbre, esa vieja compañera, lo anegó: fenol, hedores sosos y agrios según los grados de corrupción, de fregaderos sucios de arrabal, de tinta, peste de las descomposiciones y el recuerdo de aquel lápiz Schwau-Blestiet nº 270 que le arrebató una Alemania reverdecida y pacíficamente industrial cerca de Chemnitz o de Nuremberg. Los cadáveres, rodillas en alto, extendieron ante sus ojos sus rojas y boquiabiertas desnudeces. En eso había quedado su amor, ahora a la deriva sobre la espalda, las piernas separadas, las manos lacias como remos abandonados. Rojo oscuro, amarillento o tostado por placas, conforme a la gama de disoluciones cercanas. La cara, burlona y huesuda, se le apareció como la pesadilla del pasado. “No se ha disecado más que la pierna. ¿Se encarga usted del resto?”

De Complainte du Carabin qui Disséqua sa Petite Amie en Fumant Deux Paquets de Maryland (1924).





Por otro lado, hay opresores y oprimidos, gentes que sacan provecho de la opresión y gentes que son desgraciadas a causa de ella.
Y si esto es así en el mundo, también en la Filosofía implica una división. Se divide groseramente, yo pienso groseramente tal división, por más que los burgueses digan que la grosería en las divisiones es un pecado contra el espíritu. Sólo los burgueses tienen verdaderamente necesidad de sutileza en sus divisiones, de profundidad aparente en el espíritu. Tienen que camuflarse detrás de un hermoso nimbo; el señor Marcel, el señor Brunschwicg, el señor Wahl se mueven detrás de nubes como los dioses, o incluso como las sepias. El espesor de la nube establece la profundidad de la filosofía: algunos consideran que el señor Rey no es profundo porque su nube es apenas una neblina. Sus astucias se notan a simple vista. Sin embargo, el señor Chartier es profundo: no se ve tras su nube el hilo de sus astucias, del color de los tiempos. Detrás de las nubes, los filósofos se sienten al abrigo de los problemas; por ejemplo, al abrigo del problema de las clasificaciones groseras. Son habitantes del Olimpo, que hacen sus negocios en un ambiente sombrío y húmedo, favorable a los misterios y a las transmutaciones mágicas. Si no los entendemos, ellos cantan: “Nube, mi hermosa nube…”
Pero, ¿por qué debería yo ocultar mi juego? Yo digo sencillamente que hay una filosofía de los opresores y una filosofía de los oprimidos, sin ninguna relación real entre sí y a las que, sin embargo, se llama igualmente Filosofía. Es el equívoco de la Filosofía en general. O, al menos, el primero de los equívocos que hay que enumerar. Que poner al desnudo.
Jamás ha existido filosofía indiferente. Los filósofos son gentes que toman partido más a menudo que los hombres del común. Y no ha habido nunca más que dos formas de tomar partido: con los opresores y con los oprimidos. La mayoría de los filósofos afirma que la Filosofía no tiene partido: es una Virgen que ama la Verdad. Después uno hace lo que quiere con la verdad.
Pero dicha actitud es bien una hipocresía, bien una ilusión difícilmente separable del trabajo ideológico. Una filosofía busca establecer y justificar verdades temporales conformes con ciertos tipos de existencia, que exhibe metódicamente por medio de razonamientos y de conceptos. Es propio de la naturaleza de la filosofía servir a las personas y a sus intereses. No existe una Verdad unívoca, eterna y reconocible tal que la Filosofía unívoca, eterna y cognoscente pueda tomarla como objeto.

De Notes-programme sur la philosophie (1930).




Yo tenía veinte años. No permitiré que nadie diga que es la edad más hermosa de la vida.
Todo amenaza con la ruina a un hombre joven: el amor, las ideas, la pérdida de su familia, la entrada en el mundo de los adultos. Le es duro aprender cuál es su lugar en el mundo.
¿A qué se asemejaba nuestro mundo? Tenía el aspecto del caos que los griegos ponían en el origen del universo, pero entre las nubes de la industria. La diferencia estaba en que creíamos ver aquí el comienzo del fin, del auténtico fin, y no ese otro que es el comienzo de un comienzo. Ante las agotadoras transformaciones cuya clave un número ínfimo de testigos se esforzaba por descubrir, podíamos tan sólo percibir que la confusión conducía a la muerte natural de todo lo que existía. Todo recordaba al desorden con el que concluyen las enfermedades: antes de la muerte, que se encarga de volver todos los cuerpos invisibles, la unidad de la carne se disipa y cada parte, en esa multiplicación, va en su propio sentido. Al final llega la podredumbre, que no implica resurrección.
Muy pocos hombres se sentían entonces lo bastante clarividentes como para desentrañar las fuerzas ya en acción tras los grandes restos putrefactos.
Nadie sabía nada de lo que hubiera hecho falta saber: la cultura resultaba demasiado complicada como para permitir comprender otra cosa que no fuesen las arrugas de la superficie. Se consumía en sutilezas en un mundo ordenado de razones, y casi todos sus profesionales eran incapaces hasta de deletrear los textos que comentaban. El error es siempre menos simple que la verdad.

De Aden Arabie (1931).



*PAUL NIZAN EN LA RED:

2 comentarios:

Thomas Moronic dijo...

Mi español es muy malo. ¡Pero su blog es fantástico - tanta información!

Amputaciones dijo...

Muchas gracias, Thomas.

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