martes, 20 de noviembre de 2007

AGITPROV. DE CÓMO NOS CUENTAN LOS QUE NOS CUENTAN


[Malintencionado análisis textual de un artículo publicado en El País el 18 de noviembre de 2007]


Queréis atraparnos pero no podéis
Tampoco tenemos precio
Vosotros veréis que hacéis
Nosotros... ya veremos

Decía o escribía alguien -creo recordar que se lo leí al Albiac de antes de la conversión, pero no estoy seguro- que la justicia militar es a la justicia lo que la música militar es a la música sin más. La analogía permite, desde luego, variaciones múltiples. Por ejemplo: la música militar es a la música lo que la razón policial es a la razón, o a la inversa: simple, estridente, monocorde, pobre en melodía y de ritmo mecánico, y así sucesivamente. Cuando el discurso periodístico se contamina de razón policial -cosa que ocurre más a menudo de lo que sería deseable, pues son parientes próximos-, adquiere esas mismas características y tonalidades.

"La amalgama de personas que engloba al denominado movimiento antisistema hace muy difícil su control por parte de la policía". El discurso periodístico indica así el corazón mismo de la razón policial, el tema central que organiza la pobreza de sus composiciones. Se trata, en efecto, de control, un ritornello que se repetirá con una perseverancia paranoica. Si se quiere controlar a los otros es necesario reducirlos a una identidad manejable y operativa. Las 'amalgamas', los conjuntos difusos, las agrupaciones lábiles ponen en crisis a la razón policial. En tales situaciones y para evitar el cortocircuito será necesario generar categorías puramente negativas (sin-papeles, ultraizquierda, antisistema, etc.) con las que pueda designarse el vacío de la no-identidad.

"A los neonazis se les tiene controlados. Suelen ser siempre los mismos. Con los radicales antitodo no ocurre", afirman los periodistas que afirma un mando de la policía. En la topografía del orden que la razón policial establece, la tierra es plana y está rodeada por abismos insondables a través de los cuales evolucionan especies monstruosas: los radicales. Los radicales son seres extraños y bifrontes -como Jano-, pardos por una cara y rojos por la otra, pero en cualquier caso, unos y los mismos en cualesquiera situaciones. En su faceta colorada -se nos dice-, los radicales visten la máscara del 'antitodo', esa bestia paradójica que sólo cabe definir por su irracional furia destructiva. La razón policial, siempre tan despierta, también produce monstruos.

""El problema es que se mueven en colectivos y asociaciones; cada uno de su padre y de su madre", aseguran las mismas fuentes policiales". El problema es que se mueven. Los radicales antitodo, los antisistema se mueven, y lo que es peor no se mueven cómo ni por los canales que Dios y el orden mandan, sino "en colectivos y asociaciones cada uno de su padre y de su madre", aunque mejor sería decir "sin padre ni madre" o, cuando menos, sin padre ni madre reconocidos. Fea situación ésta, sin duda, que no permite ni siquiera fijar una filiación clara. Pues, ¿cómo asignar una ficha identificativa -es decir, policial- a esos bastardos que se agitan entre los matojos pero carecen de árbol genealógico? "Tampoco es fácil -se dice algo más adelante- reconocerlos por la estética", aunque -se añade en una leve contradicción- es "gente que no destaca por su elegante forma de vestir".

El peligro mayor radica en que el radical antitodo es capaz de infiltrarse por los intersticios y las grietas del sistema que las fuerzas del Orden no consiguen bloquear o restañar a tiempo. Disponen, como los Primordiales, de vías que comunican las galerías del Inframundo con la superficie de la Realidad. Y por eso, "se les puede encontrar en actos en los que coinciden con personas que no son para nada violentas: manifestaciones contra la guerra de Irak, por una vivienda digna...". La razón policial reconoce, a pesar de todo, la legitimidad de ciertas reivindicaciones e incluso la existencia de espacios para su igualmente legítima expresión. Sabe, en fin, que también hay gente buena y que lo de la democracia tampoco está tan mal, pero alerta a los rebeldes de bien de la posibilidad siempre acechante de que a través de sus cantos y lemas pueda colarse la voz de la Bestia. El ondear de las banderas rojas posee incluso cierto encanto si la tarde de la manifestación sale soleada y sopla una suave brisa primaveral.

Además a los radicales antitodo les pierde la boca, y por la boca muere el pez. En Madrid, el número de los "verdaderamente violentos" ronda los 500. "El resto, dicen, tienen [sic] una verborrea violenta, pero por suerte no pasan de ahí". De ahí es, desde luego, de donde no debe pasarse y, aun así, ya es ir muy lejos, como demuestra -"si me apuras"- el caso de Carlos Javier P. Fue -sentencia la autoridad policial- "su inmadurez la que lo mató". Han leído ustedes bien. No la destreza homicida de un soldadito de luces tan cortas como sus cabellos, no: la inmadurez de una víctima algo bocazas y no otra fue la causante del desgraciado acontecimiento. Desde Vidocq se conoce la continuidad entre el mundo policial y el mundo del hampa -anverso y reverso de la misma cosa, si se quiere-, no extrañará, pues, tampoco la cercanía de la razón policial con respecto a la simple justificación del asesino. ¡Joder, si es que los visten como ácratas!

La razón policial es una razón esencialmente reduccionista. Reduce lo múltiple y diverso a identidades manejables, reduce la razón política a un problema de orden público, reduce la complejidad a primitivas oposiciones binarias y, finalmente, reduce a golpes a los que, a pesar de los pesares, son incapaces de entrar en razón. Lo cual resulta, a todas luces, muy práctico. "Esta gente va contra el sistema establecido, está en contra de todo, y, por tanto, no creen en partidos políticos". Los radicales antitodo están en contra y no creen: son negatividad pura, un fluido corrosivo difícil de encauzar. Con ellos no hay quien pueda. Por no creer, no creen ni en los partidos políticos, que -como cualquier demócrata de toda la vida sabe- son el mejor invento desde el Agua de Seltz para elevar la voluntad popular al rango de poder político verdaderamente eficaz.

Acaso la razón policial no sea lo bastante potente -como venimos diciendo- para hacerse cargo de lo diverso, pero con la geografía urbana se apaña más o menos. Los radicales antitodo "tienen -al parecer- zonas muy asignadas. En Madrid se mueven muy bien por los distritos con menor renta per cápita". Reduccionista, tal vez, pero no se le puede echar en cara a la razón policial y sus encarnaciones terrenas la falta de perspicacia. ¡Sopresa sorprendente! Los radicales antitodo proceden de viejos barrios obreros como "Vallecas, Villaverde y Usera. En la periferia de la capital también tienen numerosos adeptos". Corren tiempos raros, así que no les extrañe si, después de todo y por mor de una curiosa inversión dialéctica, la razón policial termina por ser la única capaz de reconocer la lucha de clases allí donde se de.

2 comentarios:

Dialéctico dijo...

Buen artículo.
Siguiendo con el tema, el otro día lei sorprendido esta noticia en la cual se intentaba criminalizar al movimiento antifascista:
http://www.elmundo.es/elmundo/2007/11/13/madrid/1194965740.html

Ojo a este párrafo sacado textualmente del artículo:
"Hay una serie de organizaciones aparantemente pacíficas que esconden un radicalismo violento amparándose en causas nobles como es la lucha contra el racismo. Queremos destapar la trama violenta de extrema izquierda que utiliza métodos similares a los de la ‘kale borroka’ de la izquierda ‘abertzale’."

De repente me vino a la cabeza la famosa cita de Bertolt Brecht: "....Después vinieron por mí, y para ese momento ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí".

Amputaciones dijo...

No es sólo ya la criminalización de un movimiento cualquiera -al fin y al cabo, no se debe esperar ningún tipo de consideración del adversario político-, sino algo mucho más sucio y tenebroso, que descompone la idea misma de Estado de Derecho: hacer de la víctima el principal cómplice del crimen que lo hizo desaparecer de este mundo, lo que equivale -si quieres y si tal cosa fuese posible- a matarlo dos veces. La lógica perversa que subyace a este tipo de discursos es la misma que lleva a exclamar al machista cavernícola -es decir, a cualquier machista- tras una violación: ¡Si es que se visten -o las visten- como putas!