*Tem vindo os homens armados… Partamos de la paráfrasis de una conocida máxima, que diría algo así como ‘monstruo soy y no hay monstruosidad que me sea ajena’, del viejo imperativo spinoziano que nos exige ‘no burlarnos ni lamentar los actos humanos, sino tratar de comprenderlos’ y de una posible definición antropológica: ‘somos animales de rapiña con inventiva’ (Spengler).
Desde todos lados se nos incita a ponernos del lado de las víctimas, o incluso en su lugar; es fácil: basta con no ser un sociópata y con un mínimo de compasión. Meterse en el pellejo del criminal requiere, sin embargo, de mucho autocontrol y estómago y de no poca imaginación. Es además un ejercicio moral de riesgo, pues uno nunca puede estar cierto de que no vaya a quedar seducido por las razones del ejecutor. Yo lo he intentado, lo prometo. Candil en mano, me he puesto a dar vueltas bajo la cúpula craneana del tipo que ayer le pego tres tiros a un cobrador de peaje en una población del norte de la Península Ibérica. No a la búsqueda de un bípedo implume, como el cínico, pero sí de algo muy parecido: un lugar común en el que cualquier cosa capaz de proferir el pronombre yo fuese capaz de situarse. Y me temo que no ha tal lugar. No puedo, por mucho que me empeñe, encontrarle el lado heroico a semejante atrocidad. No le veo la grandeza revolucionaria a reventarle los sesos a un currante cuarentón, sin responsabilidad política alguna y sin implicaciones conocidas en la explotación del pueblo trabajador. Ni reconozco en el ciudadano Isaías Carrasco a un enemigo de la democracia real. No consigo, por más que fuerce la brújula, emplazar Barakaldo en la Franja de Gaza, ni retorcer las coordenadas espacio-temporales para que el Bilbao de 2008 se transforme en el Londonderry de 1972. Me espanta la palabra Patria y no veo cómo coño manipularla para que encaje con el término Socialismo; no es Patria o Muerte, en efecto, sino Patria Y Muerte. Cualquiera algo familiarizado con la lógica elemental sabrá notar la diferencia en el uso de los juntores. El Socialismo, vocablo tan manchado que ya casi avergüenza escribirlo, es o debería ser lo contrario.
Podría, finalmente, recurrir como algunos a una socorrida teoría de la conspiración, a la idea de que, después de todo, los nuestros no pueden ser tan idiotas, porque para algo son los nuestros, y que crímenes como éste sólo pueden ser obra de la Maldad absoluta del Estado. ‘Pregúntate a quién sirve este crimen’, se propone en algunos cibermentideros. Y lo cierto es que servir, lo que se dice servir, no sirve a nadie ni para nada. Para bien o para mal, esta cosa nuestra está lo bastante asentada como para que no precise de grandes violencias ni necesite recurrir –hic et nunc, se entiende- al Terrorismo vertical. Por otro lado, tales explicaciones no han servido, generalmente, sino para parir malos guiones de malas películas de espías. También podría ser que estuviera yo muy menguado de imaginación, aunque me inclino a pensar que éste es, más bien, un problema propio de los que tiran de pipa.
En 1978, Guy Debord escribía a Gianfranco Sanguinetti: “Los izquierdistas, por muy estúpidas que puedan ser sus intenciones y su estrategia, no habrían podido obrar en ningún caso de esta manera”. Pero, atención, ¡se refería nada más y nada menos que a las Brigadas Rojas y al secuestro y asesinato de Aldo Moro! Y aún así, el bueno de Sanguinetti le respondía: “Evidentemente, los izquierdistas italianos son muy estúpidos. Pero esa misma estupidez, que, por un lado, no basta en absoluto para hacerlos a todos incapaces de cualquier cosa; por otro lado, es perfectamente suficiente para convencerlos de que el terrorismo puede ser algo bueno”.
Desde todos lados se nos incita a ponernos del lado de las víctimas, o incluso en su lugar; es fácil: basta con no ser un sociópata y con un mínimo de compasión. Meterse en el pellejo del criminal requiere, sin embargo, de mucho autocontrol y estómago y de no poca imaginación. Es además un ejercicio moral de riesgo, pues uno nunca puede estar cierto de que no vaya a quedar seducido por las razones del ejecutor. Yo lo he intentado, lo prometo. Candil en mano, me he puesto a dar vueltas bajo la cúpula craneana del tipo que ayer le pego tres tiros a un cobrador de peaje en una población del norte de la Península Ibérica. No a la búsqueda de un bípedo implume, como el cínico, pero sí de algo muy parecido: un lugar común en el que cualquier cosa capaz de proferir el pronombre yo fuese capaz de situarse. Y me temo que no ha tal lugar. No puedo, por mucho que me empeñe, encontrarle el lado heroico a semejante atrocidad. No le veo la grandeza revolucionaria a reventarle los sesos a un currante cuarentón, sin responsabilidad política alguna y sin implicaciones conocidas en la explotación del pueblo trabajador. Ni reconozco en el ciudadano Isaías Carrasco a un enemigo de la democracia real. No consigo, por más que fuerce la brújula, emplazar Barakaldo en la Franja de Gaza, ni retorcer las coordenadas espacio-temporales para que el Bilbao de 2008 se transforme en el Londonderry de 1972. Me espanta la palabra Patria y no veo cómo coño manipularla para que encaje con el término Socialismo; no es Patria o Muerte, en efecto, sino Patria Y Muerte. Cualquiera algo familiarizado con la lógica elemental sabrá notar la diferencia en el uso de los juntores. El Socialismo, vocablo tan manchado que ya casi avergüenza escribirlo, es o debería ser lo contrario.
Podría, finalmente, recurrir como algunos a una socorrida teoría de la conspiración, a la idea de que, después de todo, los nuestros no pueden ser tan idiotas, porque para algo son los nuestros, y que crímenes como éste sólo pueden ser obra de la Maldad absoluta del Estado. ‘Pregúntate a quién sirve este crimen’, se propone en algunos cibermentideros. Y lo cierto es que servir, lo que se dice servir, no sirve a nadie ni para nada. Para bien o para mal, esta cosa nuestra está lo bastante asentada como para que no precise de grandes violencias ni necesite recurrir –hic et nunc, se entiende- al Terrorismo vertical. Por otro lado, tales explicaciones no han servido, generalmente, sino para parir malos guiones de malas películas de espías. También podría ser que estuviera yo muy menguado de imaginación, aunque me inclino a pensar que éste es, más bien, un problema propio de los que tiran de pipa.
En 1978, Guy Debord escribía a Gianfranco Sanguinetti: “Los izquierdistas, por muy estúpidas que puedan ser sus intenciones y su estrategia, no habrían podido obrar en ningún caso de esta manera”. Pero, atención, ¡se refería nada más y nada menos que a las Brigadas Rojas y al secuestro y asesinato de Aldo Moro! Y aún así, el bueno de Sanguinetti le respondía: “Evidentemente, los izquierdistas italianos son muy estúpidos. Pero esa misma estupidez, que, por un lado, no basta en absoluto para hacerlos a todos incapaces de cualquier cosa; por otro lado, es perfectamente suficiente para convencerlos de que el terrorismo puede ser algo bueno”.
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*Papeles amarillos. Últimamente he andado algo liado y sin ocasión de garabatear en este cuaderno que se quiere hacer cargo, dentro de sus muy estrechos límites, de la dichosa Actualidad. Tenía un par de apuntes al margen de algún periódico viejo que, sin embargo, me gustaría volcar aquí, antes de tirarlos a la basura, para común conocimiento de todos y para que ustedes los sometan a consideración. Decían algo así:
* Noticia: Zapatero abronca a los obispos.
“Corren tiempos jodidos para ateos y descreídos, o incluso para los defensores de posiciones más tibias y menos combativas. Estamos atrapados entre los cuernos de fundamentalismos de distinto signo pero con intenciones e intereses comunes.
Estamos atrapados y también hasta los cojones de que quienes han optado por castrarse nos den lecciones de cómo debemos usar correctamente nuestras pollas y coños, de dónde hemos de depositar nuestro semen o de qué debemos hacer con el contenido de nuestros úteros; de que una organización con un extenso historial criminal se permita condenar las atrocidades ajenas y de que una secta rígidamente jerárquica nos largue leccioncitas sobre el buen orden democrático”.
* Noticia: Rajoy quiere obligar a los inmigrantes a firmar “un contrato de integración”.
“Creo que fue Alain de Benoist quien dijo, en alguna ocasión, que Francia podía presumir de tener a la derecha más idiota de Europa, o poco más o menos. Supongo que el viejo Alain no había tenido entonces ocasión de echar un vistazo a lo que se cocinaba en las derechas del resto del continente. Y, sobre todo, en el sur.
Resulta sorprendente que un señor que, al parecer, es Registrador de la Propiedad y al que, en consecuencia, se le supone una formación sólida en cuestión de Derecho se permita decir que, de llegar al gobierno, exigirá de los inmigrantes un compromiso firme y formal de que no delinquirán en suelo español. Tal vez me equivoque, porque no soy gente tan instruida como don Mariano, pero diría que esto supone darle la vuelta al Principio de Presunción de Inocencia y además una formidable patada en el culo a eso que antes llamábamos Estado de Derecho. Resultan sorprendentes propuestas así, ya digo, pero más sorprendente e incluso espeluznante es que provoquen entre la ciudadanía un aumento en la intención de voto por el partido del que el tal señor es cabeza de lista”.
* Noticia: Zapatero abronca a los obispos.
“Corren tiempos jodidos para ateos y descreídos, o incluso para los defensores de posiciones más tibias y menos combativas. Estamos atrapados entre los cuernos de fundamentalismos de distinto signo pero con intenciones e intereses comunes.
Estamos atrapados y también hasta los cojones de que quienes han optado por castrarse nos den lecciones de cómo debemos usar correctamente nuestras pollas y coños, de dónde hemos de depositar nuestro semen o de qué debemos hacer con el contenido de nuestros úteros; de que una organización con un extenso historial criminal se permita condenar las atrocidades ajenas y de que una secta rígidamente jerárquica nos largue leccioncitas sobre el buen orden democrático”.
* Noticia: Rajoy quiere obligar a los inmigrantes a firmar “un contrato de integración”.
“Creo que fue Alain de Benoist quien dijo, en alguna ocasión, que Francia podía presumir de tener a la derecha más idiota de Europa, o poco más o menos. Supongo que el viejo Alain no había tenido entonces ocasión de echar un vistazo a lo que se cocinaba en las derechas del resto del continente. Y, sobre todo, en el sur.
Resulta sorprendente que un señor que, al parecer, es Registrador de la Propiedad y al que, en consecuencia, se le supone una formación sólida en cuestión de Derecho se permita decir que, de llegar al gobierno, exigirá de los inmigrantes un compromiso firme y formal de que no delinquirán en suelo español. Tal vez me equivoque, porque no soy gente tan instruida como don Mariano, pero diría que esto supone darle la vuelta al Principio de Presunción de Inocencia y además una formidable patada en el culo a eso que antes llamábamos Estado de Derecho. Resultan sorprendentes propuestas así, ya digo, pero más sorprendente e incluso espeluznante es que provoquen entre la ciudadanía un aumento en la intención de voto por el partido del que el tal señor es cabeza de lista”.
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