miércoles, 26 de marzo de 2008

FICCIONES. El Suspiro de la Bicha (Fragmento)


A pesar de su nombre, La Bicha siempre fue y siempre ha sido una isla tranquila. Nadie sabría decir a ciencia cierta por qué La Bicha se llama cómo se llama. Hay quienes aseveran que fue así como la bautizaron los conquistadores venidos de la metrópoli y que el nombre hace referencia a su forma alargada, tal cual la de una serpiente, y a los tonos verduzcos que su roca –pues vegetación apenas tenemos- adquiere cuando le da la luz de determinada hora del día, aquella precisamente en la que los futuros colonos debieron avistar la isla por vez primera. Otros se acogen a una segunda acepción del término y afirman que esta Bicha nuestra no sería sierpe sino sirena, lo cual –dicen- le casaría mucho mejor a la vocación marinera que, por motivos obvios, siempre animó a los isleños y además ayudaría a revestir a nuestros antepasados con un lustre poético del que, a mi ver, seguramente jamás disfrutaron. Los más tremendistas y con cierta afición por lo luctuoso defienden, en fin, la tesis, bien asentada por otro lado en las crónicas locales y en los libros de historia, de que lo de Bicha tiene más bien que ver con lo terrible y demoníaco, y que si la isla lleva por nombre el que lleva es por estar emplazada en un espacio geográfico amedrentador y maldito, enclave de mil catástrofes y de naufragios fatales. Yo hay momentos en los que tomo partido por estos últimos.

En cualquier caso, si hubo naufragios y desastres marineros, fue en siglos ya lejanos, y si alguna vez fue La Bicha un lugar que las singladuras debían evitar como al diablo, hoy es más bien reclamo continuo de turistas de todo el mundo, que vienen en busca de sosiego, de sol y de playas, de temperaturas acogedoras en cualquier fecha del año, de eso que llaman paisajes pintorescos y de una naturaleza aún no demasiado trastornada por el excesivo comercio con los hombres. Nuestra isla tiene además -¿cómo decirlo?- algunas atracciones exclusivas, espacios naturales como no hay otros en ningún lugar del planeta, y hasta colores y formas inéditas fuera de nuestras tierras. Hay playas, por ejemplo, que se dirían fotos en negativo: con la arena negrísima apenas puntuada por alguna piedra o roca de un blanco no menos intenso y el agua siempre con tornasoles entre gris y verdeazul con independencia de que el cielo esté despejado o, cosa poco habitual, lleno de nubes. Hay flores imposibles y unos pocos árboles espingardos y orgullosos que crecen entre la ceniza y lucen complicados nombres indígenas. Luego está el Parque del Tarayama, que recibe el suyo de un antiguo y desgraciado rey de la isla, y que ningún turista digno de tal apelativo puede dejar de visitar. En su centro se encuentra el Trono de Aracón, que es como el rey de los volcanes, imponente y oscuro, y a su derredor un rebaño de volcanes menores que parecen acogerse a la protección de su sombra o esperar su consejo de viejo sabio; la tierra es igualmente negra en el Tarayama, quebrada en intransitables pliegues volcánicos que los excursionistas contemplan extasiados desde las ventanillas de autobuses siempre repletos mientras el sol juega con las formas de las montañas y las cambia a su antojo. Y tenemos también La Caldera de Fébora, La Garganta del Guayoche o El Salto de Monahán, desde donde se dice saltó al mar la princesa del mismo nombre para purgar su mal de amores, y, en fin, El Suspiro de la Bicha, la cueva en la que habrá de transcurrir buena parte de esta historia.

Habrán de disculpar que sea un tanto prolija en mis descripciones y que no vaya, como suele decirse, directamente al grano, pero cuento con que escribo estas páginas para gentes que poco o nada saben de La Bicha o que al menos no tuvieron todavía el placer de visitarnos, y además me temo que esto de ser descriptiva y didáctica es algo que va con el oficio de una, que aunque hace tiempo no ejerce sirvió sin embargo para conformar mi personalidad e incluso el modo en el que suelo expresarme. Gracias a mi trabajo aprendí, por ejemplo, a utilizar palabras como atávico, ctónico y estafilito. Por otro lado, sépanlo ustedes, yo amo a mi patria y, a pesar de todo lo que ocurrió, aún recuerdo con cierta nostalgia los tiempos en que era una de las guías de El Suspiro. Pues ha de tenerse en cuenta que el cogollo de mi existencia coincidió durante más de una docena de años con la vida en El Suspiro, y que sin El Suspiro de la Bicha –y acaso sin los acontecimientos poco felices que en ella tuvieron al final lugar- yo no sería ahora quien y lo que soy. Cuando empecé a trabajar en la cueva era joven, inexperta y algo ingenua; cuando el Suspiro cerró sus puertas era una vieja prematura y resabiada, con la espalda cargada de insomnios y remordimientos y la clara conciencia de que en el mundo habitan fuerzas tenebrosas que casi nadie llega a conocer sin perder la vida o la razón. A veces me pregunto qué tengo yo de especial que me hizo conjurar ambos peligros y me tienta la idea de responder si no habrá en mí algo de bicha, de mujer-monstruo, de sirena-serpiente, de ser maléfico, oscuro e infernal. Esto, desde luego, explicaría muchas cosas.


7 comentarios:

Espejo Descompuesto dijo...

es impresionante como escribis y hace mucho que te leo.... simplemente ahora me estoy animando a escribir y armar mi blog.

un abrazo!

Amputaciones dijo...

Se agradecen los elogios, aunque sean sinceros...

Por cierto, Pablo, ¿por qué no te apuntas a la historia del de-blogging? Aún sigo recopilando aportaciones.

Saludos

Alfonso Rodríguez dijo...

Enhorabuena por Amputaciones, uno de los raros blogs en catellano cuya lectura me produce verdadero placer.Y mil gracias por compartir tus referencias.

Saludos.

Un admirador de Clémenti y Bulle Ogier.

PD: Por cierto, ¿que te parece Patrick Dewaere?

Amputaciones dijo...

Gracias, Satori.

Lo cierto es que a Dewaere lo tenía un tanto olvidado. Pero es verdad que tiene mucho en común con Clémenti y Ogier: sus comienzos en el teatro underground, una carrera que se desarrolla sobre todo en la década de los setenta, el París canalla del post-68... Haber estado liado con Miou-Miou lo convierte además en un tío envidiable; y su suicidio con treinta y tantos en una figura ¿trágica?

Seguramente se merecería un especial por aquí...

Anónimo dijo...

"...cuando el Suspiro cerró sus puertas era una vieja prematura y resabiada..."
La Bicha y lo que somos: casi lo mismo.
Un abrazo

Amputaciones dijo...

¡Eh, Cecilia...! Un placer tenerte de vuelta...

Ya vi que reabristé también los Voluptuosos Interiores...

Κλεοπάτρα dijo...

El placer es recorrerte.
Un lugar exquisito donde aparcar tanta futilidad diaria.
Un abrazo Diego
(...más interior que voluptuoso)