En Algún Lugar del Tiempo
D. Harlan Wilson
D. Harlan Wilson
Repté dentro de un agujero y reté a alguien a que me siguiese. Susurros acalorados. Luego la multitud se dispersó. Salí del agujero. Árboles doblados por el viento. Arena en mis mejillas. Un vendedor de máquinas Xerox deambulaba por allí llevando una máquina Xerox a las espaldas. Lo derribé con una llave. Robé la máquina y se la vendí a un comercial de club de golf por 65,99 $. Jugamos nueve hoyos. Hicimos copias de nuestras manos, intercambiamos las copias y nos dijimos adiós. Día caluroso. 37 grados y húmedo. El sudor empapaba mi camisa. Me la quité y la colgué de una rama. Fui a una camisería. Cuando entraba, un guardia de seguridad intentó derribarme con una llave. Lo esquivé. “Necesita usted una camisa”, dijo. “Pero todavía no he comprado ninguna”, repliqué yo. El guardia de seguridad frunció los labios. […]
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Los Reidores
Andersen Prunty
Tras terminar mi tratado sobre la Nueva Revolución Anarquista decido salir al porche trasero a tomar una cerveza y fumar un cigarrillo. El televisor yace en el suelo convertido en un montón de piezas calcinadas. Saco una cerveza de la nevera, atravieso la cocina y salgo afuera. Hace calor y humedad. Silencio, pero silencio al estilo de este vecindario, lo que en realidad no es silencio en absoluto. Viento entre los árboles. El murmullo del aire acondicionado del vecino. Un teléfono sonando. Tráfico distante. Trenes distantes. Sirenas distantes. Todos los ruidos auténticos están distantes.
Enciendo un cigarrillo y doy una primera calada intensa, y toda la intranquila calma salta en pedazos. Alguien ríe. Es una risa fuerte y continua, emitida desde muy arriba en las vías nasales. Mujer. Es como si tuviera una especie de altavoz entre los ojos. No oigo a nadie más. Sólo a esta mujer, riendo y riendo. Me siento en una silla, dejo mi botella de cerveza sobre la mesita del patio y trato de ahuyentar esa crispante risa y centrarme en mi siguiente tratado. No puedo. Dios. Suena como el rebuzno de una burra. Termino el resto de mi cerveza de un solo trago, doy la última calada al cigarrillo y arrojo los dos al jardín. […]
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Enciendo un cigarrillo y doy una primera calada intensa, y toda la intranquila calma salta en pedazos. Alguien ríe. Es una risa fuerte y continua, emitida desde muy arriba en las vías nasales. Mujer. Es como si tuviera una especie de altavoz entre los ojos. No oigo a nadie más. Sólo a esta mujer, riendo y riendo. Me siento en una silla, dejo mi botella de cerveza sobre la mesita del patio y trato de ahuyentar esa crispante risa y centrarme en mi siguiente tratado. No puedo. Dios. Suena como el rebuzno de una burra. Termino el resto de mi cerveza de un solo trago, doy la última calada al cigarrillo y arrojo los dos al jardín. […]
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El Grito de los Peces
Vincent W. Sakowski
Una vez tuve un amigo que tenía una pecera por cerebro. Huelga decir que tenía una cabeza más bien grande. Pero la sostenía sin problemas –músculos poderosos en el cuello habían ido formándose a lo largo de los años- y además con orgullo.
Cambiaba el agua regularmente; le gustaba mantenerla limpia. Pero también perdía gran cantidad, pues era un ávido corredor. A pesar de su fuerza y de su porte, en ocasiones el agua saltaba fuera. Nunca le preocupó, sin embargo, o se quejó por la pérdida. El agua lo mantenía fresco por dentro y por fuera. No había nada que pudiera hacer contra la evaporación, pero siempre llevaba una botella llena sólo para estar seguro. […]
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Siete Escenas Breves
Protagonizadas por los Ángeles de la Polaroid
Efrem Emerson
1) El cuerpo de Herschel Boone yacía en la mesa de la sala preparatoria de la morgue cubierto con una sábana de plástico. No había nadie más presente. El director de la funeraria se encontraba en su despacho, comenzando el papeleo para el entierro. El Cowboy estaba en el piso de arriba, recogiendo después de haber cavado la tumba de la chica de los Jones. La sala preparatoria estaba en calma, tan en calma que los dos ángeles en esmoquin negro hicieron algo de ruido cuando entraron a través de la puerta que comunicaba con el garaje. Permanecieron en silencio ante el ensabanado Boone, con las alas agitándose en un ligerísimo frufrú. Entonces el ángel alto sacó una cámara Polaroid, mientras el más bajo retiraba la sábana de plástico del cuerpo de Boone.
“Interesante”, dijo el más bajo. […]
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