Documents, réédition intégrale de la revue, deux tomes, éd. Jean-Michel Place, Paris, 1991. Pueden descargarse los dos volúmenes íntegros desde AQUÍ.
La revista Documents nace a comienzos del año 1929 del encuentro más o menos casual entre Pierre d’Espezel y Georges Bataille, a la sazón empleados en el Cabinet des médailles de la Biblioteca Nacional de Francia, y gracias al apoyo económico del marchante de arte Georges Wildenstein, amigo y editor del primero. Por entonces, son muy pocos los que saben de la identidad real del enigmático Lord Auch que firma Historia del ojo [1], y Bataille es conocido sobre todo como un joven y prometedor numismático [2]. La publicación le servirá, sin embargo, como plataforma colectiva y como laboratorio en el que experimentar y dar forma literaria a las obsesiones que marcarán toda su obra posterior.
Más de treinta años después, Michel Leiris, amigo de Bataille y también colaborador habitual de la revista, rememorará el carácter ecléctico de su equipo de redacción: “sus colaboradores –señala- procedían de los horizontes más diversos”, aunque en su mayoría, “eran tránsfugas del surrealismo reunidos en torno a Bataille”. Unos –añade- estaban animados por un “espíritu abiertamente conservador, en tanto los otros se las ingeniaban para utilizar la revista como una máquina de guerra contra las ideas recibidas” [3]. Encuentro casual, pues, entre dos numismáticos, uno de ellos más que atípico, y encuentro insospechado también entre quienes aspiran a dar una nueva orientación a las nuevas ciencias del hombre y, más en concreto, a la investigación etnográfica (Schaeffner, Griaule, Rivière, Rivet) y quienes se alzan en franca rebelión contra las corrientes intelectuales y artísticas del momento, surrealismo incluido (Bataille, Leiris, Desnos, Queneau, etc.). La divergencia entre los intereses de unos y otros determinará finalmente la corta vida de Documents [4].
Con todo, también se daban convergencias, también existía un espacio compartido en el que la crítica podía hacerse en común, aunque desde distintas perspectivas. Uno de los puntos de encuentro lo señala James Clifford en su ensayo On Ethnographic Surrealism: la etnografía –afirma aquí- “tiene en común con el surrealismo el abandono de la distinción entre lo alto y lo bajo de la cultura”. Pero hay algo más, como apunta Hollier en la introducción a la colección completa de la revista: la crítica de la mercancía, que sirve de “marco al efímero frente común de los etnógrafos y los surrealistas disidentes” y constituye, “lo que dure su frágil existencia, la especificidad de Documents”. Si bien el nombre de Marx no aparece mencionado ni una sola vez en la revista, la reflexión sobre el museo que los etnólogos desarrollan en ella sigue bastante de cerca la oposición entre valor de uso y valor de cambio que aquél establece, al comienzo de El Capital, con ocasión del análisis de la mercancía. Y lo propio puede decirse de ese sector de las vanguardias artísticas radicalmente crítico con el formalismo e impulsado por cierto retorno al primitivismo del valor de uso.
La revista Documents nace a comienzos del año 1929 del encuentro más o menos casual entre Pierre d’Espezel y Georges Bataille, a la sazón empleados en el Cabinet des médailles de la Biblioteca Nacional de Francia, y gracias al apoyo económico del marchante de arte Georges Wildenstein, amigo y editor del primero. Por entonces, son muy pocos los que saben de la identidad real del enigmático Lord Auch que firma Historia del ojo [1], y Bataille es conocido sobre todo como un joven y prometedor numismático [2]. La publicación le servirá, sin embargo, como plataforma colectiva y como laboratorio en el que experimentar y dar forma literaria a las obsesiones que marcarán toda su obra posterior.
Más de treinta años después, Michel Leiris, amigo de Bataille y también colaborador habitual de la revista, rememorará el carácter ecléctico de su equipo de redacción: “sus colaboradores –señala- procedían de los horizontes más diversos”, aunque en su mayoría, “eran tránsfugas del surrealismo reunidos en torno a Bataille”. Unos –añade- estaban animados por un “espíritu abiertamente conservador, en tanto los otros se las ingeniaban para utilizar la revista como una máquina de guerra contra las ideas recibidas” [3]. Encuentro casual, pues, entre dos numismáticos, uno de ellos más que atípico, y encuentro insospechado también entre quienes aspiran a dar una nueva orientación a las nuevas ciencias del hombre y, más en concreto, a la investigación etnográfica (Schaeffner, Griaule, Rivière, Rivet) y quienes se alzan en franca rebelión contra las corrientes intelectuales y artísticas del momento, surrealismo incluido (Bataille, Leiris, Desnos, Queneau, etc.). La divergencia entre los intereses de unos y otros determinará finalmente la corta vida de Documents [4].
Con todo, también se daban convergencias, también existía un espacio compartido en el que la crítica podía hacerse en común, aunque desde distintas perspectivas. Uno de los puntos de encuentro lo señala James Clifford en su ensayo On Ethnographic Surrealism: la etnografía –afirma aquí- “tiene en común con el surrealismo el abandono de la distinción entre lo alto y lo bajo de la cultura”. Pero hay algo más, como apunta Hollier en la introducción a la colección completa de la revista: la crítica de la mercancía, que sirve de “marco al efímero frente común de los etnógrafos y los surrealistas disidentes” y constituye, “lo que dure su frágil existencia, la especificidad de Documents”. Si bien el nombre de Marx no aparece mencionado ni una sola vez en la revista, la reflexión sobre el museo que los etnólogos desarrollan en ella sigue bastante de cerca la oposición entre valor de uso y valor de cambio que aquél establece, al comienzo de El Capital, con ocasión del análisis de la mercancía. Y lo propio puede decirse de ese sector de las vanguardias artísticas radicalmente crítico con el formalismo e impulsado por cierto retorno al primitivismo del valor de uso.
¿Por qué, entonces, Documents? ¿Por qué un título tan aséptico y neutro para una revista que se quiere rupturista y combativa? En principio, es posible que se impusieran consideraciones de orden gremial: al fin y al cabo, Bataille se había licenciado en la École des chartes y d’Espezel era un museólogo preocupado por los pormenores de su especialidad. Pero el nombre tiene también sus connotaciones polémicas: un documento, después de todo, es un objeto desprovisto o despojado de valor artístico, y Documents tiene como plataforma compartida una oposición al punto de vista estético. Una cruzada, esta última, en la que etnógrafos como Georges Henri Rivière o Paul Rivel ocupan la primera línea. “De la misma manera –escribe Hollier- que el psicoanalista debe prestar igual atención a todo, de la misma manera que el surrealista que escribe bajo dictado automático debe permitir que todo pase, así también el recopilador antropológico debe retenerlo todo. No privilegiar jamás un objeto porque éste sea “bello”, no excluir otro porque parezca insignificante o repugnante, o informe”.
El phatos que anima el ‘bajo materialismo’ de Bataille y sus conjurados tiene un sentido en cierta medida idéntico. Entre los treinta y seis textos publicados en la revista que llevan su nombre, apenas hay alguno en el que Bataille no aproveche para poner en solfa lo que los ‘occidentales’, los ‘modernos’, tienen por ‘poético’. La estética y la ciencia –o cuando menos, las concepciones hegemónicas de lo estético y lo científico- reciben buena parte de sus andanadas. “Es evidente que en principio ya nadie observa lo que se le muestra como la revelación de un estado de cosas violento en el que se halla envuelto. Esa manera de ver infantil o salvaje ha sido sustituida por una manera de ver científica que permite considerar una chimenea de fábrica […] como una abstracción” [5]. Huelga decir que es, precisamente “esa manera de ver infantil o salvaje” la que de verdad atrae a Bataille. Una atracción que, por descontado, no es compartida por todos los miembros del equipo de redacción. D’Espezel, por ejemplo, enseguida le echa en cara que la revista se haya convertido en una serie de Documentos sobre su propio estado de ánimo. Y el sector de los etnólogos, el hecho de que Bataille privilegie lo irritante y heteróclito, lo monstruoso en suma, por considerarlo estéticamente feo; mientras que, para ellos, si tiene algún sentido descartar la belleza de la investigación antropológica es porque se la juzga rara, estadísticamente monstruosa (Griaule).
En apariencia, pues, la discordia deriva de una simple cuestión de método. Los etnólogos, después de todo, quieren hacer ciencia: poner orden, clasificar y, en último término, comprender y explicar el campo de fenómenos que les es propio. A Bataille, Leiris y los demás, sin embargo, les impulsa una fuerza de signo contrario. Si los primeros persiguen la ley para la cual no hay excepciones; los segundos aspiran a una excepción absoluta, -como dice Hollier- “de un único sin propiedades”. La etnología quiere reconstituir los contextos culturales para que todo aparezca en su lugar, para que domine la continuidad. El sector surrealista disidente, sin embargo, quiere la ruptura, desea que el documento exponga la incongruencia radical de lo concreto. O en palabras de Bataille: “afirmar que el universo no se asemeja a nada y que sólo es informe significa que el universo es algo así como una araña o un escupitajo” [6]. Pero tras las simples cuestiones de método, como bien se sabe al menos desde Descartes, se ocultan cuestiones de orden ontológico, apuestas esenciales que afectan a la concepción del mundo en la que cada autor se ubica, y en consecuencia, que afectan también, y de forma muy marcada, a su concepción de lo político.
El phatos que anima el ‘bajo materialismo’ de Bataille y sus conjurados tiene un sentido en cierta medida idéntico. Entre los treinta y seis textos publicados en la revista que llevan su nombre, apenas hay alguno en el que Bataille no aproveche para poner en solfa lo que los ‘occidentales’, los ‘modernos’, tienen por ‘poético’. La estética y la ciencia –o cuando menos, las concepciones hegemónicas de lo estético y lo científico- reciben buena parte de sus andanadas. “Es evidente que en principio ya nadie observa lo que se le muestra como la revelación de un estado de cosas violento en el que se halla envuelto. Esa manera de ver infantil o salvaje ha sido sustituida por una manera de ver científica que permite considerar una chimenea de fábrica […] como una abstracción” [5]. Huelga decir que es, precisamente “esa manera de ver infantil o salvaje” la que de verdad atrae a Bataille. Una atracción que, por descontado, no es compartida por todos los miembros del equipo de redacción. D’Espezel, por ejemplo, enseguida le echa en cara que la revista se haya convertido en una serie de Documentos sobre su propio estado de ánimo. Y el sector de los etnólogos, el hecho de que Bataille privilegie lo irritante y heteróclito, lo monstruoso en suma, por considerarlo estéticamente feo; mientras que, para ellos, si tiene algún sentido descartar la belleza de la investigación antropológica es porque se la juzga rara, estadísticamente monstruosa (Griaule).
En apariencia, pues, la discordia deriva de una simple cuestión de método. Los etnólogos, después de todo, quieren hacer ciencia: poner orden, clasificar y, en último término, comprender y explicar el campo de fenómenos que les es propio. A Bataille, Leiris y los demás, sin embargo, les impulsa una fuerza de signo contrario. Si los primeros persiguen la ley para la cual no hay excepciones; los segundos aspiran a una excepción absoluta, -como dice Hollier- “de un único sin propiedades”. La etnología quiere reconstituir los contextos culturales para que todo aparezca en su lugar, para que domine la continuidad. El sector surrealista disidente, sin embargo, quiere la ruptura, desea que el documento exponga la incongruencia radical de lo concreto. O en palabras de Bataille: “afirmar que el universo no se asemeja a nada y que sólo es informe significa que el universo es algo así como una araña o un escupitajo” [6]. Pero tras las simples cuestiones de método, como bien se sabe al menos desde Descartes, se ocultan cuestiones de orden ontológico, apuestas esenciales que afectan a la concepción del mundo en la que cada autor se ubica, y en consecuencia, que afectan también, y de forma muy marcada, a su concepción de lo político.
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[1] El libro se había lanzado el año anterior con una tirada de tan sólo 134 ejemplares. Hasta 1967 Historia del ojo no será publicada con el nombre auténtico de su autor, y esto sin que el propio Bataille hubiese reconocido jamás la paternidad de la obra.
[2] Su primer libro publicado es, de hecho, Les monnaies des grands Mogols (1927); y el primer artículo de Documents que lleva su firma no es, aparentemente, más que un breve ensayo de numismática que contrasta la representación del caballo en el mundo griego (el caballo académico) y su representación en las monedas galas a partir del siglo IV a. C.
[3] De Bataille l’Impossible à l’impossible Documents, Critique, núms. 195-196, 1963, p. 689.
[4] En origen estaba previsto que se publicasen 10 números por año. La revista se clausuró en enero de 1931 y, para entonces, sólo habían salido 15 entregas a la calle: 7, en 1929; y 8, en 1930. [5] Cheminée d’usine, Nº 6, Tomo I, P. 329-332.
[6] Informe, Nº 7 , Tomo I, P. 382.
[Fotografías de Jacques-André Boiffard publicadas en la revista]
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