Tratemos de interrogarnos, vale
decir plantearnos como pregunta aquello que no puede llegar hasta el
cuestionamiento.
1. “Este juego insensato de
escribir”. Mediante estas palabras, simples, Mallarmé abre la escritura a la
escritura. Palabras muy simples, pero también palabras que exigirán mucho
tiempo —diversas experiencias, el trabajo del mundo, innumerables
malentendidos, obras perdidas y dispersas, el movimiento del saber, el giro, finalmente,
de una crisis infinita— para que se comience a comprender la decisión que se
prepara a partir de este fin de la escritura que anuncia su advenimiento.
2. Leemos, en apariencia,
porque el escrito está allí, ordenándose bajo nuestra mirada. Sólo en
apariencia. Pero quien escribió por primera vez, grabando bajo los antiguos
cielos la piedra y la madera, lejos de responder a la exigencia de una visión
que reclamase un punto de referencia y le diese un sentido, cambió todas las
relaciones entre ver y visible. Lo que dejaba detrás no era algo más
agregándose a las cosas; tampoco era algo menos —una substracción de materia,
un hueco en relación a un relieve—. ¿Qué era entonces? Un vacío de universo:
nada visible, nada invisible. Supongo que en esta ausencia no ausente el primer
lector zozobró, pero sin saberlo, y no hubo segundo lector, porque la lectura, entendida
a partir de entonces como la visión de una presencia inmediatamente visible,
vale decir inteligible, fue afirmada precisamente para hacer imposible esta
desaparición en la ausencia de libro. […]
[De La ausencia de libro]
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