Topographies! Itinéraires!
Dérives à travers la ville!
Tres
libros vienen a juntarse en lo que –si fuera menos pudoroso- llamaría mi mesa
de trabajo. Los libros son así: caprichosos e invasivos. A la que te descuidas,
te dejan la casa como un parque en otoño: lleno de hojas amarillentas y de
ancianos somnolientos sentados por todos lados. Y lo que es peor, si no andas
listo, se te cagan en la alfombra sin el menor escrúpulo ni consideración –los
libros, no los ancianos-. Anteayer, sin ir más lejos, me encontré con una
deposición de erres, ques y eses aún humeantes en un rincón de la sala de
estar, y todavía estoy buscando al infractor. Se va a enterar, cuando lo pille.
Pero lo mejor es dejarse de mierdas y volver a lo que veníamos. Hablábamos de
estos tres volúmenes que ahora tengo delante y que muestran la panza como tres
felinos zalameros. ¡Incluso diría que ronronean, los muy cabrones!
Manual
de Saint-Germain-des-Prés – Boris Vian, Connaissez-vous Paris? –
Raymond Queneau y Lisboa. Lo que el turista debe ver – Fernando
Pessoa: es lo que llevan escrito en la mismísima jeta. Contemplados así, uno
diría que no es mucho lo que tienen en común. ¿O tal vez sí? Es cosa de indagar
un poco. Veamos:
- Aunque separados por unos cuantos palmos de distancia, comparten vecindario en la misma biblioteca, y eso ya es algo. Se ve que han hecho buenas migas, cosa que no puede decirse de algunos que yo me sé (Aquí, ceño fruncido y balanceo admonitorio del dedo índice).
- Boris Vian, el último en llegar, y Raymond Queneau ya eran amigos desde antiguo. En ocasiones, el primero tenía al segundo por uno de sus maestros en el arte de la escritura. ¿Y Pessoa? Bueno, a Pessoa también le gustaban las tascas y los cafés, y en especial los brebajes violentos que se servían en las unas y los otros.
- Son tres libros frustrados y malnacidos, lo cual –he de confesarlo- me inspira la mayor y más pringosa de las ternuras. Al menudo Lisboa se lo encontraron cubierto de papeles y legajos, cuando nadie se lo esperaba, allá por el año 1992. Se cree que Pessoa lo concibió en torno a 1925, año arriba año abajo. Así que echen cuentas: ya estaba para entonces un tanto talludito. Por su parte y según me cuentan, el Manual de Vian es una guía inacabada, ¡pero cualquiera lo diría! ¿Y en cuanto a lo de Queneau? Se fue publicando en periódicos hace unos ¾ de siglo: todo lo contrario de un libro, en consecuencia.
- Los tres tratan a su modo de tres lugares fascinantes* y de lo más bonito –también a su modo-: París; Saint-Germain-des-Prés, que no es París, pero está en París; y Lisboa, que ni es París ni está en París, pero tampoco le hace puñetera falta. Por otro lado, reparen en lo cansado que resultaría para los lisboetas darse un baño en la playa de Estoril si se la pusiéramos tan lejos.
- Igualmente a su manera, son tres guías de viajes. Pero tres guías muy peculiares, que, más que orientar, deberían servir al viajero para perderse por entre las nieblas espectrales de lugares que ya no existen pero que siguen muy vivos. Precisamente, como los fantasmas. (A punto he estado de incorporar aquí una conocida cita de Walter Benjamin al respecto, pero me parece que el tono falsamente lírico de este quinto punto habrá sido más que suficiente para provocar la náusea del sufrido y paciente lector. Me doy por satisfecho, pues).
- Mmmm… Esto…. Ejem… La cosa se complica porque empieza a hacer calorcillo y flojean las ganas de escribir, y además uno ya tiene una edad y se le va mermando el ingenio como un pulpo demasiado cocido (seguro que los más espabilados enseguida harán alguna asociación impertinente con la excusa de este último adjetivo) y… y… y… ¡Ah, demonios! El caso es que no se me ocurren más semejanzas y coincidencias, así que invito a ese lector tan pupas del parágrafo anterior a que profundice en los tres libros y me envíe una redacción con letra clara y a doble espacio sobre el tema “Queneau-Vian-Pessoa. ¿Por qué os quiero tanto?”. Por cada falta de ortografía, le descontaré medio punto.
*
Raymond QUENEAU, Connaissez-vous
Paris? Éditions Gallimard, Paris, 2011.
Atención,
pontificamos. La tesis vendría a ser más o menos esta: cuando se le pone
pasión, oficio y talento, una obra de encargo o un trabajo puramente alimenticio
pueden resultar tanto o más satisfactorios –para su autor y también para sus
virtuales receptores, se entiende- como aquellos que uno emprende sin más
incentivo original que el propio capricho. Los artesanos de Hollywood lo
sabían, y Raymond Queneau debió descubrirlo en torno a 1936 o 1937. Por esas
fechas –para ser más exactos, el 23 de noviembre de 1936, justo cuando la
población civil empezaba a evacuar la ciudad de Madrid-, el autor de Zazie en el metro comienza a publicar un
terno de preguntas diarias en el periódico L’Intransigeant.
¿Qué sabe usted de París?: en esto
consiste el envite que Queneau lanza a los lectores del diario. Y el reto
conocerá tal éxito que la sección se publica sin interrupción hasta el 26 de
octubre de 1938. En total, 2102 cuestiones -“ni banales ni demasiado
extravagantes”, como reconocerá Queneau en 1955- que pretendían poner a prueba
la sapiencia de los parisinos sobre su propia ciudad. Lo sorprendente: casi
nadie sabe nada de nada.
“Creía
conocer bastante bien París –dice Queneau-, pero, al estudiar la cuestión, no
solo me di cuenta de que no la conocía, sino que eran pocas las personas que
podían presumir de tal conocimiento” (P. 9).
Queneau
quiere ponerle remedio a sus insuficiencias. Así que se patea las calles y se
extravía por entre los anaqueles de la Biblioteca Nacional, o la inversa. Lee y
camina, sin que siempre tenga claro cuándo hace qué, a la caza del gazapo
curioso y del dato preciso. Y hete aquí que disfruta como nunca antes lo había
hecho. “En el fondo –anota en una entrada de su diario fechada en febrero de
1940-, de todas las cosas que he hecho es la única que me ha producido
auténtico placer. En aquel tiempo era feliz. Amaba aquel trabajo […]” (P. 172).
Y por si fuera poco, Queneau está
inventando un nuevo arte inspirado en la anfionía
del barón de Ormesan y que, más tarde, los situacionistas rebautizarán con el
nombre de deriva: las antiopeas. El objetivo es recorrer una
ciudad, cualquier ciudad, “de forma tal que se exciten los sentimientos
derivados de lo bello y lo sublime, como hacen la música, la poesía, etc.”. La
ciudad es un texto, un paisaje transitorio, una obra de arte, y París, en este
sentido, parece en efecto no acabarse nunca. De ahí que Queneau escriba en 1953:
“Cuando llegó la guerra (la del 39), me dije […]: ‘Vaya, hace años que no he
salido de Francia […] y, sin embargo, tengo la impresión de haber dado la
vuelta al mundo’. Es que había estado paseándome por París” (P. 175). Hermoso,
no me lo negarán.
En
fin, cerremos este apartado con tres de las 2102 cuestiones queneaunianas
elegidas al azar, y con sus correspondientes respuestas:
“149.
¿Dónde residió Lenin entre 1908 y 1910 durante su estancia en París?
Cuando
Lenin llegó a París en 1908, primero residió en el Hotel des Gobelins, en el
bulevar Saint-Marcel. Más tarde vivió en el nº 20 de la calle Beaunier, y
después en el 4 de la calle Marie-Rose (en el segundo piso), donde permaneció
hasta 1910”.
“198.
¿Qué tiene de destacable el corredor del número 26 de la calle Chanoinesse (en
la Isla de la Cité)?
El
corredor del número 26 de la calle Chanoinesse está empedrado con viejas lápidas
funerarias”.
“262.
¿En qué época se suprimieron los peajes en los puentes de París?
No
se suprimieron los peajes en todos los puentes de París hasta 1847. (En algunos
de ellos, ya estaban suprimidos para entonces, pero en otros, en especial en la
pasarela que fue reemplazada por el puente de Louis-Philippe, había que pagar
un peaje bastante elevado)”.
*
Boris VIAN, Manual de
Saint-Germain-des-Prés. Editorial Gallo Nero, Madrid, 2012.
Traducción de Julia Osuna.
Queneau
es, por otro lado, uno de los personajes de ese florilegio que ocupa la parte
central del Manual de Boris Vian. Ambos
eran coleguillas –como ya se dijo- y encima patafísicos de los que cortan el
bacalao –como añadimos ahora-. Vian tenía en tan alta estima a Queneau que, en
honor a él, decide romper el orden alfabético de su elenco de personalidades
germanopratenses y lo incluye –“al buen tuntún”- en el apartado de la P, que al
fin y a la postre no es sino una Q coja de la otra pata. “Queneau –sentencia
Vian- es el único escritor de Francia que combina al mismo tiempo un estilo,
unas ideas y una lengua únicos” (P. 181). Así que imposible negarle favor tan
nimio.
Queneau
es desde luego único en su especie, pero no el único bicho raro en un barrio
que, tras la Segunda Guerra Mundial, ha ido superpoblándose de personajes
interesantes y très très amusants. Por
aquí desfilan actores y actrices –por lo general en agraz-, músicos,
escritores, filósofos, locuaces bodegueros, cineastas –ya ilustres o que lo
serán en breve- y hasta algún que otro pre-situacionista como Gabriel Pomerand:
San Germán de los Prados ruge y bulle. En el barrio rige, pues, un régimen** más bien anárquico –valga la contradicción-,
pero si hay alguien que merezca el título de anarquista coronado ese es Jean-Paul Sartre. Al menos eso es lo que
afirman los gacetilleros de la época, a los que Vian no parece tener un excesivo
cariño, y tal vez por eso mismo se despache al gurú del existencialismo ateo en
apenas tres líneas y media:
“Escritor,
dramaturgo y filósofo cuya actividad no tiene ni la más mínima relación con las
camisas de cuadros, las cuevas o las melenas largas, y que se merece que le
dejemos un poco en paz, porque es todo un caballero” (P. 186). Punto y aparte.
El manual de Saint-Germain-des-Près
tiene detrás una historia más o menos curiosa. Estamos a finales de la década
de los cuarenta. El bullicio artístico, intelectual y jaranero del barrio ha
hecho que Saint-Germain se convierta en una atracción turística de primer orden.
Piensen en el San Francisco de los años sesenta: recuas de turistas llenan las
calles de Haight Ashbury con la intención de convertirse en hippies por unas
horas. Pues aquí lo mismo: el existencialismo ha perdido su fuste filosófico
para transformarse en una moda de camisas de cuadros y peinados à la garçon. Boris, por su parte,
atraviesa un momento delicado porque a la Justicia francesa no le mola que
alguien escriba una novela en la que un negro descolorido se cepilla –en el
doble sentido del término- a un par de burguesitas de piel nacarada. El proceso
contra Vernon Sullivan y Escupiré sobre
vuestras tumbas está en marcha.
Esto
último tiene su importancia al menos por dos motivos. Primero, porque parece
que el asunto complica las relaciones de Boris Vian con Gaston Gallimard, el
editor de sus primeras novelas. Vian se ve obligado a buscar vías alternativas
para poder publicar y, en octubre del 49, se reúne con Henri Pelletier,
responsable de la colección Guides Verts en la editorial Toutain. Pelletier
le propone a Vian elaborar una guía turística del barrio de sus amores. Boris
acepta, desde luego, pero bajo una condición, que Toutain publique, a cambio,
dos de sus últimos trabajos: La hierba
roja y L'Equarrisage pour tous. Paradojas
de la cosa editorial, mientras estas dos obras salen a la luz al año siguiente,
el Manual queda inacabado y no se
publica hasta 1979, veinte años después de la muerte de su autor. El segundo de
los motivos tiene que ver con el tono de mentís picajoso que Vian adopta sobre
todo en las primeras páginas del libro. Se ve que el hombre estaba un tanto
hasta las pelotas de esa gazmoñería hipócrita –valga la redundancia- que estaba
alentando dos escándalos paralelos: el supuesto furor sexual que animaba a los
germanopratenses y la persecución por obscenidad de la obra de Vernon Sullivan.
Boris reconoce la belleza y la frescura de la libre creatividad allí donde el
orden –a través de las siniestras figuras del gacetillero y el juez- solo puede
ver inmundicia y falta de decoro.
Conque
Boris se despacha a gusto contra esa mala prensa que todo lo corrompe en los
apartados introductorios y en la sección Realidad
y mito de su Manual. Pero el
resto es más simpático. Se habla de la geografía, el clima y la fauna de Saint
Germain, donde destacan los habitantes de las cuevas: los trogloditas, que se
agitan frenéticos al ritmo del bebop
o del jazz primigenio de inspiración orleanesa. Por cierto que en algún sitio
oí lo siguiente: “la vida en las cuevas prolongaba la vida subterránea de la
Ocupación, pero bajo un ambiente festivo”, y puesto que me gusta bastante me lo
quedo. Sigue, a continuación, el florilegio de personajes que se mencionó más
arriba, y que tal vez sea el bocado más sabroso de todo el libro, y después un
paseo por las calles del barrio que oscila entre el comentario erudito y el
consejo pragmático. Por ejemplo, respecto de la calle de las Bellas Artes, nos
cuenta Vian que fue “abierta en 1825 por el señor Destroyes, dueño del antiguo
Hotel de la Rochefoucauld” y, apenas unas líneas más abajo, que “en nuestros
días acoge varías tiendas interesantes, entre ellas la de Jean-François, el
tendero de discos oficial de Saint-Germain-des-Près”. Y se cierra con un Catecismo del germanopratense, donde el
estilo juguetón de Vian refulge con toda su intensidad.
“Este catecismo es una tontería, no vale para
nada.
Vaya,
qué simpático es usted. ¿Por qué no se va a verlo con sus propios ojos? Y
procure que sea en un coche americano, será mejor”.
¿Mejor para qué?
Para
ir a verlo” (P. 213)
Concluyendo,
que lean ustedes El manual de Saint-Germain-des-Près,
que es una auténtica delicia y hasta incluye un mapa realizado por David
Cauquil para que no se nos pierdan. O, al menos, para que sepan ustedes perderse mejor.
Y ya que están, echen también un vistazo al resto del catálogo de la editorial
Gallo Nero. Merece la pena: palabra de boy
scout.
*
Fernando PESSOA, Lisboa. Lo que el turista debe ver. Ediciones Endimión, Madrid,
1994. Traducción de Rogelio Ordóñez Blanco.
Del Lisboa de Pessoa –reparen en la rima; no
soy yo el primero que lo advierte- vamos a decir poca cosa. Me limito apenas a
recomendar también su lectura. ¿Y por qué? Lo esencial: por pereza. Pero si
alguno de ustedes ha sido capaz de llegar hasta aquí y aún necesita alguna
justificación medianamente racional, valga esta: la guía de Pessoa es la más
convencional de las guías que aquí reseñamos y acaso no tendría el interés que
puede despertarnos si desconociéramos cuál es la identidad de su autor. Le
cedo, pues, las teclas a Rogelio Ordóñez Blanco, a cargo del texto
introductorio, y así me ahorro complicaciones y quebraderos de cabeza:
“Esta
guía es el fruto de esa idea. De una idea preconcebida que, bajo el título
genérico de Todo sobre Portugal,
habría de ser un reflejo escrito de la historia pasada y presente, de los
hechos y descubrimientos portugueses y su importantísima aportación al mundo.
El proyecto se redujo (al menos eso podríamos pensar) a esta guía. Parece ser
que Pessoa la escribió en el año 1925 y, no obstante, es de una sorprendente
actualidad. Con ella, como queda dicho, el poeta utilizando un lenguaje próximo
a cualquier lector, pretende acercarnos a ese Portugal desconocido, olvidado y
apeado de la categoría histórica que le corresponde. Lisboa, como sustancia,
resumen, del país y su ultramar se ve, en esta guía, ‘dignamente rehabilitada’.
De la mano del autor recorremos una ciudad cuyo patrimonio intelectual,
arquitectónico, artístico y de ocio, es extraordinario. El poeta, curiosamente,
tenía el libro presto para su publicación. Descubierto entre la documentación
del autor, vio la luz, en Lisboa, en el año 1992”.
Vale.
*
¡Menudo trabalenguas, eh! Ha sido sin querer; lo prometo.
**
¡Ay, la leche! Más aliteraciones involuntarias.
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