miércoles, 25 de julio de 2012

VOCES. Los viajes, los libros, las ciudades: Queneau-Vian-Pessoa


Topographies! Itinéraires!
Dérives à travers la ville!



Tres libros vienen a juntarse en lo que –si fuera menos pudoroso- llamaría mi mesa de trabajo. Los libros son así: caprichosos e invasivos. A la que te descuidas, te dejan la casa como un parque en otoño: lleno de hojas amarillentas y de ancianos somnolientos sentados por todos lados. Y lo que es peor, si no andas listo, se te cagan en la alfombra sin el menor escrúpulo ni consideración –los libros, no los ancianos-. Anteayer, sin ir más lejos, me encontré con una deposición de erres, ques y eses aún humeantes en un rincón de la sala de estar, y todavía estoy buscando al infractor. Se va a enterar, cuando lo pille. Pero lo mejor es dejarse de mierdas y volver a lo que veníamos. Hablábamos de estos tres volúmenes que ahora tengo delante y que muestran la panza como tres felinos zalameros. ¡Incluso diría que ronronean, los muy cabrones!

Manual de Saint-Germain-des-Prés – Boris Vian, Connaissez-vous Paris? – Raymond Queneau y Lisboa. Lo que el turista debe ver – Fernando Pessoa: es lo que llevan escrito en la mismísima jeta. Contemplados así, uno diría que no es mucho lo que tienen en común. ¿O tal vez sí? Es cosa de indagar un poco. Veamos:

  1. Aunque separados por unos cuantos palmos de distancia, comparten vecindario en la misma biblioteca, y eso ya es algo. Se ve que han hecho buenas migas, cosa que no puede decirse de algunos que yo me sé (Aquí, ceño fruncido y balanceo admonitorio del dedo índice).
  2. Boris Vian, el último en llegar, y Raymond Queneau ya eran amigos desde antiguo. En ocasiones, el primero tenía al segundo por uno de sus maestros en el arte de la escritura. ¿Y Pessoa? Bueno, a Pessoa también le gustaban las tascas y los cafés, y en especial los brebajes violentos que se servían en las unas y los otros.
  3. Son tres libros frustrados y malnacidos, lo cual –he de confesarlo- me inspira la mayor y más pringosa de las ternuras. Al menudo Lisboa se lo encontraron cubierto de papeles y legajos, cuando nadie se lo esperaba, allá por el año 1992. Se cree que Pessoa lo concibió en torno a 1925, año arriba año abajo. Así que echen cuentas: ya estaba para entonces un tanto talludito. Por su parte y según me cuentan, el Manual de Vian es una guía inacabada, ¡pero cualquiera lo diría! ¿Y en cuanto a lo de Queneau? Se fue publicando en periódicos hace unos ¾ de siglo: todo lo contrario de un libro, en consecuencia.
  4. Los tres tratan a su modo de tres lugares fascinantes* y de lo más bonito –también a su modo-: París; Saint-Germain-des-Prés, que no es París, pero está en París; y Lisboa, que ni es París ni está en París, pero tampoco le hace puñetera falta. Por otro lado, reparen en lo cansado que resultaría para los lisboetas darse un baño en la playa de Estoril si se la pusiéramos tan lejos.
  5. Igualmente a su manera, son tres guías de viajes. Pero tres guías muy peculiares, que, más que orientar, deberían servir al viajero para perderse por entre las nieblas espectrales de lugares que ya no existen pero que siguen muy vivos. Precisamente, como los fantasmas. (A punto he estado de incorporar aquí una conocida cita de Walter Benjamin al respecto, pero me parece que el tono falsamente lírico de este quinto punto habrá sido más que suficiente para provocar la náusea del sufrido y paciente lector. Me doy por satisfecho, pues).
  6. Mmmm… Esto…. Ejem… La cosa se complica porque empieza a hacer calorcillo y flojean las ganas de escribir, y además uno ya tiene una edad y se le va mermando el ingenio como un pulpo demasiado cocido (seguro que los más espabilados enseguida harán alguna asociación impertinente con la excusa de este último adjetivo) y… y… y… ¡Ah, demonios! El caso es que no se me ocurren más semejanzas y coincidencias, así que invito a ese lector tan pupas del parágrafo anterior a que profundice en los tres libros y me envíe una redacción con letra clara y a doble espacio sobre el tema “Queneau-Vian-Pessoa. ¿Por qué os quiero tanto?”. Por cada falta de ortografía, le descontaré medio punto.


*


Raymond QUENEAU, Connaissez-vous Paris? Éditions Gallimard, Paris, 2011.

Atención, pontificamos. La tesis vendría a ser más o menos esta: cuando se le pone pasión, oficio y talento, una obra de encargo o un trabajo puramente alimenticio pueden resultar tanto o más satisfactorios –para su autor y también para sus virtuales receptores, se entiende- como aquellos que uno emprende sin más incentivo original que el propio capricho. Los artesanos de Hollywood lo sabían, y Raymond Queneau debió descubrirlo en torno a 1936 o 1937. Por esas fechas –para ser más exactos, el 23 de noviembre de 1936, justo cuando la población civil empezaba a evacuar la ciudad de Madrid-, el autor de Zazie en el metro comienza a publicar un terno de preguntas diarias en el periódico L’Intransigeant. ¿Qué sabe usted de París?: en esto consiste el envite que Queneau lanza a los lectores del diario. Y el reto conocerá tal éxito que la sección se publica sin interrupción hasta el 26 de octubre de 1938. En total, 2102 cuestiones -“ni banales ni demasiado extravagantes”, como reconocerá Queneau en 1955- que pretendían poner a prueba la sapiencia de los parisinos sobre su propia ciudad. Lo sorprendente: casi nadie sabe nada de nada.

“Creía conocer bastante bien París –dice Queneau-, pero, al estudiar la cuestión, no solo me di cuenta de que no la conocía, sino que eran pocas las personas que podían presumir de tal conocimiento” (P. 9).

Queneau quiere ponerle remedio a sus insuficiencias. Así que se patea las calles y se extravía por entre los anaqueles de la Biblioteca Nacional, o la inversa. Lee y camina, sin que siempre tenga claro cuándo hace qué, a la caza del gazapo curioso y del dato preciso. Y hete aquí que disfruta como nunca antes lo había hecho. “En el fondo –anota en una entrada de su diario fechada en febrero de 1940-, de todas las cosas que he hecho es la única que me ha producido auténtico placer. En aquel tiempo era feliz. Amaba aquel trabajo […]” (P. 172).  Y por si fuera poco, Queneau está inventando un nuevo arte inspirado en la anfionía del barón de Ormesan y que, más tarde, los situacionistas rebautizarán con el nombre de deriva: las antiopeas. El objetivo es recorrer una ciudad, cualquier ciudad, “de forma tal que se exciten los sentimientos derivados de lo bello y lo sublime, como hacen la música, la poesía, etc.”. La ciudad es un texto, un paisaje transitorio, una obra de arte, y París, en este sentido, parece en efecto no acabarse nunca. De ahí que Queneau escriba en 1953: “Cuando llegó la guerra (la del 39), me dije […]: ‘Vaya, hace años que no he salido de Francia […] y, sin embargo, tengo la impresión de haber dado la vuelta al mundo’. Es que había estado paseándome por París” (P. 175). Hermoso, no me lo negarán.

En fin, cerremos este apartado con tres de las 2102 cuestiones queneaunianas elegidas al azar, y con sus correspondientes respuestas:

“149. ¿Dónde residió Lenin entre 1908 y 1910 durante su estancia en París?
Cuando Lenin llegó a París en 1908, primero residió en el Hotel des Gobelins, en el bulevar Saint-Marcel. Más tarde vivió en el nº 20 de la calle Beaunier, y después en el 4 de la calle Marie-Rose (en el segundo piso), donde permaneció hasta 1910”.

“198. ¿Qué tiene de destacable el corredor del número 26 de la calle Chanoinesse (en la Isla de la Cité)?
El corredor del número 26 de la calle Chanoinesse está empedrado con viejas lápidas funerarias”.

“262. ¿En qué época se suprimieron los peajes en los puentes de París?
No se suprimieron los peajes en todos los puentes de París hasta 1847. (En algunos de ellos, ya estaban suprimidos para entonces, pero en otros, en especial en la pasarela que fue reemplazada por el puente de Louis-Philippe, había que pagar un peaje bastante elevado)”.

*


Boris VIAN, Manual de Saint-Germain-des-Prés. Editorial Gallo Nero, Madrid, 2012. Traducción de Julia Osuna.

Queneau es, por otro lado, uno de los personajes de ese florilegio que ocupa la parte central del Manual de Boris Vian. Ambos eran coleguillas –como ya se dijo- y encima patafísicos de los que cortan el bacalao –como añadimos ahora-. Vian tenía en tan alta estima a Queneau que, en honor a él, decide romper el orden alfabético de su elenco de personalidades germanopratenses y lo incluye –“al buen tuntún”- en el apartado de la P, que al fin y a la postre no es sino una Q coja de la otra pata. “Queneau –sentencia Vian- es el único escritor de Francia que combina al mismo tiempo un estilo, unas ideas y una lengua únicos” (P. 181). Así que imposible negarle favor tan nimio.

Queneau es desde luego único en su especie, pero no el único bicho raro en un barrio que, tras la Segunda Guerra Mundial, ha ido superpoblándose de personajes interesantes y très très amusants. Por aquí desfilan actores y actrices –por lo general en agraz-, músicos, escritores, filósofos, locuaces bodegueros, cineastas –ya ilustres o que lo serán en breve- y hasta algún que otro pre-situacionista como Gabriel Pomerand: San Germán de los Prados ruge y bulle. En el barrio rige, pues, un régimen**  más bien anárquico –valga la contradicción-, pero si hay alguien que merezca el título de anarquista coronado ese es Jean-Paul Sartre. Al menos eso es lo que afirman los gacetilleros de la época, a los que Vian no parece tener un excesivo cariño, y tal vez por eso mismo se despache al gurú del existencialismo ateo en apenas tres líneas y media:

“Escritor, dramaturgo y filósofo cuya actividad no tiene ni la más mínima relación con las camisas de cuadros, las cuevas o las melenas largas, y que se merece que le dejemos un poco en paz, porque es todo un caballero” (P. 186). Punto y aparte.

El manual de Saint-Germain-des-Près tiene detrás una historia más o menos curiosa. Estamos a finales de la década de los cuarenta. El bullicio artístico, intelectual y jaranero del barrio ha hecho que Saint-Germain se convierta en una atracción turística de primer orden. Piensen en el San Francisco de los años sesenta: recuas de turistas llenan las calles de Haight Ashbury con la intención de convertirse en hippies por unas horas. Pues aquí lo mismo: el existencialismo ha perdido su fuste filosófico para transformarse en una moda de camisas de cuadros y peinados à la garçon. Boris, por su parte, atraviesa un momento delicado porque a la Justicia francesa no le mola que alguien escriba una novela en la que un negro descolorido se cepilla –en el doble sentido del término- a un par de burguesitas de piel nacarada. El proceso contra Vernon Sullivan y Escupiré sobre vuestras tumbas está en marcha.

Esto último tiene su importancia al menos por dos motivos. Primero, porque parece que el asunto complica las relaciones de Boris Vian con Gaston Gallimard, el editor de sus primeras novelas. Vian se ve obligado a buscar vías alternativas para poder publicar y, en octubre del 49, se reúne con Henri Pelletier, responsable de la colección Guides Verts en la editorial Toutain. Pelletier le propone a Vian elaborar una guía turística del barrio de sus amores. Boris acepta, desde luego, pero bajo una condición, que Toutain publique, a cambio, dos de sus últimos trabajos: La hierba roja y L'Equarrisage pour tous. Paradojas de la cosa editorial, mientras estas dos obras salen a la luz al año siguiente, el Manual queda inacabado y no se publica hasta 1979, veinte años después de la muerte de su autor. El segundo de los motivos tiene que ver con el tono de mentís picajoso que Vian adopta sobre todo en las primeras páginas del libro. Se ve que el hombre estaba un tanto hasta las pelotas de esa gazmoñería hipócrita –valga la redundancia- que estaba alentando dos escándalos paralelos: el supuesto furor sexual que animaba a los germanopratenses y la persecución por obscenidad de la obra de Vernon Sullivan. Boris reconoce la belleza y la frescura de la libre creatividad allí donde el orden –a través de las siniestras figuras del gacetillero y el juez- solo puede ver inmundicia y falta de decoro.

Conque Boris se despacha a gusto contra esa mala prensa que todo lo corrompe en los apartados introductorios y en la sección Realidad y mito de su Manual. Pero el resto es más simpático. Se habla de la geografía, el clima y la fauna de Saint Germain, donde destacan los habitantes de las cuevas: los trogloditas, que se agitan frenéticos al ritmo del bebop o del jazz primigenio de inspiración orleanesa. Por cierto que en algún sitio oí lo siguiente: “la vida en las cuevas prolongaba la vida subterránea de la Ocupación, pero bajo un ambiente festivo”, y puesto que me gusta bastante me lo quedo. Sigue, a continuación, el florilegio de personajes que se mencionó más arriba, y que tal vez sea el bocado más sabroso de todo el libro, y después un paseo por las calles del barrio que oscila entre el comentario erudito y el consejo pragmático. Por ejemplo, respecto de la calle de las Bellas Artes, nos cuenta Vian que fue “abierta en 1825 por el señor Destroyes, dueño del antiguo Hotel de la Rochefoucauld” y, apenas unas líneas más abajo, que “en nuestros días acoge varías tiendas interesantes, entre ellas la de Jean-François, el tendero de discos oficial de Saint-Germain-des-Près”. Y se cierra con un Catecismo del germanopratense, donde el estilo juguetón de Vian refulge con toda su intensidad.

Este catecismo es una tontería, no vale para nada.
Vaya, qué simpático es usted. ¿Por qué no se va a verlo con sus propios ojos? Y procure que sea en un coche americano, será mejor”.
¿Mejor para qué?   
Para ir a verlo” (P. 213)

Concluyendo, que lean ustedes El manual de Saint-Germain-des-Près, que es una auténtica delicia y hasta incluye un mapa realizado por David Cauquil para que no se nos pierdan. O, al menos, para que sepan ustedes perderse mejor. Y ya que están, echen también un vistazo al resto del catálogo de la editorial Gallo Nero. Merece la pena: palabra de boy scout.

*


Fernando PESSOA, Lisboa. Lo que el turista debe ver. Ediciones Endimión, Madrid, 1994. Traducción de Rogelio Ordóñez Blanco.

Del Lisboa de Pessoa –reparen en la rima; no soy yo el primero que lo advierte- vamos a decir poca cosa. Me limito apenas a recomendar también su lectura. ¿Y por qué? Lo esencial: por pereza. Pero si alguno de ustedes ha sido capaz de llegar hasta aquí y aún necesita alguna justificación medianamente racional, valga esta: la guía de Pessoa es la más convencional de las guías que aquí reseñamos y acaso no tendría el interés que puede despertarnos si desconociéramos cuál es la identidad de su autor. Le cedo, pues, las teclas a Rogelio Ordóñez Blanco, a cargo del texto introductorio, y así me ahorro complicaciones y quebraderos de cabeza:

“Esta guía es el fruto de esa idea. De una idea preconcebida que, bajo el título genérico de Todo sobre Portugal, habría de ser un reflejo escrito de la historia pasada y presente, de los hechos y descubrimientos portugueses y su importantísima aportación al mundo. El proyecto se redujo (al menos eso podríamos pensar) a esta guía. Parece ser que Pessoa la escribió en el año 1925 y, no obstante, es de una sorprendente actualidad. Con ella, como queda dicho, el poeta utilizando un lenguaje próximo a cualquier lector, pretende acercarnos a ese Portugal desconocido, olvidado y apeado de la categoría histórica que le corresponde. Lisboa, como sustancia, resumen, del país y su ultramar se ve, en esta guía, ‘dignamente rehabilitada’. De la mano del autor recorremos una ciudad cuyo patrimonio intelectual, arquitectónico, artístico y de ocio, es extraordinario. El poeta, curiosamente, tenía el libro presto para su publicación. Descubierto entre la documentación del autor, vio la luz, en Lisboa, en el año 1992”.

Vale.
 


* ¡Menudo trabalenguas, eh! Ha sido sin querer; lo prometo.    
** ¡Ay, la leche! Más aliteraciones involuntarias.


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