Acariciar pelo muerto me tranquiliza, barrer me tranquiliza. Me calma. Me gusta el ruido del roce de los pelos del cepillo contra las baldosas. Los cepillos también tienen pelo, pero las fregonas tienen trenzas como los negros jamaicanos. A los pelos de los cepillos, e incluso de los cepillos para el pelo, me parece que les llaman cerdas. Cerda, guarra, más que guarra. Mientras barro me canto canciones dentro de la cabeza. Canciones de cuando era niña. Dentro de la cabeza nadie me oye, por eso prefiero vivir dentro de mi cabeza. Dentro de mi cabeza me canto: así barría, así, así, y otras cosas sobre una niña que no podía jugar porque siempre estaba muy muy atareada. Con las cerdas del cepillo voy marcando el ritmo. Con los pelos. Y es como si tocase la guitarra.
Es temprano. A primera hora, los días de diario, no suele venir mucha gente. Pero ya me he ocupado de una clienta madrugadora. Una señora mayor que viene cada dos semanas más o menos y de la que todavía no me he aprendido el nombre. Soy olvidadiza, me cuesta hacerme con los nombres, así que para no pasar vergüenza evito dirigirme a los clientes habituales por su nombre de pila. Digo señor o señora y ya está. Luego los invito a acomodarse. A-co-mo-dar-se. Es una palabra que me gusta, con empaque. Como de salón de belleza de la zona alta. Acomódese usted aquí, por favor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario