Mark Twain dijo en una ocasión que nunca había vivido un invierno tan frío como cierto verano en San Francisco. Nathaniel Hawthorne podría haber dicho otro tanto de la primavera en Brook Farm, Nueva Inglaterra. “¡Ya estoy aquí, en mi paraíso polar!”, exclama en una carta fechada el 13 de abril de 1841 a su llegada a la granja. “No sé si será un buen o un mal augurio”, añade. Después de todo, los peregrinos del Plymouth llegaron en medio de la tormenta “y, sin embargo, prosperaron y se convirtieron en un gran pueblo”. Pero “el hombre no regenerado” temblaba en su interior.
A comienzos de ese mismo año el ex pastor George Ripley y su esposa Sophia habían creado una sociedad anónima junto con otros diez inversores, entre los que se contaba Hawthorne, con el objetivo de fundar una comunidad basada en los principios del trascendentalismo, una tendencia radical surgida en el seno de la iglesia unitaria que se inspiraba en el romanticismo inglés y en el idealismo poskantiano alemán. En cierto modo, los fundadores de la comunidad eran como los doce apóstoles de una nueva fe, con Ralph Waldo Emerson como ausente e involuntario profeta.
“Nuestros objetivos, como usted sabe -le había escrito Ripley a Emerson poco antes-, son asegurar una unión más natural entre el trabajo intelectual y el manual que la que existe actualmente; combinar al pensador y al trabajador […] garantizar la más alta libertad mental, proporcionando a todos un trabajo adaptado a sus gustos y talentos […] eliminar la necesidad de servicios menores, abriendo los beneficios de la educación y las ganancias del trabajo para todos; y así preparar una sociedad de personas liberales, inteligentes y cultas, cuyas relaciones entre sí permitan una vida más sencilla y saludable que la que se puede llevar en medio de la presión de nuestra institución competitiva”.
El lugar elegido para instalar la granja fue un terreno de unas setenta hectáreas de extensión en West Roxbury, a pocos kilómetros de la ciudad de Boston. Cada acción de la sociedad se vendió por quinientos dólares, lo que daba derecho a cada inversor a un 5% de las ganancias obtenidas. El trabajo, al que trascendentalismo otorgaba un poder regenerador, debía realizarse de forma cooperativa y conforme al principio de “a cada cual según sus intereses y sus querencias”. La idea era que una organización así no solo sería más enriquecedora para los individuos, sino también más eficiente, liberando de tal suerte un tiempo que los miembros podrían dedicar a actividades creativas y recreativas de su elección. Hawthorne, que ya se acercaba a los cuarenta años y que acababa de comprometerse con la pintora Sophia Peabody, aburrido de su trabajo en la aduana de Boston, vio aquí una oportunidad para fundar su nuevo hogar y consagrarse a lo que de verdad deseaba: la literatura.
Desde el principio, todas las anotaciones de Hawthorne en Brook Farm están preñadas de ironía, como si nunca hubiera acabado de creérselo del todo, y en todas resalta los efectos adversos de un clima poco benigno y el carácter embrutecedor del trabajo extenuante en la granja. “Todavía no he tomado mi primera lección en agricultura -confiesa al poco de llegar-, si exceptuamos que fui a ver cómo comían las vacas”. Para el granjero bisoño, una horca es, por lo demás, un extraño instrumento dentado que se convierte, como por arte del mago Frestón, en una lanza con la que acometer el asalto contra un montón de estiércol. “Me he purificado”, sentencia al concluir la faena. “Seré un excelente marido… Siento al Adán originario reviviendo dentro de mí”. El 16 de abril grita por fin lleno de entusiasmo: “¡He ordeñado una vaca!”, a lo que añade: “El señor Ripley ha comprado cuatro cerdos negros”. “La vida rural no es una vida de tranquilidad y serenidad”, se ve obligado a reconocer, sin embargo, algo más tarde, cuando descubre que Brook Farm se ha asentado literalmente sobre un nido de avispas y que los insectos empiezan a reclamar sus derechos adquiridos como pobladores originarios en cuanto empieza a suavizarse la temperatura.
Sin duda Hawthorne albergaba la esperanza de que alejarse del ajetreo de la ciudad favorecería ese aislamiento imprescindible para que pueda prosperar la labor del escritor. “No leo los periódicos y apenas recuerdo quién es el presidente -escribe el 22 de abril- y, como si habitara en otro planeta, siento que no me preocupa en absoluto lo que a otra gente perturba”. Pero enseguida descubre que también en esto ha marrado. “Tras una dura jornada de trabajo en la mina, mi alma se niega obstinadamente a derramarse sobre el papel”, anota el 11 de mayo. Y el tono se vuelve aún más sombrío conforme se acerca el final de su estancia en la granja: “[Aquí] no tengo la sensación de perfecto aislamiento que siempre ha sido esencial para mi capacidad de producir alguna cosa -escribe el 22 de septiembre-. […] Mi mente no consigue abstraerse”. La intromisión de una necesidad exterior en las labores de la imaginación y el intelecto es para él muy dolorosa, añade un par de días después.
El trabajo parecía estar muy lejos, pues, de ser esa fuerza regeneradora que predicaban los trascendentalistas. Al principio, Hawthorne afronta la cuestión con sorna: “Para mí es una sorpresa sin fin cuánto trabajo hay que hacer en el mundo -dice-; pero, gracias a Dios, soy capaz de hacer la parte que me corresponde, y mi capacidad crece cada día. ¡En qué personaje robusto, de anchos hombros, elefantiásico voy a convertirme a este paso!”. Pero también en esto el tono va agriándose con el paso del tiempo. “¡Oh, el trabajo es la maldición del mundo y nadie puede involucrarse en él sin verse proporcionalmente embrutecido! -escribe el 12 de agosto- ¿Es digno de elogio que me haya pasado cinco dorados meses alimentando vacas y caballos? Yo diría que no”. “¡Ay, qué diferencia entre el ideal y lo real!”, se lamentaba ya un par de semanas antes.
El experimento de Brook Farm duró poco más de seis años y, tras la partida de Hawthorne, fue derivando hacia el fourierismo. Hawthorne, por su parte, se inspiraría en sus vivencias en la granja para escribir The Blithdale Romance (1852).
ARTÍCULO PUBLICADO EN EL Nº 406 DE

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