El mensaje estaba fechado el 30 de noviembre de 2013, en el apartado del asunto podía leerse “Informe Verídico” y “g.sanguinetti@...” en el del remitente. Yo conocía bien la catadura de los situacionistas en general y la de los situacionistas italianos en particular, y en ese momento no pude evitar acordarme de la correspondencia cruzada entre la IS y los responsables de la editorial Feltrinelli a cuenta de la posible publicación del panfleto De la miseria estudiantil, uno de los textos esenciales de las movidas de mayo del 68. En la última de las misivas, al director editorial Gian Piero Brega no solo se le trataba de “pobre gilipollas”, “pedazo de mierda”, “cerdo” e “imbécil”, sino que además se le hacía una advertencia: si persistía en su empeño, los situacionistas se cobrarían la afrenta al precio de “su pellejo”. La carta, con fecha del día de San Valentín de 1972, estaba personalmente firmada por Gianfranco Sanguinetti. Gianfranco Feltrinelli, el fundador de la editorial, había pasado a la clandestinidad un par de años antes y moriría exactamente un mes después de esa carta mientras manipulaba explosivos para una acción de sabotaje. Algunos sectores de la prensa italiana de la época sugirieron que la IS y Sanguinetti podrían estar detrás de aquel “extraño accidente”.
Se comprenderá, pues, que abriese aquel mensaje con “temor y temblor” más que justificados. El texto, muy breve, estaba escrito en francés y encabezado con la fórmula de cortesía de rigor: “Cher Monsieur”. Il signor Sanguinetti, por su parte, me informaba de que, “por puro azar”, había encontrado en Internet mi edición digital de su libro publicado en 1975 bajo el seudónimo de Censor, y de que había leído mi estudio introductorio, que le parecía “muy logrado” (très bien faite). “Se puede decir -añadía- que su edición es la mejor que haya visto hasta el día de hoy”, y luego me preguntaba si también se había publicado en papel. Huelga decir que se me infló el pecho como a un pavo y que de inmediato añoré esos tiempos más felices en los que la gente escribía y recibía cartas. Ya llegaba con un mes de retraso, pero de haberme sonreído más la suerte esa pequeña nota y mi respuesta subsiguiente podrían haber figurado entre los archivos que Sanguinetti acababa de vender a la Universidad de Yale por un puñado nada despreciable de euros. Mi nombre figuraría así entre los de Debord, Vaneigem, Kayhati o entre los de los 520 notables de la sociedad italiana que recibieron el Informe Verídico de Censor en aquel lejano verano de 1975.
En efecto, en agosto de ese año más de medio millar de personalidades de los sectores dirigentes de la sociedad italiana fueron escogidas como destinatarias de un curioso panfleto firmado por ese tal Censor. Censor se presentaba a sí mismo como un miembro de la alta burguesía sin cargo político alguno, pero preocupado por la suerte que su clase social pudiera correr en una situación histórica tan inestable como la que Italia atravesaba a la sazón. El texto era, pues, una especie de Manual de uso para mejor mantenerse en el poder que recordaba bastante al Príncipe maquiavélico, tanto por el modo en que ponía al desnudo los mecanismos del dominio político y económico como, y sobre todo, por el brutal cinismo que teñía cada una de sus páginas. En el texto, que llevaba por explícito y dilatado título el de Rapporto veridico sulle ultime opportunità di salvare il capitalismo in Italia se reconocía, por ejemplo, que tras los atentados de la Piazza Fontana de Milán se encontraban en realidad los servicios secretos del Estado, y se proponía una alianza con los comunistas, que según Censor habían ofrecido “pruebas en varias ocasiones de su aptitud para colaborar en la gestión de una sociedad burguesa”, con el fin de neutralizar el mayor peligro que existía entonces en el mundo: “que los trabajadores llegasen a hablarse de su condición y de sus aspiraciones sin intermediarios”. La prensa en su conjunto recibió alborozada la propuesta: los análisis de Censor daban en el clavo, su diagnóstico era plenamente acertado, y también las medidas extremas y escasamente legales y/o democráticas que en el panfleto se propugnaban. En octubre del mismo año, las páginas que habían circulado de forma más o menos clandestina por entre las manos de los poderosos fueron publicadas en forma de libro por una editorial milanesa. Y un par de meses más tarde llegó el escándalo. Censor dejó caer la máscara y se descubrió que tras la careta se hallaba en realidad el rostro de Gianfranco Sanguinetti. El gran burgués, el camarada, se revelaba ahora como un revolucionario burlón que, con un solo gesto, había desenmascarado toda la podredumbre del poder capitalista en su país.
Cuando el mensaje de Sanguinetti apareció en mi correo-e aquel día de finales de noviembre de 2013, yo ya llevaba más o menos una década familiarizado con el Informe de Censor, que había ido publicando primero por entregas en el blog que puse en marcha en 2007 y más tarde en forma de libro digital en Agitprov, una microeditorial de textos en pdf detrás de cuyo nombre no había nadie salvo me y myself en la menguada compañía del señor I. Cuando Sanguinetti me preguntó, la versión castellana de su Informe no existía, pues, en forma de libro como Gutenberg manda, y aún tardaría tres años más en aparecer en el catálogo de la aguerrida editorial Melusina. Ya teníamos listas las galeradas para la última corrección y su autor nos escribió diciendo que pospusiéramos el lanzamiento, pues tenía pensado realizar una edición definitiva que incluyese las respuestas que había recibido del Presidente de la República, del Papa y del resto del patriciado italiano. Además nos ofrecía un librito que acababa de concluir: El coño, ayer y hoy, cuya publicación también tendría que esperar porque quería aderezarla con algunos ex libris eróticos de su colección privada. Ni las unas ni los otros llegaron nunca, y ahora ambos proyectos quedarán para siempre en el limbo de las obras inconclusas.
ARTÍCULO PUBLICADO EN EL Nº 405 DE

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