martes, 21 de noviembre de 2006

RAROS. El Barón Nicolas de Gunzburg (I)

Casi podría decirse que su genotipo lo predisponía a ser un bicho raro. De padre ruso y de madre polaco-brasileña, Nicolas Louis Alexandre de Gunzburg había nacido en París a finales de 1904. En origen, su apellido había sostenido un germánico umlaut en la primera de las ues que acaso hiciese desaparecer el propio Nicolas y distinguido a una larga saga de financieros judíos que se había elevado a la condición aristocrática allá por el año 1870. Según parece, el bisabuelo de nuestro personaje, Joseph Günzburg –el primer miembro de la familia en ostentar el título de barón- había sido una persona cercana al zar, aficionado a las acciones filantrópicas y cuyos capitales sirvieron en forma notable al desarrollo de los ferrocarriles en Rusia. Su hijo, el barón Horacio Günzburg, seguirá en la misma línea y añadirá además a sus preocupaciones la lucha por la igualdad jurídica de la población de origen judío y el interés por promocionar la cultura hebrea. El padre de Nicolas, en fin, se decantará por los estudios orientales, disciplina en la que conseguirá un alto grado de reconocimiento.


La cercanía al mundo académico y de las artes había sido, pues, una constante familiar al menos desde mediados del siglo XIX. En una entrevista concedida a la revista Film Culture en el año 1964, Nicolas reconocía que, cuando era niño, era habitual que lo llevasen al Ballet Ruso, en lugar de al guiñol o a otros espectáculos más apropiados para ojos infantiles. “Un primo de mi padre – añade- había sido socio comanditario de Diaghilev. […] Con el paso de los años, yo mismo llegué a trabajar con los Ballets Rusos de Montecarlo y cree un guión para ellos después de un viaje en coche por Nevada. El resultado fue Ghost Town, coreografiado por Mark Platoff sobre una música de Richard Rodgers. No lo financié yo mismo, pero encontré el dinero para que se produjera”. L@s interesad@s pueden echar un vistazo al retrato que de él compusiera el actor británico Alan Badel en la muy mediocre Nijinsky (1980) de Herbert Ross.




Los vínculos con la madre patria rusa se rompen definitivamente con la llegada de los bolcheviques al poder en 1917. Con todo, tales vínculos no debían de ser demasiado robustos en el caso de Nicolás, que se educará entre Londres y París, y que tendrá como lenguas maternas, no el ruso, sino el francés y el inglés. Es precisamente en el París de los felices 20 donde el joven Barón comienza a hacerse conocido como un vividor aficionado a las fiestas suntuosas. “En esa época –confiesa en la entrevista citada más arriba- yo nadaba en la abundancia: tenía un Rolls-Royce, un perrito blanco y un chófer que era un ex coronel ruso”. El Gunzburg de entonces parece un personaje escapado de una novela de Scott Fitzgerald: es joven, rico, elegante y de porte atlético y sus fiestas –preferiblemente de disfraces- son frecuentadas no sólo por la buena sociedad parisina, sino también por lo más granado del mundo de las artes y del espectáculo.


Sin embargo, si nos quedamos con lo narrado hasta ahora, Nicolas de Gunzburg no pasa de ser un señorito exquisito, tarambana y snob, una figura típica de la alta burguesía y la aristocracia europeas de entreguerras, y nada ofrece que justifique su inclusión en esta galería de monstruos nuestra. ¿Qué tiene este Gunzburg que lo marca como un ser peculiar? “Una noche –nos dice él mismo- el conde Étienne de Beaumont dio un baile de disfraces cuyo tema era la ópera. Valentine Hugo y yo acudimos vestidos de hugonotes. Carl Dreyer estaba allí…”. Y el encuentro será el origen de una de las más breves, extrañas y brillantes carreras profesionales que haya conocido la historia del arte cinematográfica.

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