El texto llevaba por explícito y dilatado título Rapporto veridico sulle opportunità di salvare il capitalismo in Italia o, lo que es lo mismo, Informe verídico sobre las últimas oportunidades de salvar el capitalismo en Italia, tal como nosotros lo traducimos. En octubre del mismo año, las páginas que habían circulado, de forma más o menos clandestina, por entre las manos de los poderosos son publicadas en forma de libro por una editorial milanesa. Y un par de meses más tarde llega el escándalo. Censor deja caer la máscara y se descubre que, tras la careta, se hallaba en realidad el rostro de Gianfranco Sanguinetti.
El gran burgués, el camarada, se revelaba ahora como un revolucionario burlón que, con un solo gesto, había desenmascarado a la vez toda la podredumbre del poder capitalista. Sanguinetti era, en efecto, uno de los miembros fundadores de la sección italiana de la Internacional Situacionista. Aquella en la que habían estado también implicados Claudio Pavan, Paolo Salvadori y Eduardo Rothe y que tanto se había destacado en las movidas de Battipaglia y de Regio-de-Calabre, y en las huelgas salvajes de la Fiat y la Pirelli. El mismo que habría dado razón y levantado acta, junto a Guy Debord, del fracaso de la última de las Internacionales, como la llamase Gianfranco Marelli.
Las cosas se ponen entonces más que crudas para el pseudo-Censor. Bajo presión –y téngase en cuenta que la presión en la Italia de entonces podía dar como resultante que uno amaneciese con el cráneo convertido en alojamiento para balas de 45 mm. o acabara accediendo al cielo por la más directa de las vías-, Sanguinetti se ve obligado a abandonar su tierra. Busca refugio en Francia, donde tampoco se le tiene un especial cariño. Ya había sido expulsado en 1971 por participar en actividades subversivas y la mediación de Debord en su favor tampoco sirve ahora de nada. Así que prueba con Grecia y, finalmente, regresa a su país en pleno 1977.
Entretanto, el Rapporto de Censor había conocido una edición francesa, cuya traducción corre a cargo precisamente de Debord. La nueva versión, publicada por las Éditions Champ Libre, recoge no sólo el texto íntegro del Informe, en la elegante versión de su viejo compañero de armas, sino también la declaración y las notas de prensa en las que Sanguinetti había ofrecido pruebas irrefutables de que, bajo la firma del tal Censor, se encontraba en verdad él mismo. El texto en castellano que os ofrecemos a continuación procede de la traducción francesa. Lo publicamos en la Red hace ya algún tiempo, en una espacio dedicado a las filosoferías y a las cosas de la política que tuvo una existencia más que breve. Nos parece que ésta es una buena ocasión para revisarlo. Entonces tuvimos que detenernos en las dos primeras entregas. Esperemos llegar esta vez hasta el final.
Seguid atent@s a vuestras pantallas.
CENSOR (GIANFRANCO SANGUINETTI)
A la amistosa memoria de Raffaele Mattioli,el cual nos enseñó a ser pródigos con el más preciado de nuestros bienes:la verdad.
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Ma non di men, rimossa ogne menzogna
DANTE, Paradiso, Canto XVII.
Prefacio
El autor de este Informe está aquejado de una gran desventaja: nada, o casi nada, le parece deba ser tratado con un tono ligero. El siglo XX piensa todo lo contrario, y tiene sus razones para ello. Nuestra democracia, al reclamar la expresión de las opiniones personales de una infinidad de buenas gentes que no tienen tiempo para formarse una, constriñe a todo el mundo a hablar de todo con una ligereza que nosotros, por nuestra parte, estamos obligados a excusar, considerando las necesidades de los tiempos.
Esta primera desventaja no nos pone, sin embargo, al abrigo de la desventaja opuesta: si rehusamos el tono ligero, no rechazamos menos el estilo académico o grave, por la buena razón de que no pretendemos demostrar en cincuenta páginas lo que puede ser dicho en cinco líneas. Deseamos que esta doble premisa sirva, si no para justificar el tono cortante, sí al menos para hacérnoslo disculpar.
Desearíamos dar las gracias desde estas primeras líneas a multitud de italianos ilustres, a los que nombraríamos si estuviesen muertos, pero que, al ocupar importantes cargos en nuestra economía y nuestra política, reconocerán gustosos por el contrario nuestra discreción, visto el carácter innegablemente delicado de los asuntos aquí tratados. Nos permitiremos a lo sumo ofrecerles estas páginas, que finalmente nos hemos decidido a publicar bajo el aspecto del presente Informe, si bien -lo confesaremos- después de haber alimentado secreta pero vanamente la esperanza de que cualquier otro se ocuparía de ello antes que nosotros. Por otro lado, dada la precipitación de la crisis italiana, y la urgencia de los remedios que han de adoptarse, hemos debido resolvernos a confiar nuestras opiniones a la imprenta, pues que su difusión precedente bajo la forma de notas confidenciales y de conversaciones privadas no nos parece haber encontrado toda la audiencia deseable, justamente "là dove si puote ciò che si vuole", es decir, en la cúspide del poder económico.
Conviene decir inmediatamente que no tenemos la intención de hablar para toda la burguesía italiana, degenerada en lo sucesivo por sus propias ilusiones de "apertura", sino solamente a una parte de ésta, en la cual se puede distinguir una auténtica elite de poder: es a esa elite a la que se dirige lo que sigue, en una época en la que el monopolio de los discursos -más o menos críticos- sobre la sociedad actual parece pertenecer a quienes se oponen a ella de manera más o menos eficaz, en tanto que de nuestro lado de la barricada constatamos un piadoso silencio, e incluso, de forma cada vez más grosera, el recurso a justificaciones embarazosas. En cuanto a nosotros, desde el momento en que hemos roto ese monopolio, nos hemos alejado de querer buscar la menor apariencia de "diálogo": hablamos en el interior de nuestra clase para perpetuar su hegemonía sobre esta sociedad.
Al contrario de aquellos que la critican para revolucionar sus bases, nosotros no haremos grandes discursos demagógicos o pedagógicos; y antes que recurrir a nuestros críticos radicales, preferimos asumir personalmente la acarin carin [la gracia desgraciada, en griego en el original] ese desagradable honor de criticar, incluso inmisericordemente, lo que en nuestra gestión del poder económico y político debe efectivamente ser criticado, con el único fin de reforzar su eficiencia y dominio.
No buscaremos, pues, probar que la sociedad actual es deseable, ni menos aún ponderar los matices, eventualmente modificables, que ella implica. Diremos, con toda la fría veracidad que hemos adoptado para cualquier afirmación contenida en este Informe, que esta sociedad nos conviene porque está ahí, y que queremos mantenerla para mantener nuestro poder sobre ella. Decir la verdad, en los tiempos que corren, es una tarea de larga duración, y puesto que no podemos esperar encontrar exclusivamente lectores imparciales, nos contentaremos con serlo nosotros mismos mientras escribimos, incluso al precio de deber acusar a hombres políticos que, durante años, han defendido nuestros propios intereses con más buena voluntad que suerte. Es preciso dejar de ser hipócritas hacia nosotros mismos, pues estamos en vías de convertirnos en las víctimas de esa hipocresía.
No existe hoy en día más que un peligro en el mundo, desde el punto de vista de la defensa de nuestra sociedad, y éste es que los trabajadores lleguen a hablarse de su condición y de sus aspiraciones sin intermediarios; todos los demás peligros le son anexos, o bien proceden directamente de la situación precaria en la que nos emplaza, desde múltiples puntos de vista, ese primer problema, silenciado e inconfesado.
Una vez definido el verdadero peligro, se trata de conjurarlo, y no de ver falsos peligros en su lugar. Sin embargo, nuestros hombres políticos no parecen preocuparse más que de salvar su propio rostro, cuando demasiado a menudo ya es demasiado tarde; mientras que, por el contrario, de lo que es preciso ocuparse en el presente es de salvar nuestra base, ante todo económica. Constatamos, por ejemplo, la estupidez que domina actualmente el debate, conducido desde hace algunos meses por los principales responsables políticos, bajo la denominación de "cuestión comunista"; como si se tratase de un problema tanto más embarazoso por cuanto es "nuevo", y como si nosotros mismos -y otros, ciertamente no menos cualificados- no hubiésemos ya fijado las modalidades, los plazos y las condiciones que harán útil para las dos partes el acceso oficial del Partido Comunista Italiano a la esfera del poder; y como si los dirigentes comunistas no hubiesen aceptado ya oficiosamente, con ocasión de los encuentros mantenidos recientemente, hasta los detalles más desfavorables para ellos del proyecto que en este momento, con la prudencia que se impone, se ejercitan en hacer aceptar a las bases del partido, las cuales se consideran más radicales. Este debate político ficticio, que no sirve siquiera a los partidos de la mayoría para asegurarles el apoyo de los electores moderados -preocupación por otro lado superflua, pues los electores votan siempre como se les diga que voten- , no debe inducir a error a los conservadores inteligentes, ni en Italia ni en el extranjero: porque sabemos que no se trata ya, en el momento en el que nos encontramos, de ver si tenemos más o menos necesidad del PCI, dado que no hay nadie que pueda dudar de la utilidad de que nos ha sido este partido en los últimos y tan difíciles años, tiempo en el que les hubiese sido tan fácil a sus dirigentes el perjudicarnos, y de una manera acaso irremediable; sino que, por el contrario, se trata para nosotros de estar en situación de ofrecer a este partido las garantías suficientes con el fin de que no corra el riesgo, una vez abiertamente aliado a nuestra gestión del poder, de ser arrastrado por nuestra eventual ruina, cuya responsabilidad y consecuencias el PCI vendría a compartir ipso facto, perdiendo al propio tiempo su propia base obrera, que no pudiendo ya entonces conservar la menor ilusión, ya fuese del menor cambio en su suerte -suerte, efectivamente, tan poco envidiable-, y considerándose, sin duda, traicionada en esto por su dirección, reaccionaría libremente, al margen de todo control y contra todo control. He aquí la verdadera cuestión, he aquí el peligro real.
Lo que debemos salvar no es solamente el capitalismo en tanto que mantenimiento de la economía de mercado y del salario, sino más bien el capitalismo bajo la única forma histórica que nos conviene, y del cual, por otro lado, resulta extremadamente fácil demostrar que es la forma efectivamente superior del desarrollo económico. Si ni siquiera sabemos ofrecer a los comunistas una oportunidad de salvar ese capitalismo, se limitarán, en tanto les sea posible, a salvar esa otra forma de la cual puede verse en Rusia, después de más de medio siglo, la desgraciada rusticidad. La nueva clase de propietarios que esa forma inferior produce -es bien sabido- no nos permite localmente existencia alguna, del mismo modo que también suprime, dondequiera que su grosera dictadura toma el lugar de esa otra a la que no tememos llamar la nuestra, la totalidad de los valores superiores que dan a la existencia un sentido.
Decimos aquí banalidades, evidencias. Aquellos que no las admiten son sonámbulos que no han pensado ni un instante en el hecho de que perderíamos toda razón para gestionar un mundo en el que se encontrarían suprimidas nuestras ventajas objetivas en el momento mismo en el que ya no le fuera posible vivirlas a nadie. Los capitalistas no deben olvidar que son también hombres, y que en tanto que tales no pueden admitir la degradación incontrolada de todos los hombres y, en consecuencia, de las condiciones personales de vida de las cuales ellos disfrutan en propia piel.
Queremos prevenirnos de una objeción, incluso de un reproche, que se nos podría plantear, y que juzgamos, en el caso específico de este Informe, absolutamente infundado: a saber, que desvelaríamos secretos que hemos llegado a conocer en estos últimos años, los cuales no han sido ciertamente avaros en materia de secretos de Estado, y que los divulgaríamos sin preocuparnos de las eventuales consecuencias peligrosas en la opinión pública. ¡Pues bien!, podemos inmediatamente tranquilizar a quien alimenta un temor semejante: si se tiene en cuenta esa doble presuposición, demasiado descuidada en nuestro país, conforme a la cual, de una parte, quien miente siempre no será jamás creído, y, de otra parte, que la verdad está destinada a hacer su camino con una fuerza que prevalece sobre las más poderosas mentiras, el destino de las cuales es, por el contrario, perder toda fuerza a medida que son repetidas, se verá que este pequeña cantidad de verdades desnudas que hemos decidido decir en este panfleto no podrían ya ser calladas sin hacernos correr el riesgo de que, en breve plazo, cualquier otro se sirviese de ellas con fines sediciosos.
Por añadidura, nuestras palabras serán rápidas, y no nos demoraremos jamás, dando por su puesto que los lectores a los cuales nos dirigimos especialmente, y que son esas mismas personas con las que hemos tenido trato estos últimos años, están suficientemente al corriente de una buena parte de los detalles delicados, que nos contentaremos con sobrevolar, aprovechando los sobreentendidos o las alusiones a hechos e individuos, en tanto que todo ello escapará completamente a quienes viven distanciados de los centros de poder de nuestra sociedad.
Al celebre loqui prohibeor et tacere non possum, confesamos preferir el honesto omnia non dicam, sed dicam omnia vera.
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