La primera viñeta, más alta que ancha, muestra a un personaje con hechuras de chulazo de Genet y una jeta a lo Clark Kent coronada con un quiqui de lejana inspiración tintinesca. Camiseta de marinero, vaqueros negros de pitillo y unas goggles con cristales de color cárdeno. Se desliza distraído sobre una escalera mecánica, y al fondo puede leerse un mural en letras azules que reza 30º LIVELO. El uso del color, el trazo del dibujo son de un hiperrealismo impactante, resultado –según señala Richard Corben en el prólogo del álbum- de los rotuladores con punta de fieltro que magistralmente maneja un tal Tanino Liberatore. En la siguiente viñeta, el mismo personaje aparece de espaldas tomado en un plano de conjunto al que se sobrepone un recuadro de acotación: “Roma – Nivel 30º. 19 horas. Ranxerox está citado con Lubna delante del Bar Condilomas”.
Así pues, una tarde romana de apariencia tranquila y una posible cita de enamorados. Hay ya algunos indicios, sin embargo, que llevan a sospechar que esta Roma es una Roma pervertida y détournée, emplazada en un futuro de contornos imprecisos. ¿A qué viene, si no, eso del Nivel 30º y la referencia a un Bar con nombre de enfermedad venérea? Apenas un par de pares de páginas después, ya sabemos que nuestro personaje se llama en efecto Ranxerox –o Rank, para los más cercanos- y que es una especie de King Kong cyber y pedófilo, un coatto sintetico que se muere por los huesos de la tal Lubna, una pre-adolescente de culito prieto, insufrible, caprichosa y politoxicómana. Y Roma es, en efecto, una Roma mutada, dividida en estratos arquitectónicos que son otros tantos ghettos de clase, la Roma de finales de los ochenta, que a nosotros nos queda atrás, pero que, para el lector de la época, era la ciudad por venir. Y el encuentro entre enamorados tampoco es tal, sino un encontronazo entre un niñata que se muere por un pico y un robot con muy mala hostia y cierta afición por la ultraviolencia. A la altura de la tercera página ya ha reventado a golpes a media docena de chulitos de medio pelo.
El dibujo es de un virtuosismo tal, la narración discurre con una velocidad tan vertiginosa que quedamos atrapados por la imagen. Saltamos sobre cadáveres triturados, de los bajos fondos a los restaurantes de lujo, de Roma a Nueva York, sin apenas apercibirnos, empujados por la rabia y la fuerza descontroladas de Ranxerox. No somos conscientes de la trama. La historia se difumina por la sucesión acelerada de imágenes, queda sepultada bajo la perfección hiriente de lo pictórico: Liberatore se traga a Tamburini. Y está bien que así sea, pues, después de todo, el tebeo es un arte eminentemente visual. Está bien, pero no resulta del todo justo. Creo que, en otros tiempos, cuando hablábamos de Ranxerox, siempre hablábamos del Ranxerox de Liberatore y nos olvidábamos del bueno de Tamburo, que además de poner la partitura a aquellos cómics fascinantes, fue el verdadero padre de la criatura. Liberatore le había dado su forma definitiva al monstruo, pero el doctor Frankenstein que transformó una máquina de fotocopiar en una máquina de repartir hostias letales se llamaba Stefano Tamburini. Acaso aún no sea tarde para reparar nuestra injusticia primeriza.
Como recuerda Tamburini en una entrevista que puede escucharse –parcialmente- y leerse más abajo, Ranxerox es un hijo bastardo de las movidas romanas del 77. Tras un enfrentamiento con la policía, a Tamburo se le ocurre una idea que puede dar lugar a una historia de ciencia-ficción con tonalidades políticas: “uno studelinquente proietta nel coatto costruito dalla fotocopiatrice rubata all'universita il proprio essere violento”. El personaje queda así pergeñado con apenas dos pinceladas; se trata de un robot macarra en el que su creador, la última torsión underground de la figura del científico loco, ha insuflado toda su ira y su violencia. Tiene además un punto débil que, en cierto modo, lo humaniza y lo agita, objeto de un deseo obsesivo y enfermizo y, a la vez, principio del movimiento continuo de sus desventuras: Lubna, “una caprichosa y detestable Lolita”, en la que Tamburini proyecta el resentimiento de múltiples fracasos amorosos.
Así pues, una tarde romana de apariencia tranquila y una posible cita de enamorados. Hay ya algunos indicios, sin embargo, que llevan a sospechar que esta Roma es una Roma pervertida y détournée, emplazada en un futuro de contornos imprecisos. ¿A qué viene, si no, eso del Nivel 30º y la referencia a un Bar con nombre de enfermedad venérea? Apenas un par de pares de páginas después, ya sabemos que nuestro personaje se llama en efecto Ranxerox –o Rank, para los más cercanos- y que es una especie de King Kong cyber y pedófilo, un coatto sintetico que se muere por los huesos de la tal Lubna, una pre-adolescente de culito prieto, insufrible, caprichosa y politoxicómana. Y Roma es, en efecto, una Roma mutada, dividida en estratos arquitectónicos que son otros tantos ghettos de clase, la Roma de finales de los ochenta, que a nosotros nos queda atrás, pero que, para el lector de la época, era la ciudad por venir. Y el encuentro entre enamorados tampoco es tal, sino un encontronazo entre un niñata que se muere por un pico y un robot con muy mala hostia y cierta afición por la ultraviolencia. A la altura de la tercera página ya ha reventado a golpes a media docena de chulitos de medio pelo.
El dibujo es de un virtuosismo tal, la narración discurre con una velocidad tan vertiginosa que quedamos atrapados por la imagen. Saltamos sobre cadáveres triturados, de los bajos fondos a los restaurantes de lujo, de Roma a Nueva York, sin apenas apercibirnos, empujados por la rabia y la fuerza descontroladas de Ranxerox. No somos conscientes de la trama. La historia se difumina por la sucesión acelerada de imágenes, queda sepultada bajo la perfección hiriente de lo pictórico: Liberatore se traga a Tamburini. Y está bien que así sea, pues, después de todo, el tebeo es un arte eminentemente visual. Está bien, pero no resulta del todo justo. Creo que, en otros tiempos, cuando hablábamos de Ranxerox, siempre hablábamos del Ranxerox de Liberatore y nos olvidábamos del bueno de Tamburo, que además de poner la partitura a aquellos cómics fascinantes, fue el verdadero padre de la criatura. Liberatore le había dado su forma definitiva al monstruo, pero el doctor Frankenstein que transformó una máquina de fotocopiar en una máquina de repartir hostias letales se llamaba Stefano Tamburini. Acaso aún no sea tarde para reparar nuestra injusticia primeriza.
Como recuerda Tamburini en una entrevista que puede escucharse –parcialmente- y leerse más abajo, Ranxerox es un hijo bastardo de las movidas romanas del 77. Tras un enfrentamiento con la policía, a Tamburo se le ocurre una idea que puede dar lugar a una historia de ciencia-ficción con tonalidades políticas: “uno studelinquente proietta nel coatto costruito dalla fotocopiatrice rubata all'universita il proprio essere violento”. El personaje queda así pergeñado con apenas dos pinceladas; se trata de un robot macarra en el que su creador, la última torsión underground de la figura del científico loco, ha insuflado toda su ira y su violencia. Tiene además un punto débil que, en cierto modo, lo humaniza y lo agita, objeto de un deseo obsesivo y enfermizo y, a la vez, principio del movimiento continuo de sus desventuras: Lubna, “una caprichosa y detestable Lolita”, en la que Tamburini proyecta el resentimiento de múltiples fracasos amorosos.
Ranxerox viene, pues, al mundo con el final de una época. En Italia acaba el largo periodo de luchas que había comenzado en la segunda mitad de los años sesenta y se intuye ya la fea fisonomía de la reacción neoconservadora que vendrá después. La aparición de Ranxerox coincide con el 7 aprile y, al mismo tiempo, anuncia la miseria de la era Thatcher-Reagan. Tamburini es muy consciente del cambio. La figura social dominante de la nueva década, al menos entre los sectores más jóvenes de la población italiana, ya no es tanto el indiano metropolitano, contestatario y festivo, cuanto el coatto, el chuloputas un poco idiota que trapichea con drogas y se impone en la pista de la discoteca. Ranxerox no es sino su versión hiperbólica y desquiciada, aunque, de forma paradójica, contribuye también a dignificar a ese nuevo sujeto emergente. Son los años de repliegue del Movimiento, los años de los pentiti y de la represión sistemática e institucionalizada; son los años, en fin, del genocidio heroinómano, que se llevaría al propio Tamburo con tan sólo 31 años de edad.
Pero también es ésta la época de surgimiento del punk y –lo que más nos interesa aquí- del cyberpunk. No es casualidad que las primeras obras de los escritores cyberpunk más destacados aparezcan también en estos momentos. Involution Ocean de Sterling, por ejemplo, se publica en 1977, el mismo año en que la revista Unearth 3 edita el primer relato corto de William Gibson: Fragments of a Hologram Rose. Tamburini, sin duda lector asiduo de ciencia-ficción como atestiguan las recurrentes referencias a Ballard o Asimov en las historietas de Ranxerox, es –acaso sin saberlo- uno de los pioneros de la nueva corriente en Italia. La comunidad de espíritu entre las historias de Rank y el cyberpunk es evidente: aquí la combinación ‘high-tech / low-life’ alcanza su forma más extrema. Y la absorción de los códigos del hard-boiled y esa suerte de futurismo primitivo o de primitivismo futurista que impregna cada viñeta del tebeo tampoco están lejos de los ambientes recreados por el autor de Johnny Mnemónico.
Guionista, pero también diseñador y dibujante, Tamburini se ocupa en principio de plasmar él mismo en imágenes las evoluciones de su cibermacarra. La primera historieta, en blanco y negro, aparece en el número 0 de la revista Cannibale (junio de 1978), de cuya fundación Tamburo había sido uno de los principales responsables. Es éste un Ranxerox mucho “más delgado y fibroso” –como reconoce en la entrevista ya citada-, que todavía no ha roto los vínculos que lo ligan al Movimiento. Apenas un esbozo de lo que será en la década siguiente. Por cierto que otro de los méritos no siempre reconocidos de Tamburini se encuentra aquí. Tamburo no fue sólo el creador de Ranxerox y de Snake Agent, sino además uno de los principales animadores del tebeo underground y para adultos en el continente europeo. A Cannibale, donde ya estaban presentes Gaetano Liberatore o Andrea Pazienza, le seguirá en los ochenta Fridigaire, revista en la que Ranxerox intensifica su furia y se llena de color. Lo que hizo Tamburini fue desde luego mucho, pero no le dio tiempo a más. En abril de 1986 lo mató una sobredosis de jaco; cuando encontraron el cadáver en su apartamento de Roma ya llevaba muerto una decena de días.
Pero también es ésta la época de surgimiento del punk y –lo que más nos interesa aquí- del cyberpunk. No es casualidad que las primeras obras de los escritores cyberpunk más destacados aparezcan también en estos momentos. Involution Ocean de Sterling, por ejemplo, se publica en 1977, el mismo año en que la revista Unearth 3 edita el primer relato corto de William Gibson: Fragments of a Hologram Rose. Tamburini, sin duda lector asiduo de ciencia-ficción como atestiguan las recurrentes referencias a Ballard o Asimov en las historietas de Ranxerox, es –acaso sin saberlo- uno de los pioneros de la nueva corriente en Italia. La comunidad de espíritu entre las historias de Rank y el cyberpunk es evidente: aquí la combinación ‘high-tech / low-life’ alcanza su forma más extrema. Y la absorción de los códigos del hard-boiled y esa suerte de futurismo primitivo o de primitivismo futurista que impregna cada viñeta del tebeo tampoco están lejos de los ambientes recreados por el autor de Johnny Mnemónico.
Guionista, pero también diseñador y dibujante, Tamburini se ocupa en principio de plasmar él mismo en imágenes las evoluciones de su cibermacarra. La primera historieta, en blanco y negro, aparece en el número 0 de la revista Cannibale (junio de 1978), de cuya fundación Tamburo había sido uno de los principales responsables. Es éste un Ranxerox mucho “más delgado y fibroso” –como reconoce en la entrevista ya citada-, que todavía no ha roto los vínculos que lo ligan al Movimiento. Apenas un esbozo de lo que será en la década siguiente. Por cierto que otro de los méritos no siempre reconocidos de Tamburini se encuentra aquí. Tamburo no fue sólo el creador de Ranxerox y de Snake Agent, sino además uno de los principales animadores del tebeo underground y para adultos en el continente europeo. A Cannibale, donde ya estaban presentes Gaetano Liberatore o Andrea Pazienza, le seguirá en los ochenta Fridigaire, revista en la que Ranxerox intensifica su furia y se llena de color. Lo que hizo Tamburini fue desde luego mucho, pero no le dio tiempo a más. En abril de 1986 lo mató una sobredosis de jaco; cuando encontraron el cadáver en su apartamento de Roma ya llevaba muerto una decena de días.
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