A falta de algo mejor, recupero un viejo proyecto y, al propio tiempo, un texto primerizo del grupo boloñés A/traverso, vinculado a la mítica Radio Alice, a la que también se ha hecho referencia aquí en alguna otra ocasión. La versión original en italiano puede leerse AQUÍ.
Proletariado juvenil
Eliminar la autonomía, destruir sus contenidos, ése es el objetivo político de esta etapa con la que debe terminarse la crisis. Pero dicha etapa exige además la expulsión de fuerza de trabajo de las fábricas, y, más precisamente, la expulsión del estrato social más radical y conscientemente renuente al trabajo asalariado. A esto ha conducido el ataque emprendido por el capital, durante este último año, contra la ocupación obrera. El proyecto no consiste simplemente en expulsar del espacio productivo a una vanguardia política, sino a un estrato social completo, no consiste simplemente en echar de la fábrica a los niveles organizados de la autonomía, sino en echar a centenares de millares de jóvenes escolarizados, absentistas, igualitarios; echar, en suma, a los conscientes. Contra dicho estrato social se ha puesto en marcha el fondo de desempleo, la desocupación, el trabajo eventual, el subempleo. Sin embargo, de este modo se crea un estrato vastísimo de proletariado juvenil móvil que vagabundea por las metrópolis del área europea. El fondo de desempleo en torno al 93 % del salario en Italia, el despido con el 100 % del último salario percibido en Alemania, el trabajo eventual, la colectivización. Movimiento es el estrato social que se mueve. Y el ataque capitalista contra la fuerza organizada de la clase obrera apunta a una reorganización del trabajo que reduce en conjunto el tiempo de trabajo necesario y transforma radicalmente la relación entre trabajo vivo y trabajo maquínico. Pero, desde el punto de vista capitalista, lo que cuenta es el signo, la cualidad política con la que se determina tal modificación: como reducción de los márgenes de autonomía del trabajo vivo y reactivación de los mecanismos de dominio de la valorización. Un ejército de jóvenes que vive sin trabajar. Y es esta nueva realidad –la formación de ese ejército proletario escolarizado, irreductible a la categoría de ejército industrial de reserva- la que se permite poner en el orden del día cuestiones teórico-políticas relacionadas con la formación de la existencia, con la necesidad de liberación de la vida cotidiana, con la colectivización de la escritura como intervención formativa sobre la realidad, no como temáticas colaterales, sino como elementos de redefinición general de la línea de clase. A este respecto, ya no es suficiente con identificar la vanguardia sólo en la fábrica; el movimiento produce una vanguardia socialmente móvil, que es clase obrera no por su posición en el proceso productivo, sino por la forma de su existencia política, social, cultural.
Poder como autonomía
Eliminar la autonomía, destruir sus contenidos, ése es el objetivo político de esta etapa con la que debe terminarse la crisis. Pero dicha etapa exige además la expulsión de fuerza de trabajo de las fábricas, y, más precisamente, la expulsión del estrato social más radical y conscientemente renuente al trabajo asalariado. A esto ha conducido el ataque emprendido por el capital, durante este último año, contra la ocupación obrera. El proyecto no consiste simplemente en expulsar del espacio productivo a una vanguardia política, sino a un estrato social completo, no consiste simplemente en echar de la fábrica a los niveles organizados de la autonomía, sino en echar a centenares de millares de jóvenes escolarizados, absentistas, igualitarios; echar, en suma, a los conscientes. Contra dicho estrato social se ha puesto en marcha el fondo de desempleo, la desocupación, el trabajo eventual, el subempleo. Sin embargo, de este modo se crea un estrato vastísimo de proletariado juvenil móvil que vagabundea por las metrópolis del área europea. El fondo de desempleo en torno al 93 % del salario en Italia, el despido con el 100 % del último salario percibido en Alemania, el trabajo eventual, la colectivización. Movimiento es el estrato social que se mueve. Y el ataque capitalista contra la fuerza organizada de la clase obrera apunta a una reorganización del trabajo que reduce en conjunto el tiempo de trabajo necesario y transforma radicalmente la relación entre trabajo vivo y trabajo maquínico. Pero, desde el punto de vista capitalista, lo que cuenta es el signo, la cualidad política con la que se determina tal modificación: como reducción de los márgenes de autonomía del trabajo vivo y reactivación de los mecanismos de dominio de la valorización. Un ejército de jóvenes que vive sin trabajar. Y es esta nueva realidad –la formación de ese ejército proletario escolarizado, irreductible a la categoría de ejército industrial de reserva- la que se permite poner en el orden del día cuestiones teórico-políticas relacionadas con la formación de la existencia, con la necesidad de liberación de la vida cotidiana, con la colectivización de la escritura como intervención formativa sobre la realidad, no como temáticas colaterales, sino como elementos de redefinición general de la línea de clase. A este respecto, ya no es suficiente con identificar la vanguardia sólo en la fábrica; el movimiento produce una vanguardia socialmente móvil, que es clase obrera no por su posición en el proceso productivo, sino por la forma de su existencia política, social, cultural.
Poder como autonomía
Hoy, la emergencia de un estrato que se consolidó políticamente a finales de los años sesenta y que después se disgregó políticamente, pero se masifico socialmente, vuelve a poner en cuestión el problema del poder de un modo que es de nuevo irreductible al subjetivismo organizativo y socialista. El poder capitalista es mucho más que la simple máquina de control y coordinación estatal: se configura como sistema de dominio articulado sobre todo el terreno de las relaciones sociales; es el sistema completo de los instrumentos de control que garantiza la reproducción del dominio capitalista sobre el trabajo. Poder obrero no puede significar la transferencia a la maquinaria estatal de la representación política del proletariado; la clase obrera no tiene interés en una identificación con el funcionamiento social y productivo global. El interés obrero se encuentra, por el contrario, en la disgregación del aparato de control sobre la maquinaria y en el reforzamiento de la autonomía como dislocación en otro lugar, como transformación de sí, de la propia figura, por parte de las masas. Todavía, durante una fase histórica completa, la función del capitalismo –como sistema de valorización y de acumulación, aumento de la capacidad productiva de la maquinaria, reducción del trabajo necesario- no se ha agotado y el desarrollo de las potencialidades que el sistema contiene redunda en interés de los obreros. La sociedad capitalista intenta someter continuamente a los movimientos obreros al dominio político de la valorización; poder obrero es capacidad de disociación del desarrollo con respecto al poder político. Obligar al capital a renovarse, a reducir el trabajo necesario, pero impedir la soldadura de las estructuras productivas como mecanismo de dominio. Poder obrero es autonomía del desarrollo dentro del desarrollo. Pero, para que esta dialéctica funcione, es preciso reconocer no sólo que la clase obrera es la fuerza propulsiva del desarrollo, objetivamente hegemónica en la relación productiva, sino también que es, subjetivamente, extrañación respecto al desarrollo, autosustracción a la producción de valor, autoemplazamiento en otro lugar, con respecto al espacio de la producción, en el espacio del movimiento. El poder ha de entenderse, pues, como instrumento de esta necesidad y de esta posibilidad de autonomía respecto a la sociedad del trabajo y del desarrollo, como instrumento de una extrañación que es separación, en un espacio en el que es posible la transformación de la propia existencia en movimiento.
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