Estimados, sufridos ciberlectores (y ciberlectoras): me complace comunicarles que nos hemos metido a editores. "Lo que nos faltaba", exclamará tal vez alguno (o alguna). Y no se equivoca: es exactamente lo que nos faltaba para ser gente de letras plenas, cabales y comilfó. Ahora ya está. La cosa se llama Artefakte y es como sigue:
"Artefakte es un entramado de complicidades pensado para provocar esos pequeños cataclismos del pensamiento. Nos interesa el libro más allá de sus límites convencionales, como un bien común que genera riqueza. Publicamos todo tipo de útiles (libros, vídeos, blogs...) que contribuyan a subvertir la gramática cultural de nuestro tiempo. Mucho más que libros, artefaktes".
No está mal, ¿eh? El caso es que, tras un largo periodo de gestación, Artefakte por fin ha lanzado al mundo a sus dos primeros retoños. El uno nos ha salido un tanto díscolo y protestón y con mostachos de bucanero; y el otro una pizca hirsuto y asilvestrado. Pero ambos se hacen querer -se lo prometo- y están deseosos de que los acojan en la confortable calidez de sus hogares. Afuera hace frío: apiádense.
* * *
Como complemento e incentivo a la lectura de El tiempo del sapo, les ofrecemos la traducción de una carta de Dalton Trumbo inédita hasta ahora en castellano. Vean, vean cómo se las gastaba el pavo.
[Traducción
del inglés: Diego Luis Sanromán]
NOTA DEL EDITOR: En las épocas en las que la
guerra se aproxima, siempre se habla mucho de hacer “sacrificios”. Tales
sacrificios, como se ha demostrado en el pasado y también en controversias más
recientes, normalmente se traducen en bajadas de salarios, ampliación de la
jornada, subida arbitraria de los precios y restricción de la libertad de
expresión. Pero no en la limitación de los beneficios. Los pensadores y
escritores de mentalidad liberal encuentran cada vez más obstáculos para
expresarse. Los dirigentes japoneses suelen hablar de “pensamiento peligroso”.
Existen pruebas de que en la América de hoy hay muchos autores sometidos a una
censura no oficial y otros que, por temor a perder su medio de vida, se
censuran a sí mismos. Por eso nos complace presentar aquí una reciente
controversia amistosa entre Dalton Trumbo y sus editores con referencia a
ciertos pasajes de su nueva novela. Este decoroso intercambio de opiniones
tuvo, en este caso, como resultado la victoria del autor, que logró que se
incluyeran los pasajes a los que en principio se habían opuesto los editores.
Querido
Dalton: En lo que se refiere al propio manuscrito, tenemos algunas
observaciones que hacer y le agradecería que nos diera una pronta respuesta, ya
que el proceso de producción del libro está muy avanzado. En primer lugar,
todos los que lo hemos leído creemos firmemente que la conversación entre Andrew
Long y el general Jackson sobre el tema de la ayuda estadounidense a Gran
Bretaña en la guerra en curso supone una distracción dentro de la historia. No
me malinterprete: no planteamos esta cuestión porque estemos personalmente en
desacuerdo con lo que suponemos es su opinión al respecto. De hecho, es una
escena muy bien escrita y en otro contexto resultaría de lo más efectiva. Aquí,
sin embargo, se diría que el pasaje se ha añadido con posterioridad. No tiene
nada que ver con la historia de la corrupción en Shale City (salvo de forma
bastante remota). En nuestra opinión, llamará poderosamente la atención de los
críticos y probablemente haga que algunos de ellos valoren el libro solo por
ese pasaje y no por el resto de sus méritos. Que esto podría tener un efecto
adverso sobre el éxito del libro es algo que nos parece incuestionable. Por
otro lado, la inclusión de dicho pasaje parece ponerle una fecha demasiado
específica a la historia. Para cuando salga el libro, solo Dios sabe qué nuevos
acontecimientos habrán ensombrecido el traslado de los cincuenta destructores.
Por favor, no malinterprete el espíritu de esta sugerencia. Sé bien lo que
trata de comunicar. Creo que es importante y defendería con mi vida su derecho
a decirlo. Solo pienso que este no es el lugar adecuado por las razones que
acabo de exponer. El libro ha sido enviado al impresor con esa sección
incluida, pero espero que nos envíe un telegrama autorizándonos para retirarlo de
las galeradas…
Atentamente,
--------------------------
LOS EDITORES.
* * *
Querido
----------: […] Ahora, en lo que respecta a los dos capítulos en cuestión: estoy
de acuerdo en que muchos críticos los atacarán y que su reprobación afectará a
la venta del libro. Por eso debo conciliar mi natural deseo de vender montones
de libros con la filosofía personal que me impulsa a escribir este tipo de
libro en particular. Quiero explicar dicha filosofía tan claramente como sea
capaz, para que entiendan que no soy arbitrario en este asunto.
Sé
exactamente lo que persigo: la creación de al menos una novela genuinamente
buena. Sé perfectamente bien que, hasta el momento, no he alcanzado dicho
objetivo. En consecuencia, debo contemplar todo lo que he hecho, incluido mi
último trabajo, como un material efímero que solo se leerá dentro de veinte
años si finalmente doy en el clavo con ese libro que hará de mí un gran
escritor. Hasta que llegue ese libro –si es que llega-, puedo estar seguro de
que las únicas personas que leerán mi obra dentro de dos décadas serán mis dos
hijos. Es bastante posible que entonces digan: “el viejo escribía malas
novelas”. Pero quiero que, desde esa perspectiva de veinte años, también sean
capaces de afirmar: “pero buenas o malas, tenía algo que decir y lo dijo; se
puso del lado de los buenos en una época en la que no resultaba provechoso ni
popular hacerlo”. Lo que es más, no quiero que para esas fechas estén
preparándose para una matanza a las órdenes de algún político patriotero. Y la
única forma que conozco para evitarlo es escribir, aquí y ahora, tan
furibundamente como sepa, contra aquello que, en último término, podría
costarles la vida.
Todavía
recuerdo alguna de las cosas que se escribieron antes de nuestra entrada en la
última guerra y odiaría ser uno de los hombres que las escribieron (como, de
hecho, la mayoría de sus autores han llegado a odiarse). Vivimos en una época
de compromisos tan espantosos que solo un puñado de hombres saldrá de ella con
el honor intacto. He visto a mi alrededor hombres decentes, de gran talento y
profunda honestidad, hombres mucho mejores que yo, comprometerse con el
sentimiento dominante de su tiempo porque estaban manifiestamente atemorizados.
Creo que lamentarán amargamente su postura. Creo que muchos se han destruido a
sí mismos. Y yo no puedo unirme a ellos. Si suprimo esos dos capítulos, seré
uno más, pues habré dado el primer paso –que siempre es el fatal- hacia el
compromiso. Tal como yo lo veo, los errores de omisión son tan graves, aunque
tremendamente más insidiosos pues es más fácil incurrir en ellos, como los de
comisión.
Estoy
dispuesto a admitir –al menos hasta cierto punto- que esos dos capítulos no
tienen una gran relevancia en la historia personal de Andrew que me he
propuesto narrar. Pero la consecuencia lógica de tal reconocimiento es afirmar
que el material superfluo dentro de una novela de hecho constituye mal arte. El
señor MacLeish y un amplio círculo de críticos –la mayoría de los cuales
atacará a Andrew, a no ser que lo ignoren- suscribían recientemente la opinión
de que muchas buenas novelas de la última década han tenido un efecto
pernicioso sobre el público. En esencia, venían a decir que el buen arte no
tiene que ser necesariamente bueno para el lector. Y daban a entender
enérgicamente que, durante la crisis actual, estaría bien olvidarse del buen
arte y concentrarse, en su lugar, en algo que contribuya a la fortaleza moral
de los Estados Unidos. Acepto sus máximas. Si me atacan por haber puesto mis
sentimientos por los Estados Unidos por encima de mi sensibilidad por el arte,
se encontrarán en una situación extremadamente ridícula. Si me atacan porque
mis ideas sobre la fortaleza moral de los Estados Unidos difieren de las suyas,
sus motivos resultarán igualmente débiles, pues para que la gente pueda elegir
por sí misma se le tienen que presentar todas las partes en litigio. Dicho
brevemente, no dudo de que los críticos tendrán su influencia y de que se
pondrán en mi contra; pero mi trabajo como escritor consiste en tener en cuenta
solo lo que tengo que decir y no lo que los críticos tienen que decir sobre mí
y sobre mi trabajo.
Pero
más allá de la cuestión de si deberían incluirse o no esos dos capítulos, está
el problema más amplio del realismo y la honestidad. Huelga decir que la guerra
afectará a Andrew. Incluso podría matarlo. La guerra, por otro lado, tiene un
efecto considerable sobre el juicio de la última parte del libro. Me parece
razonable que se admita su existencia antes del clímax. En lo que a mí
respecta, durante el último año he sido incapaz de hablar durante una hora con
un amigo sin que la guerra se colase en el debate y afectase radicalmente al
tema de conversación. Creo que se cuela en el pensamiento de todo
estadounidense. Sé que se cuela en todo lo que planeo para mi familia y para
mí. Llevo una tarjeta de registro que restringe mis movimientos. Soy una criatura
numerada del gobierno. Me resulta inconcebible que Andrew Jackson, al volver a
la tierra después de casi un siglo de ausencia, no logre descubrir la principal
motivación de nuestra época. Que no se encontrase con la guerra supondría
engañar al lector, eludir el problema, distorsionar la verdad. En mi opinión,
sería mala literatura, puesto que trato únicamente acontecimientos
contemporáneos. Si los críticos me acusan de meter innecesariamente la guerra
en el libro, por mi parte les acusaré de ese mismo aislacionismo de avestruz,
de esa misma evasión de los hechos reales que tan vigorosamente denuncian en
sus todos sus escritos.
En
cuanto a la oportunidad de esos dos capítulos, en la historia nos enfrentamos
exclusivamente con el presente y la publicaremos tan pronto como sea
humanamente posible. Me inclino a pensar que el asunto de los destructores
–bueno o malo- fue un paso histórico que nunca dejará de resultar oportuno. El
desembarco de 10000000 hombres en el continente europeo nunca sería tan importante
–de llegar a producirse- como el asunto de los destructores, que estableció el
mayor precedente para dicho desembarco. Creo que, para nuestra desgracia, seguiremos
leyendo sobre el asunto dentro de cincuenta años.
De
una cosa estoy seguro: hay multitud de hombres capaces y de talento escribiendo
desde la perspectiva opuesta. Producen mecánicamente libros, artículos, ensayos
y columnas de opinión con la misma feliz desconsideración por el arte y el
mismo interés por sus efectos directos que a mí se me puedan echar en cara.
Pero solo hay unos pocos que escriban desde el mismo lado que yo. Creo que el
natural equilibrio de la democracia demanda una oposición literaria tanto como
una oposición política. Y además creo que tal demanda también genera un mercado
para esa oposición literaria.
Hablo
con una gran cantidad de personas de los más variados sectores que están
firmemente en contra de la guerra. Alguien debe escribir para ellos. No puedo
poner mis esperanzas en que su oposición a la guerra se refleje en las
elecciones, pues los candidatos de la oposición no ofrecen al pueblo una idea
clara que pudiera servir al electorado para expresar sus opiniones a favor o en
contra de la guerra. Pero sí creo poder afirmar que el oeste de los Estados
Unidos es aislacionista de corazón. No quiere la guerra. Algunos visitantes
procedentes del este me cuentan historias escalofriantes sobre lo diferentes
que son las cosas en la costa atlántica. Para mí resulta desafortunado que la
costa este, en la práctica, tenga el monopolio de la crítica y del público
lector. Pero yo soy un hombre del oeste y supongo que mi obra asume
necesariamente esa coloración occidental.
Lo
cierto es que me complace la perspectiva de leer a esos críticos que alabaron Johnny cogió su fusil por su contenido
antibelicista invertir completamente su posición al leer Andrew. Pues serán ellos, y no yo, los que hayan cambiado. Y creo
que, a pesar de ellos, encontraré lectores. Existe todavía mucha gente
resistiendo contra la guerra en el Congreso, en las iglesias, en las
universidades, en los sindicatos. Su integridad es tan incontestable como la
del Comité William Allen White (1). Espero que, dentro de esta minoría,
encontremos lectores suficientes para hacer de Andrew una empresa moderadamente
exitosa. E incluso si no es así, me habré mantenido fiel a las creencias que
considero importantes y, en consecuencia, seré un mejor novelista de su futuro
elenco.
Revisando
lo que acabo de escribir, contemplo la divertida posibilidad de que
probablemente esté siendo de lo más pretencioso, pues un discusión tan
prolongada en torno a Andrew implicaría una trabajo mucho mejor de lo que en
realidad es el libro. Tal vez sea un mal trabajo sin paliativos. Dios sabe que
se escribió de forma lo bastante apresurada como para que así sea. Si tal es el
juicio de los críticos, me propongo aceptarlo y mantener la boca cerrada. Pues,
en lo más profundo de mi corazón, me niego a aceptar la idea de que un mal
libro debería ser encomiado porque dice cosas buenas o viceversa. Así que, ya
ven, estoy perfectamente preparado para creer que he fracasado estrepitosamente
con Andrew. En cuyo caso, mostraré mi arrepentimiento como es debido y me
esforzaré por hacerlo mejor la próxima vez.
*
Revista New Masses, 11 de febrero de
1941.
(1)
También conocido como Comité para
Defender América Ayudando a los Aliados o como Comité White. Creado en mayo de 1940, tenía como principal objetivo
promover el apoyo material al esfuerzo bélico británico contra las Fuerzas del
Eje y evitar, de este modo, la implicación directa de los Estados Unidos en la
guerra europea.
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