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jueves, 1 de mayo de 2025

David Lynch en el recuerdo




Recuerdo que Dennis Cooper decía que jamás podría escribir nada sobre Robert Bresson porque lo admiraba demasiado. Lo descomunal de su obra y de su figura tenía literalmente el poder de enmudecerlo. A mí me pasa algo similar con David Lynch.

Recuerdo que Georges Perec escribió un libro que se titulaba Je me souviens, y que en una nota insertada al principio reconocía que tanto el título como la forma de ese libro los había tomado en préstamo de Joe Brainard -entre artistas se dice así: uno “toma en préstamo” u “homenajea”, no “roba”, y mucho menos “plagia”-, que a su vez había publicado pocos años antes otra obra titulada I remember. Recuerdo que, hace un rato, mientras pensaba cómo sortear el problema del enmudecimiento ante el ídolo, he sentido gran alivio al acordarme de Brainard y de Perec. Los oulipianos como Perec sabían bien que las trabas que nos imponemos para guiar la escritura son el mejor antídoto contra los bloqueos y el horror al vacío de la página en blanco.

Recuerdo la primera vez que vi Terciopelo azul en el cine. Esa sala, como tantas otras, ya no existe.

Recuerdo que hace algunos años, más o menos una década, me invitaron a participar en una velada literaria sobre lo insólito con otros tres escritores. La organizadora, que sabía de mis querencias lyncheanas, me propuso hablar de Cabeza borradora, el primer largometraje de Lynch. “¿Qué es Eraserhead?”, era la pregunta a la que debía dar respuesta. Yo construí un breve alegato contra la interpretación en clave simbólica de la película y exhorté al público a dejarse llevar por el misterio.






VERSIÓN REDUCIDA EN 




sábado, 23 de abril de 2022

Un par de recomendaciones para el Día del Libro


 

Lo que este año me gustaría recomendar no son dos libros, sino dos acontecimientos mayúsculos que implican a dos escritores para mí esenciales: Georges Bataille y Louis-Ferdinand Céline. Ambos son franceses, tant pis!

Acontencimiento nº 1. Del primer autor, la editorial Arena Libros publicó a finales del año pasado (es decir, que aún pertenece a la categoría de “novedades”) La soberanía, un texto que había aparecido por primera vez en francés en 1976, en edición de Thadée Klossowski (hijo de Balthus y, en consecuencia, sobrino de Pierre Klossowski), pero que hasta ahora no se había publicado en castellano. Se trata de un texto tardío (escrito entre 1953 y 1954), al que Bataille en ocasiones se refería con el título de Nietzsche y el comunismo, que planeaba sacar como tercer volumen de La parte maldita y que finalmente dejó inacabado e inédito. “La soberanía de la que hablo tiene poca cosa que ver con la de los Estados […]. Hablo en general de un aspecto opuesto, en la vida humana, al aspecto servil o subordinado”. No está mal como incipit, ¿eh?

ACONTECIMIENTO nº 2. Durante el verano de 2021 en Francia saltó la noticia de que se habían recuperado varios millares de páginas de Céline que se habían dado por perdidas tras la Liberación. Poco tiempo después, la editorial Gallimard anunciaba la publicación de tres de esas obras inéditas a lo largo del año siguiente. La primera, Guerre, de cuya edición se ha encargado Pascal Fouché (historiador, editor y experto en la obra de Céline), saldrá a la calle el día cinco del mes próximo, y llegará acompañada de una exposición de los manuscritos precisamente en la Galerie Gallimard de París. Según puede leerse en el portal de la editorial, Guerre es un texto escrito un par de años después de la aparición de Viaje al fin de la noche, y en él Céline narra las desventuras del cabo Ferdinand desde el instante en que, gravemente herido, recupera la consciencia en pleno frente de Flandes hasta el momento en que abandona Francia con destino a Londres. Yo ya tengo encargada la versión francesa. Ignoro si alguien ha adquirido los derechos para publicarla en España.

* VER EL RESTO DE RECOMENDACIONES EN DÉTOUR.

sábado, 5 de febrero de 2022

A Stanislav Lem (1921-2021), conquistador del vacío cósmico

I’ve seen the future, brother:
It is murder

(Leonard Cohen)




A Stanisław Lem le gustaban los aparatos mecánicos, montarlos, desmontarlos y volverlos a montar, sacarles las entrañas y hurgar en ellas en busca de su misterio. En El castillo alto (1966), una obra en la que levanta acta de sus recuerdos infantiles, cita a su admirado Norbert Wiener, uno de los padres fundadores de la cibernética: “Yo fui un niño prodigio”, dice Wiener. “Yo fui un monstruo”, replica Lem: un asesino de artefactos. El castillo alto es como Les choses de Perec, pero a la manera de Lem. En el libro no se habla exactamente de las relaciones con otros sujetos, sino más bien de los lazos establecidos con ciertos objetos singulares: de su fragilidad, de su magia, de su “aura”. Por eso, de Los viajes de Gulliver a Lem no le interesan tanto sus quiméricas aventuras como el inventario de cosas que los liliputienses encuentran en los bolsillos del descomunal cirujano (y más tarde capitán de diversos barcos). Incluso las relaciones familiares del pequeño Lem están mediadas por los objetos: el padre, por ejemplo, está simbolizado por la biblioteca paterna, una biblioteca marcada además por el interdicto y gracias a la cual el niño entra por primera vez en contacto con la medicina y el erotismo, y también con las heridas y secuelas de la Grande Guerre.


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jueves, 14 de octubre de 2021

(Tal vez) Georges Brassens. Un anarquismo congénito





Para celebrar el centenario del cantautor francés Georges Brassens la editorial Pepitas de Calabaza publica este octubre una compilación de artículos que he tenido la fortuna y el placer de traducir y prologar. Los artículos en cuestión son textos breves –“crónicas”, según el propio Brassens- que Georges publicó entre 1946 y 1947 en el periódico Le Libertaire, a la sazón el órgano de la Federación Anarquista. Era práctica habitual en la prensa libertaria de la época que los artículos de los colaboradores apareciesen bajo seudónimo, por eso no es posible encontrar entre ellos ningún texto que lleve explícitamente la firma de Brassens. En nuestra selección para Pepitas hemos seguido escrupulosamente el criterio establecido por los editores franceses de sus obras completas, y ello nos ha obligado a excluir algunas crónicas que, sin embargo, por su tono, timbre y temática, barruntamos también son obra el autor de La mala hierba. Los cuatro artículos que el lector puede degustar a continuación forman parte de esos descartes.




martes, 21 de abril de 2020

VOCES. Philip K. Dick. El diablo tiene rostro de metal



En 1975 Philip K. Dick recibió una invitación para dar una conferencia en el Instituto de Arte Contemporáneo de Londres. No pudo viajar por motivos de salud, pero sí enviar un texto al que daría el título de Man, Android and Machine (1) y en el que desarrollaba temas que ya había tratado en otra ponencia en Vancouver tres años antes. Al comienzo de su disertación, Dick nos advierte de que en el universo existen cosas frías y feroces [fierce cold things] cuyo comportamiento hiela la sangre, “especialmente si imitan la conducta humana tan bien que tenemos la incómoda sensación de que tales cosas están intentado hacerse pasar por humanas, pero no lo son”. Es a esas cosas a las que Dick da el nombre de “máquinas” o, aun mejor, de “androides”. Porque el “androide” no es una máquina cualquiera. Es -continúa Dick- “una cosa generada para engañarnos de forma cruel, para inducirnos a pensar que es uno de nosotros”, del mismo modo -podríamos añadir- que la muñeca Olimpia lograba engañar al estudiante Nathanael en El hombre de arena de E.T.A. Hoffmann, un relato que -como es bien conocido- Freud convertiría en expresión privilegiada de su concepto de lo Unheimliche. Como Olimpia, el androide despierta en nosotros esa inquietante extrañeza que en ocasiones nos inspiran ciertos seres dotados de una aparente familiaridad. Cuando nos estrechan la mano, podemos presentir el tacto metálico de lo muerto, y su sonrisa -completa Dick- “tiene la frialdad de la tumba”.


Continuar leyendo en
http://detour.es/diez/diego-luis-sanroman-philip-k-dick.html
 

jueves, 14 de marzo de 2019

Das Unheimliche. Una conversación con Juan Jiménez


Audio completo y transcripción parcial de la presentación de Ladran los hombres en la Librería Ramón Llull de Valencia el dos de diciembre de 2017.




No sé cómo conocí a Diego. Seguramente fue a través de un amigo en común, Georges Bataille. Bataille fue siempre un misterio. Tengo todos sus libros en las ediciones más extrañas, pero nunca lo leí demasiado. A Bataille quería escucharle. Tenía muchas cosas que decirme. Luego, con el tiempo, ya mucho más viejo, me di cuenta de que realmente pensaba en Michel Leiris sin conocerlo. Michel Leiris tenía una tendencia natural a salir fuera de la fotografía. Estuvo en todos lados, invisible. Vuelvo a Diego. Decía que pienso que lo conocí a través de Georges Bataille, un filósofo que escribía novelas pornográficas y quería fundar sociedades secretas. Igual esa descripción también nos vale para Diego. Entonces le pedimos que escribiera para Détour.

Escribió sobre el divino Marqués. Es decir, Sade. Y ahí empezamos a frecuentarnos. Sus traducciones, la maravillosa editorial Pepitas de calabaza, en fin, tantas cosas. También sus libros. Los relatos de Convertiré a los niños en asesinos. Leyéndolo, pensé en Roland Topor, ese niño óptimo de Diego: mutante y asesino. Cambiaba de forma constantemente (escribiendo, dibujando, haciendo películas) y en cada una de ellas aniquilaba un montón de cosas: la sociedad, las costumbres, los buenos pensamientos. Cómo no pensar en los textos de Diego.




Más tarde llegó Kwass o el arte combinatoria y una frase de Paul Valéry lo explicaba todo: transmitir la sensación sin el aburrimiento de la transmisión. Ahora hubiera pensado en Tadeusz Kantor. Diego seguía escribiendo para nosotros o compartiendo lo que escribía, como aquel prólogo para esas memorias alrededor de la cárcel de Pierre Clementí, actor maldito orgulloso de ser maldito. Hoy nadie quiere ser maldito. Es más, ya no sabemos qué quiere decir esa palabra exactamente. Es una palabra gastada más. Tenemos muchas. Escribió, finalmente, sobre Georges Bataille. Y fue maravilloso, porque de nuevo estábamos todos juntos.

Su último libro es Ladran los hombres. Son un puñado de relatos, en los que cada uno adopta una forma. Empieza como Topor y acaba con unos microrrelatos de terror que son como gotas de lluvia en una noche de relámpagos. Entre medias está todo. O buena parte de lo que interesa...

http://detour.es/nueve/dennis-cooper-lo-peor.html

domingo, 27 de enero de 2019

VOCES. Lo peor (1960-1971) - Dennis Cooper [Nueva traducción]



Cuando tenía nueve años, pasé un mes en Texas con mi abuela durante las vacaciones de verano. Vivía junto a una iglesia y un día en la iglesia se celebró una boda. Me pasé por allí, yo solo, para asistir al festejo. Había una niña rubia más o menos de mi edad, con un vestido blanco emperifollado, encima de una pasarela bordeada de antorchas hawaianas encendidas. Pensé que era lo más hermoso que había visto nunca. La observaba maravillado cuando una de las antorchas se cayó y prendió su vestido. En menos de un segundo, todo su cuerpo estaba envuelto en llamas. Lo siguiente que recuerdo es que, 48 horas después, un oficial de policía me encontraba conmocionado bajo la casa de mi abuela. No sé si la niña sobrevivió o murió.

Cuando tenía once años, estaba jugando con mis amigos entre los arbustos que había frente a mi casa. Queríamos cavar un hoyo, pero como no pude encontrar una pala en el trastero, utilizamos un hacha. Uno de mis amigos estaba dándole hachazos al suelo cuando inesperadamente surgí de entre los arbustos justo donde él hacía el agujero. El hacha me golpeó en plena cabeza, abriéndome una gran brecha y dejándome inconsciente. Mis amigos se asustaron y me abandonaron allí. Finalmente recuperé la conciencia, me di cuenta de que sangraba a borbotones por la cabeza, alargué la mano para ver qué pasaba y toqué lo que reconocí como mi cerebro al descubierto. Corrí hacía la puerta de nuestra casa y me llevaron a toda prisa al hospital. Los médicos me salvaron la vida, pero durante meses estuve postrado en cama con fuertes dolores. El chico que me había dado el hachazo estaba tan traumatizado que no volvió a mirarme a los ojos ni a hablarme nunca más. Se suicidó cuando tenía quince años.

http://detour.es/nueve/dennis-cooper-lo-peor.html

jueves, 10 de enero de 2019

VOCES. Dennis Cooper revisited.



La vie humaine est l’enrobement des mouvements physiologiques: elle est décence. Elle est un ‘cacher’, un ‘habiller’ –qui est en même temps un ‘dénuder’, car elle est un ‘s’associer’. (Il y a une gradation emphatique entre montrer, habiller, s’associer). La mort est écart irrémédiable : les mouvements biologiques perdent toute dépendance à l’égard de la signification, de l’expression. La mort est décomposition ; elle est le sans-réponse » La mort et le temps – E. Lévinas (1975-6).

« Denn das Schöne ist nichts als des Schrecklichen Anfang, den wir noch grade ertragen, / und wir bewundern es so, wiel es gelassen verschmäht / uns zu zerstören » Duiniser Elegien – R. M. Rilke (1922).

Las dos citas que encabezan esta invitación a la lectura de la obra de Dennis Cooper están escritas a lápiz sobre la primera página del ejemplar de uno de sus libros que tengo delante. Cacheo (Frisk, 1991) debía de ser el segundo texto de Cooper que leía. El primero fue probablemente Contacto (Closer, 1989), que poco antes había descubierto un buen camarada y que resultó un hallazgo para ambos. Casi una epifanía. No recuerdo cómo pudieron ir a cruzarse referencias literarias tan dispares ni que extraño juego de asociaciones pudo llevar a su combinación, pero el caso es que ahí están, en la primera página de Cacheo. Lo curioso es que esas dos citas, en principio tan alejadas de los parámetros estéticos en los que la obra de Cooper se produce, a mi parecer iluminan de forma extraordinaria y sintética su sentido último. Lo bello como comienzo de lo terrible, a que se refiere Rilke en ese conocido pasaje de las Elegías, la muerte como límite del sentido, una idea que está en el centro de la reflexión de Lévinas, los vínculos subterráneos que conectan lo bello, la muerte y lo terrible, etc., son todas ellas preocupaciones que sirven como puntales a la obra de Cooper, una producción literaria ya abundante e imprescindible. Llama la atención también la entrada del fragmento de Lévinas, pues allí se identifica la ‘vida humana’ con la ‘decencia’: es –dice Lévinas- ‘ocultar’, ‘vestir’; es ‘envoltura (enrobement) de los movimientos fisiológicos’. Hemos domesticado la ingestión, pero la digestión y la defecación aún quedan fuera del ámbito de lo decente. También el sexo, sobre todo en sus modalidades más feraces y feroces. En consecuencia y si uno sigue el razonamiento del filósofo francolituano, es fácil calificar los libros de Cooper de brutal e impúdicamente indecentes.

http://diarios.detour.es/literaturas/2018-nuestro-ano-literario?fbclid=IwAR2_idHv8DVlavusP3tifC9-u52JtLYnbotuejvVM0V4gOEBywxrFAhBfxY

sábado, 29 de diciembre de 2018

Los libros de 2018

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Ficción

Luz de tormenta, de Ángel Zapata (Páginas de Espuma)
Besos humanos, de Francisco Ferrer Lerín (Anagrama)
Invéntate algo. Relatos que no te podrás sacar de la cabeza, de Chuck Palahniuk (Literatura Random House). Traducción de Javier Calvo.
The Marbled Swarm, de Dennis Cooper (HarperCollins)
Yo por dentro, de Sam Shepard (Anagrama). Traducción de Jaime Zulaika.

Bonus track
Rascayú, de Raúl Herrero Herrero (Limbo Errante).


No ficción

La société autophage: Capitalisme, démesure et autodestruction, de Anselm Jappe (La Découverte) [Pepitas de Calabaza publicará la versión en castellano a comienzos de 2019]
Room to dream, de David Lynch & Kristin Mckenna (Canongate Books)
Gran Hotel Abismo. Biografía de la Escuela de Frankfurt, de Stuart Jeffries (Turner). Traducción de José Adrián Vitier.
Haneke por Haneke, de Michel Cieutat y Philippe Rouyer (El Mono Libre). Traducción de Mathilde Grange.
El infiel y el profesor. David Hume y Adam Smith, la amistad que forjó el pensamiento moderno, de Dennis C. Rasmussen. Traducción de Àlex Guàrdia Berdiell.

Bonus track
Invitación al tiempo explosivo. Manual de juegos, de Julián Lacalle, Julio Monteverde (Sexto Piso).


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sábado, 24 de febrero de 2018

ROLAND TOPOR: La carcajada como arte marcial





« Celui qui ne sait pas rire, ne doit pas être pris au sérieux. »
Philippe Sollers


Topor: el azar y la necesidad


Es curioso cómo el azar –qué cabrón- acaba convirtiéndose en destino. Dejen que les cuente, las cosas –creo- fueron más o menos así. En 2014, Juan Jiménez García tuvo la ocurrencia de publicar en Détour una reseña sobre un libro de relatos que yo, por mi parte, había tenido la impertinencia no solo de escribir sino también de dejar que publicasen. El libro en cuestión se titulaba Convertiré a los niños en asesinos y a Juan le parecía que apestaba a Topor por los cuatro costados, tesis elogiosa que, por supuesto, él razonaba y justificaba muy sabiamente. A lo que parece, la semejanza radicaba sobre todo en el trato que ambos dispensábamos a nuestros personajes y en el modo que teníamos de sazonar sus desabridas existencias: auténtica gastronomía caníbal, en resumidas cuentas. ¿Roland Topor? ¡Pero qué demonios!

            Tres años y tres libros después, Juan y yo deambulamos por los alrededores del mercado de Mosén Sorell, en el corazón mismo del barrio valenciano de El Carmen. Por fin caro et sanguis, después de tanto tiempo existiendo solo como fantasmas digitales. Estamos en invierno, ya ha anochecido y por las callejas del casco antiguo circula un viento que es más escocés que levantino, otro intruso en la ciudad: se diría que hasta el edificio del mercado tiene algo de castillo gótico en miniatura. El espectro de Topor también nos acompaña, como es natural. “Oye, ¿pero de verdad habías leído a Topor o eran solo cosas mías?”, me pregunta. “Pues claro que lo había leído, ¡por quién me tomas! Lo leí por primera vez siendo adolescente. Todavía conservo mi vieja edición de Acostarse con la reina (Anagrama, 1982) para demostrarlo”. Pero también es cierto que lo tenía un tanto olvidado y que, desde luego, no lo tenía presente cuando escribí Los niños asesinos. O al menos no conscientemente presente. “Tú eres el culpable de que haya vuelto a Topor –le acuso-. O de que el fantasma de Topor haya vuelto a nosotros, no sé”. Luego le recuerdo una anécdota que sin duda él ya conocía, pero calla como si no:

http://detour.es/paisajes/diego-luis-sanroman-roland-topor.htm

jueves, 16 de marzo de 2017

Torrente, fulgor, grito. Algunas notas sobre Historia del ojo de Georges Bataille.




C’est trop dur à penser un corps
sans commencement ni fin,
 c’est insupportable à penser
Roland Barthes

La littérature est même, comme la transgression
de la loi morale, un danger. Etant inorganique,
elle est irresponsable. Rien ne repose sur elle.
Elle peut tout dire
Georges Bataille





Preguntarse con el viejo Platón de la Gran Crisis: ¿existe la Idea del vello púbico, del lodo, de la inmundicia o de lo excrementicio? ¿Hay algún saber que pueda enredar entre sus mallas conceptuales la mierda y el vómito? ¿Pueden siquiera nombrarse los movimientos corporales que asociamos con lo sórdido, con los humores del bajo vientre? Si la respuesta es sí, ¿de qué tipo de jerga pringosa habríamos de servirnos? ¿Qué saber puede ser este? ¿Y qué sentido tiene?

Lo que se descompone, lo que me descompone, lo que trago y excreto, que es mío y luego ya no. A lo que llamo YO pero luego ya no. Lo que me pone en cuestión, lo que me saca de quicio y pone mis fluidos en comunicación con el fluir perpetuo del ser, lo que me disuelve en la corriente continua de una intimidad sin límites. La intensidad de la vida en una tensión insoportable, el deseo de la aniquilación que engendra la aniquilación del deseo. Lo que ansío hasta romperme y que por eso me angustia. 

Bataille lo sabía bien: se trata de buscar en los límites del lenguaje un lenguaje de los límites que irremediablemente terminará por abocarnos a un silencio extático. A la postre, una experiencia inefable y de lo inefable. Así también, Historia del ojo.



http://detour.es/paisajes/diego-luis-sanroman-georges-bataille-historia-del-ojo.htm