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sábado, 23 de abril de 2022

Un par de recomendaciones para el Día del Libro


 

Lo que este año me gustaría recomendar no son dos libros, sino dos acontecimientos mayúsculos que implican a dos escritores para mí esenciales: Georges Bataille y Louis-Ferdinand Céline. Ambos son franceses, tant pis!

Acontencimiento nº 1. Del primer autor, la editorial Arena Libros publicó a finales del año pasado (es decir, que aún pertenece a la categoría de “novedades”) La soberanía, un texto que había aparecido por primera vez en francés en 1976, en edición de Thadée Klossowski (hijo de Balthus y, en consecuencia, sobrino de Pierre Klossowski), pero que hasta ahora no se había publicado en castellano. Se trata de un texto tardío (escrito entre 1953 y 1954), al que Bataille en ocasiones se refería con el título de Nietzsche y el comunismo, que planeaba sacar como tercer volumen de La parte maldita y que finalmente dejó inacabado e inédito. “La soberanía de la que hablo tiene poca cosa que ver con la de los Estados […]. Hablo en general de un aspecto opuesto, en la vida humana, al aspecto servil o subordinado”. No está mal como incipit, ¿eh?

ACONTECIMIENTO nº 2. Durante el verano de 2021 en Francia saltó la noticia de que se habían recuperado varios millares de páginas de Céline que se habían dado por perdidas tras la Liberación. Poco tiempo después, la editorial Gallimard anunciaba la publicación de tres de esas obras inéditas a lo largo del año siguiente. La primera, Guerre, de cuya edición se ha encargado Pascal Fouché (historiador, editor y experto en la obra de Céline), saldrá a la calle el día cinco del mes próximo, y llegará acompañada de una exposición de los manuscritos precisamente en la Galerie Gallimard de París. Según puede leerse en el portal de la editorial, Guerre es un texto escrito un par de años después de la aparición de Viaje al fin de la noche, y en él Céline narra las desventuras del cabo Ferdinand desde el instante en que, gravemente herido, recupera la consciencia en pleno frente de Flandes hasta el momento en que abandona Francia con destino a Londres. Yo ya tengo encargada la versión francesa. Ignoro si alguien ha adquirido los derechos para publicarla en España.

* VER EL RESTO DE RECOMENDACIONES EN DÉTOUR.

sábado, 10 de octubre de 2015

NOVEDADES. Allen y Bill y el solitario de Bas-Meudon



 


“Céline made the Beat Movement possible"
(Jay McInerney)


            Ça a débuté comme ça. La cosa empezó más o menos así, y muy pronto, antes incluso de que se hubiera publicado el Viaje al fin de la noche y antes en consecuencia de que Céline se hubiera transformado en Céline. En 1932 Henry Miller se encuentra viviendo en París y peleándose con el manuscrito de su Trópico de Cáncer, que ya ha sido rechazado por varios editores. En cierto momento, Frank Dobo, un agente vinculado a la editorial Denoël, le hace llegar las galeradas de una obra que está a punto de darse a la imprenta; lleva por título Voyage au bout de la nuit y arranca con una cuarteta de la canción de la Guardia Suiza. Según el fotógrafo húngaro Brassaï, la lectura causó tal impresión en Miller que este decidió reescribir de cabo a rabo su propia novela. A partir de entonces Miller se convertiría en un abanderado de la causa de Céline, un autor al que siempre consideró un “gran hombre” y un “hermano”. Así que si la penetración del virus celiniano en las letras angloamericanas tiene algún responsable privilegiado, ese es sin duda Henry Miller. 


            Es muy probable que William S. Burroughs entrará en contacto con la obra de Céline gracias a la mediación de Miller, y a partir de ahí la enfermedad se extendería entre las principales figuras de la Beat Generation. Nos consta que él fue el primero en leer el Viaje al fin de la noche y que en una fecha tan temprana como 1944 ya había hecho llegar una copia del libro a su amigo Allen Ginsberg. Un año más tarde caía en manos de Jack Kerouac, para quien supondrá una auténtica epifanía.  [...]

miércoles, 9 de mayo de 2012

AGITPROV: De Céline al videoclip - Anselm Jappe




El siguiente texto, hasta hoy inédito en castellano, ha sido publicado recientemente, en su versión italiana original, en la revista Agalma, y se traduce y hace público aquí con el permiso explícito del autor.

A comienzos de este año publicaba en Francia una selección de ensayos titulada Crédito a Muerte (1), consagrada especialmente a la crisis financiera y a sus repercusiones sociales. El título constituía evidentemente una inversión del título de la segunda novela de Louis-Ferdinand Céline. No había, sin embargo, ninguna referencia directa al texto de Céline; se trataba tan solo de jugar con las palabras ‘muerte’ y ‘crédito’. Con todo, más tarde me di cuenta de que la referencia a Céline le venía como anillo al dedo y de que había hecho una buena elección sin reparar de entrada en ello. En efecto, mi libro constituye en buena medida una denuncia de las falsas formas de crítica social que suscita la crisis de la sociedad capitalista. En él denuncio sobre todo la polémica unilateral contra las finanzas, los bancos y la especulación, considerados no como el aspecto visible de una crisis más profunda –la crisis de la acumulación del capital-, sino como la causa misma de la devastadora crisis del modo de vida capitalista. Dicha polémica contra la especulación, que puede encontrarse tanto en la izquierda como en la derecha, atribuye todos los males del mundo no a una estructura social, sino a un grupo circunscrito de personas que actuarían por avidez y sed de poder. Hay que defender a los trabajadores y a los ahorradores honestos contra los parásitos de las finanzas: sobre semejante reivindicación parece instaurarse un consenso que incluiría hasta Barack Obama, George Soros y Mario Draghi.

Una postura semejante queda muy lejos de una comprensión de ese nexo entre trabajo abstracto y valor, mercancía y dinero, capital y salario, que conforma la especificidad del capitalismo y es la causa de las actuales convulsiones. Aunque sí es algo que responde a la necesidad, ampliamente extendida, de señalar a un culpable, cuya desaparición lo resolvería todo sin que fuese necesario cambiar nada del resto de la sociedad. Una visión del mundo como esta existe, con múltiples variantes, desde hace más de un siglo, pero siempre se trata de populismo. Y el populismo tiene la característica de existir tanto en la derecha como en la izquierda, a veces con argumentos casi idénticos. En la actualidad, vive un nuevo auge. El populismo sustituye la crítica por los sentimientos, y sobre todo por un sentimiento de fuerza inconmensurable: el resentimiento. No es casualidad que uno de los pensadores más populares en este momento, Slavoj Žižek, haya rehabilitado recientemente el valor político del ‘resentimiento’ (2).

No hace falta subrayar que Céline fue, al margen incluso de cualquier orientación política, un cantor del resentimiento, de un resentimiento en grado sumo, contra todo y contra todos, de un resentimiento cósmico. Ahí se halla su terrible fuerza: en expresar sin mediaciones, de forma desnuda y cruda, las emociones que efectivamente puede suscitar la vida en la sociedad moderna, burguesa y capitalista. Desde este punto de vista, Céline es insuperable. Representa una verdadera tentación. Una primera lectura, en la juventud, del Viaje al fin de la noche puede resultar tan perturbadora como la lectura de Nietzsche o la contemplación de El grito de Munch. Y en todos los casos es necesario un distanciamiento posterior para distinguir su posible contenido de verdad del simple efecto de choque.

miércoles, 25 de abril de 2012

NOVEDAD: El arte de Céline y su tiempo - Michel Bounan



Traducción de Diego Luis Sanromán

Céline no fue un «hombre de izquierdas» que se pasó al bando de la infamia, sino un provocador lúcido disfrazado de libertario al servicio del orden establecido. La falsificación de su biografía, así como su propia obra, «falsamente inocente y conscientemente manipuladora», forman parte de esa empresa que, desde Los protocolos de los sabios de Sión a comienzos del siglo xx hasta los recientes tejemanejes de los negacionistas, pretende canalizar la agitación revolucionaria mediante supuestos «complots judíos» cuando el edificio social corre peligro. 

* * *


Michel Bounan (Créteil, París, 1942) es médico y escritor. En sus obras aborda las diferentes perturbaciones que rigen el mundo actual e insiste en la noción de desastre, tanto en el plano social como en el ecológico y afectivo. Pone sus conocimientos científicos al servicio del análisis de las fuerzas presentes en este proceso: los Estados, la lógica mercantil, los medios de comunicación, etc. 


viernes, 23 de septiembre de 2011

VOCES. Céline a Drieu La Rochelle (1941)



5 de mayo de 1941

Querido Drieu (1):

Hete aquí un admirable y muy adulador análisis de mis groseras manifestaciones (2). Estas circunstancias actuales, tan ambiguas, me reportan esta pequeña recompensa. ¡Dios, qué DIVERTIDO ES todo esto! ¡Espero verme sepultado vivo bajo carretadas, bajo montones de basura jamás igualados con el primer giro de veleta!

Nuestra futilidad solo puede hincharse con el viento. ¡Y sopla en trombas y desde los cuatro costados!

Nos veo a todos como esos grandes peces japoneses colgando de lo alto de un poste, un día hechos polvo, como trapos viejos, y al siguiente como seres fantásticos, hinchados, formidables. ¡Y después la caja! ¡Se acabó el jueguecito!

Suyo muy amistosamente,

L. F. Céline

(1) Pierre Drieu La Rochelle se encargó de la dirección de la N.R.F entre diciembre de 1940 y junio de 1943.

(2) Céline responde aquí a una reseña elogiosa de sus Beaux draps publicada en La N.R.F. de mayo de 1941.

Muy pronto podréis leer en castellano El arte de Céline y su tiempo de Michel Bounan. Una obra que viene a clausurar ese ‘año Céline’ que nunca existió. Os mantendremos informad@s.

- ANTES EN VOCES.

martes, 29 de diciembre de 2009

LIBROS CONTADOS. Devenir Céline. Lettres inédites de Louis Destouches et de quelques autres (1912-1919)



Devenir Céline recoge un puñado de cartas hasta ahora inéditas que tienen como remitente, destinatario o razón de ser al joven Louis-Ferdinand Destouches. En términos literarios, y en general, puede decirse que el libro tiene un interés periférico y acaso limitado a aquellos que –como el que esto escribe- consideran que Céline es uno de los más grandes autores de la historia de la palabra escrita. Estos últimos sin duda disfrutarán, y mucho, con la reconstrucción fragmentaria de la existencia de este Céline antes de Céline.

Las cartas cubren el periodo que va de 1912 a 1919, es decir, desde los 18 a los 25 años en la vida del que, por entonces, suele firmar como Louis Des Touches, y ofrecen el material en crudo del que luego se nutrirán textos de Céline como L’Église, Casse-pipe, Guignol’s Band y, sobre todo, Voyage au bout de la nuit. A los interesados en el cotilleo literario les servirá, entre otras cosas, para apreciar la notable distancia que media, por ejemplo, entre el descreído Bardamu y el patriotero suboficial Destouches o para desmontar el mito (elaborado, en buena parte, por el propio escritor) de un Céline revolucionario de primera hora, que habría ido a parar a las filas de la reacción política a golpe de desencanto. Como ya indicó Michel Bounan, Destouches era un radical de derechas antes de convertirse en Céline y, desde luego, mucho antes de redactar los dichosos panfletos.

Del mismo modo que en la obra literaria de Céline, el centro simbólico de este epistolario primerizo se encuentra en la Guerra del 14-18, de la que Destouches sólo sufrió en primera línea el primer año. En cualquier caso, el bautizo de fuego en el frente es la escena central de un recorrido iniciático que, como señala Véronique Robert-Chovin (editora del volumen), podría distribuirse en ocho actos, correspondientes a otros tantos espacios geográficos:

1. La academia militar de Rambouillet (noviembre de 1912 – julio de 1914). Las cartas de este periodo muestran a un Destouches depresivo, jinete poco hábil, que a duras penas consigue adaptarse a la vida del cuartel. Es el mismo personaje que puede encontrarse en el Carnet du cuirassier Destouches.
2. La guerra en el frente del Mosa y de Flandes (1 de agosto – 27 de octubre de 1914): el Destouches patriótico y confiado en una victoria rápida sobre Alemania. Se echa de ver cierta destreza literaria en la viveza de las descripciones con las que informa a su padre sobre la evolución de los primeros pasos del conflicto; y aparece también el joven suboficial versado en los mecanismos del arte militar.
3. El Hospital auxiliar de Hazebrouck (noviembre de 1914), en el que Destouches se recupera de sus heridas de guerra. Es el joven héroe al que sus camaradas felicitan por las hazañas realizadas y por su reciente condecoración.
4. Convalecencia en París (1 de diciembre – mayo de 1915).
5. Londres (mayo de 1915 – marzo de 1916), donde el veterano de apenas veinte años se dedica a cursar pasaportes para sus compatriotas en suelo inglés.
6. Regreso a París (abril-mayo de 1916): el Destouches mujeriego que hace vida en los cafés –en el de la Paix, sobre todo- y trata de conquistar a jóvenes actrices por medio de notitas galantes.
7. Camerún (junio de 1916 – abril de 1917): el Destouches colonial, y lo mejor del libro. El autor de estas cartas empieza a asemejarse un tanto a Céline; quien sabe si empujado por la soledad, el Destouches del periodo africano parece mostrar una mayor preocupación por lo literario. Impagables las cartas en las que se habla del aristócrata sueco (“que se distingue –según Destouches- por tres particularidades: caza elefantes, es marqués y cocina admirablemente las patatas fritas”) o del prospector Jim Eccles y su patético final.
8. Oeste de Francia, es decir, Rennes y Burdeos (marzo de 1918 – julio de 1919): el Destouches que trabaja como conferenciante para la Fundación Rockefeller alertando de los peligros de la tuberculosis para el cuerpo social y la raza francesa. Se anuncia aquí el higienista, el doctor Destouches, médico de los pobres.


sábado, 6 de diciembre de 2008

VOCES. Marc Hanrez entrevista a Louis-Ferdinand Céline

En marzo de 1959, Marc Hanrez entrevistaba al viejo Céline en su domicilio de Meudon. Céline ya había publicado para entonces el grueso de su obra literaria y estaba a punto de cumplir los 65 años. Hanrez incluiría, poco después, el diálogo en el que sería su primer libro, cuya aparición coincidió en el tiempo con la muerte del autor del Viaje al fin de la noche. La traducción española que puede leerse a continuación es, como siempre, culpa mía.




Marc HANREZ.- Quisiera preguntarle diferentes cosas a propósito del aspecto místico de su obra, un aspecto éste que no ha sido todavía tratado por la crítica. Para mí, una concepción mística de la vida trasparece en algunos de los pasajes más feéricos del Viaje al fin de la noche, de Muerte a crédito y de otros libros…

Louis-Ferdinand CÉLINE.- Estamos al borde del problema. Me atrevería a decir que veo la cosa un poco de otra manera. Todos tenemos ganas de penetrar ese misterio del que usted habla, ése que tratan con más formas los pintores y los dibujantes. Está la línea, esa famosa línea: algunos la encuentran en la naturaleza, los árboles, las flores, el misterio japonés… Es necesario que nos hayamos interesado por la naturaleza. Yo, debo confesarlo, no estoy muy orgulloso de ello, me he ocupado mucho del cuerpo humano, por mi posición de anatomista, como diseccionador. Me gusta bastante la disección. No la he inventado yo; no soy el primer tipo al que le apasiona la disección… Pero eso no es todo: también me interesan las formas vivas. Lo que hace que toda mi vida haya perdido… no, no he perdido… he pasado mucho tiempo cerca de las bailarinas, porque me aproximaba a las líneas y los cuerpos que busco (lo cual está expuesto en La Iglesia y en Féerie). La búsqueda de esa línea abstracta… ¡un movimiento de danza me fascina! Valéry habla de ella, pero con grosería. Es gente que no siente. Yo, personalmente, me he refinado al respecto. Yo era pobre y mi madre trabajaba en encajes antiguos. Teníamos clientas; yo estaba impresionado por su belleza física y me interesaba mucho por ellas aun en nuestra desgracia (¡porque Dios sabe lo que trabajaba!). Mi padre, sin embargo -era dibujante-, tenía tendencia a buscar las líneas… Por lo general, es cosa de guarros, sin más. Hay en ello una parte de erotismo, no cabe duda. Es el instinto de reproducción el que está en marcha (no nos engañemos, no vamos a aspirar a la pureza), pero también hay algo más. Por otro lado, la fealdad y los defectos físicos me alejan del cuerpo humano, de la persona…

M. H.- En una obra que no es suya, ésa de ahí (las Entrevistas de Robert Poulet), dice usted que la mayoría de los hombres que frecuenta le parecen muertos. ¿Qué quiere decir con esto?

L.-F. C.- Se ocupan de historias groseramente alimenticias o de aperitivos; beben, fuman, comen de tal forma que están fuera de la vida, a causa de la vida. Digieren. La digestión es un acto muy complicado (del que conozco el mecanismo), que les absorbe todo: el cerebro, el cuerpo… Ya no son nada, no son más que miseria. Siéntese en una terraza, observe a la gente: desde el primer vistazo descubrirá todas las especies de distrofia, incapacidades groseras. ¡Son repugnantes, da lástima verlos! Además son feos en todos los países (porque yo he frecuentado no pocos países; trabajé para la sección de higiene de la Sociedad de Naciones en el mundo entero). Los veo, pues, muy absorbidos por las funciones bajamente digestivas. Es el instinto de conservación (hay dos instintos en el hombre: la conservación y la reproducción…). Zampan diez veces más, beben diez veces más de lo que sería necesario; no son más que aparatos digestivos. A duras penas se encuentra un ser en el fondo de esa bullabesa alcohólica y fumadora… No tiene interés. Se las ve usted con monstruos.

M. H.- Es decir, que el individuo pierde su conciencia…

L.-F. C.- Completamente. Ya sea en nuestro caso, en el de los negros, en el de los amarillos o en el de los rojos, el instinto de conservación los acapara. Están todos enrededados, se acabó… Hay algún cacareo, algún farfulleo, gruesas vanidades, una condecoración, las academias… y ya los tienes satisfechos. Satisfechos en cierta medida… En el fondo, guardan siempre el gusto por el circo romano. Estarían encantados de ver luchas a muerte, ver torturas ante ellos. Yo digo a menudo que todas las obras de teatro, el cine incluso, aburren. A la gente no le gusta el cine, no le gusta el teatro; se aburren más o menos. Se dice que una obra es buena cuando aburre menos que otra, pero no divierte. Lo que sería divertido sería que, a la salida del teatro, hubiese un circo romano abierto, con mirmidones, gladiadores, que se trinchen, que se abran en canal. ¡Eso es espectáculo! ¡Eso es lo que esperan! ¡Eso existe!



M. H.- Me dijo usted en un encuentro anterior que, actualmente, al mundo occidental le falta fe. ¿Cuál sería, en su opinión, la fe que podríamos reencontrar o que podríamos recrear?

L.-F C.- La cuestión es extensa, y está cerrada. Ya no hay fe porque somos demasiado viejos. El mundo occidental está desgastado por las guerras, por la palabrería, por el alcohol. Desde que se plantó la primera viña, es decir, cuatro o cinco siglos antes de Jesucristo, se puede considerar que la historia de Europa está acabada… ¡antes de los druidas! Ya no existe la historia.

M. H.- ¿Cuál es el pueblo o el conjunto de pueblos que hará la historia a partir de ahora?

L.-F C.- Será difícil. Será aquel que pueda abstenerse de beber, de zampar… serán los ascetas. Pero no acabo de ver llegar a los ascetas. Buda es enorme, un comisario del pueblo chino; tiene un gordo trasero, igual que un arzobispo. Comisarios del pueblo, arzobispos o ministros empiezan por tener un gordo trasero, mofletes, papada, excedentes por todos lados. Zampan… ¡están lo que se dice ‘bien comidos’! Así que están dispuestos a cualquier cosa.

Cuando un jefe de Estado reemplaza a otro jefe de Estado, cuando un general… cuando un presidente de la República ve a otro presidente de la República se confecciona un menú y ese menú se publica en los periódicos. El público mira y dice: “¡Ah! ¡Ahí tenéis unas cagadas admirables! Es lo que yo veo: una pulpeta de ternera, guisantes tostados… ¡Ah! ¡Qué cagadas, qué cagadas!”. ¿Entiende usted? Es dar a la digestión –al instinto de conservación, en consecuencia- una importancia enorme, y es eso lo que mata. El instinto de conservación, que es fomentado por la medicina que hace progresos todos los días, como usted sabe, la cirugía, etc. Tiene usted a gente inepta, ¡no los veo convirtiéndose en ascetas!

M. H.- Según usted, ¿la raza futura de la humanidad será una raza de ascetas?

L.-F C.- ¡Ah, únicamente una raza de ascetas! Ascetas que llevarán a cabo una cura terrible para eliminar todas esas tendencias hacia la panza… De otra manera, será una monstruosidad. Se intentará criar cerdos como se cría a los hombres… nadie querría… ¡cerdos alcohólicos! Estamos peor criados que los cerdos, mucho peor criados que los perros, los patos o los pollos… Ninguna raza viva resistiría el régimen que siguen los humanos.

M. H.- Habla usted de ese instinto de conservación que llevamos hasta el límite y que nos mata; pero está vinculado, a pesar de todo, al instinto de reproducción, pues para reproducirse, es necesario conservarse.

L.-F C.- Ahí, el instinto de reproducción se las apaña solo; en realidad, no nos necesita. Mientras el hombre tenga una erección, mientras descargue sus 2 cm3 de esperma -¡y todavía soy generoso!- consigue reproducirse. Funciona por sí solo, es así de fácil. En cuanto a la mujer, basta que se preste… Y está hecho… No hace falta ocuparse de ella; fabrica niños sin apercibirse. Vemos a madres de familia que han cumplido su deber conyugal y, luego, se acabó.


M. H.- A propósito de la mujer… En su obra, la mujer ocupa un lugar relativamente importante, pero el amor –y, sobre todo, el amor sentimental- apenas tiene lugar. ¿Es, sencillamente, porque lo niega? ¿O porque estima que no añade nada al relato, que es algo que debe quedar sobreentendido?

L.-F C.- Yo no le niego su lugar, al contrario. Es algo muy respetable, la asociación de dos seres, y muy normal para resistir los golpes de la vida, que son innumerables. Es algo bueno, agradable, pero no creo que merezca toda una literatura. La encuentro grosera y pesada también, la historia del ‘¡Te quiero!’… Es una palabra abominable, que, por mi parte, nunca he empleado, pues es algo que no se expresa; se siente y se acabó. Un poco de pudor no es malo. Esas cosas existen, pero se dicen acaso una vez cada siglo, cada año… no a lo largo de la jornada, como en las canciones.

M. H.- En el Viaje se percibe que el protagonista siente un gran afecto por la mujer (pienso en las diferentes mujeres con las que se encuentra y, en especial, en las dos americanas), pero es un afecto que –como acaba usted de decir- no se expresa con palabras como ‘te quiero’, etc. ¿Cree usted que ese afecto debe hallarse en la base del amor, pero que no debe expresarse?

L.-F C.- No veo por qué. Es un sentimiento, es un acto -¡por Dios!- de lo más bestial… y, naturalmente, ¡tiene que ser bestial! Engalanarlo con florecillas me parece grosero. El mal gusto es, precisamente, poner flores allí donde no se necesitan para nada. Son cosas que pueden hacerse… no es algo muy esencial. Uno entra en un delirio (el coito es un delirio); racionalizar ese delirio con manejos verbales es algo que me parece bastante bobo.

M. H.- ¿Considera, entonces, el coito como el acto supremo, como la realización total del amor?

L.-F C.- El amor, por decirlo con una palabra, es el acto de la reproducción. No hay más historias, es algo que nos es dado. Es una prima que la naturaleza da al coito y a la reproducción; da al hombrecito un delirio de algunos segundos que le pone en comunicación con ella. A la mujercita, en absoluto; no es importante.

M. H.- Como ciertas creencias hindúes, ¿ve usted en el momento del delirio una comunicación mística con la naturaleza?

L.-F C.- Pues claro que sí… Mística, no sé. Dar una prima al hombrecito para que se sienta divinamente transportado a un mundo que no conoce, el mundo de la naturaleza…

M. H.- ¿Cree usted que existen otros medios, aparte del delirio del coito, para alcanzar ese conocimiento, esa especie de acoplamiento con la naturaleza?

L.-F C.- Es algo muy poderoso. No hay nada que decirle a la naturaleza. Es suprema, puesto que nos pone ahí, puesto que nos recupera. Yo digo que los hombres tienen un destino muy difícil y muy doloroso, porque, en el fondo, la naturaleza se sirve de ellos. Como dice La Rochefoucauld: “No sienten nada al nacer. Sufren para morir y esperan poder vivir”. Es eso: esperan poder vivir, pero jamás viven de verdad… Sienten que mueren y sufren la mayor parte del tiempo (99 %). Esperan su jubilación, esperan una promoción, esperan sacarse el bachillerato, siempre esperan algo. Esperan al ser amado, después tienen algunos meses de delirio, algunos arrebatos en el coito, y después vuelven a una vida de numerosas obligaciones. Me parece que son grandes desgraciados, más desgraciados aún cuando se ocupan de los otros, aunque en sí mismos sean muy egoístas. ¡Su destino no es cosa de risa!

M. H.- Habría, entonces, en el hombre una impotencia para atrapar los momentos, para gozar de la vida tal como se presenta en un momento dado.

L.-F C.- Sí. El hombre no es un animal, puesto que conoce su porvenir. Luego tiene miedo, y bien justificado, a lo que le espera. Las bestias no saben; les llega su destino y sufren, pero no lo anticipan o lo anticipan muy poco (el caballo tiene un poco el presentimiento del matadero). La bestia a la que se mata siente, pero es muy breve, en tanto que el hombre puede hacerse ya una idea de lo que le espera con sesenta años de adelanto. Los estudios de la medicina nos informan admirablemente sobre la vida. Cosas como éstas la ensombrecen. El hombre corrige entonces sus pensamientos lúcidos mediante el alcohol y el papeo, y luego mediante el viaje, los coches, todas las formas de engañar a su lucidez… Ya no es lúcido. Va a las academias, al teatro. Le remueven los sesos… al contrario de lo que se intenta hacer con los religiosos. En este caso, se repite todo el tiempo: “¡Atención! ¡No es eso! ¡La realidad de la muerte!”. Envejece en su tumba. (Su lugar, el lugar del hombre, está evidentemente en acostarse cada noche en su ataúd).

M. H.- Luego, en su opinión, un pensamiento lúcido es un pensamiento escatológico esencialmente.

L.-F C.- Esencialmente. El hombre no tiene más que avenirse a su suerte, pensar en su padre, en su madre, en sus hermanos, en sus primos…


M. H.- Es un tema que expresa usted al comienzo de Muerte a crédito, cuando habla de la muerte de su portera. Uno percibe, por otro lado, en todas sus obras que es un problema muy importante para usted.

L.-F C.- Es el primer problema de los hombres.

M. H.- Pero hay dos maneras, creo yo, de considerar el problema de la muerte: bien como una parálisis de la acción y del pensamiento, bien como un estimulante. Hay gentes que, en el modo de considerar la muerte y su perspectiva, llegan a no actuar más, a no atreverse a actuar. Supongo que usted no es de estos últimos…

L.-F C.- Yo era muy médico de temperamento; mi vocación no era literaria. A su edad e incluso más joven, ya tenía vocación médica (en mi miseria, porque era muy pobre), que consiste esencialmente en hacer la vida más fácil y menos dolorosa a los otros. Mi práctica, si le parece, es una mística –la única que tengo-, ¡y que no me ha salido bien! Es una especie de ideal de ‘hermana de la caridad’ que yo sentía muy poderosamente: darme por entero al alivio de las enfermedades.

M. H.- Durante su juventud, ¿le educaron en una perspectiva cristiana?

L.-F C.- Hice la primera comunión, como se hace con esa edad; luego, de aprendiz con los patrones; a los once años se había terminado. No puedo decir que estuviese poseído por la religión; estaba poseído por la medicina. No estaba desesperado. Por otro lado, no se ve la vida igual: ¡cuando uno tiene veinte, quince o trece años, uno ve, uno cree la muerte en el quinto pino! No se piensa en ella. Uno piensa inmediatamente en la vida y quiere hacerla más fácil… Yo era un buen muchacho, nada más. Me ocupaba sobre todo de la medicina, que me interesaba; y luego, llegué a esa literatura que usted conoce… Esto último es un accidente.

M. H.- Pero es un accidente que, en cualquier caso, usted se ha tomado en serio.

L.-F C.- Porque me hicieron imposible la práctica de la medicina. Uno no puede hacer libros y al mismo tiempo… pasar por alguien serio. En fin, ahora todo ha cambiado. El médico generalista, como era yo, ya no significa nada. O se es especialista o no se es nada. Pero en mis tiempos, había muchos así… ¡Un tipo que hace libros! A mí siempre me ha parecido un farsante, alguien que se sienta a una mesa y garabatea grandes pensamientos. Encuentro todo eso completamente abusivo, inmodesto e impúdico. No me parece seria esta forma de mirar la historia y, sin embargo, la continúo… Además, ahora ya no tiene importancia, da igual. Ya está.


[Fuente: Marc HANREZ, Céline, Gallimard, Paris, 1961, pp. 219-228]




miércoles, 22 de noviembre de 2006

AGITPROV. El discurso de Princhard / Le Discours de Princhard.








Princhard es un personaje enigmático del Voyage celiniano. Aparece en la sexta secuencia del libro, lanza su pequeño discurso e inmediatamente vuelve a desaparecer, pues la máquina de picar de las trincheras exige de nuevo su presencia en el frente. Se sabe poco de él –ya digo-; tan sólo que es un profesor de historia movilizado que comparte con el joven Bardamu la lucidez de los cobardes que se niegan a incorporarse a la lógica asesina de la guerra. De ahí que compartan también el espacio en un hospital para enfermos mentales en el que pasean como sombras los arrasados por eso que los franceses eufemísticamente llaman 'fatigue de guerre'.
Lo que viene a continuación –y sirve para inaugurar nuestra sección AGITPROV- es el susomentado discurso en su doble versión, francesa y española. En un tono que prefigura la 'petite musique' que Céline perfeccionará en la magistral Mort à Crédit y, en cierto modo, también al repelente Céline de los panfletos, el profesor Princhard pone en cuestión todos las excusas ideológicas que permitieron la puesta en marcha de la maquinaria bélica de la Gran Guerra. Pero no sólo. A poco que uno escarbe en la diatriba, descubrirá que lo que late bajo las palabras del patético Princhard, ácrata y reaccionario a partes iguales, es una recusación salvaje, total y desencantada de la Modernidad política. À vous de juger…
Quisiéramos que los fragmentos que siguen a continuación sirvieran, por otro lado, para alentar la lectura del Voyage au bout de la Nuit (1932), un libro del que Philippe Sollers afirmó: “Céline ha enunciado la verdad del siglo: todo lo que tiene que estar, está ahí, irrefutable, imbécil, monstruoso, extrañamente danzarín y vívido”. Y León Trotsky: “Céline escribe como si fuese el primero en enfrentarse con el lenguaje. […] Nunca escribirá otro libro donde brillen tanto la aversión de la mentira y la desconfianza de la verdad”.
La existencia de la soberbia traducción de Carlos Manzano nos ha liberado de la penosa tarea de tener que verter el descoyuntado francés celiniano a un castellano que, a buen seguro, habría perdido la tersura y agresividad del original. Suya es la versión que aquí se ofrece.





“J’ai bien failli réussir... Mais la guerre dure décidément trop longtemps... On ne conçoit plus à mesure qu’elle s’allonge d’individus suffisamment dégoûtants pour dégoutêr la Patrie... Elle s’est mise à accepter tous les sacrifices, d’où qu’ils viennent, toutes les viandes la Patrie... Elle est devenue inifiniment indulgente dans le choix de ses martyrs la Patrie ! Actuellement il n’y a plus de soldats indignes de porter les armes et surtout de mourir sous les armes et par les armes... On va faire, derniére nouvelle, un héros avec moi !... Il faut que la folie des massacres soit extraordinairement impérieuse, pou qu’on se mette à pardonner le vol d’une boîte de conserve ! que dis-je ? à l’oublier ! Certes, nous avons l’habitude d’admirer tous les jours d’immenses bandits, dont le monde entier vénère avec nous l’opulence et dont l’existence se démontre cependant dès qu’on l’examine d’un peu près comme un long crime chaque jour renouvelé, mais ces gens-là jouissent de gloire, d’honneurs et de puissance, leurs forfaits sont consacrés par les les lois, tandis qu’aussi loin qu’on se reporte dans l’histoire –et vous savez que je suis payé pour la connaître- tout nous démontre qu’un larcin véniel, et surtout d’aliments mesquins, tels que croûtes, jambon ou fromage, attire sur son auteur immanquablement l’opprobe formel, les reniements catégoriques de la communauté, les châtiments majeurs, le déshonneur automatique et la honte inexpiable, et cela pour deux raisons, tout d’abord parce que l’auteur de tels forfaits est généralement un pauvre et que cet état implique en lui-même une indignité capitale et ensuite parce que son acte comporte une sorte de tacite reproche envers la communauté. Le vol du pauvre devient une malicieuse reprise individuelle, me comprenez-vous ?... Où irions-nous ? Aussi la répression des menus larcins s’exerce-t-elle, remarquez-le, sous tous les climats, avec une rigueur extrême, comme moyen de défense sociale non seulement, mais encore et surtout comme une recommandation sévère à tous les malheureux d’avoir à se tenir à leur place et dans leur caste, peinards, joyeusement de misère et de faim... Jusqu’ici cependant, il restait aux petits voleurs un avantage dans la République, celui d’être privés de l’honneur de porter les armes patriotes. Mais dès demain, cet état de choses va changer, j’irai reprendre dès demain, moi voleur, ma place aux armées... Tels sont les ordres... En haut lieu, on a décidé de passer l’éponge sur ce qu’ils appellent « mon moment d’égarement » et ceci, notez-le bien, en considération de ce qu’on intitule aussi « l’honneur de ma famille ». Quelle mansuétude ! Je vous le demande, camarade, est-ce donc ma famille qui va s’en aller servir de passoire et de tri aux balles françaises et allemandes mélangées ?... Ce sera bien moi tout seul, n’est-ce pas ? Et quand je serai mort, est-ce l’honneur de ma famille qui me fera ressusciter ?... Tenez, je la vois d’ici, ma famille, les choses de la guerre passées.. Comme tout passe... Joyeusement alors gambadante ma famille sur les gazons de l’été revenu, je la vois d’ici par les beaux dimanches... Cependant qu’à trois pieds dessous, moi papa, ruisselant d’asticots et bien plus infect qu’un kilo d’étrons de 14 juillet pourrira fantastiquement de toute sa viande déçue... Engraisser les sillons du laboreur anonyme c’est le véritable avenir du véritable soldat ! Ah ! camarade ! Ce monde n’est je vous l’assure qu’une immense entreprise à se foutre du monde ! Vous êtes jeune. Que ces minutes sagaces vous comptent pour des années ! Ecoutez-moi bien, camarade, et ne laissez plus passer sans bien vous pénétrer de son importance, ce signe capital dont resplendissent toutes les hypocrisies meurtrières de notre Société : « L’ attendrissement sur le sort, sur la condition du miteux... » Je vous le dis, petits bonshommes, couillons de la vie, battus, rançonnes, transpirants de toujours, je vous préviens, quand les grands de ce monde se mettent à vous aimer, c’est qu’ils vont vous tourner en saucissons de bataille... C’est le signe... Il est infaillible. C’est par l’affection que ça commence. Louis XIV lui au moins, qu’on se souvienne, s’en foutait à tout rompre du bon peuple. Quant à Louis XV, du même. Il s’en barbouillait le pourtour anal. On ne vivait pas bien en ce temps-là, certes, les pauvres n’ont jamais bien vécu, mais on ne mettait pas à les étriper l’entêtement et l’acharnement qu’on trouve à nos tyrans d’aujourd’hui. Il n’y a pas de repos, vous dis-je, pour les petits, que dans le mépris des grands que ne peuvent penser au peuple que par intérêt ou sadisme... Les philosophes, ce sont eux, notez-le enconre pendant que nous y sommes, qui ont commencé par raconter des histoires au bon peuple... Lui qui ne connaissait que le catéchisme ! Ils se sont mis, proclamèrent-ils, à l’éduquer... Ah ! ils en avaient des vérités à lui révéler ! et des belles ! Et des pas fatiguées ! Qui brillaient ! Qu’on restait tout ébloui ! C’est ça ! qu’il commence par dire, le bon peuple c’est bien ça ! C’est tout à fait ça ! Mourons tous pour ça ! Il ne demande jamais qu’à mourir le peuple ! Il est ainsi. « Vive Diderot ! » qu’ils ont gueulé et puis « Bravo Voltaire ! » En voilà au moins des philosophes ! Et vive aussi Carnot qui organise si bien les victoires ! Et vive tout le monde ! Voilà au moins des gars qui ne le le laissent pas crever dans l’ignorance et le fétichisme le bon peuple ! Ils lui montrent eux les routes de la Liberté ! Ils l’émancipent ! Ça n’a pas traîné ! Que tout le monde d’abord sache lire les journaux ! C’est le salut ! Nom de Dieu ! Et en vitesse ! Plus d’illettrés ! Il en faut plus ! Rien que des soldats citoyens ! Qui votent ! Qui lisent ! Et qui se battent ! Et qui marchent ! Et qui envoient des baiseurs ! À ce régime-là, bientôt il fut fin mûr le bon peuple. Alors n’est-ce pas l’enthousiasme d’être libéré il faut bien que ça serve à quelque chose ? Danton n’était pas éloquent pour les prunes. Par quelques coups de gueuele si bien sentis, qu’on les entend encore, il vous l’a mobilisé en un tour de main le bon peuple ! Et ce fut le premier départ des premiers bataillons d’émancipés frénétiques ! Des premiers couillons voteurs et drapeautiques qu’emmena le Dumouriez se faire trouer dans les Flandres ! Pour lui-même Dumouriez, venu trop tard à ce petit jeu idéaliste, entièrement inédit, préférant, somme toute le pognon, il déserta. Ce fut notre dernier mercenaire... Le soldat gratuit ça c’était du nouveau... Tellement nouveau que Goethe, tout Goethe qu’il était, arrivant à Valmy en reçue plein la vue. Devant des cohortes loqueteuses et passionnées qui venaient se faire étripailler spontanément par le roi de Prusse pour la défense de l’inédite fiction patriotique, Goethe eut le sentiment qu’il avait encore bien des choses à apprendre. « De ce jour, clama-t-il, magnifiquemente, selon les habitudes de son génie, commence un époque nouvelle ! » Tu parles ! Par la suite, comme le système était excellent, on se mit à fabriquer des héros en série, et qui coûtèrent de moins en moins cher, à cause du perfectionnement du système. Tout le monde s’en est bien trouvé. Bismarck, les deux Napoléon, Barrès aussi bien que la cavalière Elsa . La réligion drapeautique remplaça promptement la céleste, vieux nuage déjà dégonflé par la Réforme et condensé depuis longtemps en tirelires épiscopales. Autrefois, la mode fanatique, c’était « Vive Jésus ! Au bûcher les hérétiques ! », mais rares et volontaires après tout les hérétiques... Tandis que désormais, où nous voici, c’est par hordes immenses que les cris : « Au poteau les salsifis sans fibres ! Les citrons sans jus ! Les innocents lecteurs ! Par millions face à droite ! » provoquent les vocations. Les hommes que ne veulent ni découdre, ni assasiner personne, les Pacifiques puants, qu’on s’en empare et qu’on les écartèle ! Et les trucide aussi de treize façons et bien fadées ! Qu’on leur arrache pour leur apprendre à vivre les tripes du corps d’abord, les yeux des orbites, et les années de leur sale vie baveuse ! Qu’on les fasse para légions et légions encore, crever, tourner en mirlitons, saigner, fumer dans les acides, et tout ça pour que la Patrie en devienne plus aimée, plus joyeuse et plus douce ! Et s’il y en a là-dedans des immondes qui se refusent à comprendre ces choses sublimes, ils n’ont qu’à aller s’enterrer tout de suite avec les autres, pas tout à fait cependant, mais au fin bout du cimetière, sous l’épitaphe infamante des lâches sans idéal, car ils auront perdu, ces ignobles, le droit magnifique à un petit bout d’ombre du monument adjudicataire et communal élevé pour les morts convenables dans l’allée du centre, et puis aussi perdu le droit de recueillir un peu de l’écho du Ministres qui viendra ce dimanche encore uriner chez le Préfet et frémir de la gueule au-dessus des tombes après le déjeuner... »



« Estuve a punto de lograrlo... Pero la guerra dura demasiado, la verdad... A medida que se alarga, ningún individuo parece lo bastante repulsivo para repugnar a la Patria… Se ha puesto a aceptar todos los sacrificios, la Patria, vengan de donde vengan, todas las carnes… ¡Se ha vuelto infinitamente indulgente a la hora de escoger a sus mártires, la Patria! En la actualidad ya no hay soldados indignos de llevar las armas y sobre todo de morir bajo las armas y por las armas… ¡Van a hacerme un héroe! Esa es la noticia…
La locura de las matanzas ha de ser extraordinariamente imperiosa, ¡para que se pongan a perdonar el robo de una lata de conservas! ¿Qué digo, perdonar? ¡Olvidar! Desde luego, tenemos la costumbre de admirar todos los días a bandidos colosales, cuya opulencia venera con nosotros el mundo entero, pese a que su existencia resulta ser, si se la examina con un poco más de detalle, un largo crimen renovado cada día, pero esa gente goza de gloria, honores y poder, sus crímenes están consagrados por las leyes, mientras que, por lejos que nos remontemos en la historia –y ya sabes que a mí me pagan para conocerla-, todo nos demuestra que un hurto venial, y sobre todo de alimentos mezquinos, tales como mendrugos, jamón o queso, granjea sin falta a su autor el oprobio explícito, los rechazos categóricos de la comunidad, los castigos mayores, el deshonor automático y la vergüenza inexplicable, y eso por dos razones: en primer lugar porque el autor de esos delitos es, por lo general, un pobre y ese estado entraña en sí una indignidad capital y, en segundo lugar, porque el acto significa una especie de rechazo tácito hacia la comunidad. El robo del pobre se convierte en un malicioso desquite individual, ¿me comprendes?... ¿Adónde iríamos a parar? Por eso, la represión de los hurtos de poca importancia se ejerce, fíjate bien, en todos los climas, con un rigor extremo, no sólo como medio de defensa social, sino también, y sobre todo, como recomendación severa a todos los desgraciados para que se mantengan en su sitio y en su casta, tranquilos, resignados con gozo a diñarla por los siglos de los siglos de miseria y de hambre… Sin embargo, hasta ahora los rateros conservaban una ventaja en la República, la de verse privados del honor de llevar las armas patrióticas. Pero, a partir de mañana, esta situación va a cambiar, a partir de mañana yo, un ladrón, voy a ir a ocupar de nuevo mi lugar en el ejército… Esas son las órdenes… En las altas esferas han decidido hacer borrón y cuenta nueva a propósito de lo que ellos llaman mi “momento de extravío” y eso, fíjate bien, por consideración a lo que también llaman “el honor de mi familia”. ¡Qué mansedumbre! Dime, compañero: ¿va a ser, entonces, mi familia la que sirva de colador y de criba para las balas francesas y alemanas mezcladas?... Voy a ser yo, y sólo yo, ¿no? Y cuando haya muerto, ¿será el honor de mi familia el que me haga resucitar?… Hombre, mira, me la imagino desde aquí a mi familia brincando, gozosa, sobre el césped del nuevo verano, los domingos radiantes… Mientras debajo, a tres pies, el papá, yo, comido por los gusanos y mucho más infecto que un kilo de zurullos del 14 de julio, se pudrirá de lo lindo con toda su carne decepcionada… ¡Abonar los surcos del labrador anónimo es el porvenir verdadero del auténtico soldado! ¡Ah, compañero! ¡Este mundo, te lo aseguro, no es sino un inmensa empresa para cachondearse del mundo! Tú eres joven. ¡Que estos minutos de sagacidad te valgan por años! Escúchame bien, compañero, y no dejes pasar nunca más, sin calar en su importancia, ese signo capital con que resplandecen todas las hipocresías criminales de nuestra sociedad: “el enternecimiento ante la suerte, ante la condición del miserable…” Os lo aseguro, buenas y pobres gentes, gilipollas, infelices, baqueteados por la vida, desollados, siempre empapados en sudor, os aviso, cuando a los grandes de este mundo les da por amaros, es que van a convertiros en carne de cañón… Es la señal… Es infalible. Por el afecto empiezan. Luis XIV, conviene recordarlo, al menos se cachondeaba a rabiar del buen pueblo. Luis XV, igual. Se la chupaba por tiempos, el pueblo. No se vivía bien en aquella época, desde luego, los pobres nunca han vivido bien, pero no los destripaban con la terquedad y el ensañamiento que vemos en nuestros tiranos de hoy. No hay otro descanso, te lo aseguro, para los humildes que el desprecio de los grandes encumbrados, que sólo pueden pensar en el pueblo por interés o por sadismo… Los filósofos, ésos fueron, fíjate bien, ya que estamos, quienes comenzaron a contar historias al buen pueblo… ¡Él, que sólo conocía el catecismo! Se pusieron, según proclamaron, a educarlo… ¡Ah, tenían muchas verdades que revelarle! ¡Y hermosas! ¡Y no trilladas! ¡Luminosas! ¡Deslumbrantes! ¡Eso es!, empezó a decir, el buen pueblo, ¡sí, señor! ¡Exacto! ¡Muramos todos por eso! ¡Lo único que pide, siempre, el pueblo, es morir! Así es. “¡Viva Diderot”, gritaron y después “¡Bravo, Voltaire!” ¡Eso sí que son filósofos! ¡Y viva también Carnot, que organizaba tan bién las victorias! ¡Y viva todo el mundo! ¡Al menos, esos son tíos que no le dejan palmar en la ignorancia y el fetichismo, al buen pueblo! ¡Le muestran los caminos de la libertad! ¡Lo emancipan! ¡Sin pérdida de tiempo! En primer lugar, ¡que todo el mundo sepa leer los periódicos! ¡Es la salvación! ¡Qué hostia! ¡Y rápido! ¡No más analfabetos! ¡Hace falta algo más! ¡Simples soldados-ciudadanos! ¡Que voten! ¡Que lean! ¡Y que peleen! ¡Y que desfilen! ¡Y que envíen besos! Con tal régimen, no tardó en estar bien maduro, el pueblo. Entonces, verdad, ¡el entusiasmo por verse liberado tiene que servir para algo! Danton no era elocuente porque sí. Con unos pocos berridos, tan altos, que aún los oímos, ¡inmovilizó en un periquete al buen pueblo! ¡Y ésa fue la primera salida de los primeros batallones emancipados y frenéticos! ¡Los primeros gilipollas votantes y banderólicos que el Dumoriez llevó a acabar acribillados en Flandes! Él, a su vez, Dumoriez, que había llegado demasiado tarde a ese juego idealista, por entero inédito, como, en resumidas cuentas, prefería la pasta, desertó. Fue nuestro último mercenario… El soldado gratuito, eso era algo nuevo… Tan nuevo, que Goethe, con todo lo Goethe que era, al llegar a Valmy, se quedó deslumbrado. Ante aquellas cohortes andrajosas y apasionadas que acudían a hacerse destripar espontáneamente por el rey de Prusia para la defensa de la inédita ficción patriótica, Goethe tuvo la sensación de que aún le quedaban muchas cosas por aprender. “¡Desde hoy”, clamó, magnífico, según las costumbres de su genio, “comienza una época nueva!” ¡Menudo! A continuación, como el sistema era excelente, se pusieron a fabricar héroes en serie y que cada vez costaban menos caros, gracias al perfeccionamiento del sistema. Bismarck, los dos Napoleones, Barrès lo mismo que la amazona Elsa. La religión banderólica no tardó en sustituir a la celeste, nube vieja y ya desinflada por la Reforma y condensada desde hacía mucho tiempo en alcancías episcopales. Antiguamente, la moda fanática era: “¡Viva Jesús! ¡A la hoguera los herejes!”, pero, al fin y al cabo, los herejes eran escasos y voluntarios… Mientras que, en lo sucesivo, al punto en que hemos llegado, los gritos: “¡Al paredón los salsifíes sin hebra! ¡Los limones sin jugo! ¡Los lectores inocentes! Por millones, ¡vista a la derecha!” provocan las vocaciones de hordas inmensas. A los hombres que no quieren ni destripar ni asesinar a nadie, a los asquerosos pacíficos, ¡que los cojan y los descuarticen! ¡Y los liquiden de trece modos distintos y perfectos! ¡Que les arranquen, para que aprendan a vivir, las tripas del cuerpo, primero, los ojos de las órbitas, y los años de su cochina vida babosa! ¡Que los hagan reventar, por legiones y más legiones, figurar en cantares de ciego, sangrar, corroerse entre ácidos, y todo eso para que la Patria sea más amada, más feliz y más dulce! Y si hay tipos inmundos que se niegan a comprender esas cosas sublimes, que vayan a enterrarse en seguida con los demás, pero no del todo, sino en el extremo más alejado del cementerio, bajo el epitafio infamante de los cobardes sin ideal, pues esos innobles habrán perdido el magnífico derecho a un poquito de sombra del monumento adjudicatorio y comunal elevado a los muertos convenientes en la alameda del centro y también habrán perdido el derecho a recoger un poco el eco del ministro, que vendrá también este domingo a orinar en casa del prefecto y lloriquear ante las tumbas después de comer…”