miércoles, 17 de septiembre de 2008

CAJA DE MÚSICA. Zappa y un servidor.



Que si Varese, que si Ornette Coleman, que si el free jazz, que si Dadá… Doy por supuesto que la compleja trama de referencias de la que brota la música de Frank Zappa es bien conocida por sus pocos o muchos seguidores. Si no, tampoco importa. A mí, que no soy un experto ni crítico musical, la obra de Zappa se me antoja inabarcable. Incluso materialmente inabarcable.

Además me encuentro en uno de esos días en los que me parece que no pueden decirse o escribirse nada que no sean tonterías. Y que lo único que distinguiría a una bobada de otra y, en consecuencia, la haría soportable es el ser dicha o estar escrita con cierto estilo y con un punto de distanciado descreimiento, que acaso vengan a ser una y la misma cosa. Por otro lado y puestos a hacer el tonto, se me ocurre que siempre será mejor alivianar y hacer lo más digeribles posible nuestras patochadas, siquiera sea por consideración hacia quienes se sientan en la obligación de reírnos la gracia.

Así que, en lugar de hablar de la vida y milagros de Zappa, he decidido anteceder los vídeos que pueden verse más abajo, de una decena de leves evocaciones inspiradas en el Je me souviens de Georges Perec. Se trata, desde luego, de un puñado de tonterías y, seguramente, hasta de solemnes tonterías. Me conformaría, en cualquier caso, con que no fueran tonterías solemnes.

Vamos allá.

Recuerdo que uno de los primeros vinilos que compré, si no el primero, fue el Them or Us de Frank Zappa y recuerdo sobre todo la extraña imagen de la portada, en la que se veía a un perro, con gafas negras y un vestidito de niña, entre un biberón y un bote de ketchup. O como se diga.

Recuerdo que, cuando compré aquel disco, todavía no tenía tocadiscos, lo que contribuyó a que se convirtiera a mis ojos en un objeto dotado de propiedades mágicas, que encerraba inagotables tesoros sonoros.

Recuerdo que, al poco tiempo de hacerme con el deseado tocadiscos, llegaron los reproductores de CD y que ya nada volvería a ser lo mismo.

Recuerdo que en la calle de Toledo, a dos pasos de la Puerta del mismo nombre y a un tiro de honda del Manzanares y, en consecuencia, no muy lejos de nuestro viejo barrio, había una tienda de discos que regentaba un sosias de Frank Zappa. Eso sí, algo más bajito.

Recuerdo que en aquella tienda había toda una sección dedicada a Frank Zappa y recuerdo que pensé que, ni aunque viviera dos vidas, tendría tiempo de escuchar todo aquel material.

Recuerdo que algunos temas de Frank Zappa me provocaban una extraña sensación de inquietud, que no sé si podría llamar ‘miedo’.

Recuerdo que, por otro lado, Zappa me hacía reír, y mucho.

Recuerdo que Them or Us incluía un tema dedicado a Steve Vai que se titulaba Stevie’s Spanking, y recuerdo también que Steve Vai era un guitarrista infernal en la película Crossroads de Walter Hill.

Por cierto que, esta misma mañana, en el túnel que conecta las líneas once y seis del metro de Madrid, había una mujer sentada ante un teclado electrónico. El teclado emitía una insustancial melodía pregrabada y la mujer, encorvada y con las manos sobre las rodillas, miraba al vacío, como si fuera incapaz de percibir a los centenares de viajeros apresurados que pasan por allí cada día, con los ojos más tristes que haya visto jamás. La escena me ha recordado a una película de Aki Kaurismäki.

Dos horas más tarde mi neuróloga ha certificado lo que cualquiera que me conozca ya sospechaba: que ‘no tengo nada de importancia en la cabeza’. Literalmente.


































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