¿Qué es vivir para el anarquista? Es trabajar libremente, amar libremente, poder conocer cada día un poco más de las maravillas de la vida… Reivindicamos toda la vida. ¿Sabéis lo que se nos ofrece? Once, doce o trece horas de labor cada día para obtener el papeo cotidiano. ¡Y menuda labor y qué papeo! Labor automática bajo una dirección autoritaria en condiciones humillantes e indecentes, por medio de la cual se nos permite la vida en la grisalla de los barrios pobres.
Le Rétif (Victor
Serge), l’anarchie, nº 354,
18 de enero de 1912.
Ellas eran en su mayoría jóvenes de provincias que
llegaban a París antes de cumplir los veinte huyendo de las miserias del campo,
hijas de una modernidad que permitía la movilidad geográfica gracias a los
nuevos medios de transporte colectivo y alentaba las esperanzas de movilidad
social a través de un sistema educativo democratizado, y tan universal como necesario
para las nuevas exigencias de la acumulación capitalista. Muchas habían
continuado sus estudios hasta obtener su diploma elemental y se declaraban
institutrices de profesión, aunque solían terminar como modistas o desempeñando
puestos de oficina poco cualificados. Las menos dotadas de capital cultural se
veían, sin embargo, obligadas a trabajar como criadas o lavanderas, o
intentaban escapar de la esclavitud asalariada montando puestecitos de mercería
en los mercadillos. Ellos eran, por lo general, jóvenes obreros parisinos,
nacidos en provincias entre 1880 y 1890 en el seno de familias apenas
alfabetizadas, que habían abandonado la escuela con doce o trece años y que habían
sufrido tempranamente el choque de un trabajo extenuante y embrutecedor. Ni
ellas ni ellos aceptaban mansamente el nicho social al que habían sido
condenados, ni acababan tampoco de comulgar con los ideologemas más difundidos
en el movimiento socialista de la época. Parecían no tener un lugar en el
mundo.
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