-Georges Brassens.
¿Han visto ustedes Tirez sur le pianiste de François Truffaut? Si no, deberían: junto con Les 400 coups, su anterior película, y Jules et Jim, compone un tríptico imprescindible. Caso de que la conozcan, tal vez recuerden a un tipo con sotabarba de marino y aspecto de existencialista de café pasado de vueltas que le ponía voz a las noches del bar-dancing À la Bonne Franquette (Sin Ceremonias). Salía al escenario, la música se aceleraba, mitad Boris Vian mitad Joey Ramone, despachaba sus cancioncillas en apenas un minuto vertiginoso y pasaba a otro asunto. Ése, amigos y amigas, era el gran Boby Lapointe.
Robert, también llamado Jean-François, también conocido como Joseph, Pascal y, final y simplemente, como Boby Lapointe, había nacido el 16 de abril del año 1922 en Pézenas, en pleno Languedoc. Fue, según parece, un niño algo travieso, cabroncete y contestón, pero con cabeza para las matemáticas. Desde chico quiso volar, construyó aparatos que nunca le llevaban más allá del hospital y, ya de joven, se matriculó en ingeniería aeronáutica.
Con veinte años tuvo que abandonar los estudios porque a los boches se les había metido en la quijotera que hacían falta manos esclavas para levantar el Nuevo Orden europeo. Así que enviaron a Boby a Linz (Austria) para que cumpliese su Servicio de Trabajo Obligatorio. Duró poco, sin embargo: apenas acaba de llegar y ya se fuga. En mayo de 1944 vuelve a su tierra y, para escapar a la persecución nazi, se convierte en buzo en el puerto de La Ciotat. Entretanto habían pasado siete meses de vagabundaje por media Europa bajo otros tantos seudónimos; entre ellos, el de Robert Foulcan.
Cuando acaba la guerra, Boby se pone a escribir como un loco. Compone canciones cuajadas de enrevesados juegos de palabras, algún que otro libro de poemas e incluso un tratado sobre la figura retórica del calambur. El estilo de Lapointe suena demasiado complicado para el oído de la época; trop intello, que se dice en francés. Así que le resulta imposible encontrar intérprete para sus letras. Hasta los cuatro Fréres Jacques, que estaban acostumbrados al burlesco y el cabaret y que llegarían a grabar textos de Prévert y Queneau, rechazan sus temas.
Lapointe se casa, tiene un par de hijos (su esposa Colette Maclaud mediante, claro está) y se divorcia. Como lo de la canción no le da para comer, intenta diversos oficios. Monta una tienda de ropa para bebés, que tampoco funciona, y después se hace instalador de antenas de televisión, una profesión que –imagino- debía de ser de lo más exótica a comienzos los años cincuenta. Con todo, sigue escribiendo y el reconocimiento como compositor e intérprete le llega, al fin, en la segunda mitad de la década.
En esa misma época conoce a Étienne Lorin, a la sazón acordeonista del cantante y actor Bourvil, que sugiere a este último que incluya una canción de Lapointe en el film que están a punto de rodar con Gilles Grangier y Louis de Funes. La canción elegida es Aragon et Castille, un tema en el que las dos regiones españolas del título se asocian de forma ingenuamente surrealista con los helados de limón y vainilla; y la película, Poisson d’avril, una comedieta de enredos que se estrena en el verano del cincuenta y cuatro y que pasa sin pena ni gloria por las carteleras. A pesar de todo, ayudará a Boby a introducirse en los medios artísticos parisinos.
En 1956 Lapointe debuta en el Cheval d’Or, un cabaret de la rive-gauche en el que se encuentra con Anne Sylvestre, Raymond Devos, Ricet Barrier y Georges Brassens, que se convertirá pronto en uno de sus grandes amigos. En poco tiempo se transforma en la principal atracción del local. Allí llama la atención de Truffaut, que lo contrata para cantar un par de canciones en la película citada más arriba, mientras Charles Aznavour, protagonista de la cinta, lo acompaña al piano. Philippe Weil, a quien conoce durante el rodaje, le propone trabajar en Les Trois Baudets, una sala por la que pasará lo más granado de la chanson francesa. Lapointe está en racha: graba discos, sale de gira con Brassens; se dedica, en fin, a la música.
Pero las cosas se tuercen enseguida. Boby abre un café-concierto, al que bautiza con el nombre de Le Cadran Bleu, y el negocio no va bien. Se llena de deudas, algunas de las cuales paga su camarada Brassens, que además le ayuda a encontrar pequeños empleos. Cuando firma con la discográfica AZ, Lapointe ya está anticuado; lo que se lleva es la música ye-ye y nadie quiere radiar ni escuchar sus delirios a ritmo de fanfarria. Afortunadamente, hay algunos cineastas que se interesan por su destreza como actor. Interpreta al ganadero de Les choses de la vie (1970) y al P'tit Lu de Max et les ferrailleurs (1971), ambas dirigidas por Claude Sautet; con Marcel Carné rueda Les Assassins del Ordre (1971).
Joe Dassin lo rescata a comienzos de los setenta. Media para que Boby firme con Fontana / Philips y además produce el que será su último disco: Comprend qui peut. Lapointe, que a pesar de su querencia a hacer cosquillas a las palabras, no se ha olvidado de los números, inventa el llamado sistema bibi-binario en el año 1968, un sistema de numeración que en cierto modo se adelanta a la revolución informática por venir. Será publicado dos años después en la obra colectiva Les Cerveaux non humains, introduction à l'Informatique.
Robert Lapointe muere de cáncer el 29 de junio de 1972 en su ciudad natal. Tenía sólo cincuenta años y había grabado sólo cincuenta canciones. Juste pour rigoler!